Devoradores de cadáveres (18 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

BOOK: Devoradores de cadáveres
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—El hombre muerto no es útil a nadie.

A poco, Buliwyf se quedó dormido y sus colores se volvieron más pálidos y su respiración menos profunda. Temí que nunca despertase de aquel sueño. Tal vez él también lo temía, porque mientras dormía conservó su espada aferrada a una mano.

Estertores de muerte de los «wendol»

Así, pues, también yo me quedé dormido. Herger me despertó con estas palabras:

—Debes venir ahora mismo —oí entonces el rumor de un trueno lejano. Miré por la ventana cubierta de vejiga.
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No había amanecido todavía, pero a pesar de ello tomé mi espada. En verdad me había dormido con mi armadura puesta, por no haber tenido ganas de quitármela. Me apresuré a salir. Era la hora que precede el alba y el aire estaba brumoso y espeso, cargado del rumor de cascos lejanos.

Herger me dijo:

—Vienen los
wendol
. Se han enterado de las heridas mortales de Buliwyf y buscan una última venganza por la muerte de su madre.

Cada uno de los guerreros de Buliwyf, entre quienes me contaba yo, ocupamos nuestro puesto en el perímetro de las fortificaciones que habíamos levantado contra los
wendol
. Eran defensas muy precarias, pero no teníamos otras. Escudriñamos la niebla para ver a los jinetes que se aproximaban. Había supuesto que sentiría miedo, pero no lo sentí, pues había visto ya a los
wendol
y sabía que eran seres, si no hombres, bastante semejantes a los hombres, como lo son los monos. Sabía entonces que eran mortales y que morían.

Por ello no sentía miedo, aparte de la expectativa de esta batalla final. En este sentido estaba solo, porque los guerreros de Buliwyf mostraban mucho temor, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo. Es verdad que habíamos matado a la madre de los
wendol
, su conductora, y que habíamos perdido también a Buliwyf, nuestro propio conductor. No había por tanto mucha alegría mientras esperábamos.

Oí entonces un fuerte tumulto a mis espaldas, y al volverme vi lo siguiente: Buliwyf, pálido como la niebla, estaba en pie sobre la tierra del reino de Rothgar. Y sobre sus hombros estaban dos cuervos, uno de cada lado. Y al ver esto los nórdicos lanzaron gritos, levantaron sus armas por los aires y gritaron pidiendo guerra.
[51]

Buliwyf, diré, no habló en ningún momento, ni tampoco miró hacia un lado u otro. Tampoco mostró signos de haber reconocido a nadie, sino que avanzó con paso majestuoso, atravesó la línea de fortificaciones y, una vez fuera de ellas, esperó el ataque de los
wendol
. Los cuervos huyeron volando y Buliwyf, aferrando su espada Runding, hizo frente al ataque.

No existen palabras capaces de describir el ataque final de los
wendol
en aquel amanecer de niebla. No hay palabras para describir la sangre derramada, los alaridos que rasgaban el aire espeso, los caballos y jinetes que morían en horrible agonía. Con mis propios ojos vi a Etchgow, el hombre de los brazos de hierro, ser decapitado por la espada de un
wendol
y su cabeza rodar y rebotar como si fuera una pelota, la lengua asomaba aún por la boca. Vi asimismo a Weath atravesado por una flecha en el pecho y aprisionado por ella en el suelo, donde se agitaba como un pez extraído del mar. Vi a una niña pisoteada por los cascos de un caballo, su cuerpo totalmente aplastado y la sangre brotándole por un oído. También vi a una mujer, esclava del rey Rothgar, cuyo cuerpo fue cortado en dos partes cuando corría tratando de huir de un jinete. Vi a muchos niños muertos del mismo modo. Vi caballos encabritarse y levantarse, ya desmontados sus jinetes, para caer luego sobre ancianos y ancianas que mataban a los animales desde su posición caída en el suelo y a pesar de estar atontados. Vi, en fin, a Wiglif, el hijo de Rothgar, correr lejos de la batalla y ocultarse como un cobarde. No vi al heraldo ese día.

Yo mismo maté a tres
wendol
y recibí un flechazo en un hombro que me provocó un dolor semejante a una quemadura. Me hervía la sangre en toda la longitud del brazo y también en el pecho. Temí desmayarme, pero continué peleando.

El sol había perforado ya la niebla y el amanecer estaba sobre nosotros. A poco la niebla se disipó y los jinetes se alejaron. Bajo la luz cruda del día vi cadáveres en todas partes, y también muchos cadáveres de
wendol
, pues en esta oportunidad no habían recogido a sus muertos. Este hecho era en verdad prueba de su derrota, pues su huida se había efectuado en desorden y no podían volver a atacar a Rothgar. Y todos los habitantes del reino de Rothgar lo comprendieron así y se regocijaron.

Herger me lavó la herida y se mostró jubiloso, pero sólo hasta que trasladaron el cuerpo de Buliwyf al gran hall de Rothgar. Buliwyf había muerto mil muertes. Tenía el cuerpo destrozado por las espadas de una docena de adversarios y su rostro y su cuerpo estaban cubiertos de sangre todavía tibia. Al ver esto Herger se echó a llorar y ocultó el rostro de mí, pero no era necesario, porque yo mismo sentí que las lágrimas me empañaban los ojos.

Buliwyf fue depositado ante el rey Rothgar, quien tenía el deber de pronunciar un discurso. El viejo rey, no obstante, no pudo hacerlo. Dijo sólo esto:

—He aquí un guerrero y un héroe digno de los dioses. Enterradlo como un gran rey —y abandonó el recinto.

Creo que se sentía avergonzado por no haber participado él mismo en la batalla. También su hijo Wiglif había huido como un cobarde y muchos habían sido testigos de ello y lo llamaban una acción de mujer. Esta circunstancia contribuyó, quizá, a avergonzar aún más al padre. O bien puede haber existido algún otro motivo que yo desconocía. La verdad es que era sumamente anciano.

Sucedió entonces que en voz muy baja Wiglif habló al heraldo:

—Este Buliwyf nos ha rendido grandes servicios, tanto mayores por haber muerto él después de haberlos prestado.

En estos términos habló Wiglif cuando su padre se retiró del gran hall.

Herger oyó estas palabras y también yo. Fui el primero en desenvainar la espada. Herger me dijo entonces:

—No te batas con este hombre, porque es un zorro y tú tienes heridas.

—¿Qué importa? —repliqué, y rápidamente desafié al hijo de Wiglif sin vacilar. Wiglif sacó su espada, pero en el mismo instante Herger me asestó un puntapié u otro golpe violento desde atrás, y como no lo esperaba caí tropezando. Entonces Herger se trabó en combate con el hijo Wiglif. También el heraldo se dispuso a batirse y avanzó con sigilo, con la intención de colocarse detrás de Herger y matarle por la espalda. Yo mismo maté al heraldo hundiéndole la espada en el abdomen, y el heraldo lanzó un grito en el instante en que le atravesé. El hijo Wiglif le oyó, y a pesar de haber luchado con aparente valor hasta entonces, mostró gran temor mientras se batía con Herger.

Ocurrió entonces que el rey Rothgar oyó el entrechocar de las espadas. Volvió entonces al gran hall y suplicó que cesara el duelo. Sus esfuerzos fueron inútiles, Herger tenía un propósito firme. Llegué a verlo, en verdad, a horcajadas sobre el cuerpo de Buliwyf y esgrimir la espada contra Wiglif hasta que lo mató. Cayó sobre la mesa de Rothgar, y tomando la copa del rey, intentó llevársela a los labios. La verdad es que murió sin haber bebido. Así quedó terminado este asunto.

Del grupo de Buliwyf, que había sido de trece hombres, quedábamos solamente cuatro. Junto con ellos ayudé a trasladar a Buliwyf debajo de un techado de madera y allí depositamos su cuerpo con una copa de hidromiel en la mano. Herger dijo entonces a la multitud congregada allí:

—¿Quién morirá junto a este noble guerrero?

Y una mujer, una esclava del rey Rothgar, dijo que ella moriría junto a Buliwyf. Se iniciaron los preparativos habituales entre los nórdicos.
[52]

Se preparó seguidamente un barco junto a la orilla, debajo de la fortaleza de Rothgar, y en él se dejaron tesoros de oro y de plata, además de dos caballos muertos. Se levantó una tienda y Buliwyf, con la rigidez de la muerte ya, fue colocado dentro de ella. Su cadáver tenía el color negro de la muerte en este clima tan frío. Llevaron entonces a la esclava a cada uno de los guerreros de Buliwyf y también yo, cuando me la trajeron, tuve conocimiento carnal de ella. Me dijo luego:

—Mi amo te lo agradece.

Tenía una expresión radiante en el rostro y sus modales eran mucho más cordiales de lo que ocurre en general entre estas gentes. Mientras volvía a ponerse sus ropas, entre las que contaba además con espléndidos adornos de oro y de plata, le dije que la hallaba llena de felicidad.

Estaba pensando yo que era una muchacha bonita y joven y que pronto habría de morir, cosa que ella, como yo, sabía. Me dijo entonces:

—Estoy contenta porque pronto veré a mi amo.

No había bebido hidromiel todavía y hablaba con una sinceridad que le brotaba del corazón. Tenía el rostro radiante como el de una niña feliz o como el de ciertas mujeres cuando están encintas. Es así como puedo describirlo mejor.

En vista de ello, le dije:

—Dile a tu amo cuando le veas que yo he sobrevivido para escribir —no sé si ella comprendió bien estas palabras. Añadí—: Era el deseo de tu amo.

—Se lo diré —dijo ella, y con la mayor alegría fue junto al guerrero siguiente de los de Buliwyf. No sé si había comprendido lo que quise decir, ya que el único sentido de la escritura que tienen estos nórdicos es el del tallado sobre la madera o la piedra, al cual tampoco se dedican con gran frecuencia. Mi discurso, además, en la lengua nórdica no era claro. A pesar de ello, la muchacha se mostró satisfecha y se alejó de mí.

Al atardecer, cuando el sol comenzó su descenso hacia el mar, se dispuso el barco de Buliwyf en la playa y se llevó a la muchacha a la tienda sobre el barco y la vieja llamada el ángel de la muerte le coloco una daga entre las costillas y Herger y yo tiramos de la cuerda que la estranguló. Después de sentarla al lado de Buliwyf, nos alejamos.

En todo aquel día no había tomado yo alimento ni bebida, por saber que debía participar en estas actividades y no desear sufrir la vergüenza de vomitar en presencia de todos. Sin embargo, no sentí repulsión frente a los hechos registrados más tarde, ni tampoco estuve a punto de desmayarme ni sentí que me daba vueltas la cabeza. En secreto, me sentí orgulloso de mí mismo. También es verdad que en el momento de morir la joven esclava estaba sonriendo y que quedó muerta con esa sonrisa, de tal manera que más tarde pude verla sentada junto a su amo con la misma sonrisa sobre el rostro pálido. El de Buliwyf estaba negruzco y tenía los ojos cerrados, pero su expresión era serena. Así fue como vi por última vez a estos dos miembros de la raza de los nórdicos.

Se puso fuego, por último, al barco de Buliwyf y se le impulsó hacia el mar, mientras los nórdicos, en pie en la costa rocosa, hacían muchas invocaciones a sus dioses. Con mis propios ojos vi cómo las corrientes se llevaban al barco, como una pira ardiente, y por fin lo perdí de vista y las tinieblas de la noche descendieron sobre las tierras del Norte.

Regreso de las tierras del norte

Pasé unas semanas más en la compañía de los guerreros y nobles del reino de Rothgar. Fueron días gratos, porque las gentes se mostraron amables y hospitalarias, cuidando con gran atención de mis heridas, que cicatrizaron bien, loado sea Alá. No tardó en llegar el día, no obstante, que sentí deseos de volver a mi tierra natal. Revelé entonces al rey Rothgar que era el emisario del Califa de Bagdad y que debía completar la misión que él me había encomendado, pues de lo contrario, sería objeto de su ira.

Nada de esto hizo mucha impresión a Rothgar, quien dijo que yo era un noble guerrero y que deseaba que permaneciera en su dominio para vivir la vida que merece semejante guerrero. Rothgar manifestó entonces que me ofrecía su amistad eterna y que me daría todo lo que yo deseara y que estuviera dentro de sus posibilidades darme. No estaba dispuesto, en cambio, a permitir que marchara y se ingenió para crear toda clase de excusas y retrasos. Dijo que debía cuidarme las heridas, no obstante estar éstas evidentemente cicatrizadas. Señaló después que debía recobrar las fuerzas, aunque ellas estaban también visiblemente restablecidas. Por fin dijo que debía esperar hasta que se equipase un barco, empresa que no era fácil. Cuando le pregunté cuánto tiempo podría llevar esto, el rey me dio una respuesta vaga, como si no le interesara mucho. Todas las veces que le preguntaba cuándo podría partir se irritaba y me preguntaba a su vez si estaba yo insatisfecho con la hospitalidad que recibía. A ello me veía obligado a responder con toda suerte de expresiones de alabanza por su cortesía y de gratitud por mi parte. No tardé en caer en la cuenta de que el rey era menos tonto de lo que yo había supuesto hasta entonces.

Acudí, pues, a Herger, le hablé de mi situación y le dije:

—El rey no es el tonto que yo imaginaba.

—Estás equivocado —replicó Herger—. Es un tonto y no actúa con sensatez.

Me prometió entonces ocuparse de mi partida y hablar con el rey.

He aquí cómo debió proceder. Solicitó una audiencia privada al rey y le dijo que era un gobernante grande y sabio cuyo pueblo le amaba y le respetaba en virtud de la manera en que cuidaba de los intereses del reino y velaba por el bienestar de sus súbditos. Estas lisonjas ablandaron al anciano. Herger le recordó que de los cinco hijos que había tenido, sólo le quedaba uno, Wulfgar, quien había ido en busca de Buliwyf como emisario y a la sazón seguía alejado. Era necesario llamar inmediatamente a Wulfgar y organizar una partida para que le trajera de regreso, ya que no había otro heredero que Wulfgar.

Dijo todo esto al rey. Creo, además, que mantuvo una conversación privada con la reina Weilew, quien tenía mucha influencia sobre su marido.

Sucedió poco después que una noche, durante un banquete, Rothgar anunció que se equiparía un barco con su tripulación para llevar a cabo un viaje que traería a Wulfgar de regreso al reino. Le solicité que me permitiera formar parte de esa expedición y esta vez el viejo rey no pudo negarse a dejarme marchar. La preparación del barco se prolongó por espacio de varios días. Durante ese intervalo pasé buena parte del tiempo con Herger. Herger había decidido quedarse.

Un día estábamos en pie en el acantilado, contemplando el barco en la playa, mientras lo preparaban para el viaje y cargaban en él las provisiones. Herger me dijo entonces:

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