Pensé que el profesor iba a tener un ataque de neurosis y a desplomarse, como cuando murió Lucy, pero con un gran esfuerzo se controló y no parecía estar nervioso en absoluto cuando la señora Harker hizo su entrada en la habitación, vivaz y con expresión de felicidad y, al estar ocupándose de algo, aparentemente olvidada de su tragedia. Al entrar, le tendió a van Helsing un manojo de papeles escritos a máquina. El profesor los hojeó gravemente y su rostro se fue iluminando al tiempo que leía. Luego, sosteniendo las páginas entre el índice y el pulgar, dijo:
—Amigo John, para usted, que ya tiene cierta experiencia…, y también para usted que es joven, señora Mina, he aquí una buena lección: no tengan miedo nunca de pensar. Un pensamiento a medias ha estado revoloteando frecuentemente en mi imaginación, pero temo dejar que pierda sus alas… Ahora, con más conocimientos, regreso al lugar de donde procedía ese embrión de pensamiento y descubro que no tiene nada de embrionario, sino que es un pensamiento completo; aunque tan joven aún que no puede utilizar bien sus alas diminutas. No; como el Patito Feo de mi amigo Hans Andersen, no era un pensamiento pato en absoluto, sino un pensamiento cisne, grande, que vuela con alas muy poderosas, cuando llega el momento de que las ensaye. Miren, leo aquí lo que escribió Jonathan:
—Ese otro de su raza que, en una época posterior, repetidas veces, hizo que sus tropas cruzaran El Gran Río y penetraran en territorio turco; que, cuando era rechazado, volvía una y otra vez, aun cuando debía regresar solo del campo de batalla ensangrentada donde sus tropas estaban siendo despedazadas, puesto que sabía que él solo podía triunfar…
¿Qué nos sugiere esto? ¿No mucho? ¡No! El pensamiento infantil del conde no vela nada, por eso habló con tanta libertad. Sus pensamientos humanos no vieron nada, ni tampoco mi pensamiento de hombre, hasta ahora. ¡No! Pero llega otra palabra de una persona que habla sin pensar, debido a que ella tampoco sabe lo que significa…, lo que puede significar. Es como los elementos en reposo que, no obstante, en su curso natural, siguen su camino, se tocan… y, ¡puf!, se produce un relámpago de luz que cubre todo el firmamento, que ciega, mata y destruye algo o a alguien, pero que ilumina abajo toda la tierra, kilómetros y más kilómetros alrededor. ¿No es así? Bueno, será mejor que me explique. Para empezar, ¿han estudiado ustedes alguna vez la filosofía del crimen? Sí y no. Usted, amigo John, sí, puesto que es un estudioso de la locura. Usted, señora Mina, no; porque el crimen no la toca a usted…, excepto una vez. Sin embargo, su mente trabaja realmente y no arguye a particulari ad universale.
En los criminales existe esa peculiaridad. Es tan constante en todos los países y los tiempos, que incluso la policía, que no sabe gran cosa de filosofía, llega a conocerlo empíricamente, que existe. El criminal siempre trabaja en un crimen…, ese es el verdadero criminal, que parece estar predestinado para ese crimen y que no desea cometer ningún otro. Ese criminal no tiene un cerebro completo de hombre. Es inteligente, hábil, y está lleno de recursos, pero no tiene un cerebro de adulto. Cuando mucho, tiene un cerebro infantil. Ahora, este criminal que nos ocupa, está también predestinado para el crimen; él, también tiene un cerebro infantil y es infantil el hacer lo que ha hecho. Los pajaritos, los peces pequeños, los animalitos, no aprenden por principio sino empíricamente, y cuando aprenden cómo hacer algo, ese conocimiento les sirve de base para hacer algo más, partiendo de él. Dos pousto, dijo Arquímedes, ¡dénme punto de apoyo y moveré al mundo! El hacer una cosa una vez es el punto de apoyo a partir del cual el cerebro infantil se desarrolla hasta ser un cerebro de hombre, y en tanto no tenga el deseo de hacer más, continuará haciendo lo mismo repetidamente, ¡exactamente como lo ha hecho antes! Oh, mi querida señora, veo que sus ojos se abren y que para usted, la luz del relámpago ilumina todo el terreno. La señora Harker comenzaba a apretarse las manos y sus ojos lanzaban chispas. El profesor continuó diciendo:
—Ahora debe hablar. Díganos a nosotros, a dos hombres secos a ciencia, qué ve con esos ojos tan brillantes.
Le tomó una mano y la sostuvo entre las suyas mientras hablaba. Su dedo índice y su pulgar se apoyaron en su pulso, pensé instintiva e inconscientemente, al tiempo que ella hablaba:
—El conde es un criminal y del tipo criminal. Nordau y Lombroso lo clasificarían así y, como criminal, tiene un cerebro imperfectamente formado. Así, cuando se encuentra en dificultades, debe refugiarse en los hábitos. Su pasado es un indicio, y la única página de él que conocemos, de sus propios labios, nos dice que en una ocasión, antes, cuando se encontraba en lo que el señor Morris llamaría «una difícil situación», regresó a su propio país de la tierra que había ido a invadir y, entonces, sin perder de vista sus fines, se preparó para un nuevo esfuerzo. Volvió otra vez, mejor equipado para llevar a cabo aquel trabajo, y venció. Así, fue a Londres, a invadir una nueva tierra. Fue derrotado, y cuando perdió toda esperanza de triunfo y vio que su existencia estaba en peligro, regresó por el mar hacia su hogar; exactamente como antes había huido sobre el Danubio, procedente de tierras turcas.
—¡Magnífico! ¡Magnífico! ¡Es usted una mujer extraordinariamente inteligente! —dijo van Helsing, con entusiasmo, al tiempo que se inclinaba y le besaba la mano. Un momento más tarde me dijo, con la misma calma que si hubiéramos estado llevando a cabo una auscultación a un enfermo:
—Solamente setenta y dos y con toda esta excitación. Tengo esperanzas —se volvió nuevamente hacia ella y dijo, con una gran expectación—: Continúe. ¡Continúe! Puede usted decirnos más si lo desea; John y yo lo sabemos. Por lo menos, yo lo sé, y le diré si está usted o no en lo cierto. ¡Hable sin miedo!
—Voy a intentarlo; pero espero que me excusen ustedes si les parezco egoísta.
—¡No! No tema. Debe ser usted egoísta, ya que es en usted en quien pensamos.
—Entonces, como es criminal, es egoísta; y puesto que su intelecto es pequeño y sus actos están basados en el egoísmo, se limita a un fin. Ese propósito carece de remordimientos. Lo mismo que atravesó el Danubio, dejando que sus tropas fueran destrozadas, así, ahora, piensa en salvarse, sin que le importe otra cosa. Así, su propio egoísmo libera a mi alma, hasta cierto punto, del terrible poder que adquirió sobre mí aquella terrible noche. ¡Lo siento! ¡Oh, lo siento! ¡Gracias a Dios por su enorme misericordia! Mi alma está más libre que lo que lo ha estado nunca desde aquella hora terrible, y lo único que me queda es el temor de que en alguno de mis trances o sueños, haya podido utilizar mis conocimientos para sus fines.
El profesor se puso en pie, y dijo:
—Ha utilizado su mente; por eso nos ha dejado aquí, en Varna, mientras el barco que lo conducía avanzaba rápidamente, envuelto en la niebla, hacia Galatz, donde, sin duda, lo había preparado todo para huir de nosotros. Pero su mente infantil no fue más allá, y es posible que, como siempre sucede de acuerdo con la Providencia Divina, lo que el criminal creía que era bueno para su bienestar egoísta, resulta ser el daño más importante que recibe. El cazador es atrapado en su propia trampa, como dice el gran salmista. Puesto que ahora que cree que está libre de nosotros y que no ha dejado rastro y que ha logrado huir de nosotros, disponiendo de tantas horas de ventaja para poder hacerlo, su cerebro infantil lo hará dormir. Cree, asimismo, que al dejar de conocer su mente de usted, no puede usted tener ningún conocimiento de él; ¡ese es su error! Ese terrible bautismo de sangre que le infligió a usted la hace libre de ir hasta él en espíritu, como lo ha podido hacer usted siempre hasta ahora, en sus momentos de libertad, cuando el sol sale o se pone. En esos momentos, va usted por mi voluntad, no por la de él. Y ese poder, para bien tanto de usted como de tantos otros, lo ha adquirido usted por medio de sus sufrimientos en sus manos. Eso nos es tanto más precioso, cuanto que él mismo no tiene conocimiento de ello, y, para guardarse él mismo, evita poder tener conocimiento de nuestras andanzas. Sin embargo, nosotros no somos egoístas, y creemos que Dios está con nosotros durante toda esta oscuridad y todas estas horas terribles. Debemos seguirlo, y no vamos a fallar; incluso si nos ponemos en peligro de volvernos como él. Amigo John, ésta ha sido una hora magnífica; y hemos ganado mucho terreno en nuestro caso. Debe usted hacerse escriba y ponerlo todo por escrito, para que cuando lleguen los demás puedan leerlo y saber lo que nosotros sabemos.
Por consiguiente, he escrito todo esto mientras esperamos el regreso de nuestros amigos, y la señora Harker lo ha escrito todo con su máquina, desde que nos trajo los manuscritos.
29 de octubre.
Esto lo escribo en el tren, de Varna a Galatz. Ayer, por la noche, todos nos reunimos poco antes de la puesta del sol. Cada uno de nosotros había hecho su trabajo tan bien como pudo; en cuanto al pensamiento, a la dedicación y a la oportunidad, estamos preparados para todo nuestro viaje y para nuestro trabajo cuando lleguemos a Galatz. Cuando llegó el momento habitual, la señora Harker se preparó para su esfuerzo hipnótico, y después de un esfuerzo más prolongado y serio de parte de van Helsing de lo que era necesario usualmente, la dama entró en trance. De ordinario, la señora hablaba con una sola insinuación, pero esa vez, el profesor tenía que hacerle preguntas y hacérselas de manera muy firme, antes de que pudiéramos saber algo; finalmente, llegó su respuesta:
—No veo nada; estamos inmóviles; no hay olas, sino un ruido suave de agua que corre contra la estacha. Oigo voces de hombres que gritan, cerca y lejos, y el sonido de remos en sus emplazamientos. Alguien dispara una pistola en alguna parte; el eco del disparo parece muy lejano. Siento ruido de pasos encima y colocan cerca cadenas y sogas. ¿Qué es esto? Hay un rayo de luz; siento el aire que me da de lleno.
Aquí se detuvo. Se había levantado impulsivamente de donde había permanecido acostada, en el diván, y levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba, como si estuviese soportando un gran peso. Van Helsing y yo nos miramos, comprendiendo perfectamente. Quince y levantó las cejas un poco y la miró fijamente, mientras Harker cerraba instintivamente su mano sobre la empuñadura de su
kukri
. Se produjo una prolongada pausa. Todos sabíamos que el momento en que podía hablar estaba pasando, pero pensamos que era inútil decir nada. Repentinamente, se sentó y, al tiempo que abría los ojos, dijo dulcemente:
—¿No quiere alguno de ustedes una taza de té? Deben estar todos muy cansados.
Deseábamos complacerla y, por consiguiente, asentimos. Salió de la habitación para buscar el té. Cuando nos quedamos solos, van Helsing dijo:
—¿Ven ustedes, amigos míos? Está cerca de la tierra: ha salido de su caja de tierra. Pero todavía tiene que llegar a la costa. Durante la noche puede permanecer escondido en alguna parte, pero si no lo llevan a la orilla o si el barco no atraca junto a ella, no puede llegar a tierra. En ese caso puede, si es de noche, cambiar de forma y saltar o volar a tierra, como lo hizo en Whitby. Pero si llega el día antes de que se encuentre en la orilla, entonces, a menos que lo lleven a tierra, no puede desembarcar. Y si lo descargan, entonces los aduaneros pueden descubrir lo que contiene la caja. Así, resumiendo, si no escapa a tierra esta noche o antes de la salida del sol, perderá todo el día. Entonces, podremos llegar a tiempo, puesto que si no escapa durante la noche, nosotros llegaremos junto a él durante el día y lo encontraremos dentro de la caja y a nuestra merced, puesto que no puede ser su propio yo, despierto y visible, por miedo de que lo descubran.
No había nada más que decir, de modo que esperamos pacientemente a que llegara el amanecer, ya que a esa hora podríamos saber algo más, por mediación de la señora Harker.
Esta mañana temprano, escuchamos, conteniendo la respiración, las respuestas que pudiera darnos durante su trance. La etapa hipnótica tardó todavía más en llegar que la vez anterior, y cuando se produjo, el tiempo que quedaba hasta la salida del sol era tan corto que comenzamos a desesperarnos. Van Helsing parecía poner toda su alma en el esfuerzo; finalmente, obedeciendo a la voluntad del profesor, la señora Harker dijo:
—Todo está oscuro. Oigo el agua al mismo nivel que yo, y ciertos roces, como de madera sobre madera.
Hizo una pausa y el sol rojizo hizo su aparición. Deberemos esperar hasta esta noche.
Por consiguiente, estamos viajando hacia Galatz muy excitados y llenos de expectación. Debemos llegar entre las dos y las tres de la mañana, pero en Bucarest tenemos ya tres horas de retraso, de modo que es imposible que lleguemos antes de que el sol se encuentre ya muy alto en el cielo. ¡Así pues, tendremos todavía otros dos mensajes hipnóticos de la señora Harker! Cualquiera de ellos o ambos pueden arrojar más luz sobre lo que está sucediendo.
Más tarde.
El sol se ha puesto ya. Afortunadamente, su puesta se produjo en un momento en el que no había distracción, puesto que si hubiera tenido lugar durante nuestra estancia en una estación, no hubiéramos tenido la suficiente calma y aislamiento. La señora Harker respondió a la influencia hipnótica todavía con mayor retraso que esta mañana. Temo que su poder para leer las sensaciones del conde esté desapareciendo, y en el momento en que más lo necesitamos. Me parece que su imaginación comienza a trabajar. Mientras ha estado en trance hasta ahora, se ha limitado siempre a los hechos simples. Si esto puede continuar así, es posible que llegue a inducirnos a error. Si pensara que el poder del conde sobre ella desaparecerá al mismo tiempo que el poder de ella para conocerlo a él, me sentiría feliz, pero temo que no suceda eso. Cuando habló, sus palabras fueron enigmáticas:
—Algo está saliendo; siento que pasa a mi lado como un viento frío. Puedo oír, a lo lejos, sonidos confusos… Como de hombres que hablan en lenguas desconocidas; el agua que cae con fuerza y aullidos de lobos.
Hizo una pausa y la recorrió un estremecimiento, que aumentó de intensidad durante unos segundos, hasta que, finalmente, temblaba como en un ataque. No dijo nada más; ni siquiera en respuesta al interrogatorio imperioso del profesor. Cuando volvió del trance, estaba fría, agotada de cansancio y lánguida, pero su mente estaba bien despierta. No logró recordar nada; preguntó qué había dicho, y reflexionó en ello durante largo rato, en silencio.