Dora Bruder

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Authors: Patrick Modiano

BOOK: Dora Bruder
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Sinopsis: Una adolescente perdida en los pliegues del pasado resume en su desoladora peripecia vital el sufrimiento de toda una época: el continente europeo en la era hitleriana, visto desde la perspectiva actual, y la aventura moral del escritor que trata de recobrar la verdad de aquel tiempo y aquellos seres.

El 31 de diciembre de 1941, en el periódico Paris-Soir apareció un anuncio patético: unos padres trataban de encontrar a su hija, de 15 años, que se había fugado de un colegio de monjas. Nueve meses más tarde, el nombre de la muchacha aparece en una lista de deportados al campo de exterminio de Auschwitz. Al filo de estas dos desapariciones sucesivas conocemos el destino de todo un pueblo, de toda Francia y de toda Europa, en una era de dolor, de humillaciones y de violencia, en la que la pureza resalta por contraste sobre un fondo de destrucción. Pero el tema del libro no es sólo la vida de Dora Bruder, sino la búsqueda del propio autor que trata de reconstruir aquella biografia borrada.

Patrick Modiano

Dora Bruder

ePUB v1.1

OhCaN
21.06.11

Prólogo

por

ADOLFO GARCIA ORTEGA

Me considero un lector constante de Modiano, un
modianista,
desde sus primeras novelas, a finales de los setenta. Creo que he leído prácticamente todo lo que ha escrito, y por eso puedo decir que
Dora Bruder
es su mejor novela. E incluso creo que es una de las mejores novelas aparecidas en los últimos años en Europa (el original francés es de 1997), y aunque no es más extensa que el resto de su producción, ya que Modiano acostumbra a escribir novelas de unas 150
o
170 páginas, ésta adquiere una dimensión extraordinaria, profunda, escalofriante, por su contenido. Es Modiano en la cumbre de su narrativa. Las frases que la crítica francesa ha dicho acerca de
Dora Bruder
son absolutamente exactas: “libro turbador” (Renaud Matignon), «libro contra el olvido» (Norbert Czarny), «un gran libro» (Marc Lambron), «libro excepcional» (Jorge Semprún). Y se podría añadir: libro necesario, libro cautivador, libro magistral.

Patrick Modiano no es, como digo, un desconocido en España. Nacido en Boulogne-Billancourt, Francia, en 1945, de origen judío, sus novelas, desde la primera,
La Place de l'Étoile (1968),
han sido traducidas periódicamente a nuestra lengua. En
1972
publicó una de las novelas que marcaría una especie de «patrón» para toda su obra,
Los bulevares periféricos,
caracterizada por ahondar en el pasado des de una situación de presente, casi siempre en el marco de un París concebido como un mundo geográficamente dilatado, enorme, casi un país en sí, y con la intención de encontrar las claves a la persecución judía en Francia
o
al naufragio moral que supuso la Ocupación, mediante personajes que, sometidos a diversas presiones, no siempre definidas, internas
o
externas, vagan por la vida sin una explicación, pero con la necesidad de describir el tiempo pasado. Esto, esquemáticamente, resume el cuadro general de las novelas de Modiano. En
1978
fue premio Goncourt por la impresionante
Rue des boutiques obscures,
y su producción comprende, entre otras,
La ronda de noche
(1970),
Una juventud (1981), Domingos de agosto (1986), El rincón de los niños (1989), Viaje de novios
(1990),
Joyita
(2001),
Un pedigrí
(2005)
o
la maravillosa
En el café de la juventud perdida
(2007). Sus obras han ido siempre al margen de las modas del momento, escribiendo un tipo de literatura propia, y eso le hace grande.

Ahora, con
Dora Bruder,
todos los ingredientes habituales se dan cita para componer un, primero modesto pero luego descomunal, fresco de la vida pública francesa en el marco violento, soterrado y cruel de la deportación de judíos. El tema es frecuente en Modiano, sobre todo en
Rue des boutiques obscures o
en la novelización de su guión, para Louis Malle, de
Lacombe Lucien,
película que convulsionó Francia donde sin piedad escarbaba en los fantasmas del colaboracionismo. Pero es con
Dora Bruder
donde se convierte en un canto fúnebre, directamente personal, entonado a todas y cada una de las personas judías cuyas identidades fueron borradas, eliminadas, suprimidas. Y esa supresión, cuando se trata de hallar cuál fue su huella en esta vida, es más escalofriante cuanto se intuye que sólo pueden permanecer en la memoria gracias a libros como el de Modiano
(o
el de Arendt
o
el de Goldhagen, por citar dos muy distintos), ya que no existe memoria familiar para pervivir en el recuerdo: las familias morían
enteras.

Declarados apátridas, siendo vecinos y convecinos de los franceses no-judíos, siendo compatriotas, amigos, familiares, paulatinamente los rastros por este mundo de los judíos deportados van haciéndose desaparecer por una voluntad preconcebida.
Y
Dora Bruder, la niña de quince años desaparecida, es el símbolo de todos ellos.

Narrada como una historia presente, en que el narrador y el autor se confunden,
Dora Bruder
arranca del encuentro casual, en un periódico de
1941,
de un pequeño suelto en que los padres avisan de la desaparición de su hija. El hecho de que el domicilio familiar coincida con el barrio en que el narrador vivió su infancia, hace que esa noticia le llame la atención. A partir de ahí, bajo la capa de recuperar más allá de la curiosidad, empezará una búsqueda de la identidad perdida de aquella niña que, como sus padres, como tantos miles de parisinos, terminó en un horno crematorio nazi, ayudados por la burocracia francesa. Buscará primero en los escenarios actuales de París. Buscará rastros, pequeños indicios, pero durante años esa investigación irá creciendo, se prolongará por archivos de la policía, por centros de documentación, encontrará cartas, nombres, sabrá cuál habrá sido el destino, paso a paso, de esa muchacha en un París tratado con cariño, pero con dureza, hasta su muerte en el campo de concentración.

Descarnadamente, como pocas veces se ha visto, Modiano, con pinceladas escuetas, relata como un historiador la secuencia terrible de aquel año
41,
primero en comisarías, luego en cuarteles, luego en trenes, luego en campos, luego en hornos. Incluso el tono auto biográfico de autor perplejo le presta un realismo descarnado, a-literario, que objetiva la novela en un rango de investigación periodística, aunque sólo en parte, ya que la novela desciende fríamente a lo más hondo del alma. A medida que va profundizando en la vida, en los retazos de vida, que consigue averiguar de Dora Bruder, el lector asiste a una especie de apertura de cámara sellada: cientos, miles de Doras Bruder van saliendo a la luz. Lo que era una sencilla búsqueda, alimentada por la coincidencia de calles
y
de lugares comunes con la infancia del narrador, se convierte en el acta notarial de una masacre. Y lo espeluznante de la historia es precisamente esa cercanía de lugares comunes, ese París que compartieron la niña
y
el narrador. Mientras busca la identidad de los Bruder, Modiano nos describe el mundo anterior a su infancia, cada casa, cada tren, cada hora, cada sufrimiento o angustia de esos judíos
y
judías deportados son casas, horas
y
trenes en que otros franceses vivían ajenos, o no tan ajenos, a esa matanza.

Modiano, en esta obra magna
y
concentrada, demuestra que el mundo al que vuelve una
y
otra vez no está agotado. Esta novela, incluso, abre una vía por la que cabe esperar que el autor avance con nuevas perspectiva de su disección moral de la Francia ocupada. Pero lo terrible es pensar que los tiempos actuales no son distintos en cuanto a ese tipo de situaciones. Las guerras, las grandes migraciones de desplazados, la ascensión de los fanatismos, las matanzas generalizadas allí donde un colectivo es perseguido por ser sólo eso, colectivo, hacen que novelas como las de Modiano, donde las víctimas se lamentan de ser arrolladas por la historia, no pasen de moda, al revés, pervivan como faros morales.

DORA BRUDER

Hace ocho años, en un viejo ejemplar del Paris-Soir, con fecha del 31 de diciembre de 1941, me llamó la atención una sección, «De ayer a hoy», en la página tres. Leí:

PARIS

Se busca a una joven, Dora Bruder, de 15 años, 1,55 m, rostro ovalado, ojos gris-marrón, abrigo sport gris, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París.

Conozco desde hace tiempo el barrio donde está el bulevar Ornano. De niño acompañaba a mi madre al mercado de las Pulgas de Saint-Ouen. Bajábamos del autobús en la puerta de Clignancourt y a veces en el ayuntamiento del distrito XVIII. Siempre en sábado o el domingo después de comer.

En invierno, en la acera del bulevar, que discurre a lo largo del cuartel de Clignancourt, solía estar entre la multitud de gente, con su trípode, un fotógrafo gordo, de nariz grumosa y lentes redondos que ofrecía una «foto de recuerdo». En verano se instalaba en el puerto de Deauville, frente al bar Soleil. Hacía clientes. Pero allí, en la puerta de Clignancourt, los transeúntes no parecían tener muchas ganas de fotografiarse. Llevaba un viejo sobretodo y un zapato agujereado.

Recuerdo el bulevar Barbes y el bulevar Ornano desiertos, una tarde soleada de domingo, en mayo de 1958. En cada cruce había patrullas de policía debido a los sucesos de Argelia.

Estuve en ese barrio en el invierno de 1965. Tenía una amiga que vivía en la calle Championnet. Ornano 49-20.

En aquella época la multitud de transeúntes que pasa los domingos por la acera del cuartel debía de haberse llevado por delante al gordo fotógrafo, pero nunca fui a comprobarlo. ¿Para qué había servido ese cuartel? Me dijeron que había albergado tropas coloniales.

Enero de 1965. Eran las seis de la tarde y caía la noche en el cruce del bulevar Ornano con la calle Championnet. Yo no era nada, me confundía con el crepúsculo, con las calles.

El último café, al final del bulevar Ornano, lado de los pares, se llamaba El Surtidor Constante. A la izquierda, en la esquina con el bulevar Ney, había otro que tenía un
juke-box.
En el cruce Ornano-Championnet, en la esquina con la calle Duhesme, una farmacia y dos cafés más, uno de ellos muy antiguo.

Lo que he llegado a esperar en esos cafés… Desde primera hora de la mañana, cuando aún era de noche. Desde mediodía hasta el anochecer. Y más tarde, hasta la hora de cierre…

Los domingos por la tarde un viejo automóvil deportivo negro -un Jaguar, creo- aparcaba en la calle Championnet, a la altura del parvulario. Llevaba una placa detrás, G.I.G., Gran Inválido de Guerra. Su presencia en un barrio así me chocaba. Me preguntaba qué cara tendría su dueño.

A partir de las nueve de la noche el bulevar se quedaba desierto. Todavía veo la luz de la boca del metro de Simplon y, casi enfrente, la de la entrada del cine, ubicado en Ornano, 43. El número 41, que precedía al cine, nunca me había llamado la atención y, sin embargo, estuve pasando por delante durante meses y años. De 1965 a 1968. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París.

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