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Authors: Charlaine Harris

De muerto en peor (39 page)

BOOK: De muerto en peor
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—Quería verte —dijo—. ¿Has pensando ya en algo que pueda hacer por ti? —Lo dijo muy esperanzado.

Era una noche para recibir apoyo positivo de los demás. ¿Por qué no tendría más noches así?

Me lo pensé un minuto. Los hombres lobo habían sellado la paz, a su manera. Había encontrado a Quinn. Los vampiros tenían un nuevo régimen. Los fanáticos de la Hermandad habían abandonado el bar sin causar problemas. Bob volvía a ser un hombre. No imaginaba que Niall quisiese ofrecerle a Octavia una habitación en su casa, dondequiera que ésta estuviese. Por lo que yo sabía, lo normal es que tuviera una junto a algún arroyo cantarín o debajo de un roble en las profundidades del bosque.

—Quiero una cosa —dije sorprendida por no haberlo pensado antes.

—¿De qué se trata? —preguntó satisfecho.

—Quiero conocer el paradero de un hombre llamado Remy Savoy. Es posible que abandonara Nueva Orleans después del Katrina. Y es posible que lleve con él a un niño pequeño. —Le proporcioné a mi bisabuelo la última dirección conocida de Savoy.

Niall se mostró confiado.

—Lo encontraré para ti, Sookie.

—Te estaría muy agradecida.

—¿Alguna cosa más? ¿Es eso todo?

—He de decir..., tal vez te parezca descortés, pero no puedo evitar preguntarme por qué tienes tantas ganas de hacer algo por mí.

—¿Y por qué no habría de tenerlas? Eres la única pariente que tengo con vida.

—Pero me da la impresión de que has estado satisfecho sin mí durante los primeros veintisiete años de mi vida.

—Mi hijo no me dejaba acercarme a ti.

—Sí, ya me lo dijiste, pero no lo entiendo. ¿Por qué? Tampoco es que él se me apareciese nunca para darme a entender que yo le importara. Jamás se manifestó, ni... —Ni jugó al Scrabble conmigo, ni me envió un regalo de graduación, ni me alquiló una limusina para asistir al baile del instituto, ni me compró un vestido bonito, ni me acogió entre sus brazos las muchas veces que había llorado (hacerse mayor no resulta sencillo para una telépata). No había evitado que mi tío abuelo abusase de mí, ni había rescatado a mis padres (siendo mi padre su hijo) cuando se ahogaron debido a aquella riada, ni había evitado que un vampiro prendiera fuego a mi casa mientras yo dormía dentro. Los cuidados y la vigilancia que mi supuesto abuelo Fintan había hecho presuntamente por mí no se habían manifestado de una forma tangible, y si lo habían hecho de forma intangible, no me había dado cuenta de ello.

¿Me habrían sucedido cosas aún más horribles? Me costaba imaginarlo.

Tal vez mi abuelo se hubiera dedicado a ahuyentar cada noche las hordas de demonios babeantes que acechaban en la ventana de mi habitación, pero no podía estarle agradecida si no lo sabía.

Niall estaba molesto, una expresión que hasta el momento no había visto en él.

—Hay cosas que no puedo decirte —replicó finalmente—. Cuando pueda hablar de ellas, lo haré.

—De acuerdo —dije secamente—. Pero tengo que decir que esto no es exactamente el dar y recibir que habría querido tener con mi bisabuelo. Yo te lo cuento todo y tú no me cuentas nada.

—Tal vez no sea lo que tú desearas, pero es lo que puedo darte —dijo Niall con cierta frialdad—. Te quiero, y confiaba en que lo más importante fuera eso.

—Me alegra oírte decir que me quieres —dije muy lentamente, pues no quería correr el riesgo de verle alejarse de «Sookie, la Exigente»—. Pero si te comportaras en consecuencia sería aún mejor.

—¿No me comporto como si te quisiera?

—Apareces y desapareces a tu antojo. Tus ofertas de ayuda no son de ayuda práctica, como suele ser el caso con la mayoría de abuelos, o de bisabuelos. Reparan el coche de su nieta con sus propias manos, o le ofrecen ayuda con la matrícula de la universidad, o le pasan el cortacésped para que ella no tenga que hacerlo. O la llevan a cazar. Tú nunca harás nada de todo eso.

—No —dijo—. No lo haré. —La sombra de una sonrisa iluminó su cara—. Ir a cazar conmigo no te gustaría.

De acuerdo, no pensaba darle muchas vueltas al tema.

—De modo que no tengo ni idea de cómo podemos llevarnos. Estás fuera de mi marco de referencia.

—Lo comprendo —dijo muy serio—. Todos los bisabuelos que conoces son humanos, y yo no lo soy. Tampoco tú eres lo que me esperaba.

—Sí, ya lo veo. —¿Acaso conocía a otros bisabuelos? Los abuelos no eran frecuentes entre los amigos de mi edad, y mucho menos los bisabuelos. Pero los que había conocido eran humanos al cien por cien—. Espero que no te hayas llevado un chasco.

—No —dijo—. Más bien una sorpresa. No un chasco. Soy tan malo en cuanto a predecir tus acciones y reacciones como lo eres tú al hacerlo con las mías. Tendremos que ir trabajando poco a poco en ello. —Me descubrí preguntándome de nuevo por qué no mostraba interés por Jason, cuyo nombre activó en mi interior una punzada de dolor. Algún día, pronto, tendría que hablar con mi hermano, pero en aquel momento no podía hacerme a la idea. A punto estuve de pedirle a Niall que mirara qué tal estaba Jason, pero cambié de idea y permanecí en silencio. Niall me observó.

—Hay algo que no quieres decirme, Sookie. Me preocupa cuando haces estas cosas. Pero mi amor es sincero y profundo y te encontraré a Remy Savoy. —Me dio un beso en la mejilla—. Hueles a familia —dijo con aprobación.

Y se esfumó.

De nuevo una conversación misteriosa con mi misterioso bisabuelo había concluido cuando él había querido. Otra vez. Suspiré, busqué las llaves en el bolso y abrí la puerta. La casa estaba en silencio y oscura y avancé por el salón y el pasillo haciendo el mínimo ruido posible. Encendí la lámpara de la mesita y llevé a cabo mi rutina nocturna, cerrando las cortinas para protegerme del sol matutino que intentaría despertarme de aquí a muy pocas horas.

¿Me había comportado como una borde desagradecida con mi bisabuelo? Cuando repasé lo que le había dicho, me pregunté si habría dado muestras de ser una persona exigente y quejica. Pero haciendo una interpretación más optimista del encuentro, pensé que más bien se habría llevado la impresión de que era una mujer firme, de esas con las que la gente no quiere problemas, del tipo de mujer que dice lo que piensa.

Puse la calefacción antes de acostarme. Octavia y Amelia no se habían quejado, pero la verdad era que las últimas mañanas habían sido gélidas. El ambiente se inundó de ese olor a cerrado que siempre desprende la calefacción cuando se enciende por primera vez y arrugué la nariz al acurrucarme bajo la sábana y la manta. El leve zumbido del radiador me acunó en mis sueños.

Llevaba un rato oyendo voces antes de darme cuenta de que provenían del otro lado de la puerta de mi habitación. Pestañeé, vi que era de día y volví a cerrar los ojos. Traté de dormirme de nuevo. El ruido continuaba y me percaté de que alguien discutía. Abrí levemente un ojo para vislumbrar la hora en el despertador digital de la mesita de noche. Las nueve y media. Qué rabia. Viendo que las voces no amainaban ni se largaban, abrí a regañadientes los dos ojos a la vez, comprendí que no hacía buen día, me senté en la cama y bajé la manta. Me acerqué a la ventana de la izquierda de la cama y miré hacia fuera. Gris y lluvioso. Las gotas de lluvia golpeaban el cristal; sería un día de aquéllos.

Fui al baño y, ahora que estaba ya completamente despierta y en movimiento, oí que las voces de fuera se acallaban. Abrí la puerta y me encontré cara a cara con mis compañeras de casa. No fue una gran sorpresa, la verdad.

—No sabíamos si despertarte —dijo Octavia. Estaba ansiosa.

—Pero yo he pensado que debíamos hacerlo, pues un mensaje de origen mágico es importante, evidentemente —dijo Amelia. Por la cara que puso Octavia, Amelia debía de haber repetido esa frase muchas veces.

—¿Qué mensaje? —pregunté, decidiendo ignorar la parte de la discusión de la conversación.

—Éste —dijo Octavia, entregándome un sobre grande y abultado. Estaba hecho de papel de buena calidad, del tipo que se utiliza para las mejores invitaciones de boda. En el exterior estaba escrito mi nombre. Sin dirección, sólo mi nombre. Más aún, estaba lacrado con cera. El sello grabado representaba una cabeza de unicornio.

—De acuerdo —dije. Estaba segura de que sería una carta de lo más excepcional.

Me dirigí a la cocina para servirme una taza de café y buscar un cuchillo, en ese orden, con las brujas siguiendo mis pasos como un coro griego. Después de servirme el café y coger una silla para sentarme a la mesa, deslicé el cuchillo por debajo del lacre y lo separé con cuidado. Abrí el sobre y extraje una tarjeta. En ella había una dirección escrita a mano: 1245 Bienville, Red Ditch, Luisiana. Eso era todo.

—¿Qué significa esto? —preguntó Octavia. Amelia y ella se habían quedado de pie a mis espaldas para verlo todo.

—Es la dirección de una persona a la que he estado buscando —dije, algo que no era del todo verdad pero se le acercaba.

—¿Dónde está Red Ditch? —preguntó Octavia—. Nunca lo había oído. —Amelia había sacado ya el mapa de Luisiana del cajón de debajo del teléfono. Buscó la ciudad recorriendo con el dedo las columnas de nombres.

—No queda muy lejos —dijo—. ¿Lo veis? —Puso el dedo sobre un puntito diminuto localizado aproximadamente a una hora y media en coche al sudeste de Bon Temps.

Tragué el café lo más rápidamente que pude y me puse unos vaqueros. Me maquillé someramente, me cepillé el pelo, crucé la puerta y corrí hacia el coche, mapa en mano.

Octavia y Amelia me siguieron, muertas de curiosidad por saber qué pensaba hacer y qué importancia tenía para mí aquel mensaje. Pero tendrían que quedarse en ascuas, al menos de momento. Me pregunté a qué venían tantas prisas. No me imaginaba que la persona a la que buscaba fuera a esfumarse, a menos que Remy Savoy fuera también un hada, lo que me parecía altamente improbable.

Tenía que estar de vuelta para trabajar en el turno de noche, pero disponía de tiempo de sobra.

Conduje con la radio puesta y aquella mañana me apetecía música country. Me acompañaron en el viaje Travis Tritt y Carrie Underwood y podría decirse que cuando llegué a Red Ditch, sentía de verdad mis raíces. Red Ditch era mucho más pequeño que Bon Temps, lo que ya es decir.

Me imaginé que me resultaría sencillo encontrar Bienville Street, y estaba en lo cierto. Era el tipo de calle con la que tropiezas en cualquier lugar de Estados Unidos: casitas pequeñas y pulcras, rectangulares, con espacio para un coche en el garaje y un jardincito. En el caso del 1245, el jardín estaba vallado y vi un pequeño perro de color negro correteando alegremente por él. No había caseta, así que el chucho debía de rondar tanto por fuera como por dentro de la casa. Se veía todo limpio, aunque no de forma obsesiva. Los arbustos que rodeaban la casa estaban bien recortados y el jardín rastrillado. Le di un par de vueltas y me pregunté qué hacer. ¿Cómo iba a descubrir lo que quería saber?

En el garaje había una camioneta aparcada, lo que quería decir que probablemente Savoy estaba en casa. Respiré hondo, aparqué delante de la casa y puse en práctica mi habilidad extrasensorial. Pero resultaba complicado en un vecindario lleno de los pensamientos de la gente que allí habitaba. Creí escuchar la señal de dos cerebros en la casa que observaba, pero era difícil estar segura del todo.

—Joder —dije, y salí del coche. Guardé las llaves en el bolsillo de la chaqueta y me dirigí a la puerta de entrada. Llamé.

—Espera, hijo —dijo la voz de un hombre en el interior.

Y oí la voz de un niño que decía:

—¡Papá, yo! ¡Voy yo!

—No, Hunter —dijo el hombre, y se abrió la puerta. Nos separaba una puerta mosquitera. La abrió en cuanto vio que se trataba de una mujer—. Hola —dijo—. ¿En qué puedo ayudarte?

Bajé la vista hacia el niño que se abría paso entre sus piernas para verme. Tendría unos cuatro años de edad. Era el vivo retrato de Hadley. Entonces volví a mirar al hombre. Algo había cambiado durante mi prolongado silencio.

—¿Quién eres? —preguntó con una voz completamente distinta.

—Soy Sookie Stackhouse —respondí. No se me ocurría ninguna manera más astuta de explicarme—. Soy la prima de Hadley. Acabo de descubrir dónde vivís.

—No puedes reclamar ningún derecho sobre él —dijo el hombre con voz muy tensa.

—Por supuesto que no —repliqué sorprendida—. Sólo quería conocer al niño. No tengo mucha familia.

Hubo otra pausa importante. El hombre sopesaba mis palabras y mi conducta y estaba decidiendo si cerrarme la puerta en las narices o dejarme pasar.

—Es guapa, papá —dijo el niño, y el comentario inclinó la balanza a mi favor.

—Pasa —dijo el ex marido de Hadley.

Observé la pequeña sala de estar, donde había un sofá y un sillón, un televisor, una estantería llena de DVD y libros infantiles, y juguetes por todas partes.

—Trabajé el sábado, de modo que hoy tengo el día libre —dijo él, por si acaso me había imaginado que estaba en el paro—. Oh, soy Remy Savoy. Supongo que ya lo sabías.

Asentí.

—Y éste es Hunter —dijo, y el niño se hizo el vergonzoso. Se escondió detrás de las piernas de su padre y me miró—. Siéntate, por favor —añadió Remy.

Cogí el periódico que había sobre el sofá y lo dejé en un extremo del mismo para sentarme, intentando no mirar fijamente ni al hombre ni al niño. Mi prima Hadley era muy llamativa y se había casado con un hombre atractivo. Aunque resultaba difícil decir qué era lo que le ayudaba a dar esa impresión. Tenía la nariz grande, la mandíbula un pelín prominente y los ojos un poco separados. Pero la suma de todo ello era un hombre al que la mayoría de mujeres miraría dos veces. Tenía el pelo entre rubio y castaño, grueso y cortado a capas, la parte de atrás le cubría el cuello de la camisa. Llevaba una camisa de franela desabrochada encima de una camiseta blanca. Vaqueros. Descalzo. Un hoyuelo en la barbilla.

Hunter llevaba pantalones de pana y una sudadera con un gran balón de fútbol estampado en la parte delantera. Se veía que era ropa nueva, a diferencia de la de su padre.

Acabé de mirarlos antes de que Remy acabara de mirarme a mí. No veía nada en mi cara que le recordara a Hadley. Mi cuerpo era más redondo que el de ella, el color de mi piel más claro y yo no tenía rasgos tan marcados. Pensó que no parecía una mujer de mucho dinero. Pensó que era guapa, igual que pensaba su hijo. Pero no se fiaba de mí.

—¿Cuánto tiempo hace que no tienes noticias de ella? —le pregunté.

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