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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

El arte de la felicidad (16 page)

BOOK: El arte de la felicidad
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Esto no es más que un pequeño ejemplo de cómo contribuimos a nuestro propio sufrimiento al afrontar una situación molesta como si obedeciera a un deliberado propósito de perjudicarnos. En este caso, el resultado fue una cena desagradable. Cuando esta actitud impregna toda relación con el mundo, puede convertirse en una fuente inagotable de desdichas.

Al describir las implicaciones de esta mentalidad estrecha, Jacques Lusseyran hizo un comentario muy penetrante. Lusseyran, ciego desde los ocho años de edad, fue el fundador de un grupo de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, fue detenido por los alemanes y enviado al campo de concentración de Buchenwald. Más tarde, al contar sus experiencias en los campos de concentración, Lusseyran afirmó: «Comprendí entonces que la infelicidad sobreviene porque creemos ser el centro del mundo, porque tenemos la mezquina convicción de que únicamente nosotros sufrimos, y con una intensidad insoportable. La infelicidad consiste en sentimos siempre aprisionados en nuestra piel, en nuestro cerebro».

¡PERO ESO NO ES JUSTO!

Los problemas surgen a menudo en nuestra vida. Pero los problemas, por sí solos, no provocan automáticamente el sufrimiento. Si logramos abordar con decisión nuestros problemas y centrar nuestras energías en encontrar una solución, el problema puede transformarse en un desafío. No obstante, si consideramos «injusto» ese contratiempo, añadimos un ingrediente que puede crear inquietud mental y sufrimiento. Entonces no sólo tenemos dos problemas, en lugar de uno, sino que ese sentimiento de «injusticia» nos distrae, nos consume, nos priva de la energía necesaria para solucionar el problema original.

Una mañana, al plantearle este tema al Dalai Lama, le pregunté:

—¿Como podemos afrontar el sentimiento de injusticia que con tanta frecuencia nos tortura cuando surgen los problemas?

—Hay muchas maneras de encararlo —contestó el Dalai Lama—. Ya he hablado de la importancia de aceptar el sufrimiento como un hecho natural de la existencia humana. Creo que, en cierto modo, los tibetanos están más capacitados para aceptar estas situaciones difíciles, ya que dicen: «Quizá se deba a mi karma en el pasado». Lo atribuirán a las acciones negativas cometidas en esta vida o en una vida anterior, de modo que hay mayor grado de aceptación. He visto a algunas familias, en nuestros asentamientos en la India, en situaciones muy difíciles, viviendo en condiciones muy pobres y, además de eso, con hijos ciegos o con alguna deficiencia. De algún modo, esas pobres mujeres se las arreglan, limitándose a decir: «Esto se debe a su karma; es su destino».

»A propósito del karma es importante señalar que, debido a una mala interpretación de la doctrina, hay una tendencia a echarle la culpa de todo lo que sucede al karma, en un intento por sacudirse la responsabilidad o la necesidad de tomar iniciativas. Resulta muy fácil decir: "Esto se debe a mi karma pasado, a mi karma negativo anterior, así que ¿qué puedo hacer? Soy impotente". Esa es una interpretación errónea del karma, pues aunque las experiencias son una consecuencia de los hechos del pasado, eso no quiere decir que los individuos no tengamos alternativas o que no haya posibilidad de producir un cambio positivo. Uno no debe ser pasivo y tratar de excusarse para no tomar la iniciativa atribuyéndolo todo al karma, porque si uno comprende correctamente el concepto de karma, sabrá que karma significa "acción". El karma es un proceso muy activo, y el futuro que nos está reservado viene determinado en buena medida por lo que hacemos en el presente, por las iniciativas que tomemos ahora.

»Así pues, no debería entenderse el karma en términos de una fuerza pasiva y estática, sino de un proceso activo. Eso indica que el agente individual tiene un papel importante en la determinación del proceso kármico. Por ejemplo, hasta el sencillo propósito de satisfacer nuestras necesidades de alimentación… Para alcanzar ese objetivo necesitamos actuar. Tenemos que buscar alimento y luego comerlo. Eso demuestra que hasta el objetivo más simple se alcanza por medio de la acción.

—Está bien —asentí—, reducir el sentimiento de injusticia aceptando que es resultado del karma puede ser efectivo para los budistas, pero ¿qué me dice de quienes no creen en la doctrina del karma? En Occidente, por ejemplo, son muchos los que…

—Muchas de las personas que creen en un creador, en Dios, pueden aceptar las circunstancias difíciles con mayor facilidad, al considerarlas parte de la creación o el plan de Dios. Aunque la situación parezca muy negativa, Dios es todopoderoso y misericordioso, de modo que tiene que haber algún significado en la situación que ellas desconocen. Creo que esa clase de fe puede ayudarlas en sus momentos de sufrimiento.

—¿Y qué me dice de los que no creen ni en el karma ni en un Dios creador?

—Para quien no sea creyente… —El Dalai Lama reflexionó un momento antes de responder—. Quizá pudiera ayudarle un enfoque práctico y científico. Los científicos consideran muy importante examinar un problema objetivamente, estudiado sin mucha implicación emocional. Con esa actitud puedes decirte: «Si se puede luchar contra el problema, lucha, ¡aunque tengas que llegar a los tribunales!». —Se echó a reír—. Luego, si descubres que no hay forma de ganar, puedes limitarte a olvidarlo.

»Un análisis objetivo de situaciones difíciles o problemáticas puede ser bastante importante, porque se descubre a menudo que detrás de las apariencias hay otros factores. Por ejemplo, si el jefe le ha tratado a uno injustamente en el trabajo, es posible que esté detrás, por ejemplo, una discusión con su esposa por la mañana. Naturalmente, uno tiene que seguir afrontando las cosas según están, pero al menos con ese enfoque no se experimentará la ansiedad adicional que provoca.

—¿Es posible que el análisis objetivo de la situación nos ayude a descubrir que estamos contribuyendo a crear el problema y debilite el sentimiento de injusticia?

—¡Sí! —respondió con entusiasmo—. Ahí está la gran diferencia. En general, si examinamos cualquier situación de una forma imparcial y honesta, nos daremos cuenta de hasta qué punto somos también responsables de los acontecimientos.

»Por ejemplo, muchas personas echaron la culpa de la guerra del Golfo a Saddam Hussein. En varias ocasiones dije que eso no era justo. Teniendo en cuenta las circunstancias, sentí verdadera pena por Saddam Hussein. Claro que es un dictador, responsable de muchas barbaridades. Si se examina superficialmente la situación, resulta fácil echarle toda la culpa: es un dictador, un totalitario, ¡incluso su mirada parece siniestra! —exclamó, echándose a reír—. Pero su capacidad para causar daño sería muy limitada si no contara con su ejército, y ese poderoso ejército no puede funcionar sin equipo militar. Todo ese equipo militar no ha sido producido por él, ni ha llovido del cielo. Considerando las cosas de ese modo nos damos cuenta de que son muchas las naciones implicadas.

»Así pues —siguió diciendo el Dalai Lama—, nuestra tendencia normal consiste en achacar nuestros problemas a los demás o bien a factores externos. Además, solemos buscar una sola causa, para luego tratar de exoneramos de toda responsabilidad. Parece que cada vez que hay implicadas emociones intensas, tiende a producirse una disparidad entre apariencia y la realidad. En mi ejemplo, si se analiza la situación muy cuidadosamente, se verá que Saddam Hussein no es la única causa del conflicto.

»Esta práctica supone mirar las cosas de una forma holística, darte cuenta de que son muchos los factores que intervienen en un hecho. Tomemos, por ejemplo, nuestro problema con los chinos; también nosotros hemos contribuido a originarlo, sobre todo por la negligencia de las generaciones que nos precedieron. Así pues, creo que nosotros, los tibetanos, hemos contribuido a esta trágica situación. No es justo echarle toda la culpa a China. Pero también hay perspectivas. Es preciso señalar que los tibetanos, por ejemplo, nunca se han sometido por completo a la opresión china, siempre ha habido una resistencia. Debido a ello, los chinos desarrollaron una nueva política y trasladaron grandes masas de chinos al Tíbet, de modo que la población autóctona acabara siendo demográficamente insignificante, quedara marginada y el movimiento de liberación perdiera fuerza. Pero tampoco podemos decir que la resistencia tibetana sea la única culpable de la política China.

—Pero ¿qué me dice de esas situaciones en las que está claro que lo ocurrido no es en absoluto culpa de uno, con las que uno no tiene nada que ver, incluso las relativamente insignificantes, como cuando alguien nos miente intencionadamente?

—Naturalmente, al principio siento desilusión cuando alguien no dice la verdad, pero incluso en tal caso, si examino la situación, puedo descubrir que su motivación para ocultarme algo puede haber sido cierta falta de confianza en mí. Así que, a veces, hay que considerar estos hechos desde otro ángulo; por ejemplo, que quizá la persona en cuestión no confió del todo en mí porque no sé guardar un secreto. En otras palabras, no soy digno de la plena confianza de esa persona debido a mi naturaleza. Examinando la situación de ese modo, podría concluir que la causa reside en mí.

Esta justificación racional, incluso procediendo del Dalai Lama, me parecía un tanto forzada: descubrir «la propia contribución» a la falta de honestidad del otro. Pero la sinceridad de su voz sugería que había puesto en práctica esta conducta en su vida personal como ayuda frente a la adversidad. Claro que es probable que no siempre podamos descubrir nuestra contribución, pero intentarlo nos permite desplazar el centro de atención, lo que nos ayuda a romper las estrechas pautas de pensamiento que conducen al sentimiento destructivo de injusticia, que es la fuente de tanto descontento.

CULPABILIDAD

Como productos de un mundo imperfecto, todos somos imperfectos. Reconocer nuestros errores con genuino remordimiento nos sirve para mantenemos en el camino correcto en la vida, nos anima a rectificar nuestros errores si ello fuera posible. Pero si permitimos que nuestro pesar degenere hasta una culpabilidad excesiva y nos aferramos a nuestros errores del pasado, culpándonos y odiándonos por ellos, lo único que conseguiremos es flagelamos inútilmente.

Durante una conversación anterior en la que hablamos brevemente de la muerte de su hermano, el Dalai Lama había expresado cierto pesar relacionado con ella. Era interesante ver cómo afrontaba aquellos sentimientos de pesar y quizá de culpabilidad, por lo que en una conversación posterior le pregunté:

—Cuando hablamos de la muerte de Lobsang mencionó usted su pesar. ¿Ha habido alguna otra situación en su vida en que se haya arrepentido de algo?

—Oh, sí. Un anciano monje que vivía como un ermitaño solía ir a verme para recibir enseñanzas, aunque creo que era más versado que yo y aquellas visitas no eran más que una formalidad. En cualquier caso, vino a verme un día y me preguntó acerca de una complicada práctica esotérica que quería realizar. Le comenté que era una práctica muy difícil y que quizá fuera mejor que la emprendiera alguien más joven, ya que tradicionalmente se inicia en la adolescencia. Más tarde me enteré de que el monje se había suicidado para renacer en un cuerpo más joven y poder entregarse a esos ejercicios…

—¡Eso es terrible! —exclamé, sorprendido por esta historia—. Tuvo que haber sido muy duro para usted cuando se enteró… —El Dalai Lama asintió con una expresión de tristeza—. ¿Cómo afrontó ese sentimiento de pesar? ¿Cómo se libró finalmente de él?

Permaneció en silencio durante un rato antes de contestar.

—No me libré de él. Sigue ahí, presente. —Hizo una nueva pausa, antes de añadir—: Pero ya no se halla asociado con una opresión. No sería útil para nadie que yo permitiera que ese sentimiento me abrumara, fuera una fuente de desánimo y depresión.

En ese momento y de un modo muy visceral, quedé asombrado una vez más ante el ser humano que afronta plenamente las tragedias de la vida y responde, incluso con profundo pesar, pero sin permitirse caer en una culpa excesiva o en el autodesprecio; que se acepta plenamente a sí mismo, con sus limitaciones, debilidades y errores de juicio. El Dalai Lama experimentaba un sincero pesar por los hechos que acababa de relatarme, pero llevaba su pesar con dignidad y elegancia. Y no permitía que ese sentimiento lo hundiera, prefería seguir adelante y dedicar sus facultades a la ayuda a los demás.

A veces me pregunto si la capacidad para vivir sin caer en la culpabilidad destructiva no será parcialmente cultural. Al contarle a un erudito amigo tibetano mi conversación con el Dalai Lama sobre el pesar, éste me dijo que la lengua tibetana no tiene siquiera una palabra equivalente a «culpa», aunque tiene otras que equivalen a «remordimiento» o «arrepentimiento» o «lamentación», con el sentido de «rectificar las cosas en el futuro». Sea cual fuere el componente cultural, estoy convencido de que al cuestionar nuestras formas habituales de pensar y cultivar una perspectiva mental diferente, basada en los principios descritos por el Dalai Lama, cualquiera de nosotros puede aprender a vivir sin la marca de la culpabilidad, que no hace otra cosa que causarnos un sufrimiento innecesario.

RESISTENCIA AL CAMBIO

La culpabilidad surge cuando nos convencemos de que hemos cometido un error irreparable. La tortura del que se culpa reside en pensar que cualquier problema es permanente. Pero, puesto que no hay nada que no cambie, el dolor también disminuye, ya que ningún problema es perpetuo. Éste es el aspecto positivo del cambio. Pero, por lo general, nos resistimos a él en casi todos los ámbitos de la vida. El primer paso para liberamos del sufrimiento es conocer su causa fundamental: la resistencia al cambio.

Al describir la naturaleza siempre cambiante de la vida, el Dalai Lama explicó:

—Es extremadamente importante investigar los orígenes del sufrimiento, saber cómo surge. Para iniciar ese proceso se ha de ser consciente de la naturaleza cambiante de nuestra existencia. Todas las cosas, acontecimientos y fenómenos son dinámicos, cambian a cada momento; nada permanece estático. Meditar sobre la circulación sanguínea puede servimos para reforzar esta idea: la sangre está fluyendo constantemente, nunca se está quieta. Y puesto que es propio de la naturaleza de todos los fenómenos el cambiar continuamente, concluimos que a las cosas les falta capacidad para perdurar, para seguir siendo lo mismo. Y si todas las cosas se hallan sujetas al cambio, nada existe en un estado permanente, nada es capaz de programarse para permanecer. Por tanto, todas las cosas se encuentran bajo el poder o la influencia de otros factores. Nada durará, al margen de lo agradable o placentera que pueda ser la experiencia. Esto se convierte en la base de una categoría de sufrimiento conocida en el budismo como el «sufrimiento del cambio».

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