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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (47 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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—Emperador Brandhal… —dijo el coronel que les había recibido de manera tan grosera.—. ¿Cómo es posible? Nos dijeron que estaban muertos. Y… la emperatriz… —dijo girándose hacia los soldados que le acompañaban—. ¿A qué estáis esperando? ¡La Emperatriz necesita atención médica, ya!

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Hans.

—Soy el coronel Garadok, mi señor. Fui designado como reemplazo del coronel… del emperador Nurandón.

—Ordena a las tropas en el espacio que se replieguen y que vuelvan. Preparar los hangares para que las naves grodianas supervivientes también puedan aterrizar. Quiero que preparéis ayuda médica para todo el mundo, rápido.

El coronel Garadok se giró hacia los pocos soldados que todavía permanecían detrás:

—¡Ya lo habéis oído! ¡Poneos en marcha! —y girándose hacia el trío que se encontraba ante él, añadió—. Mi señor, ¿qué va a pasar ahora con el emperador actual?

—Él ya no es vuestro emperador. No hemos muerto. He regresado para recuperar el puesto que me ha sido arrebatado ilegítimamente. Quiero que arrestéis al mariscal Ghrast. Será juzgado por los crímenes de guerra que ha cometido contra este imperio.

—Mi señor… —dijo el hombre— el mariscal Ghrast falleció hace tres días. Muerte natural.

—Qué inconveniente… —dijo Tanarum—. Así nos quedamos sin escuchar lo que tenía que contarte ese carcamal.

Pero Hans no le dio importancia. Lo que importaba, se dijo, es que aquel diablo había desaparecido. Aunque los deseos de venganza que sentía hacia él le hicieran pensar que hubiera merecido una muerte menos placentera, como la que el decrépito anciano pretendía darle a su mujer, sus amigos, y él mismo.

Sus amigos… aquello le hizo recordar las palabras de aquel extraño ser que se hacía llamar Ur'daar, al que se habían encontrado en Naarad:

—Una última cosa —le dijo al coronel—. Hay una nave. No tardará en llegar. Vienen a bordo tres personas. Probablemente no sepan cómo pedir autorización para entrar en la superficie. Quiero que les enviéis a este hangar. Son mis compañeros.

—Sí, mi señor —respondió de nuevo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Tanarum, después de que los servicios médicos del Imperio se llevaran a Alha y asegurasen a Hans que no tenía de qué preocuparse.

—Ahora volvemos al palacio. Tenemos que hablar con Magdrot y Miyana.

—¿Los emperadores? —preguntó de nuevo su consejero.

—Ex-emperadores —le corrigió Hans.—. Oficialmente ya no lo son, aunque disfrutarán de una vida más cómoda de la que hubieran tenido por su servicio al Imperio como gobernantes… Me pregunto cómo reaccionarán al verme.

Mientras tanto, en el exterior del planeta, Khanam, Nahia y Ur'daar se disponían a, por fin, tocar tierra firme después de muchos días de viajes por el espacio. El Ur'daeralmán contemplaba el paisaje que se abría delante de él:

—Así que esto es Antaria… —dijo él.

—Es bonita, ¿verdad? —preguntó Nahia.

—Supongo que sí… En realidad los Ur'daeralmán no tenemos un concepto de la belleza como el que tenéis los humanos. Estaba más bien pensando en que a causa de este mundo han pasado tantas cosas…

—Y a fin de cuentas sólo es un planeta más de este gigantesco Universo —respondió Khanam.

—También es nuestro hogar —apostilló Nahia. Mirando a Ur'daar de nuevo, preguntó—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Eso depende de vosotros. Ur'nodel ha cumplido su parte… ya no hay un futuro para él. Pero ahora que su elección haya tenido sentido depende de vosotros. De lo que decidáis hacer con vuestras vidas. Si decidís no detener a Tor'ganil, entonces todo esto habrá sido en vano y él vencerá. Pero, si trabajamos juntos, podemos detenerle y hacer que el sacrificio de Ur'nodel, y de muchos otros, no haya sido en vano.

—Sigo sin tener ni idea de cómo podríamos destruirle —dijo Khanam.—. Diablos, ni siquiera estoy seguro de haber aceptado todavía todo esto. Mi mundo era mejor antes…

—Las respuestas llegarán, no lo fuerces. Está en tu posible futuro. Encontrarás como hacerlo. No te preocupes si todavía no llega ese momento. —Respondió el Ur'daeralmán.

—Sólo temo que sea demasiado tarde cuando lo descubra. Si es que hay alguna manera de hacerlo.

—Yo me encargaré de protegeros. A vosotros, a Antaria en sí. Seré vuestro guardián. Puede que los habitantes de este Imperio, seáis la única esperanza que tenemos para poder derrotar a Tor'ganil y evitar que consiga dominarlo todo. Lo cual me recuerda algo…

Alejándose unos pasos, el dorado cuerpo de Ur'daar comenzó a brillar. Su forma fue cambiando poco a poco, hasta reflejar ligeramente a una figura que les era conocida desde sus días en Naarad. Ante ellos ya no estaba Ur'daar, si no Jacob Emilson.

Mirando a Nahia, sonrió y preguntó:

—¿Parezco humano?

La joven le miró detenidamente, y respondió:

—No… Tus ojos, ¿te acuerdas? Son completamente negros, y los nuestros no son así. Fíjate en los míos y en los de mi padre.

Ur'daar se acercó a la joven, miró sus ojos, y después hizo lo propio con Khanam. Comprendió el ligero error que había cometido, y lo corrigió sin que sus acompañantes llegasen a darse cuenta.

—¿Ahora qué tal? —preguntó de nuevo.

La chica sonrió alegremente, y respondió:

—Nadie sería capaz de dudar de ti.

—Bien… A partir de ahora, no me llaméis Ur'daar, si no Jacob. Mi estancia aquí no va a ser corta… Y cuánto antes consiga integrarme en vuestra sociedad, más fácil será poder hacer mi trabajo.

Después de varios minutos, la nave tomó finalmente contacto con tierra en el hangar que Hans había indicado. Khanam fue el que se encargó de establecer las comunicaciones con la superficie. Le sorprendió ver que no sólo no habían puesto ninguna pega a que no fuese capaz de expresarse en los términos militares adecuados, si no que el propio emperador había dispuesto todo para su llegada.

Al descender de la nave, padre e hija se dejaron embriagar por la suave brisa del planeta. El clima era suave aquellos días, y aunque no había signos de lluvia, se podía notar la humedad del ambiente.

—Síganme, por favor. Serán llevados a palacio para reunirse con el emperador Brandhal —respondió el coronel Garadok.

El grupo se movió en silencio hasta el transporte que les llevaría allí.

Hans y Tanarum se encontraban en los jardines del palacio de Antaria. El emperador no pudo evitar sentir un escalofrío al pasear de nuevo por aquel emblemático lugar. Nunca le había prestado atención en todos aquellos años, y sin embargo, ahora le parecía el lugar más hermoso de Antaria, si no del Universo entero.

En la puerta del palacio, los dos guardias cerraron el paso a los dos:

—¿No reconocéis a vuestro emperador? —preguntó Hans.

Los guardias le miraron inquisitivamente; eran dos hombres jóvenes, pero sin duda alguna, tenían que ser conocedores de quién era la figura que se encontraba ante ellos. Rápidamente, uno de ellos reaccionó, expresó su sorpresa, y les permitió el acceso a palacio.

No tuvo que andar mucho más hasta que se encontró con la familiar cara de Dirhel:

—¡Dirhel! ¿Me reconoces?

La mujer palideció al verle, parecía que estuviese delante de un fantasma:

—¿Hans? Quiero decir, emperador… Pero… no puede ser… el mariscal nos dijo que estabas muerto…

—Pues no lo estamos, por desgracia para él —dijo Tanarum.

El emperador se acercó a su leal sirviente, colocó sus manos sobre los hombros de la mujer, y respondió:

—Todo fue una treta para derrocarme, querían matarnos. Pero, gracias a la ayuda de unos buenos amigos, hemos conseguido volver. ¿Dónde están Magdrot y Miyana?

—Magdrot se encuentra en su habitación, en la planta superior, donde estaba la tuya…

—Vale, Dirhel. Gracias.

Los dos subieron rápidamente y llegaron a la habitación que la empleada les había indicado. Allí estaba el antiguo coronel, preparando una pequeña maleta con ropa y otros utensilios. No parecía darse cuenta de que tenía visita:

—¿Te marchas? —dijo Hans.

El hombre se sobresaltó, se giró, y fue a responder. Sorprendido, dio unos pasos hacia atrás:

—¿Emperador…? ¿Qué está pasando aquí? Creímos que estaba muerto…

—No, no lo estoy. El mariscal os ha manipulado para poder quitarme de en medio. Tenía pensado matarnos a mi, a Alha, a Khanam y a Nahia. Conseguimos escapar gracias a la ayuda de Tanarum —dijo mirando al grodiano.

El ex-militar no sabía como reaccionar. De repente, se sintió enormemente estúpido. Se había creído a pies juntillas todo lo que el mariscal le había ido contando sobre lo sucedido con su auténtico gobernante. Y pese a todo, ahora lo tenía delante suyo.

—En ningún momento busqué suplantarte… —dijo Magdrot—. El mariscal nos eligió después de estar bastante tiempo con nosotros.

Guardó silencio durante unos segundos:

—Qué tonto he sido… —prosiguió—. Nos hizo creer que tú nos hubieras designado emperadores si se hubiese dado el caso.

—No hace falta que te disculpes. Creo que no has actuado de mala fe. Pero no resulta difícil ver que el mariscal era mucho menos de fiar de lo que pensaba. Creía que sólo sentía animosidad hacia mí porque no decidí seguir la misma ruta que mi padre. Ahora entiendo que el anciano estaba carcomido por dentro, quería poner a alguien que fuese un digno sucesor de mi padre.

—Iba a irme al hospital. Miyana está a punto de dar a luz. Me gustaría estar allí cuando llegue ese momento.

Miró al grodiano y a Hans, dándose cuenta de que faltaba alguien, preguntó:

—¿Y la emperatriz? No me digas que ella…

—No, no, puedes estar tranquilo. Está en el hospital. Hemos sufrido mucho para poder entrar en Antaria y ella estaba herida. Se la han llevado al hospital y se encuentra bien.

—Supongo que entonces ahora, ¿ya eres de nuevo el emperador de Ilstram?

—Sí. Todo lo que hizo el mariscal para nombraros queda invalidado porque, como puedes ver, sigo con vida.

—Entonces, ¿que harás con Nelder?

—¿Nelder? —preguntó Hans extrañado.—. Ah, claro. Es verdad, lo conquistasteis, junto con el resto de planetas del Imperio de Lomaria…

—El mariscal nos sugirió que era una buena idea militarmente para poder hacernos con un enclave estratégico en aquella zona del universo.

—¿Y sus habitantes? ¿Dónde están? ¿Muertos?

—No. Intentamos ofrecerles integrarse en la sociedad de Ilstram. Pero rechazaron hacerlo y en su lugar optaron por la violencia cada vez que alguno de los nuestros intentaba aproximarse. Así que ahora mismo son esclavos. Muchos de ellos trabajan en las minas de Antaria.

—¿Qué habéis hecho qué? —dijo Hans sorprendido.—. Pero, ¿en qué estabais pensando? No podéis subyugar a toda una especie sólo porque no quieran unirse al Imperio. Ilstram nunca ha actuado así. ¡Nunca!

—Lo siento muchísimo, Emperador —dijo Magdrot, visiblemente afectado.

Hans le miró, preguntándose cómo era posible llegar al extremo de esclavizar a todos los habitantes de aquellas nuevas colonias de Ilstram. ¿Con qué fin? No tenía sentido, se dijo. Pero, dejándose llevar por su benevolencia, le dijo:

—Lo arreglaremos, no te preocupes. Ahora vete, tu mujer te estará esperando.

Magdrot asintió con la cabeza, cogió la maleta que había seguido llenando durante la conversación, y salió rápidamente hacia el hospital.

—¿Qué quieres hacer con los lomarianos? —le preguntó Tanarum.

—Lo mismo que con tus congéneres —le respondió.—. Voy a convocar una reunión para mañana con todos ellos. Les propondré ser miembros de pleno derecho del Imperio de Ilstram. Tal y como tenía que haber sido desde el principio.

Los dos seres abandonaron la pequeña habitación, y pusieron rumbo hacia la planta baja. En el trayecto, Dirhel les interrumpió:

—Hans… hay tres personas en la puerta de palacio insistiendo en que se les deje pasar, dicen que vienen aquí por orden suya.

—Tiene que ser Khanam y los demás —musitó—. Déjalos pasar.

La mujer se fue de nuevo. A los pocos minutos, el emperador se reunió de nuevo con sus amigos. Allí estaba otra vez con el científico, su hija, y aquel extraño ser que les había interceptado en Naarad buscando su ayuda.

—¡Hans! —dijo Nahia.—. ¿Estáis bien? ¿Dónde está Alha?

—Estamos bien —respondió—. Alha está en el hospital. Está herida pero ya la están atendiendo. La batalla ha sido muy dura.

—Lo hemos visto. —Respondió el científico.—. Hemos llegado antes de lo que deberíamos.

—¿Qué quieres decir?

—Es una historia muy larga. ¿Recuerdas a Jacob? ¿De Naarad?

—Sí… aunque ahora mismo no logro recordar tu verdadero nombre…

—Soy Ur'daar.

Hans miró extrañado a los demás:

—No te preocupes —respondió Khanam— te pondré al día cuando tengas tiempo. Hemos descubierto muchas cosas que necesitas saber.

—Ya no hay peligro —dijo el emperador—. El mariscal murió hace unos días.

—Lo hay, es mucho más palpable de lo que crees. —Le corrigió el Ur'daeralmán.—. Pero habiendo llegado a Antaria después de mucho tiempo fuera, primero necesitaréis poner orden en vuestras vidas. Se avecinan tiempos todavía más agitados.

—Me disponía a ir al hospital a ver a mi esposa. Mañana hablaré con los grodianos y los lomarianos. Quizá vosotros también deberíais aprovechar para descansar. Desconozco cuál es ese gran peligro que hay, pero estoy seguro de que podemos tomarnos unos días…

—El tiempo corre en nuestra contra —respondió Ur'daar— pero tienes razón, necesitáis descansar. Y tú necesitas asegurarte de que el Imperio sigue funcionando como debería…

—Nos reuniremos aquí dentro de cinco días. —Mirando a Khanam, agregó— si queréis podéis quedaros aquí tú y tu hija. El palacio tiene habitaciones de sobra para todos.

—Gracias por tu oferta. Pero, yo, por lo menos, quiero volver a mi hogar e intentar asimilar todo lo que ha pasado —respondió Khanam.

—Yo te acompañaré —añadió Nahia— quiero ver si aquella familia a la que acogimos sigue allí. ¿Te acuerdas de ellos?

Khanam guardó silencio durante unos segundos:

—No… me había olvidado por completo de aquello. He estado tan absorbido en todo lo que nos ha pasado…

—¿Y tú? —dijo Hans dirigiéndose a Ur'daar—. Supongo que no tendrás un lugar al que ir. Me gustaría que te quedases aquí en palacio. Será una buena oportunidad para poder conocernos y que de paso me pongas al día en lo que dice Khanam que me he perdido.

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