El Bastón Rúnico (49 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El Bastón Rúnico
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Mientras empujaba a Tozer con su propia espada a lo largo de los caminos de las marismas hacia el castillo de Brass, Hawkmoon se extrañó ante esta aparente paradoja. ¿Mentía aquel hombre? En tal caso, ¿por qué afirmaba ser precisamente un eminente dramaturgo?

Tozer caminaba delante de él, aparentemente imperturbable ante este cambio de fortuna, silbando una alegre melodía.

—Un momento —dijo Hawkmoon, deteniéndose y sujetando las riendas deí caballo que le seguía, Tozer se volvió. Seguía llevando puesta la máscara. Hawkmoon había quedado tan asombrado al escuchar el nombre que se había olvidado de ordenarle que se la quitara del rostro.

—Bien —dijo Tozer mirando a su alrededor—. Es un paisaje encantador…, aunque yo diría que no parece haber mucha gente por aquí.

—En efecto —replicó Hawkmoon, perplejo—. Sí… —Hizo un gesto hacia el caballo y añadió —: Creo que será mejor que montemos a caballo. Iréis en la silla conmigo, maestro Tozer.

Tozer montó en el caballo y Hawkmoon hizo lo mismo, situándose detrás de él. Tomó las riendas y espoleó al animal poniéndolo al trote.

Cabalgaron de este modo hasta que llegaron a las puertas de la ciudad, que cruzaron, recorriendo lentamente las tortuosas calles, y tomando el escarpado camino que subía por la colina hacia el castillo de Brass.

Una vez que llegaron al patio de armas, ambos desmontaron y Hawkmoon le entregó las riendas del caballo a un sirviente y le indicó a Tozer la puerta que daba al vestíbulo principal del castillo.

—Por aquí, si sois tan amable.

Tozer se encogió ligeramente de hombros, cruzó la puerta de entrada y se inclinó ante los dos hombres que estaban de pie frente al gran fuego de la chimenea del salón.

Hawkmoon les saludó con un gesto.

—Buenos días sir Bowgentle…, D'Averc. He traído a un prisionero…

—Ya lo veo —dijo D'Averc con los elegantes rasgos de su rostro resplandecientes por el interés —. ¿Vuelven a estar los guerreros de Granbretan ante nuestras puertas?

—Por lo que he podido ver, él es el único —contestó Hawkmoon—. Afirma ser Elvereza Tozer… —¿De veras? —Los ascéticos y serenos ojos de Bowgentle se iluminaron con una expresión de curiosidad—. ¿El autor de Chirshil y Adulfo? Resulta algo difícil de creer.

La delgada mano de Tozer se elevó hasta la máscara que llevaba puesta y desprendió las correas que la sujetaban.

—Os conozco, sir —dijo —. Nos encontramos hace diez años, cuando acudí a Málaga para representar una de mis obras.

—Lo recuerdo. Discutimos sobre unos poemas que habíais publicado recientemente y que yo admiraba —admitió Bovvgentle sacudiendo la cabeza—. Sois Elvereza Tozer, pero… —El extraño terminó de quitarse la máscara poniendo al descubierto un rostro demacrado y anguloso, con una diminuta barba que era incapaz de ocultar la barbilla hundida y que se veía dominada por una nariz larga y fina—. ¿Acaso sois un refugiado que trata de escapar de sus propios compatriotas?

—Ah —exclamó Tozer suspirando, dirigiendo a Bowgentle una mirada calculadora—.

Quizá. ¿No tendríais una copa de vino, sir? Me temo que mi encuentro militar con vuestro amigo me ha dejado bastante sediento. —¿Qué? —preguntó D'Averc—. ¿Es que habéis luchado?

—A muerte —contestó Hawkmoon burlonamente —. Tuve la sensación de que el maestro Tozer no había venido a Camarga para cumplir con una misión de buena voluntad. Lo descubrí ocultándose entre los juncos situados hacia el sur. Creo que ha venido aquí para espiar—. ¿Y por qué razón desearía espiaros Elvereza Tozer, el mayor dramaturgo del mundo? —preguntó Tozer con un tono desdeñoso en el que, sin embargo, se notaba la ausencia de convicción.

Bowgentle se mordió un labio y tiró de un cordón para llamar a un sirviente.

—Eso sois vos quien debe decirlo, sir —observó Huillam d'Averc con cierto regocijo.

Tosió ostentosamente y añadió —: Disculpadme…, creo que sólo es un ligero resfriado. El castillo está lleno de corrientes de aire…

—Pues yo desearía lo mismo para mí —dijo Tozer—, si es que se pudiera encontrar una corriente. —Les miró, expectante —. Una corriente capaz de hacernos olvidar el desplazamiento, si es que me entendéis. Una corriente…

—Sí, sí —se apresuró a decir Bowgentle volviéndose después hacia el sirviente que acababa de llegar—. Una jarra de vino para nuestro invitado —le ordenó—. ¿Queréis comer algo, maestro Tozer?

—«Me comería el pan de Babel y la carne de Marakhan…» —contestó Tozer con aire soñador —. «Pues tales frutos con que se alimentan los tontos no son más que…»

—A estas horas podemos ofreceros algo de queso —le interrumpió D'Averc con acento sardónico.

—Annala, acto VI, escena V —dijo Tozer—. ¿Recordáis la escena?

—La recuerdo —asintió D'Averc—. Siempre me pareció que esa parte era algo más débil que el resto de la obra.

—Más sutil —replicó Tozer airadamente —. En todo caso, más sutil.

El criado regresó con el vino y el propio Tozer se sirvió, vertiendo una generosa ración en la copa.

—Las preocupaciones de la literatura no siempre son evidentes para la gente común —dijo Tozer—. Dentro de diez años el público verá el último acto de Annala no como lo han visto algunos críticos estúpidos, que lo consideran escrito apresuradamente y con una pobre concepción de ideas, sino como una estructura compleja, como es en realidad…

—Yo me considero un escritor —dijo Bowgentle —, a pesar de lo cual no logro ver tales sutilidades en vuestra obra… Quizá podáis explicaros.

—En algún otro momento —replicó Tozer con un despreocupado gesto de la mano.

Se bebió el vino y se sirvió otra copa llena.

—Mientras tanto —intervino Hawkmoon con firmeza—, quizá podáis explicarnos vuestra presencia en Camarga. Después de todo, creíamos que nos hallábamos en un lugar imposible de violar y, sin embargo, ahora…

—Seguís estando en un lugar inviolable, no temáis —le interrumpió Tozer—, a excepción de yo mismo, claro está. Me he impulsado hasta aquí gracias al poder de mi cerebro. —¿Al poder de vuestro cerebro? —repitió D'Averc frotándose la barbilla con un gesto de escepticismo—. ¿Cómo es eso?

—Gracias a una antigua disciplina que me enseñó un maestro filósofo que habita en los valles ocultos de Yel… —contestó Tozer, volviendo a beber más vino.

—Yel, es esa provincia sudoccidental de Granbretan, ¿no es así? —preguntó Bowgentle.

—En efecto. Se trata de un territorio remoto y apenas habitado por unos pocos bárbaros de color oscuro, que viven en las cuevas. Después de que mi obra Chirshil y Adulfo produjera un gran disgusto entre ciertos elementos de la corte, me pareció prudente alejarme de allí durante un tiempo, permitiendo que mis enemigos se hicieran cargo de todos los bienes, dinero y amantes que dejé atrás. ¿Qué sé yo de la política interna de la corte? ¿Cómo iba a saber que ciertas partes de esa obra parecían reflejar las intrigas de la corte en ese momento? —¿De modo que habéis caído en desgracia? —preguntó Hawkmoon mirando atentamente a Tozer.

Aquella historia podía formar parte del intento del hombre por engañarles a todos.

—Más que eso… He estado a punto de perder la vida. Pero, por otro lado, la existencia rural también estuvo a punto de acabar conmigo… —¿Conocisteis a ese filósofo que os enseñó a viajar a través de las dimensiones? ¿Queréis decir que habéis venido aquí en busca de refugio? —preguntó Hawkmoon, estudiando el rostro de Tozer para ver cuál era su reacción ante estas preguntas.

—No…, ¡ah, sí! —contestó el dramaturgo—. Es una forma de decirlo, ya que, en realidad, no sabía adonde llegaría…

—Creo que fuisteis enviado aquí por el rey–emperador para destruirnos —dijo Hawkmoon—. Creo, maestro Tozer, que nos estáis mintiendo. —¿Mintiendo? ¿Qué es una mentira? ¿Qué es ía verdad?

Tozer miró a Hawkmoon, sonriéndole glacialmente y después levantó la copa hacia él, bebiendo a su salud.

—La verdad es un nudo corredizo alrededor de vuestro cuello —replicó Hawkmoon con naturalidad—. Creo que deberíamos colgaros ahora mismo. —Se señaló la apagada Joya Negra que llevaba incrustada en la frente—. Poseo cierta familiaridad con los trucos empleados por el Imperio Oscuro. He sido su víctima en demasiadas ocasiones como para arriesgarme a ser engañado de nuevo. —Miró a los demás y añadió—: Creo que deberíamos colgarlo ahora mismo.

—Pero ¿cómo podremos saber si es el único que ha llegado hasta nosotros? —preguntó D'Averc con calma—. No debemos precipitarnos, Hawkmoon.

—Soy el único, ¡os lo juro! —dijo Tozer algo nervioso—. Admito, buen señor, que se me ha encargado llegar hasta aquí. O lo hacía así o perdía mi vida en las catacumbasprisión del gran palacio. Una vez que conocí el secreto de aquel anciano, regresé a Londra pensando que mis conocimientos me permitirían establecer un trato con aquellos personajes de la corte a los que había disgustado. Sólo pretendía recuperar mi antigua posición y saber que disponía de un público para el que poder seguir escribiendo. Sin embargo, cuando les hablé de la disciplina que acababa de aprender, amenazaron inmediatamente mi vida, a menos que aceptara venir hasta aquí y destruir aquello que os permitió penetrar en esta dimensión… De modo que vine, y debo admitir que lo hice contento por haber podido escapar de ellos. No sentía ningún deseo especial de arriesgar mi piel ofendiendo a vuestro pueblo, pero… —¿Acaso no se aseguraron de alguna forma de que cumpliríais la tarea para la que os habían enviado? —preguntó Hawkmoon—. Eso me parece muy extraño.

—En honor a la verdad —dijo Tozer bajando la mirada—, creo que ninguno de ellos creyó del todo en mi poder. Creo que sólo intentaban comprobar si, efectivamente, lo tenía. Yo me mostré de acuerdo en venir, y partí inmediatamente. Creo que eso debió de haberles dejado bastante perplejos.

—No es propio que los señores del Imperio Oscuro pasen esas cosas por alto —murmuró D'Averc, frunciendo el ceño de su rostro aquilino—. Sin embargo, si no os habéis ganado nuestra confianza, no hay razón alguna para que hayáis obtenido la de ellos. A pesar de todo, no estoy convencido del todo de que estéis diciendo la verdad. —¿Les habéis hablado de ese anciano? —preguntó Bowgentle—. ¡Eso quiere decir que podrán aprender también su secreto!

—No del todo —dijo Tozer con una sonrisa maliciosa —. Les dije que yo mismo había descubierto el secreto durante los meses de soledad quépase.

—No es nada extraño que no os tomaran muy en serio —comentó D'Averc sonriendo.

Tozer pareció sentirse molesto por aquel comentario y tomó otro trago de vino.

—Me resulta difícil creer que habéis sido capaz de viajar hasta aquí ejerciendo simplemente vuestra voluntad —admitió Bowgentle —. ¿Estáis seguro de no haber empleado otros medios…?

—Ningún otro.

—Esto no me gusta nada —intervino Hawkmoon con brusquedad —. Aun cuando nos esté diciendo la verdad, a estas alturas los señores de Granbretan se preguntarán dónde habrá descubierto su poder, seguirán todos los movimientos que hizo y estoy casi seguro de que terminarán por descubrir al anciano…, y entonces dispondrán de los medios necesarios para pasar hasta aquí con toda su fuerza, y nosotros estaremos perdidos.

—De hecho, estamos en tiempos difíciles —dijo Tozer volviendo a llenar su copa —. ¿Recordáis El rey Staleen, acto IV, escena II… «Días salvajes, jinetes salvajes, y e! olor de la guerra recorriendo el mundo.»? ¡Aja! Fui un visionario sin saberlo.

Evidentemente, Tozer estaba ya bastante borracho.

Hawkmoon observó duramente al beodo de mandíbula hundida. Aún le parecía casi imposible de creer que aquel hombre fuera el gran dramaturgo Tozer.

—Por lo que veo, os extraña mi pobreza —dijo Tozer hablando con una lengua que se le trababa—. Eso es el resultado de haber incluido un par de líneas en Chirshil y Adulfo, tal y como os he dicho. ¡Oh, qué cruel es el destino! Sólo un par de líneas, escritas con la mejor buena fe, y aquí me encuentro hoy…, viéndome amenazado por un nudo corredizo alrededor del cuello. Sin duda alguna recordaréis la escena y las palabras… «Tanto la corte como el rey están corrompidos»…, acto I, escena I. Piedad, señores, no colgarme. ¡Oh!, un gran artista destruido por su propio y poderoso genio.

—Ese anciano del que hablabais —dijo Bowgentle—, ¿qué aspecto tenía? ¿Dónde vivía exactamente?

—El anciano… —Tozer volvió a pasar más vino por el gaznate —. El anciano me recordaba a loni en mi Comedia de acero. Acto II, escena VI… —¿Cómo era? —preguntó Hawkmoon con impaciencia.

—«Devorado por la máquina, entregó todas sus horas al insidioso circuito, y se hizo viejo, sin que nadie se diera cuenta, dedicado al servicio de sus máquinas.» Era un anciano que sólo vivía para su ciencia. Él hizo los anillos…

Tozer se llevó una mano a la boca. —¿Qué anillos? ¿De qué anillos habláis? —preguntó rápidamente D'Averc.

—Creo que debéis disculparme —dijo Tozer, tratando de recuperar una parodia de dignidad—. Ese vino ha demostrado ser demasiado rico para mi estómago vacío. Os ruego piedad, señores…

El rostro de Tozer había adquirido una coloración verdosa.

—Muy bien —dijo Bowgentle con gesto de fatiga—. Os lo mostraré.

—Antes de que se marche —dijo una nueva voz procedente de la cercana puerta—, preguntadle por el anillo que lleva en el dedo corazón de la mano izquierda.

El tono de aquella voz llegó hasta ellos algo apagada y sardónica. Hawkmoon la reconoció de inmediato y se volvió hacia la puerta. Tozer abrió la boca y se llevó una mano hacia el anillo. —¿Qué sabéis vos de todo esto? —preguntó —. ¿Quién sois?

—El duque Dorian me llama el Guerrero de Negro y Oro —dijo la figura, haciendo un gesto hacia Hawkmoon.

Más alto que ninguno de ellos, cubierto por completo por la armadura y el casco de colores negro y oro, el misterioso guerrero levantó un brazo y señaló a Tozer con un dedo recubierto de metal.

—Entregadle ese anillo.

—Sólo es un anillo de bisutería que no tiene ningún valor…

—Él ha dicho algo sobre anillos —observó D'Averc—. ¿Es ese anillo, entonces, lo que os traído hasta aquí?

Tozer seguía dudando, con una expresión de estupidez en el rostro a causa de la bebida, mezclada con un reflejo de la ansiedad que sentía.

—He dicho que sólo es bisutería sin valor alguno… —¡Por el Bastón Rúnico, os lo ordeno! rugió el guerrero con un terrible tono de voz.

Elvereza Tozer se sacó el anillo con un ligero movimiento nervioso e hizo ademán de arrojarlo sobre las losas de piedra del suelo. D'Averc lo detuvo, tomó el anillo entre sus manos y lo inspeccionó.

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