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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (47 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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Los tres vampiros continuaron intercambiando recuerdos. Pero ninguno de ellos habló del pasado de Ysabeau. Cuando surgía algo que se relacionaba con ella, o con el padre de Matthew o con su hermana, la conversación tomaba elegantemente otro rumbo. Me di cuenta de ese esquema y me preguntaba cuál era la razón, pero no dije nada, contenta con dejar que la velada transcurriera como ellos quisieran y extrañamente reconfortada por formar parte de una familia otra vez, aunque se tratara de una familia de vampiros.

Después de la cena regresamos al salón, donde el fuego era más grande y más impresionante que antes. Las chimeneas del castillo se iban caldeando con cada tronco que se arrojaba. El fuego aumentaban la temperatura y el resultado era que la habitación se notaba casi cálida. Matthew se aseguró de que Ysabeau estuviera cómoda y le sirvió otra copa de vino antes de dirigirse a un equipo de música cercano. Marthe, por su parte, me hizo un té y puso en mis manos la taza con un plato pequeño.

—Bebe —ordenó, con sus ojos atentos. Ysabeau también me observó mientras yo bebía y le dirigió una larga mirada a Marthe—. Te ayudará a dormir.

—¿Lo has preparado tú? —Tenía sabor a hierbas y a flores. Normalmente no me gustaba el té de hierbas, pero éste sabía fresco y ligeramente amargo.

—Sí —respondió, levantando la barbilla ante la mirada de Ysabeau—. Lo hago desde hace mucho tiempo. Me enseñó mi madre. También te enseñaré a ti.

El sonido de la música de baile inundó la habitación, vivaz y rítmica. Matthew cambió la posición de los sillones junto a la chimenea para dejar un espacio de suelo libre.

—Vòles dançar amb ieu? —le preguntó Matthew a su madre, estirando ambas manos.

La sonrisa de Ysabeau era radiante, lo cual transformaba las encantadoras y frías facciones de su rostro en algo de hermosura indescriptible.

—Òc —respondió ella, poniendo sus diminutas manos en las de él. Ambos ocuparon sus lugares delante del fuego, a la espera de que comenzara la siguiente canción.

Cuando Matthew y su madre empezaron a bailar, hicieron que Astaire y Rogers parecieran torpes. Sus cuerpos se unían y se separaban, giraban en círculos y se apartaban el uno del otro para volver sobre sí girando. Un ligerísimo toque de Matthew hacía que Ysabeau se moviera y la más leve sugerencia de ondulación o vacilación de Ysabeau provocaba en él un movimiento de respuesta.

Ysabeau hizo una reverencia llena de gracia, y Matthew le correspondió con otra en el momento en que la música llegó a su fin.

—¿Qué era eso? —pregunté.

—Al principio era una tarantela —explicó Matthew, acompañando a su madre de regreso al sillón—, pero
maman
nunca puede limitarse sólo a una danza. Así que había elementos de la
volta
en medio, y hemos terminado con un minué, ¿no? —Ysabeau asintió con la cabeza y extendió la mano para tocarle la mejilla.

—Siempre fuiste un gran bailarín —dijo orgullosamente.

—Ah, pero no tan bueno como tú, y ciertamente no tan bueno como mi padre —dijo Matthew, acomodándola en su sillón. Los ojos de Ysabeau se oscurecieron, y una desgarradora expresión de tristeza cruzó su rostro. Matthew le cogió la mano y le rozó los nudillos con los labios. Ysabeau logró devolverle una pequeña sonrisa a cambio.

—Ahora es tu turno —dijo, acercándose a mí.

—No me gusta bailar, Matthew —protesté, estirando los brazos para mantenerlo alejado.

—Me resulta difícil de creer —aseguró, tomando mi mano derecha con su izquierda y acercándome a él—. Retuerces el cuerpo en formas increíbles, te deslizas sobre el agua en un bote no más ancho que una pluma y montas como el viento. Bailar debería ser natural para ti.

La siguiente canción sonaba como algo que podía haber sido popular en los salones de baile parisinos de los años veinte. Notas de trompeta y tambores llenaron la habitación.

—Matthew, sé cuidadoso con ella —le advirtió Ysabeau mientras me llevaba por la pista.

—No se va a romper,
maman
. —Matthew comenzó a bailar, a pesar de mis mejores esfuerzos por seguir su ritmo con mis pies a cada momento. Con su mano derecha en mi cintura, me dirigió suavemente a dar los pasos correctos.

Empecé a pensar en dónde estaban mis piernas en un esfuerzo por ayudar en el proceso y seguirlo, pero eso sólo sirvió para empeorar las cosas. Mi espalda se agarrotó y Matthew me agarró más fuerte.

—Relájate —murmuró en mi oído—. Tienes que dejarte llevar, y estás haciendo lo contrario.

—No puedo evitarlo —respondí, también susurrando, sin dejar de agarrarme a su hombro como si fuera un salvavidas.

Matthew hizo que giráramos otra vez.

—Sí, claro que puedes. Cierra los ojos, deja de pensar en ello y déjame a mí hacer el resto.

Dentro del círculo de sus brazos, era fácil hacer lo que indicaba. Sin las formas y los colores de la habitación que giraban viniendo hacia a mí de todas partes, pude relajarme y dejar de preocuparme de que fuéramos a chocar. Gradualmente, el movimiento de nuestros cuerpos en la oscuridad se convirtió en algo placentero. Pronto fue posible concentrarme no en lo que yo estaba haciendo, sino en lo que sus piernas y brazos me estaban diciendo que él estaba a punto de hacer. Tuve la sensación de estar flotando.

—Matthew. —La voz de Ysabeau tenía un cierto tono de precaución—.
Le chatoiement
.

—Lo sé —murmuró él. Los músculos en mis hombros se pusieron tensos por la preocupación—. Confía en mí —me dijo en voz baja al oído—. Yo te sostengo.

Mantuve los ojos fuertemente cerrados y suspiré con felicidad. Continuamos girando juntos. Matthew me soltó delicadamente, desenrollándome hasta la punta de mis dedos, luego me hizo volver rodando a lo largo de su brazo hasta detenerme, con la espalda apretada contra su pecho. La música terminó.

—Abre los ojos —dijo con suavidad.

Abrí los párpados lentamente. La sensación de flotar no desapareció. Bailar era mejor de lo que yo había esperado, aunque había que reconocer que lo hacía con una pareja que había estado bailando durante más de un milenio y no me había pisado ni una vez. Levanté la cara para darle las gracias, pero la suya estaba mucho más cerca de lo esperado.

—Mira hacia abajo —dijo Matthew.

Al mover la cabeza en la dirección contraria vi que los dedos de mis pies se estaban moviendo varios centímetros por encima del suelo. Matthew me soltó. No me estaba sosteniendo.

Yo me estaba sosteniendo a mí misma.

El aire me estaba sosteniendo.

Al darme cuenta de ello, el peso regresó a la mitad inferior de mi cuerpo. Matthew me agarró ambos codos para evitar que mis pies golpearan contra el suelo.

Desde su asiento junto al fuego, Marthe tarareó una melodía entre dientes. Ysabeau giró la cabeza como un látigo, con los ojos entrecerrados. Matthew me sonrió de modo tranquilizador, mientras yo me concentraba en la extraña sensación de la tierra debajo de mis pies. ¿El suelo siempre había sido tan activo? Era como si mil manos diminutas estuvieran esperando debajo de las suelas de mis zapatos para recibirme o para darme un empujón.

—¿Ha sido divertido? —preguntó Matthew mientras las últimas notas de la canción de Marthe se desvanecían. Sus ojos brillaban.

—Ha sido divertido —contesté riéndome, después de considerar su pregunta.

—Tenía la esperanza de que lo fuera. Has estado practicando durante años. Ahora tal vez montes con los ojos abiertos para variar. —Me envolvió en un abrazo lleno de felicidad y posibilidades.

Ysabeau empezó a cantar la misma canción que Marthe había estado tarareando.

Quienquiera que la vea bailar

y mover su cuerpo tan elegantemente

podría decir, en verdad,

que en todo el mundo no tiene igual

nuestra alegre reina.

alejaos, alejaos los celosos,

vamos, vamos,

bailemos juntos, juntos.

—«Alejaos, alejaos los celosos —repitió Matthew mientras el eco final de la voz de su madre se desvanecía—, bailemos juntos».

Volví a reírme.

—Contigo bailaré. Pero hasta que descubra cómo funciona este asunto de volar, no habrá ninguna otra pareja.

—Si hablamos con propiedad, estabas flotando, no volando —me corrigió Matthew.

—Flotar, volar…, llámalo como quieras, pero será mejor no hacerlo con desconocidos.

—De acuerdo —aceptó.

Marthe había dejado el sofá para colocarse en un sillón cerca de Ysabeau. Matthew y yo nos sentamos juntos, con nuestras manos todavía entrelazadas.

—¿Ésta ha sido tu primera vez? —preguntó Ysabeau, con perplejidad.

—Diana no usa la magia,
maman,
salvo para cosas pequeñas —explicó.

—Está llena de poder, Matthew. La sangre de bruja canta en sus venas. Debería poder usarlo para cosas grandes también.

Él frunció el ceño.

—Depende de ella usarlo o no.

—¡Basta de tanta niñería! —dijo ella, volviendo su atención hacia mí—. Es hora de que crezcas, Diana, y aceptes la responsabilidad de ser quien eres.

Matthew gruñó en voz baja.

—¡No me gruñas, Matthew de Clermont! Estoy diciendo la verdad.

—Le estás diciendo lo que debe hacer. No es asunto tuyo.

—¡Ni tuyo, hijo mío! —replicó Ysabeau.

—¡Disculpadme! —Mi agudo tono atrajo su atención, y los Clermont, madre e hijo, me miraron—. Es decisión mía si voy a usar o no mi magia. Y cómo hacerlo. Pero —dije volviéndome hacia Ysabeau— está claro que no puedo ignorar ese poder sin más ni más. Parece que está saliendo a borbotones de mí. Tengo que aprender a controlarlo, al menos.

Ysabeau y Matthew siguieron mirándome. Finalmente, Ysabeau asintió con la cabeza. Matthew hizo lo mismo.

Permanecimos sentados junto al fuego hasta que los troncos se consumieron por completo. Matthew bailó con Marthe, y uno de los dos de vez en cuando se ponía a cantar cuando una pieza musical le recordaba otra noche, junto a otro fuego. Pero yo no volví a bailar, y Matthew no me presionó para que lo hiciera.

Finalmente se puso de pie.

—Voy a llevar a su cama a la única de todos nosotros que necesita dormir.

Yo también me levanté, alisándome los pantalones contra los muslos.

—Buenas noches, Ysabeau. Buenas noches, Marthe. Gracias a ambas por una cena encantadora y una noche sorprendente.

Marthe me devolvió una sonrisa. Ysabeau se esforzó, pero sólo logró una tensa mueca.

Matthew me dejó ir delante y me puso suavemente la mano en la parte de atrás de la cintura mientras subíamos las escaleras.

—Podría leer un rato —dije, volviéndome hacia él cuando llegamos a su estudio.

Estaba directamente detrás de mí, tan cerca que el ruido suave y áspero de su respiración era audible. Tomó mi cara en sus manos.

—¿Qué clase de hechizo me has lanzado? —Observó mi rostro—. No son sólo tus ojos…, aunque ellos hacen que me resulte imposible pensar correctamente…, ni tampoco el hecho de que huelas como la miel. —Hundió su cara en mi cuello y los dedos de una mano se metieron suavemente en mi cabello mientras la otra se deslizaba por mi espalda, empujando mis caderas hacia él.

Mi cuerpo se relajó sobre el suyo, como si encajara en él perfectamente.

—Es tu audacia —murmuró contra mi piel—, y la manera en que te mueves sin pensar, y el reflejo trémulo que despides cuando te concentras… o cuando vuelas.

Arqueé mi cuello, exponiendo la piel para que la rozara. Matthew giró mi cara lentamente hacia él buscando con su pulgar la calidez de mis labios.

—¿Sabías que frunces la boca cuando duermes? Das la impresión de que tal vez te desagraden tus propios sueños, pero prefiero pensar que deseas ser besada. —Parecía más francés con cada palabra que pronunciaba.

Consciente de la presencia desaprobatoria de Ysabeau en el piso de abajo, así como de su fino oído de vampiro, traté de apartarme. No fui convincente y Matthew apretó sus brazos sobre mí.

—Matthew, tu madre…

No me dejó terminar la frase. Con un sonido suave y satisfecho, deliberadamente puso sus labios sobre los míos y me besó, con suavidad pero de manera completa, hasta que un hormigueo dominó todo mi cuerpo, no sólo mis manos. Lo besé a mi vez, con una sensación simultánea de flotar y de caer hasta que no tuve clara conciencia de dónde terminaba mi cuerpo y comenzaba el suyo. Su boca se deslizó sobre mis mejillas y mis párpados. Cuando me rozó la oreja, ahogué un gemido. Los labios de Matthew se curvaron en una sonrisa, y los apretó otra vez contra los míos.

—Tus labios son tan rojos como las amapolas, y tu pelo está tan vivo… —dijo cuando terminó de besarme con una intensidad que me dejó sin aliento.

—¿Qué ocurre contigo y mi pelo? ¿Por qué alguien con una cabellera como la tuya se impresiona con esto? —dije, agarrando un mechón y tirando de él—. Es algo que no comprendo. El cabello de Ysabeau parece de seda, igual que el de Marthe. El mío es un lío… con todos los colores del arco iris y encima rebelde.

—Por eso lo adoro —dijo Matthew, liberando suavemente los mechones—. Es imperfecto, como la vida. No es pelo de vampiro, brillante y perfecto. Me gusta que no seas un vampiro, Diana.

—Y a mí me gusta que tú seas un vampiro, Matthew.

Una sombra cruzó sus ojos y desapareció en un instante.

—Me gusta tu fuerza —dije, besándolo con el mismo entusiasmo con el que él me había besado—. Me gusta tu inteligencia. A veces hasta me gusta tu modo autoritario. Pero sobre todo — froté suavemente la punta de mi nariz contra la suya— me gusta el olor que exhalas.

—¿En serio?

—En serio. —Metí la nariz en el hueco entre sus clavículas. Había descubierto que era la parte más perfumada y dulce de él.

—Es tarde. Tienes que descansar. —Me soltó de mala gana.

—Ven a la cama conmigo.

Abrió sus ojos con sorpresa ante esa invitación y la sangre subió hacia mi cara.

Matthew llevó mi mano a su corazón. Éste latió una vez, con fuerza.

—Iré —dijo—, pero no para quedarme. Tenemos tiempo, Diana. Sólo me conoces desde hace unas pocas semanas. No hay necesidad de apresurarse.

Eran las palabras de un vampiro.

Vio mi desilusión y me atrajo hacia él para darme otro beso prolongado.

—Un adelanto —dijo al finalizar— de lo que vendrá. Con el tiempo.

Ya había pasado suficiente tiempo. Pero mis labios se congelaban y ardían alternativamente, haciendo que me preguntara, por un fugaz segundo, si estaba tan preparada como pensaba.

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