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Authors: Lisa See

Tags: #Drama

El abanico de seda (7 page)

BOOK: El abanico de seda
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Luna Hermosa, mis dos hermanas, las hermanas de juramento y yo entonamos a coro:

—El hermano mayor recorre el jardín y finge no verla. El hermano mediano recorre el jardín y finge no ver que su hermana está muerta. El hermano pequeño la ve, rompe a llorar y se lleva el cadáver a la casa.

Desde el otro lado de la habitación, mi madre levantó la cabeza y me sorprendió observándola. Entonces sonrió, satisfecha quizá de que no me hubiera dejado ninguna palabra.

Mi tía continuó con la historia:

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos. Cuando murió, nadie quiso ocuparse de su cadáver. Pese a que había sido virtuosa y trabajadora, sus hermanos no cuidaron de ella. ¡Qué crueldad! ¿Qué ocurrirá?

—La desatienden cuando está muerta igual que cuando estaba viva, hasta que su cadáver empieza a oler mal —dijo mi madre.

Una vez más, las niñas recitamos las frases que sabíamos de memoria:

—El hermano mayor da un trozo de tela para tapar su cadáver. El hermano mediano da dos trozos de tela. El hermano pequeño la envuelve con toda la ropa que encuentra para que no pase frío en el más allá.

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos —prosiguió mi tía—. Ya está vestida para el más allá, pero sus hermanos no quieren gastar dinero en un ataúd. Ella era virtuosa y trabajadora, pero sus hermanos son tacaños. ¡Qué injusticia! ¿Encontrará algún día descanso la mujer?

—Sola, completamente sola —entonó mi madre—, errará convertida en fantasma.

Mi tía nos guiaba señalando con un dedo los caracteres y nosotras intentábamos seguirla, aunque nos costaba reconocerlos todos.

—El hermano mayor dice: «No hace falta que la enterremos en un ataúd. Ya está bien como está.» El hermano mediano dice: «Podríamos enterrarla en esa caja vieja que hay en el cobertizo.» El hermano menor dice: «Éste es todo el dinero que tengo. Con él compraré un ataúd.»

Cuando nos acercamos al final, el ritmo de la historia cambió. Mi tía cantó:

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos. Esto es lo que han hecho, pero ¿qué será de la hermana ahora? El hermano mayor es malo; el hermano mediano, cruel; pero el amor podría prender en el hermano menor.

Las hermanas de juramento dejaron que Luna Hermosa y yo termináramos el cuento.

—El hermano mayor dice: «Enterrémosla aquí, junto al camino de los carabaos.» (Donde la pisotearían eternamente.) El hermano mediano dice: «Enterrémosla bajo el puente.» (Donde el agua se la llevaría.) El hermano menor, el único que tiene buen corazón, dice: «La enterraremos detrás de la casa para que todos la recuerden.» Al final la hermana, que había tenido una vida desgraciada, halló gran felicidad en el más allá.

Me encantaba esa historia. Era divertido recitarla con mi madre y las demás, pero después de la muerte de mi abuela y mi hermana entendía mejor los mensajes que encerraba. El relato me enseñaba que una muchacha —o una mujer— podía tener un valor diferente para cada persona. También ofrecía instrucciones prácticas sobre cómo atender a los difuntos: cómo tratar el cadáver, qué prendas ponerle para que emprendiera el viaje a la eternidad, dónde enterrarlo. Mi familia había hecho todo lo posible por seguir esas normas, y yo también lo haría cuando me convirtiera en esposa y madre.

La señora Wang regresó al día siguiente del de las Peleas de Toros. Yo detestaba sus visitas, porque siempre creaban una atmósfera de desasosiego en casa. Todos, como es lógico, estaban contentos con la perspectiva de que Hermana Mayor celebrara una buena boda. Y también estaban encantados, por supuesto, de que Hermano Mayor se casara y de que nuestro hogar acogiera a la primera nuera. Pero los dos funerales todavía eran recientes. Esos acontecimientos (los dos entierros y las dos bodas inminentes), además de despertar intensas emociones, acarreaban un gasto considerable. La presión a que me veía sometida para conseguir un buen esposo se acentuaba, pues mi matrimonio adquiría un significado añadido: de él dependía nuestra supervivencia.

La señora Wang subió a la habitación de las mujeres y, muy educada, felicitó a Hermana Mayor por su bordado y elogió su buen carácter. A continuación se sentó en un taburete, de espaldas a la celosía, sin mirar hacia donde estaba yo. Mi madre, que empezaba a asumir su privilegiada posición en la familia, indicó por señas a mi tía que fuera a buscar té. Mientras esperábamos, la señora Wang habló del tiempo, de los preparativos de una feria en el templo, de un cargamento de mercancías que habían llegado por el río desde Guilin. Cuando se hubo servido el té, la señora Wang entró en materia.

—Estimada madre —comenzó—, ya hemos hablado en otras ocasiones de las posibilidades que se le plantean a tu hija. Un matrimonio con el hijo de una buena familia de Tongkou parece asegurado. —Se inclinó y le confió—: Ya hay una familia interesada. Dentro de muy pocos años os visitaré a ti y a tu esposo para el rito de la Elección de Pretendiente. —Volvió a enderezarse y carraspeó—. Pero hoy he venido a proponer otra clase de unión. Como quizá recuerdes, el día que nos conocimos vi en Lirio Blanco la posibilidad de convertirse en
laotong.
—Esperó a que mi madre asimilara sus palabras antes de continuar:—. Tongkou está a cuarenta y cinco minutos a pie. Casi todas las familias de allí son del clan Lu. En ese clan hay una muchacha que podría ser
laotong
de Lirio Blanco. Se llama Flor de Nieve.

La primera pregunta que formuló mi madre nos demostró a mí y a las demás mujeres presentes no sólo que no había olvidado lo que la señora Wang había apuntado el día de su primera visita, sino también que desde entonces había estado cavilando y evaluando esa posibilidad.

—¿Y los ocho caracteres? —La dulzura de su voz no logró disimular su determinación—. No veo motivo para una unión a menos que los ocho caracteres estén en plena armonía.

—Madre, no habría venido si los ocho caracteres no estuvieran bien alineados —respondió la señora Wang, imperturbable—. Lirio Blanco y Flor de Nieve nacieron en el año del caballo, en el mismo mes y, si es cierto lo que me han dicho sus madres, también el mismo día y a la misma hora. Lirio Blanco y Flor de Nieve tienen el mismo número de hermanos y hermanas, y ambas son el tercer vastago...

—Pero...

La señora Wang levantó una mano para cortar a mi madre.

—Responderé a tu pregunta antes de que la formules: sí, la tercera hija de la familia Lu también reposa con sus antepasados. Las circunstancias de esas tragedias no vienen al caso, pues a nadie le gusta pensar en la pérdida de un retoño, aunque se trate de una niña. —La miró con severidad, como desafiándola a hablar. Cuando mi madre desvió la vista, la señora Wang agregó—: Lirio Blanco y Flor de Nieve tienen idéntica estatura e igual belleza y, más importante aún, les vendaron los pies el mismo día. El bisabuelo de Flor de Nieve era
jinshi,
de modo que su posición social y económica no es pareja a la vuestra. —No hacía falta que explicara que si esa famüia tenía un funcionario imperial del más alto nivel entre sus antepasados debía de estar muy bien relacionada y ser muy adinerada—. A la madre de Flor de Nieve no parece importarle esa diferencia, dado que las dos niñas tienen muchas otras cosas en común.

Mi madre, como buen mono, asintió en silencio mientras asimilaba toda la información; yo, en cambio, me moría de ganas de saltar de la silla, ir corriendo a la orilla del río y ponerme a gritar de entusiasmo. Miré a mi tía con la esperanza de verla esbozar una sonrisa, pero advertí que apretaba los labios para ocultar su emoción. Todo su cuerpo —excepto los dedos, que no paraban de moverse y parecían un puñado de crías de anguila— era la viva imagen de la serenidad, la buena educación y el decoro. Entendía mejor que ninguna de nosotras la importancia de aquella reunión. Miré con disimulo a Luna Hermosa y Hermana Mayor, y en sus ojos brillaba la alegría que sentían por mí. No veía la hora de que llegara el anochecer para hablar con ellas cuando el resto de la familia se hubiera acostado.

—Pese a que suelo hacer esta propuesta el día de la Fiesta de Otoño, cuando las niñas tienen ocho o nueve años —aclaró la señora Wang—, en este caso intuyo que una unión inmediata resultaría especialmente beneficiosa para tu hija. La niña es perfecta en muchos aspectos, pero su aprendizaje doméstico podría mejorar y necesita mucho refinamiento para encajar en una familia de posición más elevada.

—Mi hija deja mucho que desear —convino mi madre con indiferencia—. Es testaruda y desobediente. No estoy segura de que esto sea buena idea. Es mejor ser una uva imperfecta en el racimo de una hermandad que decepcionar a una sola muchacha de buena familia.

La felicidad que me embargaba desapareció en un instante y dejó paso a un negro abismo. Conocía bien a mi madre, pero no era lo bastante mayor para entender que sus amargas palabras formaban parte de la negociación, ni sabía que, cuando mi padre y la casamentera se sentaran a hablar de mi matrimonio, expresarían sentimientos parecidos. El hecho de presentarme como algo de escaso valor protegía a mis padres en caso de que la familia de mi esposo o de mi
laotong
tuvieran en el futuro alguna queja de mí. Por otra parte, contribuía a reducir el pago que tenían que hacer a la casamentera, así como el importe de mi dote.

La señora Wang no se inmutó.

—Es natural que pienses así. Yo también tengo mis dudas. Pero por hoy ya hemos hablado suficiente. —Hizo una pausa, como si deliberara, aunque todas sabíamos que había planeado y practicado meticulosamente cada uno de sus actos y sus palabras. Metió una mano dentro de la manga, sacó un abanico y me pidió que me acercara. Al dármelo, la señora Wang habló a mi madre por encima de mi cabeza—. Necesitas tiempo para decidir el destino de tu hija.

Abrí el abanico, que hizo un ruidito seco, y observé las palabras que recorrían un pliegue y la guirnalda de hojas que adornaban el borde superior.

Mi madre, adoptando una expresión severa, preguntó:

—¿Por qué le das esto a mi hija, si todavía no hemos hablado de tus honorarios?

La señora Wang rechazó ese comentario con un gesto de la mano, como si fuera un mal olor.

—Haremos lo mismo que con la boda. No cobraré nada a la familia Yi. Ya me pagará la familia de la otra niña. Si ahora incremento el valor de tu hija convirtiéndola en
laotong,
la familia del novio me pagará más por ella. Estoy satisfecha con este arreglo.

Se levantó y avanzó unos pasos hacia la escalera. Entonces se volvió, puso una mano en el hombro de mi tía y, dirigiéndose a todas las presentes, anunció:

—Hay algo más que todas deberíais plantearos. Esta mujer ha hecho un buen trabajo con su hija, y me he fijado en que Luna Hermosa y Lirio Blanco son muy buenas amigas. Si nos ponemos de acuerdo respecto a esta relación de
laotong
para Lirio Blanco, que ayudaría a acrecentar sus posibilidades de casarse con alguien de Tongkou; creo que sería conveniente buscar esposo también allí a Luna Hermosa.

La propuesta nos pilló desprevenidas. Olvidando el decoro, me volví hacia mi prima, que estaba tan emocionada como yo.

La señora Wang levantó una mano y trazó un arco en forma de luna en cuarto creciente.

—Claro que puede que ya os hayáis comprometido con la señora Gao. No quisiera inmiscuirme en sus asuntos... locales —añadió, y con eso quería decir «inferiores».

Aquello dejaba claro, para empezar, que mi madre no podía competir con la experiencia negociadora de la señora Wang, que en ese momento se dirigió directamente a ella:

—Considero que esto es una decisión de mujeres, una de las pocas que puedes tomar respecto a la vida de tu hija, y quizá también a la de tu sobrina. Sin embargo, el padre también debe estar de acuerdo para que podamos seguir adelante. Madre, antes de marcharme te daré un último consejo: aprovecha tus encantos femeninos para defender tus intereses.

Mientras mi madre y mi tía acompañaban a la casamentera hasta el palanquín, Hermana Mayor, Luna Hermosa y yo, muy emocionadas, nos quedamos de pie en medio de la habitación, abrazándonos y comentando lo ocurrido. ¿Cómo era posible que me sucedieran cosas tan maravillosas? ¿Se casaría también Luna Hermosa con alguien de Tongkou? ¿De verdad pasaríamos juntas el resto de nuestra vida? Hermana Mayor, que tenía motivos para lamentar su destino, expresó sus más sinceros deseos de que todo cuanto había propuesto la casamentera se hiciera realidad, consciente de que la familia se beneficiaría de ello.

Eramos muy jóvenes y estábamos locas de alegría, pero sabíamos cómo teníamos que comportarnos. Luna Hermosa y yo volvimos a sentarnos para dar descanso a nuestros pies. Hermana Mayor ladeó la cabeza hacia el abanico que yo todavía tenía en la mano.

—¿Qué pone?

—No sé leerlo todo. Ayúdame.

Abrí el abanico. Hermana Mayor y Luna Hermosa miraron por encima de mis hombros. Examinamos juntas los caracteres y reconocimos algunos: «niña», «buen carácter», «tareas domésticas», «hogar», «tú», «yo».

Mi tía, sabedora de que era la única que podía ayudarme, fue la primera en volver a la habitación de las mujeres. Señaló los caracteres uno a uno con un dedo. Yo memoricé de inmediato las palabras: «Me han dicho que en vuestra casa hay una niña de buen carácter y hábil en las tareas domésticas. Esa niña y yo nacimos el mismo año y el mismo día. ¿No podríamos ser almas gemelas?»

Antes de que yo respondiera a aquella niña, Flor de Nieve, mi familia debía analizar y sopesar muchos detalles. Aunque Hermana Mayor, Luna Hermosa y yo no podíamos influir en decisiones como ésa, pasamos horas escuchando desde la habitación del piso de arriba cómo mi madre y mi tía evaluaban las hipotéticas consecuencias de que yo tuviera una
laotong.
Mi madre era muy perspicaz, pero mi tía procedía de una familia más culta que la nuestra y sus conocimientos eran más profundos. Con todo, como era la mujer de rango inferior de la casa, debía hablar con prudencia, sobre todo teniendo en cuenta que mi madre controlaba por completo su vida.

—Una unión con una
laotong
es tan importante como un buen matrimonio —afirmaba mi tía para iniciar la conversación. Repetía muchos de los argumentos de la casamentera, pero siempre volvía al único elemento que consideraba verdaderamente relevante—: La relación con una
laotong
se establece por decisión propia, con el objetivo de lograr una camaradería emocional y una fidelidad eterna. En cambio, la boda no se celebra por decisión propia y sólo tiene un objetivo: engendrar hijos varones.

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