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Authors: Christopher Hitchens

Dios no es bueno (30 page)

BOOK: Dios no es bueno
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Aunque personalmente creo que la población tamil tiene un razonable motivo de queja contra el gobierno central, no se puede perdonar a la dirección de su guerrilla haber liderado mucho antes que Hezbollah y al-Qaeda la repugnante táctica del asesinato suicida. Esta técnica bárbara, que también utilizaron para asesinar a un presidente electo de la India, no justifica los pogromos regidos por los budistas contra los tamiles, ni el asesinato a manos de un sacerdote budista del primer presidente electo de la Sri Lanka independiente.

Cabe la posibilidad de que algunos lectores de estas páginas queden estupefactos al conocer la existencia de asesinos y sádicos hinduistas y budistas. ¿Acaso se imaginaba vagamente que los orientales dedicados a la contemplación, a seguir una dieta vegetariana y a ocuparse en rutinas meditativas son inmunes a este tipo de tentaciones? Se puede argumentar incluso que el budismo no es en absoluto una «religión» en el sentido en que nosotros utilizamos este término. En todo caso, se dice que Buda perdió en Sri Lanka un diente; y en una ocasión asistí a una ceremonia en la que los sacerdotes hacían una curiosa exhibición pública de este objeto encerrado en un cubículo de oro. El obispo Heber no mencionaba los huesos en su estúpido salmo y tal vez se debía a que los cristianos siempre se han congregado para rendir culto a los huesos de supuestos santos y los han guardado en espeluznantes relicarios en sus iglesias y catedrales. Como quiera que sea, en aquella ceremonia propiciatoria digna del culto al ratoncito Pérez no experimenté la menor sensación de paz y dicha interior. Al contrario, me di cuenta de que si yo fuera tamil tendría muchísimas posibilidades de ser descuartizado.

La especie humana es una especie animal que no presenta muchas variaciones, y es inútil y vano imaginar que un viaje, por ejemplo, al Tíbet, nos revelará una armonía absolutamente distinta con la naturaleza o con la eternidad. El Dalai Lama, pongamos por caso, es absoluta y fácilmente reconocible para cualquier individuo secular. Exactamente del mismo modo que un príncipe secular, él afirma no solo que el Tíbet debería ser independiente del dominio chino (una exigencia «absolutamente perfecta», si se me permite utilizar una construcción inglesa cotidiana), sino que él es un monarca hereditario designado por el propio cielo. ¡Qué oportuno! Las sectas disidentes de su culto son perseguidas; su régimen unipersonal en un enclave hinduista es absoluto; realiza declaraciones absurdas sobre el sexo y la alimentación y, cuando está de viaje por Hollywood para buscar quien le financie, unge con la condición de sagrados a donantes como Steven Segal y Richard Gere. (De hecho, hasta el señor Gere lloriqueó un poco cuando el señor Segal fue investido como
tulku
o persona de elevada iluminación. Debe de ser irritante quedar descartado por una puja superior en semejante subasta espiritual.) Reconoceré que el actual lama «Dalai» o sagrado es un hombre de cierto atractivo y presencia, como reconoceré también que la actual reina de Inglaterra es una persona con más integridad que la mayoría de sus predecesores, pero esto no invalida la crítica de la monarquía hereditaria, y los primeros visitantes extranjeros que fueron al Tíbet quedaron francamente consternados ante un dominio feudal y unos castigos espantosos que mantenían a la población en situación de servidumbre permanente bajo una élite monástica parasitaria.

¿Cómo se podría demostrar fácilmente que la fe «oriental» era idéntica a las suposiciones imposibles de verificar de la religión «occidental»? Veamos una afirmación tajante de «Gudo», un monje budista japonés muy famoso de la primera mitad del siglo XX:

En mi condición de propagador del budismo enseño que «todos los seres sintientes tienen la naturaleza de Buda» y que «en el Dharma hay igualdad, no seres superiores, ni inferiores». Además, enseño que «todos los seres sintientes son hijos míos». Una vez adoptadas estas palabras y grabadas en letra de oro como fundamento de mi fe, descubrí que coinciden de manera absoluta con los principios del socialismo. Así fue como me convertí en un creyente en el socialismo.

Aquí lo encontramos otra vez: una premisa infundada de que alguna «fuerza» externa indefinida tiene una mente propia y la ligera pero amenazadora insinuación de que todo aquel que discrepe de ello está de algún modo oponiéndose a la voluntad sagrada o paterna. Extraigo este fragmento del ejemplar libro de Brian Victoria
Zen at War,
que describe cómo la mayoría de los budistas japoneses decidieron que Gudo acertaba en lo general pero erraba en lo particular. Ciertamente se consideraba niños a las personas, como hacen todos los credos, pero en realidad era el fascismo y no el socialismo lo que Buda y el
Dharma
exigían de ellos.

El señor Victoria es un budista fiel y afirma ser también (eso es cosa suya) un sacerdote. Se toma su fe muy en serio, desde luego, y sabe mucho sobre Japón y los japoneses. Su estudio de la cuestión demuestra que el budismo japonés se convirtió en un criado fiel, incluso en un defensor, del imperialismo y el asesinato masivo, y que lo hizo no tanto porque fuera japonés, sino porque era budista. En 1938 miembros destacados de la secta nichiren fundaron un grupo dedicado al «budismo al estilo imperial». Afirmaban lo siguiente:

El budismo al estilo imperial se sirve de la infinita verdad del Sufra del Loto para revelar la majestuosa esencia del sistema político nacional. Exaltar el verdadero espíritu del budismo mahayana es una enseñanza que apoya venerablemente la tarea del emperador. A esto es a lo que se refería el gran fundador de nuestra secta, Nichiren Shoshu, cuando aludía a la unidad divina del soberano y de Buda. […] Por ello, la principal imagen de adoración del budismo al estilo imperial no es el Buda Shakyamuni que apareció en la India, sino su majestad el emperador, cuyo linaje se extiende más allá de diez mil generaciones.

Por enfermizas que puedan resultar este tipo de efusiones, quedan al margen de toda crítica. Al igual que la mayoría de las profesiones de fe, consiste en
suponer
directamente lo que hay que demostrar. Así, una afirmación desnuda va seguida de las palabras «por ello», como si toda la tarea lógica se hubiera llevado a cabo al hacer la afirmación. (Tampoco son fruto de una deducción lógica todas las afirmaciones del Dalai Lama, que casualmente no defiende la carnicería imperialista pero acogió con visible alegría las pruebas nucleares realizadas por el gobierno indio.) Los científicos han acuñado una expresión para referirse a las hipótesis que son decididamente inútiles siquiera para aprender de algún error. Se refieren a ellas como hipótesis «ni siquiera falsas». La mayor parte del denominado discurso espiritual es de esta naturaleza.

Se apreciará, además, que en la imagen de esta escuela del budismo hay otras escuelas budistas igual de «contemplativas» que viven en el error. Esto es precisamente lo que un antropólogo de la religión esperaría encontrar en algo que, dado que ha sido inventado, está condenado a ser cismático. Pero ¿con qué fundamento puede un fiel del Buda Shakyamuni argumentar que sus compatriotas de pensamiento japoneses vivían en el error? Desde luego, no utilizando razonamientos ni evidencias, que son bastante ajenos a quienes hablan de la «infinita verdad del Sutra del Loto».

Una vez que los generales japoneses consiguieron que sus zombis obedientes del zen fueran absolutamente dóciles, las cosas fueron de mal en peor. La China continental se convirtió en un campo de exterminio y todas las sectas principales del budismo japonés se reunieron bajo la siguiente proclamación:

Venerando el régimen imperial de preservar Oriente, los súbditos del Japón imperial son portadores del destino humanitario de mil millones de personas de color. […] Creemos que ha llegado el momento de realizar un cambio importante en el curso de la historia de la humanidad, que ha girado en torno a los caucasianos.
1

Esto recuerda a la línea adoptada por el sintoísmo, otra pseudorreligión que goza de apoyo estatal, de que los soldados japoneses cayeron realmente por la causa de la independencia de Asia. Todos los años se suscita una célebre polémica acerca de si los dirigentes civiles y espirituales de Japón deben visitar el santuario de Yakasuni, que oficialmente enaltece al ejército de Hiro-Hito. Todos los años, millones de chinos, coreanos y birmanos protestan diciendo que Japón no era enemigo del imperialismo en Oriente, sino una forma más reciente y maliciosa del mismo, y que el santuario de Yakasuni es un monumento al horror. No obstante, qué interesante resulta percibir que los budistas japoneses de la época consideraban que la participación de su país en el eje nazi/fascista era una manifestación de teología de la liberación. O, como la dirección budista unificada de la época lo formulaba:

Con el fin de establecer la paz eterna en el Asia oriental, despertando la magnánima benevolencia y compasión del budismo, a veces somos transigentes y a veces somos contundentes. Ahora no nos queda otra elección que ejercer la benévola contundencia de «matar a uno con el fin de que sobrevivan muchos» (issatsu tashó). Esto es algo que aprueba el budismo mahayana únicamente con el máximo de los rigores.

Ningún defensor de la «guerra santa» o la «cruzada» podría haberlo dicho mejor. La frase de la «paz eterna» es particularmente sobresaliente. Al final del atroz conflicto que Japón había desencadenado, fueron los sacerdotes budistas y sintoístas quienes reclutaban y formaban a los fanáticos bombarderos suicidas o
Kamikaze
(«viento divino») garantizándoles que el emperador era un «Rey Sagrado y Timón de Oro», una de las cuatro auténticas manifestaciones del monarca budista ideal, y un
Tathagata o
«ser plenamente iluminado» del mundo material. Y como «el Zen contempla con la misma indiferencia la vida y la muerte», ¿por qué no abandonar las cuitas de este mundo y adoptar una política de postración a los pies de un dictador homicida?

Este truculento asunto también contribuye a apuntalar mi acusación general según la cual considero que la «fe» es una amenaza. Debería permitírseme que yo continuara desarrollando mis estudios e investigaciones en una casa y que los budistas hicieran girar su rueca en otra. Pero el desdén por el intelecto tiene un curioso modo de
no
ser pasivo. Una de dos: o quienes se muestran ingenuamente crédulos se convierten en presa fácil de otros menos escrupulosos que buscan «dirigirlos» e «inspirarlos», o aquellos cuya credulidad ha llevado a su sociedad al estancamiento pueden buscar una solución no en el examen de conciencia honesto, sino culpando a los demás de su atraso. Ambas cosas sucedieron en la sociedad «espiritual» más consagrada.

Aunque muchos budistas se arrepienten ahora de aquel deplorable intento de demostrar su superioridad, ningún budista ha sido capaz desde entonces de manifestar que el budismo está equivocado en sus premisas. Un credo que desprecia la mente y la libertad individual, que predica la sumisión y la resignación y que considera que la vida es una cosa tan pasajera y desgraciada está mal equipado para la autocrítica. Quienes acabaron aburriéndose de las religiones de la «Biblia» convencionales y buscan «iluminación» mediante la disolución de sus facultades críticas en cualquier tipo de nirvana deberían prestar más atención a una advertencia. Tal vez piensen que abandonan el dominio del desdeñable materialismo, pero todavía se les sigue pidiendo que pongan a dormir la razón y que se despojen tanto de su mente como de los zapatos.

15. La religión como pecado original

En realidad, hay aspectos en los que la religión no solo es amoral, sino positivamente inmoral. Y estos delitos y faltas no deben buscarse en la conducta de sus fieles (que a veces puede ser ejemplar), sino en sus preceptos originales.

Estos delitos son los siguientes:

  • Presentar una imagen falsa del mundo para los ingenuos y los crédulos.
  • La doctrina del sacrificio de sangre.
  • La doctrina de la expiación.
  • La doctrina de la recompensa y/o el castigo eternos.
  • La imposición de tareas y normas imposibles.

Ya nos hemos ocupado del primer aspecto. Se sabe desde hace mucho tiempo que todos los mitos de creación de todos los pueblos son falsos, y que recientemente han sido sustituidos por explicaciones infinitamente superiores y más majestuosas. A su lista de disculpas, la religión debería añadir sencillamente una disculpa por endilgar parches artificiales y mitos populares a las personas confiadas y por tardar tanto tiempo en reconocer que lo habían hecho. Se percibe cierta reticencia para hacer este reconocimiento, puesto que podría hacer estallar la visión del mundo religiosa en su conjunto; pero cuanto más se demore, más abyecta será la negación.

Sacrificios de sangre

Antes de que apareciera el monoteísmo, los altares de la sociedad primitiva apestaban a sangre, gran parte de ella humana y alguna incluso infantil. La sed de ella, al menos en su variante animal, todavía nos acompaña. Los judíos devotos intentan criar actualmente la «vaca roja» pura e inmaculada que se menciona en el capítulo 19 del libro de Números, la cual, si se sacrifica de nuevo siguiendo el ritual preciso y meticuloso, provocará el regreso de los sacrificios humanos en el Tercer Templo y acelerará el fin de los tiempos y la llegada del Mesías. Tal vez esto parezca sencillamente absurdo, pero mientras escribo estas palabras un grupo de agricultores cristianos obsesionados con esta idea trata de ayudar a sus colegas fundamentalistas empleando técnicas de cría especiales (prestadas o robadas de la ciencia moderna) para criar una bestial «Vaca Roja» en Nebraska. Mientras tanto, en Israel los judíos fanáticos de la Biblia también intentan criar en una «burbuja» pura y libre de contaminación un niño que cuando alcance la mayoría de edad tendrá el privilegio de degollar a esa vaca. En condiciones ideales, esto debería llevarse a cabo en la Explanada de las Mezquitas, la inoportuna sede de los santos lugares musulmanes; pero, en todo caso, el auténtico lugar en el que supuestamente Abraham blandió el cuchillo sobre el cuerpo vivo de su propio hijo. En el mundo cristiano y musulmán se producen otros degollamientos y destripamientos sacramentales a diario, ya sea para celebrar la Pascua o la fiesta del Eid.

Esta última, que alaba la disposición de Abraham para realizar el sacrificio humano de su hijo, es común a todos los monoteísmos y proviene de sus antepasados primitivos. No hay forma de suavizar el evidente sentido de esta escalofriante historia. El preludio tiene que ver con una serie de vilezas y decepciones, desde la seducción de Lot por parte de sus hijas hasta el matrimonio de Abraham con su hermanastra, el nacimiento de Isaac de Sara cuando Abraham tenía cien años y muchos otros delitos y faltas toscos e increíbles. Afligido tal vez por los remordimientos, pero en todo caso creyendo seguir los dictados de dios, Abraham se aviene a asesinar a su hijo. Recoge las astillas, tiende al muchacho atado sobre ellas (mostrando así que conocía el procedimiento) y toma el cuchillo para matar al chico como a un animal. En el último instante posible, su mano se detiene; no ha sido dios, según parece, sino un ángel, y desde las nubes se le alaba por demostrar su inquebrantable disposición para asesinar a un inocente con el fin de expiar sus pecados. En recompensa a su fidelidad, se le augura una larga posteridad en la abundancia.

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