El segundo punto relacionado con la reacción inicial del Dalai Lama fue su respuesta: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos!». Para aquellos que sufrimos este tipo de odio o que conocemos a alguien que lo sufre, esta respuesta puede parecer increíblemente ingenua. Pero si la examinamos más de cerca, encontramos verdades en ella. Hay muchas formas de sentir amor, y quizá la más pura y exaltada es el deseo total, absoluto e ilimitado de felicidad para otro; un deseo, sentido con el corazón, de que el otro sea feliz, al margen de que haga algo para causarnos daño o incluso de que nos guste o no. Ahora bien, en lo más profundo de nuestros corazones no cabe la menor duda de que todos y cada uno de nosotros queremos ser felices. En consecuencia, si nuestra definición de amor se basa en un verdadero deseo de que alguien sea feliz, cada uno de nosotros se ama efectivamente a sí mismo, cada uno de nosotros desea sinceramente la propia felicidad. En mi consulta me he encontrado a veces con casos extremos de odio hacia sí, hasta el punto de abrigar pensamientos recurrentes de suicidio. Pero incluso en estos casos, la voluntad de morir se basa en último término en el deseo del individuo (por distorsionado y equivocado que esté) de liberarse del sufrimiento, no de causarlo.
Así pues, quizá el Dalai Lama no se hallaba tan lejos de la verdad al expresar su convicción de que todos experimentamos un amor fundamental por nosotros mismos, lo cual sugiere la existencia de un poderoso antídoto contra este mal, ya que podemos contrarrestar los sentimientos de desprecio recordando que, por mucho que nos disgusten algunas de nuestras características, deseamos ser felices; ése es un tipo profundo de amor.
Durante una visita posterior a Dharamsala, volví a plantear al Dalai Lama el tema del odio contra uno mismo. Para entonces ya se había familiarizado con el concepto y había empezado a pensar métodos para combatirlo.
—Desde el punto de vista budista —explicó—, estar en un estado depresivo, en un estado de desánimo, es una situación extrema que constituye claramente un obstáculo para alcanzar los propios objetivos. Este estado de odio contra uno mismo es incluso mucho más grave que el sentirse simplemente desanimado, y puede llegar a ser muy peligroso. Para los que practican el budismo, el antídoto contra el odio hacia sí sería reflexionar sobre el hecho de que todos los seres humanos, incluido uno mismo, tienen la naturaleza del Buda, la semilla o el potencial para alcanzar la perfección, la plena iluminación, sin que importe lo débil, pobre o llena de privaciones que pueda ser nuestra situación actual. Por tanto, los budistas que sufren de odio contra sí mismos o que se detestan, deberían evitar considerar lo doloroso o insatisfactorio de la existencia y centrarse en sus aspectos positivos, como el tremendo potencial que hay dentro de uno mismo. Al reflexionar sobre estas oportunidades y potencialidades, podrán aumentar la sensación del propio valor y alcanzar mayor seguridad en sí mismos.
Le planteé la habitual pregunta desde la perspectiva de un no budista:
—¿Cuál sería entonces el antídoto para alguien que no hubiera oído hablar del concepto de la naturaleza del Buda o que no sea budista?
—Una de las cosas que podríamos señalarles a esas personas es que hemos sido dotados, como seres humanos, de una maravillosa inteligencia. Además, todos los seres humanos tienen capacidad de decisión, y de orientar ésta hacia sus fines. De eso no cabe la menor duda. Así pues, si se tiene conciencia de estos potenciales y se interiorizan hasta convertirlos en parte de nuestra percepción de los seres humanos, incluido uno mismo, quizá reduciríamos los sentimientos de desánimo, impotencia y autodesprecio.
El Dalai Lama se detuvo un momento y luego continuó con una inflexión pensativa, lo que sugería que aún seguía explorando activamente, enfrascado en un proceso de descubrimiento.
—Creo que existe algún paralelismo con la forma en que tratamos la enfermedad física. Cuando los médicos tratan a alguien de una enfermedad específica no sólo le administran antibióticos para combatirla, sino que también se aseguran de que el estado físico permita al paciente tomar antibióticos y tolerarlos. Para asegurarse de ello, los médicos comprueban que la persona está bien alimentada, y a menudo también le recetan vitaminas o lo que sea necesario para fortalecer el cuerpo. Mientras la persona posea fortaleza, su cuerpo dispone del potencial o la capacidad para curarse con ayuda de la medicación. De modo similar, mientras conozcamos y tengamos conciencia de que poseemos este maravilloso don que es la inteligencia, así como capacidad de decidir utilizarla de forma positiva, tendremos esa salud mental fundamental, esa fortaleza subyacente que procede de sabernos poseedores de un gran potencial humano. Darnos cuenta de ello puede actuar como una especie de mecanismo innato que nos permite afrontar cualquier dificultad, sin que importe la situación a la que nos enfrentemos, sin perder la esperanza ni hundirnos en el odio hacia nosotros mismos.
»Recordar las grandes cualidades que compartimos con todos los seres humanos neutraliza el impulso de pensar que somos malos o indignos. Muchos tibetanos lo analizan en su meditación diaria. Quizá sea esa la razón por la que el odio contra uno mismo nunca llegó a arraigar en la cultura tibetana.
El arte de la felicidad tiene muchos componentes. Como hemos visto, empieza con la comprensión de cuáles son las verdaderas fuentes de ella, así como por establecer nuestras prioridades en la vida, que han de basarse en el cultivo de dichas fuentes. Supone aplicar una disciplina interna, un proceso gradual de desarraigo de nuestros estados mentales destructivos para sustituirlos por los positivos y constructivos, como la amabilidad, la tolerancia y el perdón. Al identificar los factores que conducen a una vida plena y satisfactoria, concluimos con un análisis del componente final: la espiritualidad.
Hay una tendencia natural a asociar espiritualidad con religión. El enfoque del Dalai Lama sobre el logro de la felicidad está condicionado por sus años de formación de monje budista. Por otra parte, se le considera un erudito respetado. Para muchos, sin embargo, no es la comprensión de los complejos problemas filosóficos su mayor atractivo, sino su calor personal, humor y enfoque práctico de la vida. Durante nuestras conversaciones, su humanidad básica pareció desbordar incluso su condición de monje. A pesar de llevar la cabeza rapada y de su llamativa túnica marrón, a pesar de ser una de las figuras religiosas más destacadas del mundo, el tono de nuestras conversaciones fue simplemente el de un ser humano con otro, ambos dedicados a discutir sobre los problemas que compartíamos.
Para ayudamos a comprender el verdadero significado de la espiritualidad, el Dalai Lama empezó por distinguir entre ésta y la religión.
—Estoy convencido de que es esencial apreciar nuestro potencial como seres humanos y reconocer la importancia de la transformación interior. Esto debería conseguirse a través de lo que llamo un proceso de desarrollo mental. En ocasiones, digo que es como tener una dimensión espiritual en nuestra vida.
»Puede haber dos niveles de espiritualidad. Uno tiene que ver con nuestras convicciones religiosas. En este mundo hay muchas personas diferentes, muchas actitudes diferentes. Somos cinco mil millones de seres humanos y, en cierto modo, creo que necesitamos cinco mil millones de religiones, tanta es la variedad de actitudes que encontramos. Estoy convencido de que cada individuo debería embarcarse en el camino espiritual más adecuado a su disposición mental, su inclinación natural, temperamento, convicciones o antecedentes familiares y culturales.
»Por mis convicciones, el budismo me parece lo más adecuado. Así que, por lo que a mí se refiere, he descubierto que el budismo es lo mejor. Pero eso no significa que lo sea para todo el mundo. Esto está claro y es definitivo. Estar convencido de que el budismo es lo mejor para todo el mundo sería una estupidez, porque las distintas personas tienen diferentes disposiciones mentales. La variedad de gentes exige una variedad de religiones. El propósito de éstas es beneficiar a los seres humanos y creo que si sólo tuviéramos una religión, al cabo de un tiempo ésta dejaría de ser beneficiosa. Si sólo hubiera un restaurante, por ejemplo, y allí sólo se sirviera un plato día tras día, serían muchísimos los clientes que dejarían de ir a él. La gente necesita y aprecia la diversidad en la comida porque hay gustos diferentes. Del mismo modo, las religiones tienen la intención de nutrir el espíritu humano. Creo que podemos celebrar esa diversidad de religiones y desarrollar un aprecio profundo por ella. Ciertas personas están convencidas de que el judaísmo, la fe cristiana o la fe islámica son las más efectivas para ellas. En consecuencia, tenemos que respetar y apreciar el valor de todas las confesiones religiosas del mundo.
»Todas las religiones pueden aportar una contribución efectiva al beneficio de la humanidad. Todas han sido diseñadas para que la persona sea más feliz y para que el mundo sea un lugar mejor. No obstante, para que la religión pueda ejercer un efecto que contribuya a hacer del mundo un lugar mejor, creo que es importante que la persona practique con sinceridad sus enseñanzas. Uno tiene que integrar las enseñanzas religiosas en su propia vida, esté donde esté, para poder utilizarlas como una fuente de fuerza interior. Hay que lograr una comprensión más profunda de las ideas religiosas, no sólo a nivel intelectual, sino también sentimental, para poder convertirlas en parte de la propia experiencia interior.
»Estoy convencido de que se puede cultivar un profundo respeto por todas las confesiones religiosas. Una de las razones es que todas ellas aportan una estructura ética capaz de guiar el comportamiento y producir efectos positivos. En las confesiones cristianas, por ejemplo, la fe en Dios puede proporcionar un enfoque muy eficaz, porque hay una cierta intimidad en la relación de la persona con Él, y la forma de demostrar el amor a Dios, al Dios que te ha creado, es mostrar amor y compasión hacia nuestros semejantes. Creo que hay muchas razones similares para respetar a las otras confesiones religiosas. Todas las grandes religiones han aportado tremendos beneficios a millones de seres humanos a lo largo de los tiempos. Incluso en este momento, millones de personas siguen obteniéndolos. Y, en el futuro, también aportarán inspiración a millones de seres de las generaciones venideras.
»Creo que una forma de fortalecer el respeto mutuo es a través de un estrecho contacto personal entre esas confesiones religiosas. Durante los últimos años he realizado esfuerzos por reunirme y mantener diálogos con, por ejemplo, la comunidad cristiana y la comunidad judía, y creo que de ello se han derivado algunos resultados realmente positivos. Gracias a esta clase de contactos, podemos aprender a utilizar las aportaciones que las religiones han hecho a la humanidad, encontrar aspectos de ellas de los que podemos aprender. Hasta es posible que descubramos métodos y técnicas adaptables a nuestra práctica.
»Así pues, es esencial que desarrollemos lazos más estrechos entre las diversas religiones; de ese modo podremos realizar un esfuerzo común para beneficio de la humanidad. Hay tantas cosas que dividen a la humanidad, tantos problemas en el mundo… La religión debería ser un medio para reducir el sufrimiento en el mundo, y no otra fuente de conflicto.
»A menudo hemos oído que todos los seres humanos somos iguales. Queremos decir con ello que todo el mundo tiene el evidente deseo de alcanzar la felicidad. Toda persona tiene derecho a ser feliz, y toda persona tiene derecho a superar el sufrimiento. Por lo tanto, si alguien saca felicidad o beneficio de una confesión religiosa, es necesario respetar sus derechos; tenemos que aprender, pues, a respetar todas esas grandes tradiciones religiosas.
Durante las semanas de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en Tucson, el espíritu de respeto mutuo fue algo más que un deseo. Entre el público se encontraban muchos que seguían diferentes tradiciones religiosas, incluida una abundante representación del clero cristiano. A pesar de las diferencias, el local siempre estuvo impregnado de un ambiente pacífico y armonioso. Era algo incluso palpable. Reinaba también un espíritu de intercambio y de curiosidad entre los no budistas, acerca de la práctica espiritual cotidiana del Dalai Lama. Esa curiosidad impulsó a uno de los asistentes a preguntar:
—Tanto si se es budista como si no, en todas partes parece crecer la práctica de la oración. ¿Por qué es tan importante la oración para la vida espiritual?
El Dalai Lama contestó:
—Creo que, en su mayor parte, la oración es un simple recordatorio cotidiano de nuestros principios y convicciones. Yo mismo repito cada mañana ciertos versos budistas. Los versos pueden parecer oraciones pero en realidad son recordatorios. Recordatorios de cómo hablar con los demás, de cómo relacionarse con los demás, de cómo afrontar los problemas en la vida cotidiana y cosas así. Así que, en su mayor parte, mi práctica religiosa se compone de recordatorios, en los que reviso la importancia de la compasión, del perdón, de todas estas cosas. Y, naturalmente, también incluyo ciertas meditaciones sobre la naturaleza de la realidad y ciertas prácticas de visualización. Así pues, en mi propia práctica diaria, en mis oraciones cotidianas si las realizo pausadamente, puedo tardar unas cuatro horas. Es bastante tiempo.
La idea de dedicar cuatro horas al día a la oración impulsó a otra oyente a preguntar:
—Soy una madre que trabaja, tengo niños pequeños y muy poco tiempo libre. Alguien que está tan ocupado como yo, ¿cómo puede encontrar el tiempo necesario para realizar esas oraciones y prácticas de meditación?
—Incluso en mi caso, si deseara quejarme por la falta de tiempo siempre podría hacerlo —comentó el Dalai Lama—. Siempre estoy muy ocupado. No obstante, si se hace un esfuerzo, siempre se encuentra tiempo, por ejemplo a primeras horas de la mañana. Hay también otros momentos, como en los fines de semana. Se puede sacrificar algo del tiempo de diversión. —Se echó a reír—. Así, por lo menos, puede encontrar media hora diaria. O si se esfuerza aún más, quizá treinta minutos por la mañana y otros tantos por la noche. Si lo planifica, le será posible encontrar tiempo.
»No obstante, si piensa seriamente en el verdadero significado de las prácticas espirituales, verá que están relacionadas con el desarrollo y el entrenamiento de su mente, de sus actitudes, estado psicológico y emocional y bienestar. No debería limitar su práctica espiritual a ciertas actividades físicas o verbales, como recitar oraciones y cantar. Si su práctica espiritual se limitara únicamente a estas actividades necesitaría, naturalmente, disponer de un tiempo específico, de un tiempo especialmente asignado para ello, porque no puede pasarse el día realizando sus actividades habituales mientras recita mantras. Eso sería bastante molesto para la gente que la rodea. No obstante, si comprende la práctica espiritual en su verdadero sentido, puede utilizar las veinticuatro horas del día para ella. La verdadera espiritualidad es una actitud mental que se tiene en cualquier momento. Por ejemplo, si se siente tentada de insultar a alguien, debe tomar inmediatamente precauciones y contenerse para no hacerlo. De modo similar, si cree que va a perder los estribos, debe decirse inmediata y reflexivamente: "No, esta no es la forma apropiada". Eso es una verdadera práctica espiritual. Visto desde ese ángulo, siempre dispondrá de tiempo.