El caballo y su niño (4 page)

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Authors: C.S. Lewis

BOOK: El caballo y su niño
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—Yo también pienso que es muy natural —dijo la yegua.

—Quiero que te calles, Juin —ordenó la niña—. Mira el problema en que nos has metido.

—No veo cuál es el problema —dijo Shasta—. Pueden largarse cuando quieran. No las detendremos.

—No, no nos detendrán —dijo la niña.

—Qué criaturas tan peleadoras son estos humanos —dijo Bri a la yegua—. Son peores que las mulas. Tratemos de hablar razonablemente. Me imagino, señora, que tu historia es igual a la mía. ¿Capturada muy joven..., años de esclavitud entre los calormenes?

—Muy cierto, señor —repuso la yegua con un relincho melancólico.

—¿Y ahora, quizás... has escapado?

—Dile que se meta en sus cosas, Juin —ordenó la niña.

—No, no lo haré, Aravis —contestó la yegua, echando atrás sus orejas—. Esta es mi fuga tanto como tuya. Y estoy segura de que un noble caballo de guerra como éste no nos va a traicionar. Estamos tratando de huir, de llegar a Narnia.

—Y, claro está, nosotros también —dijo Bri—. Por supuesto que ustedes lo adivinaron inmediatamente. Un chiquillo harapiento montando (o tratando de montar) un caballo de guerra a altas horas de la noche no puede significar otra cosa que algún tipo de fuga. Y, si me permites decirlo, una aristocrática Tarkeena cabalgando sola de noche, vestida con la armadura de su hermano, y muy ansiosa de que nadie se inmiscuya en sus asuntos y no le hagan preguntas, bueno, ¡si eso no huele raro, yo soy un jamelgo!

—Está bien entonces —dijo Aravis—. Lo han adivinado. Juin y yo nos hemos escapado. Estamos tratando de llegar a Narnia. ¿Y qué?

—Pues, en ese caso, ¿qué nos impide viajar juntos? —dijo Bri—. Confío, señora Juin, en que aceptarás toda la ayuda y protección que yo sea capaz de brindarte en el viaje.

—¿Por qué sigues hablándole a mi caballo en vez de a mí? —preguntó la niña.

—Discúlpame, Tarkeena —dijo Bri, inclinando muy levemente sus orejas hacia atrás, pero así hablan los calormenes. Nosotros somos narnianos libres, Juin y yo, y supongo que si estás huyendo a Narnia es porque tú quieres serlo también. En ese caso Juin ya no es más
tu
caballo. Uno igualmente podría decir que tú eres
su
humana.

La niña abrió la boca para responder y luego se contuvo. Era evidente que hasta ahora no lo había considerado desde ese punto de vista.

—Sin embargo —dijo después de un momento de pausa—, no veo que valga la pena que vayamos juntos. ¿No será más fácil que se fijen en nosotros?

—Menos —opinó Bri; y la yegua agregó:

—Oh, por favor, vamos juntos. Me sentiría mucho más cómoda. Ni siquiera estamos seguras de conocer el camino. Estoy cierta de que un gran corcel como éste sabe mucho más que nosotras.

—Vámonos, Bri —intervino Shasta—, y dejémoslas seguir su camino. ¿No ves que no nos necesitan?

—Sí los necesitamos —dijo Juin.

—Mira —dijo la niña—. No me importa ir contigo, señor Caballo de Guerra, pero ¿y este niño? ¿Cómo sé yo que no es un espía?

—¿Por qué no dices de inmediato que piensas que no valgo nada para ti? —preguntó Shasta.

—Cálmate, Shasta —dijo Bri—. La pregunta de la Tarkeena es bastante razonable. Yo respondo por el niño, Tarkeena. Ha sido leal conmigo y un buen amigo. Y no hay duda de que es originario de Narnia o de Archenland.

—Está bien, entonces. Iremos juntos —pero no le dijo nada a Shasta y era obvio que apreciaba a Bri, pero no a él.

—¡Espléndido! —exclamó Bri—. Y ahora que hemos puesto el mar entre nosotros y aquellos terroríficos animales, ¿qué les parece si los dos humanos nos sacan las monturas y todos nos tomamos un descanso y escuchamos nuestras respectivas historias?

Los dos niños desensillaron sus caballos y los caballos comieron un poco de pasto y Aravis sacó de sus alforjas cosas exquisitas para comer. Pero Shasta estaba de mal humor y dijo “no, gracias” y que no tenía hambre. Y trató de adoptar lo que imaginaba que eran modales distinguidos y ceremoniosos, pero como la choza de un pescador no es, por lo general, el lugar más apropiado para aprender modales elegantes, el resultado fue atroz. Y él se dio cuenta a medias de que no tenía mucho éxito y se puso más malhumorado y torpe que nunca. Entretanto, los dos caballos se entendían espléndidamente. Recordaban los mismos lugares en Narnia, “las praderas allá en el Dique de los Castores”, y descubrieron que eran algo así como primos segundos de la misma familia. Esto hizo las cosas mucho más incómodas para los humanos hasta que al fin Bri dijo:

—Y ahora, Tarkeena, cuéntanos tu historia. Y no te apresures, me siento muy bien ahora.

Aravis empezó de inmediato, sentándose muy quieta y utilizando un tono y un estilo muy diferentes a los suyos propios. Pues en Calormen, el arte de contar historias, sean historias verdaderas o ficticias, es algo que te enseñan, igual que los niños y niñas ingleses aprenden a escribir ensayos. La diferencia está en que la gente quiere escuchar las historias, en cambio nunca oí de nadie que quisiera leer ensayos.

A las puertas de Tashbaan

—Mi nombre —dijo la niña en seguida— es Aravis Tarkeena y soy la única hija de Kidrash Tarkaan, hijo de Rishti Tarkaan, hijo de Kidrash Tarkaan, hijo de Ilsombreh Tisroc, hijo de Ardib Tisroc, quien desciende en línea recta del dios Tash. Mi padre es el señor de la provincia de Calavar y es uno de los que tienen derecho a permanecer de pie y con los zapatos puestos ante el propio Tisroc (que viva para siempre). Mi madre (que la paz de los dioses sea con ella) murió y mi padre se casó con otra esposa. Uno de mis hermanos cayó en la batalla contra los rebeldes en el lejano oeste y el otro es sólo un niño. Y ahora ha sucedido que la esposa de mi padre, mi madrastra, me odia y el sol se oscurece a sus ojos mientras yo viva en casa de mi padre. Y entonces, ha persuadido a mi padre a que me prometa en matrimonio a Ahoshta Tarkaan. Y bien, este Ahoshta es de origen bajo, a pesar de que en estos últimos años ha ganado el favor del Tisroc (que viva para siempre) por adulación y malos consejos, y lo han hecho Tarkaan y señor de muchas ciudades y es probable que lo elijan Gran Visir cuando el actual Gran Visir muera. Además, tiene por lo menos sesenta años y una joroba en la espalda y una cara parecida a la de un mono. No obstante mi padre, por el poder y riqueza de este Ahoshta y persuadido por su mujer, ha enviado mensajeros ofreciéndome en matrimonio, y la oferta ha sido favorablemente aceptada y Ahoshta mandó decir que se casará conmigo este año en la época de pleno verano.

“Cuando me trajeron estas noticias, el cielo se oscureció ante mis ojos y me eché en mi cama y lloré todo un día. Pero al segundo día me levanté y me lavé la cara e hice que ensillaran a mi yegua Juin y tomé un afilado puñal que mi hermano había llevado en las guerras de occidente y me fui a caballo sola. Y cuando la casa de mi padre desapareció de mi vista y hube llegado a un verde y abierto espacio en cierto bosque donde no hay viviendas de hombres, desmonté de mi yegua Juin y saqué el puñal. Luego abrí la ropa en el sitio donde pensé que estaba el camino más corto que lleva a mi corazón y recé a todos los dioses que en cuanto muriera pudiese encontrarme con mi hermano. Después de eso, cerré los ojos y apreté los dientes y me preparé para hundir el puñal en mi corazón, pero antes de que así hiciese, esta yegua me habló con la voz de las hijas de los hombres y me dijo: “Oh mi ama, por ningún motivo te destruyas a ti misma, pues si vives, es posible que tengas buena suerte, mas los muertos están todos igualmente muertos”.

—No lo dije ni la mitad de lo bien que lo dices tú —murmuró la yegua.

—Silencio, señora, silencio —dijo Bri, que disfrutaba la historia a más no poder—. Está contándolo a la manera grandiosa de Calormen y ningún narrador de historias de la corte del Tisroc podría hacerlo mejor. Te ruego que continúes, Tarkeena.

—Cuando escuché el lenguaje de los hombres en labios de mi yegua —prosiguió Aravis—, me dije: “El miedo a la muerte ha trastornado mi razón y me induce a engaño”. Y me llené de vergüenza pues nadie de mi linaje debe temer a la muerte más que a la picada de un mosquito. Por lo tanto, ensayé por segunda vez la puñalada, pero Juin se acercó a mí y puso su cabeza entre el puñal y yo y disertó con las más excelentes razones y me reprendió como una madre reprende a su hija. Y mi asombro era tan grande que me olvidé del suicidio y de Ahoshta y dije: “Oh yegua mía, ¿cómo has aprendido a hablar como una de las hijas del hombre?” Y Juin me relató lo que ya ustedes saben, que en Narnia hay bestias que hablan, y cómo a ella la robaron de allí cuando era una potranquita. También me contó de los bosques y aguas de Narnia y los castillos y los grandes barcos, hasta que dije: “En el nombre de Tash y Azaroth y Zardeenah, Dama de la Noche, tengo un gran deseo de ir a ese país de Narnia”. “Oh mi ama, respondió la yegua, si estuvieras en Narnia serías feliz, pues en esa tierra las señoritas no son forzadas a casarse contra su voluntad”.

“Y luego de haber conversado largo rato, la esperanza volvió a mí y me alegré de no haberme suicidado. Por otra parte, habíamos convenido con Juin en que nos marcharíamos juntas sigilosamente y lo planeamos de esta manera. Regresamos a la mansión de mi padre y me vestí con mis ropajes más vistosos y canté y bailé ante mi padre y fingí estar encantada con el matrimonio que él había preparado para mí. Además, le dije: “Oh padre mío y oh la delicia de mis ojos, dame tu autorización y tu permiso para ir con sólo una de mis criadas por tres días al bosque para ofrecer los secretos sacrificios a Zardeenah, Dama de la Noche y de las Doncellas, como es lo correcto y acostumbrado que hagan las damiselas cuando deben despedirse del servicio de Zardeenah y prepararse para el matrimonio”. Y él respondió: “Oh hija mía y oh delicia de mis ojos, así será”.

“Pero cuando estuve fuera de la presencia de mi padre me fui de inmediato donde el más anciano de sus esclavos, su secretario, que me tuvo en sus rodillas cuando yo era pequeña y me amaba más que al aire y que a la luz. Y lo hice jurar que guardaría el secreto y le pedí que escribiera cierta carta para mí. Y él lloró y me imploró que cambiara mi resolución, pero al final dijo: “Escuchar es obedecer”, e hizo mi voluntad. Y yo sellé la carta y la escondí en mi pecho.

—Pero ¿que decía la carta? —preguntó Shasta.

—Silencio, jovencito —dijo Bri—. Estás echando a perder la historia. Ella nos hablará de la carta en el momento adecuado. Continúa, Tarkeena.

—Entonces llamé a la sirvienta que debía ir conmigo a los bosques a realizar los ritos de Zardeenah y le dije que me despertara muy temprano en la mañana. Y me reí mucho con ella y le di vino a beber; pero como yo había mezclado ciertas cosas en su copa, sabía que ella iba a dormir una noche y un día. En cuanto la familia de mi padre se entregó al sueño, yo me levanté y me puse una armadura de mi hermano que siempre guardo en mi aposento en recuerdo suyo. Puse en mi faja todo el dinero que tenía y mis joyas predilectas y me aprovisioné también de comida, y ensillé la yegua con mis propias manos y partí en la segunda vigilia de la noche. Encaminé mi rumbo no a los bosques, donde mi padre suponía que iría, sino al norte y al este, hacia Tashbaan.

“Yo ya sabía que durante tres días mi padre no me buscaría, engañado por las palabras que le había dicho. Y al cuarto día llegamos a la ciudad de Azim Balda. Y bien, Azim Balda se encuentra en el cruce de varios caminos y, desde allí, los correos del Tisroc (que viva para siempre) cabalgan en veloces caballos a todos los confines del imperio; y es uno de los derechos y privilegios de los más importantes Tarkaanes enviar mensajes con ellos. Por tanto, fui donde el Jefe de los Mensajeros de la Casa Imperial de Correos de Azim Balda y dije: “Oh despachador de mensajes, aquí hay una carta de mi tío Ahoshta Tarkaan para Kidrash Tarkaan, señor de Calavar. Toma estos cinco crecientes y haz que le sea enviada”. Y el Jefe de los Mensajeros dijo: “Escuchar es obedecer”. Esa carta aparentaba haber sido escrita por Ahoshta y éste era el significado de lo escrito: “Ahoshta Tarkaan a Kidrash Tarkaan, saludos y paz. En el nombre de Tash el irresistible, el inexorable. Has de saber que cuando viajaba hacia tu casa para cumplir el contrato de matrimonio entre yo y tu hija Aravis Tarkeena, plugo a la fortuna y a los dioses que tropezara con ella en el bosque donde acababa de hacer los ritos y sacrificios de Zardeenah siguiendo las costumbres de las doncellas. Y cuando supe quién era, y encantado con su belleza y discreción, me inflamé de amor y me pareció que el sol se oscurecería para mí si no me casaba con ella en ese mismo instante. Así, pues, preparé los sacrificios necesarios y desposé a tu hija en el momento mismo en que la conocí y he retornado con ella a mi propia casa. Y ambos te rogamos y te exhortamos a que vengas acá con toda prontitud, a fin de que podamos deleitarnos con tu rostro y tus palabras; y puedes también traer la dote de mi esposa, la que, por causa de mis altas responsabilidades y gastos, requiero sin tardanza. Y porque vos y yo somos hermanos, estoy cierto de que no os encolerizaréis por la precipitación de este casamiento que ha sido enteramente ocasionada por el gran amor que siento por tu hija. Y a vos os confío al cuidado de todos los dioses”.

“Una vez hecho esto, me fui a toda prisa de Azim Balda, sin temer persecución y esperando que mi padre, después de recibir una carta así, enviaría un mensaje a Ahoshta o iría a verlo en persona, y que antes de que se descubriera el asunto yo estaría más allá de Tashbaan. Y esa es la esencia de mi historia hasta esta noche cuando fui perseguida por los leones y me encontré con ustedes nadando en el agua salada.

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