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Authors: Charlaine Harris

De muerto en peor (28 page)

BOOK: De muerto en peor
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Traté de creer que estaban hablando sobre cualquier cosa que no fuera yo. Me refiero a que no me apetecía ponerme paranoide. Pero cuando ves a tu ex compañera de trabajo hablando con tu reconocida enemiga, tienes como mínimo que considerar la posibilidad de que algo relacionado contigo salga a relucir de un modo poco halagüeño.

Lo que me importaba no era tanto el hecho de que yo no le cayera bien. Llevo toda la vida siendo consciente de que no gusto a mucha gente. Sé exactamente por qué y cuánto no les gusto. Y resulta desagradable, como muy bien puedes suponer. No, lo que me preocupaba más era que me daba la impresión de que Arlene y Tanya estaban pasando al terreno de querer hacerme algo malo de verdad.

Me pregunté si sería capaz de descubrir alguna cosa. Si me acercaba a ellas, se percatarían a buen seguro de mi presencia; pero no sabía si desde donde me encontraba llegaría a «oírlas». Me agaché, como si estuviera jugueteando con el reproductor de CD del coche, y me concentré en ellas. Intenté mentalmente evitar o pasar por encima de la gente que estaba en los coches cercanos, una tarea bastante complicada.

Finalmente, el modelo de Arlene, que me resultaba familiar, me ayudó a localizarlas. La primera impresión fue placentera. Arlene estaba pasándoselo en grande, pues disfrutaba de la completa atención de un público relativamente nuevo y podía hablar de las convicciones de su nuevo novio en cuanto a la necesidad de matar a todos los vampiros y tal vez también a quienes colaboraban con ellos. Arlene no tenía convicciones fuertes propias, pero se adaptaba perfectamente a las de los demás si le encajaban desde un punto de vista emocional.

Cuando vi que Tanya tuvo un momento de exasperación especialmente potente, me concentré en su modelo cerebral. Entré. Continué en mi posición medio escondida, moviendo la mano de vez en cuando entre los CD de la pequeña guantera del coche, tratando de captar todo lo posible.

Tanya seguía en la nómina de los Pelt; de Sandra Pelt, concretamente. Y poco a poco empecé a comprender que Tanya había sido enviada aquí para hacer todo lo posible para convertirme en una desdichada.

Sandra Pelt era hermana de Debbie Pelt, a quien yo había matado de un tiro en la cocina de mi casa. (Después de que ella intentara matarme. Varias veces. Quiero dejarlo claro).

Maldita sea. Estaba hasta la coronilla del tema de Debbie Pelt. Me había amargado la vida. Era tan maliciosa y vengativa como su hermana pequeña, Sandra. Yo había sufrido mucho por su muerte, me había sentido culpable, había tenido remordimientos, me había sentido como si llevara marcada en la frente una C enorme, la C de «Caín». Matar a un vampiro es terrible, pero el cadáver desaparece y es como si lo hubieran borrado de la Tierra. Pero matar a otro ser humano te cambia para siempre.

Así es como debería ser.

Pero también es posible hartarse de ese sentimiento, cansarse de esa carga que pesa sobre tu cogote emocional. Y yo me había hartado y cansado de Debbie Pelt. Entonces su hermana y sus padres habían empezado a hacerme sufrir, había habido un secuestro de por medio. Se habían cambiado las tornas y las había tenido en mi poder. A cambio de que los soltara, habían accedido a dejarme tranquila. Sandra había prometido mantenerse alejada de mí hasta la muerte de sus padres. Cabía preguntarse si el matrimonio Pelt seguiría aún entre los vivos.

Puse el coche en marcha e inicié el camino de regreso a Bon Temps, saludando con un ademán de cabeza a las caras conocidas que ocupaban prácticamente todos los vehículos con los que me cruzaba. No tenía ni idea de qué hacer. Me detuve en el aparcamiento de la ciudad y salí del coche. Empecé a caminar, con las manos hundidas en los bolsillos. Tenía la cabeza hecha un lío.

Recordé la noche en que le confesé a mi primer amante, Bill, que mi tío abuelo había abusado de mí siendo yo una niña. Bill se tomó tan a pecho la historia que lo dispuso todo para que alguien se pasara por casa de mi tío abuelo. Mira por dónde, resultó que murió como consecuencia de una caída por las escaleras. Me puse hecha una fiera con Bill por haberse ocupado de mi pasado. Pero no puedo negar que la muerte de mi tío abuelo me resultó satisfactoria. Y aquella profunda sensación de alivio me hizo sentir cómplice del asesinato.

Cuando intentaba encontrar supervivientes entre los escombros del hotel Pyramid of Gizeh, descubrí a gente viva, entre ellos a un vampiro que quería tenerme bajo su control para el beneficio de la reina. Andre había resultado terriblemente herido, pero habría logrado sobrevivir si un mal herido Quinn no se hubiese abalanzado sobre él hasta acabar con su vida. Yo había seguido adelante sin detener a Quinn ni salvar a Andre, y aquello me había convertido en bastante más culpable de la muerte de Andre que de la de mi tío abuelo.

Atravesé el aparcamiento vacío dando puntapiés a las hojas caídas que se interponían en mi camino. Me descubrí batallando contra una tentación repugnante. Bastaba con decir una palabra a cualquiera de los muchos miembros de la comunidad de seres sobrenaturales para que Tanya muriese en el acto. O podía decantarme por el origen de todo el tema y hacer eliminar a Sandra. Y, una vez más... su desaparición de este mundo sería un verdadero alivio.

Pero no podía hacerlo.

Aunque tampoco podía vivir con Tanya pisándome los talones. Había hecho todo lo posible para echar a perder la ya frágil relación entre mi hermano y su esposa. Y eso estaba muy mal.

Finalmente creí encontrar a la persona adecuada con quien consultar mi problema. Y vivía conmigo, perfecto.

Cuando llegué a casa, el padre de Amelia y su amable chófer se habían marchado ya. Amelia estaba en la cocina, lavando los platos.

—Amelia —dije, y Amelia dio un brinco—. Lo siento —me disculpé—. Tendría que haber hecho más ruido al entrar.

—Creí que venía porque mi padre y yo empezábamos a entendernos un poco mejor —confesó—. Pero no me parece que se deba a eso. Simplemente me necesita para que haga algo por él de vez en cuando.

—Bueno, al menos nos han partido la leña.

Rió un poquito y se secó las manos.

—Me da la impresión de que tienes algo importante que decirme.

—Quiero dejar las cosas claras antes de contarte una larga historia. Estoy haciéndole un favor a tu padre, pero en realidad esto lo hago por ti —dije—. Llamaré a Fangtasia por lo de tu padre pase lo que pase porque tú eres mi compañera de casa y eso te hará feliz. De modo que caso cerrado. Ahora, voy a contarte una cosa terrible que hice en su día.

Amelia se sentó en la mesa y yo me instalé justo delante de ella, igual que Marley y yo habíamos hecho antes.

—Suena interesante —dijo—. Estoy lista. Suéltalo.

Se lo conté todo a Amelia: lo de Debbie Pelt, Alcide, Sandra Pelt y sus padres, su promesa de que Sandra nunca volvería a molestarme mientras ellos siguieran con vida. Lo que me hicieron y cómo me sentí. Lo de Tanya Grisson, espía, chivata y saboteadora del matrimonio de mi hermano.

—Caramba —dijo Amelia cuando hube terminado. Se quedó un minuto reflexionando—. Está bien, ante todo se trata de comprobar lo del señor y la señora Pelt. —Utilizamos el ordenador que había traído del apartamento de Hadley en Nueva Orleans. Necesitamos sólo cinco minutos para descubrir que Gordon y Barbara Pelt habían fallecido hacía dos semanas, cuando salieron por la izquierda de una gasolinera y chocaron de frente contra un tractor.

Nos miramos, arrugando la nariz.

—Vaya —dijo Amelia—. Un mal comienzo.

—Me pregunto si esperaría a que estuvieran bajo tierra antes de activar su «plan de muerte contra la irritante Sookie» —dije.

—Esa bruja no va a ceder. ¿Estás segura de que Debbie Pelt era adoptada? Porque esta actitud tan vengativa parece ser cosa de familia.

—Debían de estar muy unidas —dije—. De hecho, tengo la impresión de que Debbie era más una hermana para Sandra que una hija para sus padres.

Amelia movió la cabeza pensativa.

—Lo veo todo un poco patológico —dijo—. Veamos, pensemos qué puedo hacer yo. No practico la magia mortal. Y has dicho que no deseas la muerte de Tanya y Sandra, de modo que te tomo la palabra.

—Bien —dije brevemente—. Ah, y estoy dispuesta a pagar por todo esto, naturalmente.

—Vete a paseo —dijo Amelia—. Estuviste dispuesta a aceptarme cuando necesité salir de la ciudad. Llevas todo este tiempo aguantándome.

—Me pagas un alquiler —apunté.

—Sí, que cubre simplemente mis gastos fijos en la casa. Y tienes que aguantarme, y no protestas por mi situación con Bob. Créeme, me alegro de verdad de poder hacer esto por ti. Simplemente tengo que pensar en qué hacer en realidad. ¿Te importa si lo consulto con Octavia?

—No, en absoluto —dije, tratando de no demostrar que me sentía aliviada ante la idea de que la bruja de más edad aportara su experiencia—. Te has dado cuenta, ¿verdad?..., de que no sabía ya qué hacer, de que empezaba a faltarle el dinero...

—Sí —dijo Amelia—. Y no sé cómo darle un poco sin ofenderla. Ésta me parece una buena manera de poder hacerlo. Tengo entendido que vive en un rincón del salón de la casa de una sobrina. Me contó eso, más o menos, y no se me ocurre cómo ayudarla al respecto.

—Pensaré en ello —le prometí—. Si de verdad, de verdad, necesita marcharse de casa de su sobrina, podría instalarse por una breve temporada en el dormitorio que aún me queda libre. —No era una oferta que me satisficiera mucho, pero la vieja bruja me daba lástima. Se había distraído con la pequeña excursión hasta el apartamento de la pobre María Estrella, que había acabado siendo un espectáculo fantasmagórico.

—Intentaremos encontrar una solución a largo plazo —dijo Amelia—. Voy a llamarla.

—Muy bien. Hazme saber qué habéis decidido. Tengo que prepararme para ir a trabajar.

Entre mi casa y el Merlotte's no había muchas casas, pero todas ellas tenían fantasmas colgados de los árboles, calabazas de plástico en el jardín y un par de ellas de verdad en el porche. Los Prescott habían colocado sobre el césped una gavilla de maíz, una bala de heno y varias calabazas y calabacines decorativos dispuestos con mucha gracia. Tomé mentalmente nota de comentarle a Lorinda Prescott, cuando volviera a encontrarme con ella en Wal-Mart o en la oficina de correos, lo precioso que le había quedado el jardín.

Cuando llegué a mi trabajo ya había oscurecido. Busqué el teléfono móvil para llamar a Fangtasia antes de entrar.

—Fangtasia, el bar con mordisco. Ven al mejor bar de vampiros de Shreveport, donde los no muertos toman sus copas cada noche —respondió una grabación—. Para horarios del bar, pulsa «uno». Para programar una fiesta privada, pulsa «dos». Para hablar con un humano vivo o un vampiro muerto, pulsa «tres». Y ten en cuenta lo siguiente: aquí no se toleran las llamadas de bromistas. Te encontraremos.

Estaba segura de que era la voz de Pam. Sonaba notablemente monótona. Pulsé el «tres».

—Fangtasia, donde todos tus sueños no muertos se hacen realidad —dijo una colmillera—. Te habla Elvira. ¿Con quién quieres que te ponga?

Elvira, vaya honor.

—Soy Sookie Stackhouse. Tengo que hablar con Eric —dije.

—¿Podría ayudarte Clancy? —preguntó Elvira.

—No.

Elvira se quedó confundida.

—El amo está muy ocupado —dijo, como si a una humana como yo le costara mucho comprenderlo.

Era evidente que Elvira era una novata. O tal vez yo estuviera mostrándome excesivamente arrogante. Me había irritado esta «Elvira».

—Mira —dije, tratando de sonar agradable—. O me pones con Eric en menos de dos minutos, o creo que no va a estar muy contento contigo.

—Bien —dijo Elvira—. No es necesario que te pongas como una bruja por esto.

—Evidentemente que me pongo.

—Te dejo en espera —dijo de mala gana Elvira. Miré de reojo la entrada de empleados del bar. Tenía que darme prisa.

Clic.

—Eric al habla —dijo—. ¿Se trata de mi antigua amante?

De acuerdo, incluso eso hacía que todo mi interior retumbara y se estremeciera de excitación.

—Sí, sí, sí —dije, orgullosa de que mi voz sonara imperturbable—. Escúchame, Eric, por lo que más quieras. Hoy he tenido una visita de un pez gordo de Nueva Orleans llamado Copley Carmichael. Estaba relacionado con Sophie-Anne por un asunto sobre la reconstrucción de sus cuarteles generales. Pretende establecer una relación con el nuevo régimen. —Respiré hondo—. ¿Estás bien? —pregunté, negando en una única y lastimera pregunta toda la indiferencia que había cultivado hasta el momento.

—Sí —respondió, con un tono de voz intensamente personal—. Sí, voy..., voy superándolo. Hemos tenido mucha, mucha suerte de estar en posición de... Tuvimos mucha suerte.

Solté el aire muy lentamente para que él no se diera cuenta. Aunque, naturalmente, se percató de todos modos. No puedo decir que hubiera estado en ascuas preguntándome qué tal les iban las cosas a los vampiros, aunque tampoco es que hubiera estado muy tranquila.

—Sí, muy bien —dije rápidamente—. Volviendo a lo de Copley. ¿Hay alguien que pudiera contactar con él por el tema de la reconstrucción?

—¿Está ese hombre por la zona?

—No lo sé. Estuvo aquí esta mañana. Puedo preguntar.

—La vampiro con la que estoy trabajando en estos momentos sería probablemente la mujer adecuada para este tipo de asuntos. Podrían quedar en tu bar o aquí, en Fangtasia.

—De acuerdo. Estoy segura de que cualquiera de los dos sitios será adecuado para él.

—Hazme saber qué decide. Tendrá que llamar antes aquí para concertar la reunión. Dile que pregunte por Sandy.

Me eché a reír.

—¿Sandy?

—Sí—dijo, lo bastante serio como para que a mí se me pasase la risa al instante—. Esa mujer no tiene nada de gracioso, Sookie.

—Está bien, está bien, lo capto. Déjame que llame a su hija, ella le llamará, él llamará a Fangtasia, estará todo arreglado y le habré hecho el favor.

—¿Se trata del padre de Amelia?

—Sí. Es un imbécil —dije—. Pero es su padre, y me imagino que conoce bien el negocio de la construcción.

—Estuvimos sentados delante del fuego y hablé contigo sobre tu vida —dijo.

De acuerdo, saliéndose por la tangente...

—Eh... Sí, lo hicimos.

—Recuerdo la ducha juntos.

—Sí, también hicimos eso.

—Hicimos muchas cosas.

—Ah..., sí. Tienes razón.

—De hecho, si no tuviera tantas cosas que hacer aquí en Shreveport, me sentiría tentado a visitarte para recordarte lo mucho que te gustaban esas cosas.

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