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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (11 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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A eso de las seis y media Bryony y yo habíamos pagado nuestra cuenta a Bill Thrush, retirado la valija del coche —que el tabernero había convenido en mantener oculto en su galpón hasta nueva orden—, y permanecíamos listos en la cocina con la puerta trasera entreabierta. A las siete menos veinte una distante bocina eléctrica rompió el cálido silencio de la tarde, y un minuto después oímos que un auto disminuía su velocidad en el cruce de los caminos. Sesenta segundos después el castigado hocico del Viejo Fiel se balanceaba confiadamente al doblar la esquina trasera de la taberna.

Cuando se hubo detenido el coche, Barbary me hizo una inclinación de cabeza y sonrió amistosamente a Bryony. Bryony le correspondió en silencio, y yo respiré aliviado, ya que el instinto me dijo que todo iría bien entre ellas. Las hijas de Eva son peces raros que establecen sus simpatías y sus desagrados por algún escondido proceso de intuición solamente comprendido por los más inteligentes psicólogos.

No perdimos tiempo en presentaciones y charla de ninguna especie. En dos simples movimientos, Barbary, sin moverse de su asiento en el volante, abrió la puerta trasera del coche para que entráramos, y levantando la valija de Bryony la puso a su lado sobre el asiento. Bryony, bien instruí da por mí, saltó y se sentó en el piso del coche. La seguí y adopté igual postura.

Estábamos endiabladamente apretujados y nuestras piernas eran un enredo sin compostura, pero el coche era espacioso, y bien que mal nos arreglamos. Bill Thrush cerró la portezuela de golpe y refunfuñó una despedida. Barbary apretó el arranque y el coche salió disparando con su acostumbrada sucesión de extenuadores brincos. Ganamos de nuevo el camino de Merrington con un par de bruscos sacudones. Todo el proceso del traslado se había hecho en menos de un minuto.

Tan pronto como tomamos el camino en línea recta mi prima volvió la cabeza y se dirigió a mí.

—Listo —informó calmosamente—. Ni un alma a la vista. ¿Qué programa tenemos, Roger?

—Uno muy simple, pero necesito que se siga estrictamente al pie de la letra —contesté levantándome cuidadosamente para poner mi cabeza al nivel de la suya—. Da marcha atrás y sigue directamente a Merrington, pero en vez de tomar a lo largo de High Street hasta que lleguemos a
Monastery Lane
, da la vuelta antes, esto es, en
Hill Barn Lane
, y sigue hasta la iglesia de la Parroquia. Allí vuelve a la derecha
Abbots Walk
, abajo, y déjanos precisamente a la vuelta de la segunda esquina, donde el camino sale hacia
Abbots Lodging
. ¿Entendido?

—Sí.

—Después seguirás más allá de La Parroquia, de regreso a
Monastery Lane
y derecho a
Gentlemen’s Rest
. ¡Por amor de Dios, no simules estar demasiado interesada en el paisaje! De todas maneras, manténte alerta y contacto. Sigue tranquilamente por la calzada; te detienes delante de la puerta del frente, tocas bocina y gritas: «¡Roger!» No te muestres muy sorprendida si no contestan, porque fácilmente podrían haber ido a la iglesia. Entra, sube las valijas, lávate, cámbiate de ropa o haz lo que te parezca. Podrías después preparar la mesa para cenar afuera, bajo la sequoia, para dos solamente. Después, vuelve al jardín con una poltrona, un vaso y un cigarrillo, deja todo esto y entra de nuevo. Corre rápido a la bodega y deja abierta la puerta del pasaje. Reaparece en el jardín y te sientas. Fumas tu cigarrillo, bebe, medita sobre la belleza de la tarde, echa una ojeada a los diarios del domingo, y descifra las palabras cruzadas. A las… a ver… digamos a las ocho menos diez, te levantas y como quien no hace nada, te acercas a la cocina del jardín, echando humo como una chimenea, y en apariencia como si no tuvieras otro pensamiento que las patatas y las chirivías… En el fondo del jardín hay una abertura a través de la cual podrás ver la puerta de la iglesia. Cuando empiece a salir la gente vuelve adentro, sin apresurarte. Baja directamente a la bodega otra vez y quédate junto a la puerta con la linterna hasta que lleguemos Bryony y yo.

—Pensé que harías eso —dijo mi prima—. Pero, ¿dónde estaréis mientras tanto?

—En la iglesia, naturalmente.

—¿Será sitio seguro? Yo creí que querías ocultar a Bryony.

—Claro, y precisamente por eso vamos a la iglesia. ¿Olvidaste que en ausencia de ti prometí al Padre Prior tocar el órgano?

Mi prima comprendió y asintió.

—Pues mira, lo había olvidado —dijo—. Buena idea, Roger. La galería del órgano es completamente segura si entras y sales por los claustros.

—Que es lo que haremos, como es lógico. Incidentalmente, aparte de la seguridad que da el enrejado, puede decirse que una iglesia es el lugar menos indicado para que alguien vaya a buscar a Bryony. No deseo personalizar, naturalmente, pero…

—¡Odioso! —exclamó Bryony—. Aunque no le falta razón del todo. Hace un siglo que no voy a la iglesia más que para casamientos, naturalmente, y para el funeral de la abuelita.

—Bueno, pues irá esta noche —le dije.

Me pareció que no le hacía mucha gracia.

—¿Tengo que ir? —inquirió algo caprichosa—. ¿No puedo ir directamente a casa, a su casa, quiero decir, con Barbary?

—Jovencita —la amonesté—, tenga la amabilidad de recordar que estoy dirigiendo este espectáculo y que usted prometió hacer exactamente lo que se le diga. Si
Gentlemen’s Rest
está vigilado, ¿cómo diablos va a salir del auto y entrar en la casa? No se podría hacer antes de que anocheciera. En cambio hay un camino desde la iglesia a nuestra bodega que parecería estar hecho especialmente para este asunto.

—¿Un pasaje secreto? —preguntó Bryony con interés.

—De cualquier forma es un pasaje, aunque no muy secreto por estos sitios. Pero es subterráneo y, con suerte, no lo habrán descubierto todavía los que se interesan por usted. En segundo lugar, y como usted me oyó recordar a Barbary, tengo que tocar el órgano para el servicio de la noche, y no veo por qué vaya dejar plantados a todos para que usted llegue a casa un poco antes.

Estará usted completamente segura conmigo en la iglesia. Todo lo que tiene que hacer es que no se vea su cabeza pelirroja… Esto me recuerda… ¿no tiene usted sombrero?

—Si buscas en el bolso de la derecha encontrarás mi mantilla. —Barbary intervino fríamente—. La traje en vez del sombrero para ponérmela en la iglesia esta mañana.

Tanteé en el sitio indicado y encontré el frágil pedazo de encaje negro.

—Muy bien —dije y se lo pasé a Bryony, quien lo recibió asombrada.

—¿Algo más? —inquirió mi prima—. Por lo que a mí toca todo es bien sencillo, aunque te prevengo que estoy haciendo un terrible esfuerzo para aguantar mi curiosidad, y que hasta que no se me haya dicho toda la historia, nadie va a cerrar un ojo esta noche.

26

R
EZONGUÉ
.

—Si eres lo bastante inteligente —dije—, para arrancar de esta nuestra dulce amiguita la mitad de la historia, serás bastante más inteligente que yo. En verdad te diré todo lo que sé, y sinceramente confío en que eventualmente Bryony nos dirá lo demás. Ahora tiene toda mi confianza, pero no cuento con garantía alguna de que no se esté burlando de nosotros. Lo poco que me ha dicho son reminiscencias de Farjeon con algo de Sapper y una sombra de Roger Poynings. Y es digno de notar, especialmente, que la única evidencia que ella tenía (una carta amenazadora) ha «desaparecido» en circunstancias virtualmente imposibles…

—¡Oh, Roger!… —Desde alguna parte del piso del coche una voz llorosa e increpante protesto débilmente.

No le hice caso alguno.

—Tú —continué dirigiéndome todavía a mi prima— tendrás el privilegio o el deber de dormir con Bryony en mi cama esta noche y todas las noches mientras esté con nosotros. Y de acuerdo a mis pasadas y desdichadas experiencias de dormir en la habitación contigua a la tuya, cuando duermes con alguna amiguita, estoy completamente preparado para permanecer despierto hasta el amanecer oyendo el incesante cotorreo de contenidas voces de mujeres que se cambian secretos femeninos o, mejor dicho, no femeninos. Por una vez contemplaré con tolerancia y aun con aprobación y no con mi acostumbrado fastidio esta perturbación a mi sueño ligero, pues me hará confiar en que mucho de lo que ahora es obscuro estará entonces en proceso de elucidación. En resumen, querida, cuento contigo para descubrir algunos de los obscuros y nocivos secretos que el innato sentido de modestia de nuestra joven huésped prohíbe confiar a un miembro del otro sexo.

Barbary asintió gravemente, y sentí que Bryony se retorcía conforme yo iba revolviendo el puñal en la herida.

—Bryony Hurst —proseguí diciendo, sin piedad, a mi prima— es, como te dije por teléfono, lo que nuestros padres hubieran calificado «una joven ligera». Del otro lado del Atlántico creo que sería conocida como Hot Baby, a Jane o acaso a una Moll. Fuma, bebe, blasfema, enseña las piernas y, para usar otro expresivo americanismo, «no tiene dormitorio fijo». Es precozmente ducha en las cosas de la vida, y capitaliza su conocimiento hasta el punto de conseguir autos modelo sport, yeguas irlandesas; aparatos de televisión y joyas de Cartier, de caballeritos que tienen más dinero que continencia. No creo que aceptaría dinero o cheques, ya que esto, de acuerdo con el código corriente de la pseudoética de los de su sexo, interferiría con su condición de amateur, de la cual está, indudablemente, muy orgullosa. Y hazme el favor de comprender, querida Barbary, que no digo todas estas cosas por criticar, sino simplemente para llegar a la extraordinaria conclusión de que dicha señorita, con toda su ligereza y fogosidad y calculada inmodestia, cuando llega a discutir sus dificultades con un varón realmente adulto; es esencialmente tímida. Para hacerle justicia, creo que sus dificultades son reales y posiblemente peligrosas. Naturalmente, nunca me perdonaría el no dar una mano a la hija de Lulú Hurst, cuando lo necesita, especialmente si la negativa puede tener resultados fatales. Sin embargo, al mismo tiempo, es evidentemente imposible que nadie pueda ayudarla con eficiencia si no sabe la causa exacta y la naturaleza del peligro. Y ya que, por lo visto, Bryony es demasiado tímida o demasiado vergonzosa para confiarme su revelación, cuento contigo, Barbary, para que actúes como intermediaria entre nosotros. A ti y a mí es posible que nos falte alguna experiencia práctica, posiblemente, digo, pero imagino que los dos somos lo suficiente viejos para sobrevivir a cualquier shock que pueda estarnos reservado.

—Espero que sea así —asintió mi prima lentamente. Después, disminuyendo la marcha del coche por un momento, lanzó una de sus deslumbrantes y amistosas sonrisas a la infeliz Bryony, quien, pálida y muda, estaba acurrucada a mi lado.

—No haga el más mínimo caso de lo que diga Roger —aconsejó con ligereza—. Si hay algo en el mundo que él adore es el sonido de su propia voz y especialmente cuando está en condiciones de predicar a alguien que no puede replicarle. Yo creo que es la barba quien predica, porque antes, cuando no la usaba, no acostumbraba a ser así. Pero lo esencial, Bryony, es que su exterior, aceptado como brusco, cubre un corazón del oro más puro, o por lo menos, un corazón de oro. Y si hay alguna cosa de la que puedes estar segura en este mundo, incierto y lúgubre, es la de que él nunca te abandonará.

—¡Bah! —corté en alta voz—. Termina ya, Barbary o…

—De verdad que es cierto, Bryony —insistió mi prima, sonriente.

—Ya sé que lo es —dijo la tranquila vocecita, a mi lado—. Que Dios os bendiga a los dos, queridos…

SEGUNDA PARTE
GENTLEMEN’S REST

«He observado, caballeros, que en la guerra,

por regla general, hay tres caminos abiertos al enemigo,

y él, invariablemente, toma el cuarto.»

VON MOLKE:

en una alocución al Colegio de Oficiales alemanes

1

O
STENSIBLEMENTE
, Merrington podía reclamar con justicia el ser la población más temerosa de Dios, de todo nuestro gran reino de Sussex. Con esto quiero decir que el número y variedad de los lugares de culto no está en proporción con su tamaño y población. Se admite que es un gran pueblo, que abriga a un par de miles de almas o, por lo menos, de cuerpos, y que está situada entre alrededores tan verdaderamente hermosos, que su popularidad y desarrollo en pocos años son perfectamente comprensibles.

Merrington está situado o anida, si insiste usted, en la barranca septentrional de South Downs, mirando frente al Weald. No alcanza a ver el mar, pero, como el poeta Shanks tan sutilmente lo ha dicho:

¿Para qué diablos quieres ver

el hogar de los peces bobos?

O desde el punto de vista de los naturales del lugar, es una ventaja más bien que una molestia, estar abrigado por nuestra hermosa duna, en la deprimente faja de la llanura costera que el moderno Judah insiste en considerar como un presente, equivalente a la Tierra Prometida.

Pero yo estaba hablando de asuntos espirituales. En
High Street
, de Merrington, y en sus inmediatas vecinas, hay una amplia y hermosa selección de estos templos de estaño; los cuales —paz al poeta Chesterton— son frecuentados exclusivamente por perversos almaceneros, quienes combinan la lucrativa práctica de su negocio con la profesión de una de las multiformes variedades de disidentes. La iglesia anglicana establecida por leyes la de
St. Saviour
, un edificio amplio y primoroso, cuya construcción en gran parte era ya vieja cuando el gran catastro de Inglaterra, era nuevo.

A poca distancia de la población hay una inverosímil construcción de ladrillos amarillos, donde una hermandad anglicana mezcla la vida conventual con la manutención de un hogar para incurables. La entrada al
Oddfellows may
está cubierta de avisos proclamando que los Científicos Cristianos, los Cuadrangulares Evangelistas,
Christadelphians
, Espiritualistas y aun la secta de la Condesa de Huntingdon, se reúnen allí, Dios mediante, diversas veces en una enloquecedora variedad de «Días del Señor».

Mr. Penn, nuestro tendero principal, es cuáquero, y se corren fuertes rumores que Mr. Ball, nuestro segundo mejor químico es mormón.

Si, inadvertidamente, he omitido dar honorable mención a cualquier otra secta o credo que florece o languidece en nuestra población, pido se me disculpe; prometo incluirlos en mi próximo libro. Acaso no estoy bastante fuerte en estos asuntos como debiera estado, ya que los Poynings siempre adhirieron (algunas veces precariamente, pero siempre con firmeza) a la antigua religión.

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