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Authors: Apuleyo

El asno de oro (31 page)

BOOK: El asno de oro
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Habiendo hecho mis rogativas y compuesto mis lloros, tornó otra vez el sueño a oprimir mi corazón soñoliento, en aquel mismo lugar donde me había echado, y no había casi cerrado bien los ojos, he aquí aquella divina cara alzando su gesto honrado, salió de medio de la mar, y en saliendo, poco a poco su luciente figura, ya que toda estaba fuera del agua, pareció que se puso delante mí: de la cual su maravillosa imagen yo me esforzaré de contar, si el defecto de la habla humana me diere para ello facultad o si su divinidad me administrare abundantemente copia de facundia para poderlo decir. Primeramente ella tenía los cabellos muy largos, derramados por el divino cuello y que le cubrían las espaldas; tenía en su cabeza una corona adornada de diversas flores, en medio de la cual estaba una redondez llana a manera de espejo, que resplandecía la lumbre de él para demostración de la Luna de la una parte, y de la otra había muchos surcos de arados torcidos como culebras y con muchas espigas de trigo por allí nacidas; traía una vestidura de lino, tejida de muy muchos colores: ahora era blanca y muy luciente, ahora amarilla como flor de azafrán, ahora inflamada con un color rosado, que, aunque estaba yo lejos, me quitaba la vista de los ojos; traía encima otra ropa negra, que resplandecía la obscuridad de ella, la cual traía cubierta y echada por debajo del brazo diestro, al hombro izquierdo, como un escudo pendiendo con muchos pliegues y dobleces.

Era esta ropa bordada alrededor con sus trenzas de oro, y sembrada toda de unas estrellas muy resplandecientes, en medio de las cuales la Luna de quince días lanzaba de sí rayos inflamados; y como quiera que esta ropa la cercaba pendiendo de toda parte y tenía la corona ligada con ella, adornada de muchas flores, manzanas y otras frutas, pero en la mano tenía otra cosa muy diversa de lo que habemos dicho; porque ella tenía en la mano derecha un pandero con sonajas de alambre, atravesadas por medio con sus vírgulas, y con un palillo dábale muchos golpes, que lo hacía sonar muy sabrosamente; en la mano izquierda traía un jarro de oro, y del asa del jarro, que era muy linda, salía una serpiente, que se llamaba Aspis, alzando la cabeza y con el cuello muy alto; en los pies divinos traía unos alpargates, hechos de hojas de palma. Tal y tan grande me apareció aquella diosa, echando de sí un olor divino, como los olores que se crían en Arabia, y tuvo por bien de hablarme en esta manera:

—Heme aquí do vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio!; sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única gola de todos los dioses y diosas del cielo, que dispenso con mi poder y mando las alturas resplandecientes del cielo, y las aguas saludables de la mar, y los secretos lloros del infierno. A mí sola y una diosa honra y sacrifica todo el mundo, en muchas maneras de nombres.

De aquí, los troyanos, que fueron los primeros que nacieron en el mundo, me llaman Pesinuntica, madre de los dioses. De aquí asimismo los atenienses, naturales y allí nacidos, me llaman Minerva cecrópea, y también los de Chipre, que moran cerca de la mar, me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios de Creta, Diana. Los sicilianos de tres lenguas me llaman Proserpina. Los eleusinos, la diosa Ceres antigua. Otros me llaman Juno, otros Bellona, otros Hecates, otros Ranusia. Los etíopes, ilustrados de los hirvientes rayos del sol, cuando nace, y los arrios y egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, cuando me honran y sacrifican con mis propios ritos y ceremonias, me llaman mi verdadero nombre, que es la reina Isis. Habiendo merced de tu desastrado caso y desdicha, vengo en persona a favorecerte y ayudarte; por eso deja ya estos lloros y lamentaciones; aparta de ti toda tristeza y fatiga, que ya por mi providencia es llegado el día saludable para ti. Así que, con mucha solicitud y diligencia, entiende y cumple lo que te mandare. El día de mañana, que nacerá de esta noche, nombro la religión de los hombres y lo festivo y dedico para siempre en mi nombre, porque apaciguadas las tempestades del invierno y amansadas las ondas y tormenta de la mar, estando ya manso para navegar, los sacerdotes de un templo me sacrificaban una barca nueva, en señal y primicia de su navegación. Esta mi fiesta y sacrificio no la debes de esperar con pensamiento profano y solícito, porque por mi aviso y mandado el sacerdote que fuere en esta procesión y pompa llevará en la mano derecha, colgando del instrumento, una guirnalda de rosas; así que tú, sin empacho ni tardanza, alegre, apartando la gente, llégate a la procesión confiando en mi voluntad, y blandamente, como que quieres llegar a besar la mano al sacerdote, morderás en aquellas rosas, las cuales, comidas luego, yo te desnudaré del cuero de esta pésima y detestable bestia, en que ha tantos días que andas metido; y no temas cosa alguna de lo que te digo, diciendo que es cosa ardua y difícil, porque en este mismo monte que estoy aquí y me ves presente, apercibo asimismo y mando en sueños al sacerdote lo que ha de hacer en prosecución de lo que te digo, y por mi mandado el pueblo, aunque esté muy apretado, se apartará y te dará lugar; y ninguno, aunque esté entre las alegres ceremonias y fiestas, se espantará en ver esta cara diforme que traes, ni tampoco acusará maliciosamente ni interpretará en mala parte que tu figura súbitamente sea tornada en hombre. De una cosa te acordarás y tendrás siempre escondida en lo íntimo de tu corazón: que todo el tiempo de tu vida que de aquí adelante vivieres, hasta el último término de ella, todo aquello que vives, lo debes, con mucha razón, a aquella por cuyo beneficio tornas a estar entre los hombres. Tú vivirás bienaventurado y vivirás glorioso, sin amparo y tutela, y cuando vivieres, acabado el espacio de tu vida, y entrares en el infierno, allí en aquel soterraño medio redondo, me verás que alumbro a las tinieblas del río Aqueronte y que reino en los palacios secretos del infierno; y tú, que estarás y morirás en los Campos Elíseos, muchas veces me adorarás como a tu abogada propia.

Además de esto, sepas que si con servicios continuos, actos religiosos y perpetua castidad, merecieres mi gracia, yo te podré alargar, y a mí solamente conviene prolongarte la vida, allende el tiempo constituido a tu hado.

En esta manera acabada la habla de esta venerable visión, desapareció delante de mis ojos, tornándose en sí misma.

Capítulo II

En el cual se describe, con muy grande elocuencia, una solemne procesión que los sacerdotes hicieron a la Luna, en la cual procesión el asno apañó las rosas de las manos del gran sacerdote, y comidas, se volvió hombre.

No tardó mucho que yo, despierto de aquel sueño, me levanté con un pavor y gozo, y asimismo mezclado de un gran sudor, maravillándome mucho de tan clara presencia de esta diosa poderosa, y rociándome con el agua de la mar, estando muy atento a sus grandes mandamientos, recolegía entre mí la orden de su monición. En esto no tardó mucho que el Sol dorado salió, apartando las tinieblas de la noche obscura, y llegándome a la ciudad, yo vi que la gente y pueblo de ella henchían todas las plazas en hábito religioso y triunfante, con tanta alegría, que además del placer que yo tenía, me parecía que todas las cosas se alargaban en tal manera, que hasta los bueyes y brutos animales y todas las cosas y aun el mismo día, sentía yo que con alegres gestos se gozaban, porque el día sereno y apacible había seguido a la pluvia que otro día antes había hecho. En tal manera, que los pajaritos y avecillas, alegrándose del vapor del verano, sonaban cantos muy dulces y suaves, halagando blandamente a la madre de las estrellas, principio de los tiempos, señora de todo el mundo. ¿Qué puedo decir sino que los árboles, así los que dan fruto como los que se contentan con solamente su sombra, meneando y alzando las ramas, con el viento austro, se reían y alegraban con el nuevo nacimiento de sus hojas y con el manso movimiento de sus ramos chiflaban y hacían un dulce estrépito? El mar, amansado de la tormenta y tempestad, y depuesto el rumor e hinchazón de las ondas, estaba templado y con muy grandísimo reposo. El cielo, habiendo lanzado de sí las obscuras nubes, relumbraba con la severidad y resplandor de su propia lumbre. He aquí dónde vienen delante de la procesión, poco a poco, muchas maneras de juegos muy hermosamente adornados, así en las voces como en los otros actos y gestos.

Uno venía en hábito de caballero, ceñido con su banda; otro vestida su vestidura y zapatos de caza, con un venablo en la mano, representando un cazador; otro vestido con una ropa de seda y chapines dorados y otros ornamentos de mujer, con una cabellera en la cabeza, andando pomposamente, mintiendo con su gesto persona de mujer; otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con su broquel en la mano, que parecía salía del juego de la esgrima; no faltaba otro que le seguía, vestido de púrpura y con insignias de senador, y tras éste, otro, con su bordón, esclavina y alpargates y con sus barbas de cabrón, representaba y fingía de persona de filósofo; otro iba con diversas cañas, la una para cazar aves con visco, y otra para pescar con anzuelo. Además de esto vi asimismo que llevaban una osa mansa, sentada en una silla y vestida en hábitos de mujer casada y honrada; otro llevaba una mona con un sombrerete velloso en la cabeza, vestida con un sayo amarillo, con una capa de oro, que parecía a Ganimedes, aquel pastor troyano que Júpiter arrebató para su servicio; tras esto vi que iba allí un asno con alas, que representaba aquel caballo Bellerofonte, y cerca de él andaba un viejo, que podía decir, quien lo viese, que era Pegaso, como quiera que podía reírse y burlar de entrambos a dos.

Entre estas cosas de juego que popularmente allí se hacían, ya se aparejaba y venía la fiesta y pompa de mi propia diosa que me había de salvar y escapar de tanta tribulación; y delante de ella venían muchas mujeres resplandecientes, con vestiduras blancas y alegres, con diversas guirnaldas de flores que traían, las cuales henchían de flores que sacaban de sus senos las calles y plazas por donde venía la fiesta y procesión.

Otras llevaban en las espaldas unos espejos resplandecientes, por mostrar a la diosa que venía tras ellas el servicio y fiesta que le hacían.

Otras había que traían muy hermosos peines de marfil en las manos, haciendo actos y gestos con los brazos, volviendo los dedos a una parte y a otra, fingiendo que peinaban y adornaban los cabellos de la reina Isis.

Otras había que rociaban las plazas con muchos ungüentos olorosos, derramando bálsamo con una almarraja. Además de esto, iba muy gran muchedumbre de hombres y mujeres con sus candelas y hachas y cirios y con otro género de lumbre artificial, favoreciendo y honrando las estrellas celestiales. Después iban muy muchos instrumentos de muy suave música, así como sinfonías muy suaves y flautas y chirimías que cantaban muy dulce y suavemente, a las cuales seguía una danza de muy hermosas doncellas con sus alcandoras blancas, cantando un canto muy gracioso, el cual con favor de las musas, ordenó aquel sabio poeta, en el cual se contenía el argumento y ordenanza de toda la fiesta. Otros también había que iban cantando canciones de mayores votos, y otros con trompetas, dedicadas al gran dios de Egipto Serapis, los cuales, con las trompetas retorcidas, puestas a la oreja derecha, cantaban aquellos versos familiares del templo y de la diosa; otros muchos había que iban haciendo lugar por donde pasase la fiesta.

En esto vino una gran muchedumbre de hombres y mujeres de toda suerte y edad, relumbrando con vestiduras de lino puro y muy blanco, y mezcláronse con los sacerdotes que allí iban. Las unas llevaban los cabellos untados con olores y ligados en limpios y blandos trenzados; los hombres llevaban las cabezas raídas, reluciéndoles las coronas, como estrellas terrenales de gran religión, tañendo y haciendo dulce sonido con panderos y sonajas de alambre y de plata, y aun también de oro; y aquellos principales sacerdotes, que iban vestidos de aquellas vestiduras blancas hasta los pies, llevaban las alhajas e insignias de sus poderosos dioses.

El primero de los cuales llevaba una lámpara resplandeciente, no semejante a nuestra lumbre con que nos alumbramos en las cenas de la noche; pero era un jarro de oro, que tenía la boca ancha, por donde echaba la llama de la lumbre largamente. El segundo iba vestido semejante a éste; pero llevaba en ambas manos un altar, que quiere decir auxilio, al cual la providencia do la soberana diosa, que es ayudadora, le dio este propio nombre. Iba el tercero y llevaba en la mano una palma con hoja de oro muy sutilmente labrada, y en la otra un caduceo, que es instrumento de Mercurio. El cuarto mostraba un indicio y señal de equidad; conviene a saber: que llevaba la mano izquierda extendida, la cual, por ser de su natura perezosa y que no es astuta ni maliciosa, parece que es más aparejada y conveniente a la igualdad y razón, que no la mano derecha. Este mismo llevaba en la otra mano un vaso de oro redondo y hecho a manera de pecho, del cual salía leche. El quinto llevaba una criba de oro llena de ramos dorados. Otro también llevaba un cántaro grande. No tardaron tras de esto de salir los dioses que tuvieron por bien de andar sobre pies humanos. Y aquí venía una cosa espantable, que era Mercurio, mensajero del cielo y del abismo, con la cara ahora negra, ahora de oro, alzando la cerviz y cabeza de perro, el cual traía en la mano izquierda un caduceo y en la derecha sacudía una palma. Tras de él seguía una vaca levantada en su estado, la cual es figura de la diosa, madre de todas las cosas. Porque como la vaca es provechosa y útil, así lo es esta diosa, la cual imagen o figura llevaba en cuna de sus hombros uno de aquellos sacerdotes con pasos muy pomposos.

Otro había que llevaba un cofre donde iban todas las cosas secretas de aquella magnífica religión. Otro asimismo llevaba en su regazo la muy venerable figura de su diosa soberana, la cual no era de bestia, ni de ave ni de otra fiera, ni tampoco era semejante a figura de hombre; mas por una astuta invención y novedad, para argumento inefable de la reverencia y gran silencio de su secreta religión, era una cosa de oro resplandeciente figurado de esta manera: Un vaso pulidamente obrado, por abajo redondo y de partes de fuera bien esculpido, con figuras y simulacros de los egipcios; la boca no muy alta, pero tenía un pico luengo, como canal por donde echaba el agua, y de la otra parte un asa muy larga y apartada del vaso, encima del cual estaba torcida una muy poderosa serpiente Aspis, con la cerviz escamosa y el cuello alto y muy soberbio; y luego he aquí dónde llegan mis hados y beneficios, que por la presente diosa fueron prometidos, y el sacerdote, que traía esta misma salud mía, allegó a cumplir el mandado de la divina promisión, el cual traía en su mano derecha un pandero con sonajas, y colgada de ella una corona de rosas, la cual, por cierto, a mí se podía muy bien dar, porque habiendo pasado tantos y tan grandes trabajos y escapado de tan grandes peligros por la providencia de la gran diosa, yo hubiese vencido y sobrepujado a la crudelísima fortuna, que siempre lucha contra mí.

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