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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (58 page)

BOOK: Déjame entrar
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Estaba tendido boca arriba sobre el andén, jadeando. La humedad de la entrepierna se volvió más fría. Jonny se sentó en cuclillas a su lado.

—Sólo para que te enteres de cómo son las cosas. ¿Te enteras?

Oskar asintió instintivamente. Acabad cuanto antes. Los viejos impulsos. Jonny se tocó con cuidado su oreja herida, sonrió. Después puso la mano en la boca de Oskar, le apretó las mejillas.

—Chilla como un cerdo si has entendido.

Oskar chilló. Como un cerdo. Se echaron a reír, los dos. Tomas dijo:

—Antes lo hacía mejor.

Jonny asintió.

—Tendremos que empezar a entrenarlo de nuevo.

Llegó el metro por el otro lado. Lo dejaron.

Oskar se quedó un rato en el suelo, vacío. Después apareció una cara por encima de él. Una anciana. Le tendió una mano.

—Pequeño, lo he visto. Tienes que denunciarlos a la policía, esto ha sido…

Policía.

—… intento de asesinato. Ven, que te…

Sin hacer caso de la mano, Oskar se puso en pie. Todavía dando tropezones hacia las puertas, escaleras arriba, seguía oyendo la voz de la señora detrás de él:

—¿Cómo te encuentras…?

La pasma.

Lacke se sobresaltó cuando entró en el patio y vio el coche de la policía arriba, en la cuesta. Había dos agentes fuera del coche, uno de ellos escribía algo en un bloc. Dio por sentado que buscaban lo mismo que él, pero que estaban mal informados. Los policías no habían notado su sobresalto, así que siguió hasta el primer portal del edificio, entró en él.

Ninguno de los nombres del tablón le dijo nada, pero lo sabía: en el primer piso a la derecha. Al lado de la puerta del sótano había una botella de alcohol de quemar. Se paró y se quedó mirándola como si pudiera darle una pista de cómo debía de actuar.

El alcohol de quemar arde. Virginia ardió.

Pero ahí se acabó el razonamiento y sólo sentía la rabia ciega gritando de nuevo. Continuó subiendo las escaleras. Se había producido un desplazamiento.

Ahora tenía la cabeza clara y el cuerpo torpe. Los pies tropezaban con los peldaños y tenía que agarrarse al pasamanos para poder subir la escalera, al tiempo que su cerebro razonaba con claridad:

Entro. Lo encuentro. Le clavo algo en el corazón. Luego espero a que llegue la policía.

Se quedó parado delante de la puerta que no tenía letrero.
¿Y cómo cojones voy a entrar?

Medio en broma estiró el brazo, tocó el pasador y la puerta se abrió dejando al descubierto un piso vacío. No había muebles, ni alfombras, ni cuadros. Ni ropa. Se pasó la lengua por los labios.

Se ha largado. Aquí ya no tengo nada…

En el suelo de la entrada había otras dos botellas de alcohol de quemar. Trató de pensar qué podía significar aquello. Que aquel ser era bebedor… no. Que…

Quiere decir sólo que alguien ha estado aquí recientemente. Si no, la botella de abajo no estaría en el suelo. Sí.

Entró, se paró en el vestíbulo y escuchó. No oyó nada. Dio una vuelta al piso, vio que colgaban mantas de las ventanas en varias habitaciones, comprendió el motivo. Estaba en el sitio correcto.

Al final se quedó parado ante la puerta del cuarto de baño. Hizo presión sobre el picaporte: cerrado. Pero esa cerradura podría forzarla sin problema, sólo necesitaba un destornillador o algo parecido.

Volvió a intentar concentrar su atención en los
movimientos
. En realizar los
movimientos
. No tenía que pensar más. No necesitaba pensar más. Si empezaba a hacerlo, dudaría, y no iba a dudar. Por tanto, movimiento.

Miró en los cajones de la cocina. Encontró un cuchillo. Fue hasta el cuarto de baño. Fijó la punta en el tornillo del centro y giró en sentido contrario al de las agujas del reloj. La cerradura saltó, abrió la puerta. Estaba totalmente oscuro allí dentro. Buscó la llave de la luz, la encontró. Encendió.

¡Dios nos asista! Esto es la hostia…

El cuchillo de cocina se le cayó de las manos. La bañera estaba llena de sangre hasta la mitad. En el suelo había unos cuantos bidones grandes de plástico cuyas superficies transparentes tenían huellas de sangre. El cuchillo sonó contra las baldosas como un cascabel pequeño.

La lengua se le quedó pegada al paladar cuando se agachó para… ¿para qué? Para…
comprobar
… o algo más primitivo: la fascinación ante semejante cantidad de sangre… poder meter la mano en ella,
bañarse las manos en sangre.

Bajó los dedos hacia la superficie quieta, oscura y… los hundió. Era como si le hubieran cortado los dedos, desaparecieron y con la boca abierta condujo la mano más abajo hasta que encontró…

Dio un grito, se echó hacia atrás.

Sacó la mano de la bañera y las gotas de sangre volaron describiendo arcos a su alrededor, aterrizaron en el techo, en las paredes. En un acto reflejo se llevó la mano a la boca. Se dio cuenta de lo que había hecho cuando su lengua, sus labios registraron un sabor dulzón y pegajoso. Escupió, se secó la mano en los pantalones. Se llevó la otra mano, la limpia, a la boca.

Hay alguien… ahí abajo.

Sí. Lo que había tocado con la punta de los dedos era un estómago. Se había hundido bajo la presión de sus dedos, antes de que él retirara la mano. Para dejar de pensar en el asco que le daba, buscó en el suelo, encontró el cuchillo, lo cogió otra vez agarrando con fuerza el mango.

Qué cojones voy a…

Si hubiera estado sobrio quizá se hubiera ido de allí en ese momento. Abandonando aquella laguna oscura que podía contener cualquier cosa bajo su superficie de nuevo quieta y reluciente. Un cuerpo descuartizado, por ejemplo.

El estómago tal vez está… tal vez es sólo estómago…

Pero la borrachera lo hacía inconsciente incluso de su propio miedo, así que cuando vio la cadenita que desde el borde de la bañera se hundía en aquel líquido oscuro, alargó la mano y tiró de ella.

El tapón se soltó allí abajo, el desagüe empezó a sorber y a tragar y se formó un ligero remolino en la superficie. Se puso de rodillas delante de la bañera, se lamió los labios. Sintió el sabor acre, escupió en el suelo.

La superficie descendía lentamente. Una línea de color rojo más oscuro se veía marcada con nitidez cerca del borde, donde el agua había alcanzado el nivel más alto.

Tiene que haber estado así mucho tiempo.

Después de algún minuto apareció sobre la superficie la silueta de una nariz en uno de los extremos. En el otro, un montón de dedos que subían mientras él los observaba, convirtiéndose en dos medios pies. El remolino de la superficie, intensificado, estaba ahora justamente ahí.

Deslizó la mirada a lo largo del cuerpo de niño que gradualmente fue apareciendo en el fondo. Un par de manos cerradas sobre el pecho. Rótulas. Una cara. La absorción era más lenta cuando la última sangre desaparecía por el desagüe.

El cuerpo que tenía delante de sus ojos era de color rojo oscuro; tornasolado, pringoso como un recién nacido. Tenía un ombligo. Pero no tenía órganos sexuales. ¿Chico o chica? No tenía importancia. Al observar la cara con los ojos cerrados lo reconoció demasiado bien.

Cuando Oskar intentó correr, las piernas se le quedaron bloqueadas. Se negaron.

Durante cinco segundos pensó realmente que iba a morir. Que iban a empujarlo. Ahora los músculos se negaban a abandonar ese pensamiento.

En el trecho entre la escuela y el gimnasio se le pasó.

Quería tumbarse. Dejarse caer hacia atrás en aquellos setos, por ejemplo. La cazadora y los pantalones forrados evitarían que se le clavaran las ramas; sólo lo acogerían suavemente. Pero tenía prisa. El segundero avanzando a saltos sobre la esfera del reloj.

La escuela.

La fachada angulosa y rojiza de ladrillo visto, ladrillo sobre ladrillo. En su cabeza, voló como un pajarillo por los corredores, entrando en la clase. Jonny estaba allí. Tomas. Sentados en sus pupitres y haciéndole burla. Bajó la cabeza, se miró las botas.

Tenía los cordones sucios; uno de ellos a punto de desatarse. Uno de los remaches metálicos del empeine se había doblado, metiéndose un poco hacia dentro. En los talones, la imitación de piel estaba abombada, brillante de tan gastada. De todas formas, probablemente tendría que llevar aquellas botas todo el invierno.

Frío, humedad en los pantalones. Levantó la cabeza.

No van a poder ganarme. No van. A poder. Ganarme.

Se meó. Las líneas rectas de la fachada de ladrillo visto se torcieron, se borraron, desaparecieron cuando echó a correr. Corría de tal manera que todo eran salpicaduras alrededor. El suelo volaba bajo sus pies y ahora le parecía como si el globo girara demasiado
rápido.

Las piernas le seguían cuando los edificios altos, la antigua tienda de Konsum, la fábrica de bolitas de chocolate pasaron al mismo tiempo ante él, y la velocidad, junto con la costumbre, hizo que entrara en el patio a toda máquina, pasando por delante del portal de Eli hasta alcanzar el suyo.

Casi se estampa contra un policía que iba a entrar en su portal. El agente extendió la mano, lo paró.

—¡Huuuy! Menuda prisa.

La lengua enmudeció. El policía lo soltó, se le quedó mirando… ¿sospechoso?

—¿Vives aquí?

Oskar asintió. No había visto antes a ese policía. Tenía aspecto de bueno, la verdad. No. En condiciones
normales
le habría parecido que tenía cara de bueno. El agente arrugó la nariz, diciendo:

—Mira, sabes, ha… ocurrido una cosa aquí. En el portal de al lado. Por eso estoy dando una vuelta para preguntar si alguien ha oído algo. O ha visto algo.

—¿En qué… en qué portal?

El policía hizo un gesto con la cabeza señalando hacia el portal de Tommy y el pánico repentino abandonó a Oskar.

—En ése. Sí, no en el portal, sino… en el sótano. ¿Tú, por casualidad, no habrás visto u oído algo raro allí? ¿Los últimos días?

Oskar negó con la cabeza. Los pensamientos le daban vueltas en un caos tan grande que en realidad ya no pensaba absolutamente nada, pero le pareció que la angustia debía salirle por los ojos, totalmente visible para el agente. Y éste ciertamente ladeó la cabeza, lo miró con atención.

—¿Te pasa algo?

—… estoy bien…

—No tienes que asustarte por esto. Ya… ha pasado. Así que no debes preocuparte por ello. ¿Están tus padres en casa?

—No. Mamá. No.

—Bueno. Pero yo voy a seguir por aquí, así que… puedes pensar un poco, a lo mejor has visto algo.

El policía le abrió la puerta:

—Entra.

—No, yo sólo…

Oskar se dio la vuelta esforzándose por andar de una manera
natural
cuesta abajo. A mitad del camino se volvió y vio que el policía entraba en su portal.

Han cogido a Eli.

Le empezaron a temblar las mandíbulas, los dientes golpeaban un confuso mensaje en Morse a través del esqueleto mientras abría el portal de Eli y seguía escaleras arriba. ¿Habrían puesto aquellas cintas en la puerta de Eli? ¿Habrían cerrado el paso?

Di que puedo entrar.

La puerta estaba entreabierta.

Si la policía hubiera estado aquí, ¿por qué iban a haber dejado abierto? No harían una cosa así.

Puso los dedos en el pasador, abrió la puerta con cuidado, se deslizó dentro del piso. Estaba oscuro. Uno de sus pies tropezó con algo. Una botella de plástico. Primero pensó que había sangre en la botella, luego vio que era eso que uno tiene para hacer fuego.

Respiración.

Alguien respiraba.

Se movía.

El ruido llegaba desde el baño hasta la entrada. Oskar avanzó, un paso sigiloso tras otro, apretó los labios hacia dentro para silenciar los dientes y el temblor se desplazó hacia la barbilla, el cuello, sacudiéndole la incipiente nuez. Dio la vuelta a la esquina y miró dentro del cuarto de baño.

Ése no es policía.

Un hombre con la ropa desgastada estaba de rodillas al lado de la bañera, con la parte superior del cuerpo inclinado sobre ésta, que quedaba fuera de la vista de Oskar. Sólo veía un par de pantalones grises sucios, un par de zapatos rotos con las puntas dobladas contra las baldosas. El bajo de un abrigo.

¡El viejo! Pero… si respira.

Sí. Inspiraciones y expiraciones silbantes sonaban casi como suspiros dentro del cuarto de baño y Oskar, sin darse cuenta, se acercó más. Palmo a palmo fue viendo más del cuarto del baño y, cuando estaba casi delante, vio lo que estaba a punto de ocurrir.

Lacke no era capaz.

El cuerpo que yacía en el suelo de la bañera parecía totalmente frágil. No respiraba. Le había puesto la mano en el pecho y constató que el corazón latía, pero sólo algunas pulsaciones por minuto.

Se había imaginado algo… terrorífico. Algo que estuviera en proporción con el terror que había experimentado en el hospital. Pero esa pequeña piltrafa sanguinolenta no parecía que pudiera volver a levantarse y menos aún hacerle daño a nadie. No era más que un niño. Un niño que se encontraba mal.

Era como haber visto a alguien querido sufrir consumido por un cáncer, y luego ver una célula cancerígena en el microscopio. Nada. ¿Eso? ¿Eso fue la causa? Tan pequeña.

Destrózame el corazón.

Se volvió a poner en cuclillas, dejó caer la cabeza tanto que se dio con el borde de la bañera: un golpe sordo que retumbó. No podía. No. Matar a un niño. Un niño dormido. Era incapaz, sólo eso. Con independencia de…

Es así como ha sobrevivido.

Eso. Eso. No el niño. Eso.

Eso
era lo que se había lanzado sobre Virginia y… eso había matado a Jocke. Eso. Ese
ser
que yacía ahora ante él. Ese
ser
que volvería a hacerlo, contra otras personas. Y ese
ser
no era una persona. Ni siquiera
respiraba
y, sin embargo, el corazón latía como… el de un animal en hibernación.

Piensa en los otros.

Una serpiente venenosa donde viven las personas. ¿No la voy a matar sólo porque en este momento parece indefensa?

Y, sin embargo, no fue eso lo que finalmente le hizo decidirse. Fue cuando le miró de nuevo a la cara, cubierta por una fina película de sangre, y le pareció que… sonreía.

Se reía de todo el daño que hacía.

Basta.

Levantó el cuchillo de cocina sobre el pecho de aquel ser, movió las piernas un poco hacia atrás para poder descargar todo su peso en el golpe y

¡AAAAHHHH!

Oskar lanzó un grito.

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