—Pero ¿Klatt no pudo encontrar nada específico para fundamentar sus sospechas? —preguntó. Anna estaba comiendo otro bocado y negó con la cabeza.
—Lo interrogó más de una vez —dijo Anna sin dejar de masticar, volviendo a cubrirse los labios con la punta de los dedos—. Pero Fendrich comenzó a hablar de acoso policial. Klatt se vio obligado a retroceder. Para ser justos con Fendrich, me da la impresión de que, ante la falta de cualquier otra ruta de investigación, se aferraron a cualquier cosa.
Fabel miró por la ventana la doble imagen del aparcamiento iluminado a la que se superponía el reflejo oscurecido de su propia cara. Un Mercedes aparcó y salió una pareja de alrededor tic treinta años de edad. El hombre abrió la puerta trasera y una niña de unos diez se bajó del coche y automáticamente cogió la mano de su padre. Era un gesto instintivo y habitual, la innata expectativa de protección que tienen los niños. Fabel se volvió hacia Anna.
—No estoy convencido de que sea la misma chica.
—¿Qué?
—No digo que no lo sea. Sólo que no estoy seguro. Hay algunas diferencias. En especial en los ojos.
Anna se inclinó hacia atrás en su silla y frunció los labios.
—Entonces es una gran coincidencia,
chef
. Si no es Paula Ehlers, es alguien que se le parece muchísimo. Y que tenía su nombre y dirección en la mano. Como ya he dicho, una gran coincidencia… Y si hay algo en lo que he aprendido a no creer, es en las coincidencias.
—Lo sé. Como he dicho, es sólo que hay algo que no encaja.
La B433 corre recta a través de Norderstedt en su recorrido hacia el norte, en dirección de Schleswig-Holstein y Dinamarca. Harksheide se encuentra al norte del centro de la ciudad y Buschberger Weg está a la derecha de la carretera. Cuando se acercaban a la salida para Buschberger Weg, Fabel se dio cuenta de que la escuela a la que asistía Paula estaba un poco más arriba por la calle principal, adelante y a la izquierda. Paula habría cruzado esta transitada calle para llegar a su casa, y es posible que recorriera una parte de ella durante un rato. Allí había sido secuestrada. De un lado o del otro; lo más probable era que hubiera sido en la calzada en dirección a Hamburgo.
Era como Fabel había supuesto. Había una oscura electricidad en la casa de los Ehlers, algo intermedio entre la expectativa y el terror. La vivienda misma era la más común y corriente de las casas: una sola planta con un techo inclinado de tejas rojas, la clase de edificaciones que se ven desde los Países Bajos hasta la costa báltica y desde Hamburgo hasta el extremo septentrional de la Jutlandia danesa. Estaba rodeada por un jardín inmaculado, bien provisto pero totalmente carente de imaginación.
Frau Ehlers tenía poco más de cuarenta años. Su pelo debió de haber sido tan rubio como el de su hija, pero las décadas habían bajado un tono a su brillo. Tenía el pálido aspecto nórdico de la gente de Schleswig-Holstein, la angosta franja del norte de Alemania: ojos azules y claros y una piel prematuramente envejecida por el sol. Su marido era un hombre de expresión seria. Fabel calculó que tendría unos cincuenta años. Era alto y quizá demasiado delgado, un
schlaksíg
, como decían en Alemania del Norte. También era rubio, pero con un tono más apagado que el color de su mujer. Sus ojos eran de un azul más oscuro y ensombrecido contra la pálida piel. En el momento de las presentaciones, Fabel procesó las imágenes que tenía delante con las que guardaba en su memoria: Los Ehlers, la chica en la fotografía del expediente, la chica en la arena. De nuevo algo chirrió en su cerebro, una inconsistencia apenas perceptible.
—¿Han encontrado a nuestra hijita? —Frau Ehlers buscó la respuesta en la cara de Fabel con una urgencia e intensidad que a él se le hicieron casi insoportables.
—No lo sé, Frau Ehlers. Es posible. Pero necesitamos que usted o Herr Ehlers realicen una identificación positiva del cuerpo.
—¿De modo que existe la posibilidad de que no sea Paula? —Había una insinuación de desafío en el tono de Herr Ehlers. Fabel miró de reojo a Anna.
—Supongo que sí, Herr Ehlers, pero todo indica que es muy probable que sea Paula. La víctima es más alta que Paula cuando desapareció, pero esa altura concuerda con el crecimiento que podría esperarse en un lapso de tres años. Y hay algunas evidencias que parecen relacionarla con esta dirección. —Fabel no quiso contarles que el asesino había etiquetado a su víctima.
—¿Cómo murió? —preguntó Frau Ehlers.
—No creo que sea conveniente entrar en ello hasta que nos aseguremos de que en verdad es Paula —respondió Fabel. La desesperación en los ojos de Frau Ehlers pareció intensificarse. Comenzó a temblarle el labio inferior. Fabel cedió—. La víctima que hallamos fue estrangulada.
Unos sollozos mudos atravesaron el cuerpo de Frau Ehlers. Anua dio un paso hacia delante y le puso un brazo en el nomino, pero Frau Ehlers se apartó. Se generó un silencio incómodo. Fabel se dio cuenta que estaba recorriendo la habitación con la mirada. En una pared había una fotografía enmarcada de gran tamaño. Era evidente que se había tomado con una cámara corriente y había sido ampliada más de lo aconsejable. Tenía una textura granulosa y la chica en el centro de la imagen tenía las pupilas enrojecidas por el flash. Era Paula Ehlers; sonreía a la cámara desde detrás de una gran tarta de cumpleaños adornada con el número trece. Fabel sintió un escalofrío cuando se dio cuenta de que ella estaba mirándolo desde el día antes de que fuera arrancada de su familia.
—¿Cuándo podemos verla? —preguntó Herr Ehlers.
—Hemos arreglado con la policía local que los lleven esta noche, si les parece bien. —Fue Anna quien contestó—. Nos encontraremos con ustedes allí. Un coche vendrá a recogerlos cerca de las nueve y media de la noche. Sé que es tarde…
Herr Ehlers la interrumpió.
—Está bien. Los esperamos.
De regreso al coche, Fabel percibió tensión en los movimientos de Anna. Ella se mantenía en silencio.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
—En realidad no. —Anna miró la casa pequeña y triste con su jardín cuidado y su tejado rojo—. Aquello debió de ser duro. No sé cómo habrán podido aguantarlo tanto tiempo. Toda esa espera. Toda esa esperanza. Contaban con que nosotros encontrásemos a su hija y, cuando por fin lo hacemos, ni siquiera podemos devolvérsela con vida.
Fabel desactivó la alarma y las cerraduras del coche y esperó hasta que ambos estuvieran sentados en el interior antes de contestar:
—Me temo que así son las cosas. Los finales felices ocurren sólo en las películas, no en la vida real.
—Pero actuaban como si nos odiasen.
—Nos odian —dijo Fabel con resignación—. ¿Y quién puede culparlos? Como acabas de decir, se suponía que la traeríamos de regreso viva, no que les diríamos que hemos encontrado su cuerpo abandonado en alguna parte. Contaban con que les trajésemos un final feliz. —Encendió el motor—. De todas maneras, mantengámonos concentrados en el caso. Es hora de visitar al Kriminalkommissar Klatt.
Norderstedt tiene una personalidad oficialmente dividida. Es parte del Gran Hamburgo, sus números telefónicos comparten el prefijo 040 de Hamburgo, y cuando Fabel y Anna atravesaron Fuhlsbüttel y Langenhorn hasta llegar a Norderstedt tuvieron la sensación de que recorrían un paisaje metropolitano continuo e ininterrumpido. Sin embargo, la Polizei de Hamburgo no tiene jurisdicción en la zona; en Norderstedt opera la Landespolizei de Schleswig-Holstein. De todas maneras, debido a su proximidad y la continua superposición de casos, la policía de Norderstedt tenía más contacto con la Polizei de Hamburgo que con su propia fuerza en los suaves paisajes y los pequeños pueblos de Schleswig-Holstein. Anna había llamado antes para que el Kommissar Klatt los esperara en la Polizeirevier Norderstedt-Mitte de la Rathausallee de la ciudad.
Cuando llegaron a la Polizeirevier, no los hicieron pasar, como ellos esperaban, a la oficina principal de la Kriminalpolizei; en cambio, una joven oficial uniformada los guió hacia una inhóspita sala de interrogatorios sin ventanas. La SchuPo les ofreció café, a lo que ambos accedieron. Anna echó una mirada sombría a la sala y, después de que la SchuPo saliera, ella y Fabel se miraron con un gesto elocuente.
—Ahora sé cómo debe de sentirse un sospechoso —dijo Anna.
Fabel sonrió con ironía.
—Exacto. ¿Crees que querrán decirnos algo?
Anna no tuvo oportunidad de responder; la puerta de la sala de interrogatorios se abrió y apareció un hombre de poco más de treinta años. Era bajo pero muy corpulento y tenía una cara grande, amable pero poco memorable, bordeada con un pelo negro y una barba rala. Saludó con una gran sonrisa a los policías de Hamburgo y se presentó como el Kriminalkommisiar Klatt. Depositó el expediente que traía bajo el brazo sobre la mesa y les hizo a Anna y Fabel el gesto de que se sentaran.
—Lamento que tengamos que quedarnos aquí —dijo Klatt—. Por desgracia, ésta no es mi zona habitual. En realidad, mi despacho está en la Europaallee Revier, pero me pareció que a ustedes les resultaría más sencillo ubicarme aquí. Me están haciendo un favor… pero me temo que nuestras comodidades sean más modestas de lo que esperaba. —Se sentó. La cordialidad de su cara se diluyó en una expresión más sombría—. Al parecer han encontrado a Paula…
—La verdad, Kommissar Klatt, es que no lo sabremos con seguridad hasta que los padres identifiquen el cuerpo… pero 8Í, eso parece.
—Era tan sólo cuestión de tiempo. —Había una resignada i listeza en el amplio rostro de Klatt—. Pero uno siempre mantiene la esperanza de encontrarlos con vida.
Fabel asintió. Los sentimientos de Klatt reflejaban los suyos. La única diferencia era que Klatt tenía una oportunidad: en general, él trataba con vivos, mientras que el trabajo de Fabel como investigador de homicidios implicaba que alguien debía morir para que él se viera implicado. Durante un instante fugaz Fabel se preguntó cómo sería que lo transfirieran de vuelta a una oficina general de la KriPo. La agente volvió con el café.
—¿Creyó que había alguna oportunidad de que la encontraran viva? —preguntó Anna.
Klatt pensó un momento.
—No, supongo que no. Ya conocen las estadísticas. Si no encontramos a los desaparecidos durante las primeras veinticuatro horas, hay muchas probabilidades de que jamás vuelvan a su casa. Lo que pasa es que Paula fue la primera persona desaparecida menor de edad que me tocó investigar. Me impliqué personalmente. Tal vez demasiado. Era muy duro ver a una familia con tanto dolor.
—¿Era hija única? —preguntó Anna.
—No, hay un hermano… Edmund. Un hermano mayor.
—No lo vimos en la casa de los Ehlers —dijo Fabel.
—No. Es casi tres años mayor. Ahora tiene diecinueve o veinte. Está haciendo el servicio nacional en el Bundeswehr.
—Entiendo que lo han investigado en detalle —dijo Fabel como una acotación, no como una pregunta. Siempre que se produce un homicidio, el primer círculo de potenciales sospechosos es la familia inmediata de la víctima. Fabel se cuidó de sugerir que Klatt no conocía su trabajo. Pero si éste se ofendió, no dejó escapar ningún indicio de ello.
—Desde luego. Obtuvimos una descripción completa de todos sus movimientos de aquel día. Todo corroborado. Y los verificamos una y otra vez. Además, él estaba terriblemente preocupado por su hermana. No es posible que alguien actúe tan bien.
«Sí es posible», pensó Fabel. El había encontrado a innumerables amantes, amigos o parientes de una víctima que mostraban una angustia genuina y que habían resultado autores de su asesinato. Pero no tenía duda de que Klatt había examinado cuidadosamente a toda la familia de Paula Ehlers.
—Pero usted sí sospechaba del maestro de Paula… —Anna volvió a comprobar su propia copia del expediente.
—Fendrich. Era el profesor de alemán de Paula. Yo no iría tan lejos como para considerarlo un sospechoso… Es sólo que había algo en él que no encajaba. Pero, finalmente, tenía una coartada bastante buena.
Klatt analizó el informe junto a Fabel y Anna. Estaba claro que gran parte de la investigación había quedado grabada en su cabeza. Fabel sabía cómo era tener un caso como ése: con noches en las que había tratado desesperadamente de conciliar el sueño pero condenado a mirar el techo oscuro, con preguntas sin respuesta girando junto a imágenes de los muertos, los angustiados y los sospechosos en el remolino de una mente agitada y exhausta. Cuando Klatt terminó y a Fabel y Anna no se les ocurrieron más preguntas, se levantaron y le dieron las gracias.
—Nos veremos más tarde, esta misma noche —dijo Klatt—. Entiendo que estarán presentes cuando los Ehlers identifiquen el cuerpo, ¿verdad?
Anna y Fabel intercambiaron una mirada.
—Sí —respondió Fabel—. Allí estaremos. ¿Usted también?
Klatt sonrió con tristeza.
—Sí, si no se oponen. Yo llevaré a los padres a Hamburgo. Si ésta es la conclusión del caso de Paula Ehlers, me gustaría estar presente. Quisiera despedirme de ellos.
—Por supuesto —dijo Fabel.
«Pero —pensó— ésta no es la conclusión del caso de Paula Thiers; esto es apenas el principio».
Miércoles, 17 de marzo. 22:10 h
INSTITUT FÜR RECHTSMEDIZIN, HOSPITAL UNIVERSITARIO EPPENDORF, HAMBURGO
La Universitätklinikum Hamburgo-Eppendorf, donde se encuentran las principales actividades e instalaciones médicas de la Universidad de Hamburgo, se extiende desde la Martinistrasse como una pequeña ciudad. Su trazado incluye edificios altos y bajos de todas las épocas y está atravesado por una telaraña de calles. La más amplia de las escasas zonas de aparcamiento está ubicada justo en el centro del complejo, pero, por lo tarde que era, Fabel sabía que podría dejar el coche cerca del Institut für Rechtsmedizin, el Instituto de Medicina Legal. Conocía bien esa organización. Se había convertido en el centro de todas las ciencias que tenían alguna aplicación legal: la serología, los análisis de ADN, la medicina forense y un servicio especial de expertos en psiquiatría forense. El contacto de Fabel con el Instituí no pasaba sólo por el trabajo; desde hacía un año mantenía una relación con una psicóloga criminalista, Susanne Eckhardt. Aunque el lugar de trabajo oficial de Susanne era el edificio de trece plantas que albergaba la Clínica de Psiquiatría y Psicoterapia, ella pasaba la mayor parte del tiempo en el cercano Institut.
Fabel no dobló por la calle que daba a la entrada principal; en cambio, siguió por Martinistrasse y giró en Lokstedter Steindamm para luego tomar Butenfeld. Como sospechaba, había varios espacios libres en el aparcamiento fuera del amplio pabellón de dos plantas del Institut. El centro tenía fama mundial y poco tiempo antes se habían construido grandes anexos al edificio para albergar cursos para futuros patólogos y químicos de todo el planeta. Cada día se practicaban análisis forenses a tres mil cuerpos y se realizaban mil autopsias. Ese era el sitio donde yacía el cuerpo de la chica muerta, en la oscuridad de un receptáculo de acero a bajas temperaturas, esperando su identificación.