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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (85 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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«Siempre fuiste una niña diferente, una bruja aparte. Pero no hay ningún camino en el que él no aparezca. En cualquier camino que sigas, debes elegirlo a él».

Desapareció, dejando rastros evanescentes de fosforescencia. Las blancas manos y la cara de Matthew eran apenas visibles a través de la puerta abierta, una mancha borrosa de movimiento en la oscuridad al final del sendero de la entrada. Al verlo a él, mi decisión se volvió fácil.

Ya fuera, bajé mis mangas sobre las manos para protegerlas del aire frío. Levanté un pie… y cuando lo bajé, Matthew estaba exactamente delante de mí, de espaldas. Sólo había necesitado un paso para recorrer todo el camino de entrada.

Él estaba hablando en un occitano furiosamente rápido. Ysabeau debía de estar en el otro lado.

—Matthew… —dije en voz baja, pues no quería sobresaltarlo.

Se dio la vuelta como un latigazo. Tenía el ceño fruncido.

—Diana, no te he oído.

—No, no pudiste. ¿Puedo hablar con Ysabeau, por favor? —Estiré la mano hacia el teléfono.

—Diana, sería mejor…

Nuestras familias estaban encerradas en el comedor, y Sarah estaba amenazando con expulsarnos a todos. Ya teníamos bastantes problemas como para romper los lazos con Ysabeau y Marthe.

—¿Qué fue lo que dijo Abraham Lincoln sobre las casas?

—«Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie» —dijo Matthew, con una expresión de perplejidad en la cara.

—Exactamente. Dame el teléfono. —De mala gana lo hizo.

—¿Diana? —La voz de Ysabeau tenía un tono poco característico.

—Sea lo que sea que te haya dicho Matthew, no estoy enfadada contigo. No ha pasado nada.

—Gracias —susurró ella—. He estado tratando de explicarle… que era sólo un presentimiento que teníamos, algo recordado a medias de otros tiempos lejanos. Diana era la diosa de la fertilidad entonces. Tu olor me recuerda aquellos tiempos y aquellas sacerdotisas que ayudaban a las mujeres a concebir.

Los ojos de Matthew me tocaron a través de la oscuridad.

—¿Se lo dirás a Marthe también?

—Lo haré, Diana. —Hizo una pausa—. Matthew me ha hablado de los resultados de tus pruebas y de las teorías de Marcus. Que me lo haya contado es una señal de cuánto lo ha sobresaltado. No sé si llorar de alegría o de pena con estas noticias.

—Todavía es pronto, Ysabeau… Tal vez ambas cosas?

Se rió en silencio.

—No será la primera vez que mis hijos me han hecho llorar. Pero no me apartaría de las penas si eso implicara abandonar las alegrías también.

—¿Va todo bien en casa? —Esas palabras salieron antes de pensarlas, y los ojos de Matthew se suavizaron.

—¿En casa? —El significado de la expresión no fue pasado por alto por Ysabeau tampoco—. Sí, todos estamos bien aquí. Está todo muy… tranquilo desde que vosotros os marchasteis.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. A pesar de las aristas afiladas de Ysabeau, había algo muy maternal en ella.

—Las brujas son más ruidosas que los vampiros, me parece.

—Sí. Y la felicidad es siempre más sonora que la tristeza. No ha habido suficiente felicidad en esta casa. —Su voz se hizo más vivaz—: Matthew me ha dicho todo lo que hacía falta. Esperemos que lo peor de su cólera se haya pasado. Vosotros cuidaréis el uno del otro. —Estas últimas palabras de Ysabeau eran una declaración de intenciones. Era lo que las mujeres en su familia (mi familia) hacían por los que amaban.

—Siempre. —Miré a mi vampiro y su piel blanca brillando en la oscuridad, y apreté la tecla para cortar la comunicación. Los campos a ambos lados del sendero de la entrada estaban cubiertos por la helada y los cristales de hielo recogían los reflejos pálidos de la luz de la luna que atravesaban las nubes.

—¿Tú también lo sospechabas? ¿Es ésa la razón por la que no quieres hacer el amor conmigo? —le pregunté a Matthew.

—Te dije cuáles eran mis razones. Hacer el amor es algo que tiene que ver con la intimidad, no sólo con la necesidad física. —Parecía frustrado por tener que repetir lo que ya había dicho alguna vez.

—Si no quieres tener hijos conmigo, lo comprenderé —dije con firmeza, aunque parte de mí protestó en silencio.

Sentí la aspereza de sus manos en mis brazos.

—Por Dios, Diana, ¿cómo puedes pensar que yo no querría tener hijos nuestros? Pero podría ser peligroso…, para ti, para ellos.

—Siempre hay riesgos en el embarazo. Ni siquiera tú controlas la naturaleza.

—No tenemos ni idea de qué serían nuestros hijos. ¿Y si comparten mi necesidad de sangre?

—Todos los bebés son vampiros, Matthew: todos se nutren con la sangre de su madre.

—No es lo mismo, y tú lo sabes. Yo abandoné toda esperanza de tener hijos hace mucho tiempo. —Nuestros ojos se encontraron, buscando la seguridad de que nada entre nosotros había cambiado—. Pero es demasiado pronto para que yo imagine que te voy a perder.

«Y yo no podría soportar perder a nuestros hijos».

Las palabras no pronunciadas de Matthew eran tan claras para mí como el búho que ululaba por encima de nuestras cabezas. El dolor por la pérdida de Lucas nunca lo abandonaría. La herida era más profunda que las dejadas por las muertes de Blanca o de Eleanor. Cuando perdió a Lucas, perdió una parte de sí que nunca iba a poder recuperar.

—Entonces ya lo has decidido: nada de hijos. Estás seguro. —Apoyé mis manos sobre su pecho, esperando el siguiente latido de su corazón.

—No estoy seguro de nada —replicó Matthew—. No hemos tenido tiempo de hablar de eso.

—Entonces tomaremos todas las precauciones. Beberé el té de Marthe.

—Tú harás muchísimo más que eso —dijo sombríamente—. Ese té es mejor que nada, pero está muy lejos de la medicina moderna. De todas maneras, ninguna forma humana de anticoncepción podría ser eficaz cuando se trata de brujas y vampiros.

—Tomaré la píldora de todos modos —le aseguré.

—¿Y tú qué dices? —me preguntó con los dedos en mi barbilla para impedirme apartar la mirada de sus ojos—. ¿Quieres tener hijos míos?

—Nunca me imaginé a mí misma como madre. —Una sombra le atravesó el rostro—. Pero cuando pienso en hijos tuyos, siento que eso es lo que quiero.

Me soltó la barbilla. Permanecimos en silencio en la oscuridad con sus brazos alrededor de mi cintura y mi cabeza sobre su pecho. El aire se notaba denso, y reconocí el peso de la responsabilidad. Matthew era responsable de su familia, de su pasado, de los caballeros de Lázaro… y ahora de mí.

—Te preocupa no poder protegerlos —dije, comprendiendo de repente.

—Ni siquiera puedo protegerte a ti —replicó con aspereza mientras sus dedos jugaban sobre la luna creciente marcada con fuego en mi espalda.

—No tenemos que decidirlo ahora mismo. Con o sin hijos, ya tenemos una familia que mantener unida. —La pesadez en el aire cambió y algo de ella se apoyó en mis hombros. Toda mi vida yo había vivido para mí sola, apartando las obligaciones de la familia y de la tradición. Incluso en ese momento parte de mí quería regresar a la seguridad de la independencia y dejar de lado estas nuevas cargas.

Él recorrió con la mirada el sendero que conducía a la casa.

—¿Qué ha ocurrido cuando salí?

—Oh, lo que era de esperar. Miriam nos habló de Bertrand y Jerusalén… y dejó escapar también lo de Gillian. Marcus nos dijo quién había entrado por la fuerza en mis habitaciones. Y luego está el hecho de que podríamos haber dado comienzo a una especie de guerra.

—Dieu, ¿por qué no pueden mantener la boca cerrada? —Se pasó los dedos por el pelo, con todo su pesar por no poder ocultarme todo esto visible en sus ojos—. Al principio, estaba seguro de que esto era por el manuscrito. Luego supuse que todo era por ti. Y ahora que me condenen si puedo descubrir el motivo. Un antiguo y poderoso secreto está empezando a desentrañarse, y nosotros estamos atrapados en él.

—¿Tiene razón Miriam al preguntarse cuántas criaturas más están atrapadas también? — Dirigí mi mirada a la luna como si ella pudiera dar respuesta a mi pregunta. Pero fue Matthew quien lo hizo.

—Es difícil que seamos las primeras criaturas que aman a quien no deben, y no seremos las últimas seguramente. —Me cogió del brazo—. Entremos. Tenemos que dar algunas explicaciones.

Mientras avanzábamos por el sendero de la entrada, Matthew comentó que las explicaciones, al igual que los medicamentos, son más fáciles de tragar si se las acompaña con algo líquido.

Entramos en la casa por la puerta trasera para coger lo necesario. Mientras yo preparaba una bandeja, Matthew mantuvo sus ojos fijos en mí.

—¿Qué? —Levanté la mirada—. ¿Me he olvidado de algo?

Esbozó una sonrisa.

—No,
ma lionne
. Sólo estoy tratando de descubrir cómo he conseguido una esposa tan feroz. Hasta ordenando tazas en una bandeja pareces tremenda.

—No soy tremenda —repliqué, ajustando mi cola de caballo tímidamente.

—Sí que lo eres. —Matthew sonrió—. Si no fuera así, Miriam no estaría en semejante estado.

Cuando llegamos a la puerta entre el comedor y la sala de estar, tratamos de escuchar si había ruidos de pelea en el interior, pero no se oía nada, salvo algunos murmullos en voz baja y conversaciones susurradas. La casa desbloqueó la puerta y la abrió para nosotros.

—Pensamos que tal vez tuvierais sed —dije, mientras ponía la bandeja sobre la mesa.

Todos giraron los ojos en dirección a nosotros: vampiros, brujas, fantasmas. Mi abuela tenía todo un séquito de Bishop detrás de ella, moviéndose y susurrando tratando de adaptarse a tener vampiros en el comedor.

—¿Whisky, Sarah? —ofreció Matthew, cogiendo un vaso de la bandeja.

Ella lo miró intensamente.

—Miriam dice que aceptar vuestra relación es toda una declaración guerra. Mi padre combatió en la Segunda Guerra Mundial.

—El mío también —dijo Matthew al servir el whisky. Y así había sido, indudablemente, pero él no había dicho nada sobre ese punto.

—Siempre decía que el whisky hacía que fuera posible cerrar los ojos por la noche sin odiarse a uno mismo por todo lo que le habían ordenado que hiciera ese día.

—No es garantía, pero ayuda. —Matthew le alcanzó el vaso.

Sarah lo cogió.

—¿Matarías a tu propio hijo si creyeras que es una amenaza para Diana?

Asintió con la cabeza.

—Sin el menor titubeo.

—Eso es lo que él ha dicho. —Sarah señaló con la cabeza a Marcus—. Sírvele algo a él también. No debe de ser fácil saber que tu propio padre podría matarte.

Matthew le dio su whisky a Marcus y le sirvió a Miriam un vaso de vino. Yo le hice a Em una taza de café con mucha leche. Había estado llorando y parecía más frágil que de costumbre.

—Simplemente no sé si puedo controlar esto, Diana —susurró cuando cogió la taza—. Marcus explicó lo que Gillian y Peter Knox habían planeado. Pero cuando pienso en Barbara Chamberlain y en lo que sentirá ahora que su hija está muerta… —Em se estremeció sin poder seguir.

—Gillian Chamberlain era una mujer ambiciosa, Emily —dijo Matthew—. Lo único que quería era ocupar un lugar en la mesa de la Congregación.

—Pero no tenías por qué matarla —insistió Em.

—Gillian estaba completamente convencida de que las brujas y los vampiros debían estar separados. La Congregación nunca ha estado demasiado segura de poder comprender el poder de Stephen Proctor y le pidieron que vigilara a Diana. Ella no habría parado hasta que tanto el Ashmole 782 como Diana estuvieran bajo el control de la Congregación.

—Pero era sólo una fotografía. —Em se enjugó los ojos.

—Fue una amenaza. La Congregación tenía que comprender que yo no iba a permanecer sin hacer nada mientras ellos se llevaban a Diana.

—Satu se la llevó de todos modos —observó Em con un tono de voz inusitadamente hiriente.

—Basta, Em. —Estiré mi mano para cubrir la suya.

—¿Y este asunto de los hijos? —preguntó Sarah haciendo un movimiento con su vaso—. Seguramente no haréis algo tan peligroso, ¿verdad?

—¡Basta! —repetí, poniéndome de pie y golpeando la mesa con mi mano. Todos, excepto Matthew y mi abuela, saltaron sorprendidos—. Si estamos en guerra, no luchamos por un manuscrito de alquimia hechizado, ni por nuestra seguridad, ni por nuestro derecho a casarnos y tener hijos. Esto es por el futuro de todos nosotros. —Vi ese futuro sólo por un instante con su brillante potencial abriéndose en mil direcciones diferentes—. Si nuestros hijos no dan el siguiente paso evolutivo, lo harán los hijos de otra persona. Y el whisky no va a hacer posible que yo cierre los ojos y lo olvide. Nadie más pasará por esta clase de infierno sólo porque ame a alguien al que se supone que no debe amar. No lo permitiré.

Mi abuela me envió una sonrisa lenta y dulce. «Ésa es mi niña. Habla como una Bishop».

—No esperamos que nadie más luche con nosotros. Pero entended esto: nuestro ejército tiene un solo general, Matthew. Si a alguien no le gusta, que no se enrole.

En el salón delantero, el viejo reloj de pie empezó a dar la medianoche.

La hora de las brujas.
Mi abuela asintió con la cabeza.

Sarah miró a Em.

—¿Y bien, querida? ¿Vamos a seguir a Diana y unirnos al ejército de Matthew o vamos a dejar que el diablo haga de las suyas?

—No entiendo qué queréis decir todos con eso de la guerra. ¿Habrá batallas? ¿Vampiros y brujas vendrán aquí? —le preguntó Em a Matthew con voz trémula.

—La Congregación cree que Diana tiene las respuestas a sus preguntas. No van a dejar de buscarla.

—Pero Matthew y yo no tenemos que quedarnos —dije—. Podemos irnos mañana por la mañana.

—Mi madre siempre dijo que mi vida no iba a valer la pena cuando me liara con las Bishop —dijo Em con una triste sonrisa.

—Gracias, Em —se limitó a decir Sarah, aunque su cara lo reflejaba todo.

El reloj dio la última campanada. Los engranajes zumbaron al volver a su sitio, listos para dar la siguiente hora, cuando llegara.

—¿Miriam? —preguntó Matthew—. ¿Te quedas aquí o vuelves a Oxford?

—Mi sitio está con los De Clermont.

—Diana es una De Clermont ahora. —El tono de él era helado.

—Comprendo, Matthew. —Miriam me miró a los ojos—. No ocurrirá otra vez.

—¡Qué extraño! —murmuró Marcus, y recorrió la habitación con sus ojos—. Primero era un secreto compartido. Ahora, tres brujas y tres vampiros se juran lealtad unos a otros. Si tuviéramos un trío de daimones, seríamos un reflejo de la Congregación.

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