Read Crítica de la Religión y del Estado Online
Authors: Jean Meslier
No digáis que hay o que habría una gran diferencia entre unos hombres y puros instrumentos, así como entre la manera de actuar de los hombres y la manera de actuar de unos instrumentos inanimados, puesto que los instrumentos inanimados se hallan privados de todos los sentimientos, de todo conocimiento y de toda voluntad, mientras que los hombres, al estar animados, están dotados no sólo de sentimiento y de conocimiento, sino también de voluntad y de libertad y así, al hacer sólo lo que quieren, actúan voluntaria y libremente en todo lo que hacen, y, por consiguiente, son dignos de reproche y de castigo cuando hacen el mal y, por el contrario, son dignos de alabanzas y de recompensas cuando hacen el bien. No digáis esto, digo, pues aunque haya una gran diferencia entre unos seres que tienen vida y sentimiento y seres que no tienen vida ni sentimiento, no tendrían más libertad unos que otros. Así, pues, según la hipótesis, ni unos ni otros pueden nada por sí mismos, ni pueden más unos que otros, puesto que no pueden moverse ni manejarse por sí mismos, luego no serán más libres unos que otros, ya sea para actuar o para no actuar, ya sea para hacer el bien o sea para hacer el mal, de la manera que sea. Y, por consiguiente, no serán más dignos de alabanzas y de reproches, ni más dignos de recompensas y castigos unos que otros, a no ser que las alabanzas y las recompensas, así como los reproches y los castigos, son más convenientes para los seres que tienen conocimiento y sentimiento que para aquellos que no tienen; pero esto no concierne a la libertad que, según la susodicha hipótesis, no tendrían ni unos ni otros.
Agregad a ello que el conocimiento y la voluntad de los seres animados no servirían de nada en esta hipótesis para la libertad de los que actúan, puesto que todos sus pensamientos, todos sus conocimientos y todas las voluntades que pudieran tener, sólo serían consecuencias y efectos necesarios de las diversas determinaciones o de las diversas modificaciones de las partes más sutiles de la materia. Estas diversas modificaciones o determinaciones de las partes más sutiles de la materia, al no ser más libres ni menos fuertes y eficaces en los cuerpos animados que en los cuerpos inanimados, no dejarían más libertad en unos que en otros. Luego es evidente que seres animados como los animales tienen naturalmente por sí mismos más fuerza y poder para moverse de la que tienen instrumentos inanimados, y nosotros ciertamente sentimos en nosotros mismos que poseemos naturalmente la fuerza de movemos a nosotros mismos, puesto que nos movemos y descansamos efectivamente cuando queremos. Sucede lo mismo con los animales; se mueven por sí mismos cuando no hay nada que se lo impida, luego los seres animados no se mueven por una fuerza ni por un poder extraño, sino por una fuerza y un poder interno que les es propio y natural y, por consiguiente, la materia tiene por sí misma la fuerza de moverse.
[T. I (pp. 237-280)
O. C.
De la séptima prueba.]
[...] Empecemos por el conocimiento que tenemos naturalmente del infinito. M. de Cambrai y sus partidarios miran este conocimiento como si fuera de un orden o de una naturaleza superior a todo otro conocimiento, y como si sólo pudiera venirnos del Ser mismo infinitamente perfecto, es decir, de Dios mismo; aún se sorprenden, como ellos dicen, de que Dios mismo pueda dar el conocimiento del infinito a espíritus finitos y limitados, como son todos los espíritus humanos. Pero ciertamente este conocimiento del infinito no es más sobrenatural ni más sorprendente que ningún otro conocimiento de los que tenemos. Es por el mismo espíritu, y por la misma facultad del espíritu que conocemos lo finito y lo infinito, lo material y lo inmaterial, es por el mismo espíritu y por el mismo entendimiento que pensamos en nosotros mismos, que pensamos en Dios, y en cualquier otra cosa.
En verdad, admiro esta facultad y esta capacidad que tenemos naturalmente para pensar, ver, sentir o conocer todo lo que hacemos, todo lo que se presenta a nuestros sentidos y a nuestro entendimiento, y, sin embargo, no sé cómo puedo formar ningún pensamiento, ni ningún conocimiento, ni siquiera ningún sentimiento, y así el menor de mis pensamientos me asombra y me sorprende, lo reconozco; pero que el conocimiento del infinito sea más sobrenatural o más sorprendente, y más difícil de concebir que el conocimiento de lo que es finito, es lo que no veo de ningún modo, e incluso es contrario a lo que cada uno de nosotros podemos experimentar por nosotros mismos todos los días. Pues no hay nadie que no conozca ni conciba fácilmente la extensión: la extensión, por ejemplo, de un pie, la extensión de una toesa, o si se quiere, la extensión de una legua, o de dos o tres leguas. También nos es fácil conocer o concebir además una extensión de mil leguas, y de cien mil leguas, y finalmente una extensión que no tuviera fin, y que por consiguiente sería infinita, pues por lejos que se pudiera pretender concebir un fin, o un límite, siempre se concibe, sin embargo, claramente, y se concibe incluso fácilmente que siempre habría un más allá de los dichos límites y un más allá del dicho fin, y por consiguiente que seguiría habiendo extensión e incluso una extensión que no podría tener fin, y que por consiguiente sería infinita, ello se concibe con absoluta naturalidad y facilidad.
[T. I (pp. 399-401) O. C. De la séptima prueba.]
Pero, dirán nuestros deícolas, es absolutamente necesario, al menos, que el movimiento de la materia, y el movimiento de todas sus partes, sea guiado, regulado y dirigido por una potencia todo soberana, y por una inteligencia suprema, ya que no es posible que tantas obras hermosas, tan regular y penosamente forjadas y compuestas, se hayan hecho y dispuesto por sí mismas, como están, por el solo movimiento ciego y aglomeración fortuita de las partes de una materia ciega y privada de razón. A ello respondo que al ser evidente que siempre hay una multitud infinita de partes de la materia que se hallan en movimiento, y que se mueven en todos sentidos, mediante movimientos particulares e irregulares, al mismo tiempo que son arrastradas por un movimiento general de toda la masa de un cierto volumen, o de una cierta extensión considerable de materia, que habrá sido forzada a moverse en línea circular, no habiendo podido, como ya he hecho observar, continuar su movimiento en línea recta, dado que todo lo que es extensión está lleno de una materia semejante que no habría podido apartarse para dejar lugar a la otra, no es posible que toda esta multitud de partes se hayan movido siempre así, sin que se hayan mezclado, y sin que varias de ellas se hayan reencontrado, se hayan juntado, se hayan unido, estacionado, y adherido juntamente, en varios tipos y maneras, unas con otras, y no hayan así empezado a componer todas estas diferentes obras que vemos en la naturaleza, las cuales han podido perfeccionarse seguidamente, y fortalecerse mediante la prolongación de los mismos movimientos que comenzaron a producirlas, siendo cierto que las cosas se perfeccionan y se fortalecen mediante la prolongación de los movimientos que comenzaron a hacerlas nacer.
En efecto es preciso observar que al haber varios tipos de movimientos en la materia, los hay que son regulares, y que se hacen siempre regularmente de la misma forma y manera. Y otros que son irregulares, y que no se suceden regularmente; de estos tipos de movimientos se puede decir que hay unos y otros en todos los tipos de seres o compuestos que hay en la naturaleza. Los movimientos irregulares de las partes de la materia no producen regularmente los mismos efectos, o no los producen siempre de la misma manera, sino ora de una manera ora de otra; y como estos tipos de movimientos son irregulares, o pueden ser irregulares, de infinitas formas y maneras, es lo que hace que haya tantos vicios, tantos defectos, tantas deficiencias y tantas imperfecciones en la mayoría de las obras de la naturaleza, y también que se vean a menudo cosas monstruosas y deformes, y otras aun que van contra el curso ordinario de la naturaleza. Pero los movimientos regulares de las partes de la materia producen regularmente sus efectos ordinarios. Y cuando las partes de la materia se han abierto una vez algunos caminos, en ciertos lugares que las determinan a modificarse de tal o cual manera, ellas tienden por sí mismas a continuar su movimiento de la misma manera por estos lugares. Y a modificarse de la misma manera, y así ellas producen regularmente en estos lugares y en estas ocasiones, los mismos efectos, sin que por ello haya necesidad de ninguna otra potencia para moverlas, ni de ninguna inteligencia para guiarlas en sus movimientos. Aunque cuando se reencuentran o se encuentran fortuitamente en este tipo de lugares y de ocasiones, no sabrían incluso actualmente desviarse de sus rutas ordinarias, ni modificarse de otro modo del que deben, a menos que no haya fortuitamente algunos impedimentos en sus rutas que les impidan continuar sus caminos de la misma manera, e impedirles que se modifiquen, como habrían Indebido hacer, según su determinación precedente, pues entonces se hallan obligadas a tomar algunos desvíos en sus marchas, o algunas otras modificaciones en sus aglomeraciones, lo que después causa necesariamente algunos defectos, algunas superfluidades, algunas deformidades, o al menos algo extraordinario en las obras que componen. He aquí ejemplos naturales de esto. El agua, por ejemplo, según la disposición o modificación natural de sus partes está determinada a fluir siempre hacia la pendiente del lugar en que se encuentra; si no hay más pendiente de un lado que del otro, permanece como inmóvil en su propio lugar. Aunque todas sus partes se hallen siempre en continua agitación unas con respecto a otras, suponiendo que no estén heladas, pero si hay una inclinación a derecha o a izquierda, es decir, de un lado o de otro, inmediatamente fluye y se extiende por el lado de la inclinación, sin que para ello sea necesaria ninguna inteligencia para hacerla fluir del lado de su inclinación, y si es el agua de una fuente, de un arroyo, o de un río que fluye ordinariamente, no deja tampoco jamás de fluir siempre hacia abajo, y a fuerza de fluir por los mismos lugares, se hace y se forma natural y ciegamente desde su origen hasta su fin una especie de camino y de canal que ésta sigue siempre regularmente y constantemente desde su origen hasta el fin, a menos que en su cauce o canal surjan fortuitamente algunos impedimentos, como algunos montones fortuitos de madera, de piedras o de tierras que podrían caer en él, o ser arrastrados por algunas devastaciones extraordinarias o cualquier otra cosa, y obstruir así su camino ordinario; lo que entonces le obligaría a seguir su cauce por otro lugar, e incluso por el lugar más cómodo y más fácil, donde ésta no dejaría de hacerse y formarse aún un nuevo camino, o un nuevo canal, que ésta seguiría de nuevo regularmente y constantemente, mientras no le surgieran tales impedimentos, y todo esto se haría sin que hubiera necesidad, como he dicho, de ninguna inteligencia para encauzarla.
Paralelamente, todos los cuerpos pesados caen directamente hacia abajo, y el fuego y el humo suben directamente hacia arriba, natural y ciegamente, mientras no encuentren ningún impedimento en este movimiento que les es natural, y no necesitan inteligencia ni razón, para guiar y dirigir así sus movimientos. Paralelamente aún, los vapores y las exhalaciones salen de la tierra por el calor del sol natural y ciegamente; forman nieblas, que se elevan en el aire, hasta una cierta altura, donde forman nubes y nubarrones de toda clase de figuras irregulares natural y ciegamente. Las nubes siguen siempre regularmente el movimiento de los vientos y recaen en seguida, por tierra, en lluvias, en granizos, o en nieve natural y ciegamente. Todos estos tipos de cosas es constante y evidente que no necesitan inteligencia ni razón para seguir regularmente, como hacen, sus movimientos naturales. Es claro y evidente, por poca atención que se preste, que ocurre lo mismo en relación al movimiento de todas las partes de la materia, que componen las obras de la naturaleza más bellas y perfectas, pues todas estas partes, como he dicho, tras haberse abierto necesariamente como ciertos caminos, y tras haberse modificado necesariamente de ciertas maneras en todas las obras que componen, siguen naturalmente, regularmente y ciegamente, los caminos o las huellas que se han abierto en cada obra, y por consiguiente se modifican regularmente y ciegamente también, de la manera que deben modificarse, según la determinación actual en que se encuentran, en cada sujeto en cada compuesto que forman, a menos que se encuentren por lo demás algunos impedimentos que les hagan tomar otros caminos, o algunas otras modificaciones particulares, pues entonces, no producirían regularmente sus efectos ordinarios, sino que los producirían de otro modo, e incluso en ciertos encuentros podrían producirlos de una naturaleza o de una especie completamente diferente. Esto es lo que se ve manifiestamente todos los días pan todas las producciones de la naturaleza, y preferentemente en la producción de las plantas, en la producción de los animales, e incluso en la producción natural del cuerpo humano, que pasa por la obra más perfecta de la naturaleza. Pues es cierto que todas las plantas, de la especie que sean, que todos los animales, de la especie que sean, y que los hombres mismos no producen ordinariamente a sus semejantes, más que por la razón que acabo de indicar; tras haberse abierto, como he dicho, ciertos caminos en ciertos lugares, y en ciertos encuentros, o por la disposición del lugar, del tiempo y de algunas otras circunstancias, éstas se han hallado determinadas a reunirse, a juntarse, y a modificarse de tal o cual manera. Todas las veces que partes semejantes de la materia se encuentran en parejas situaciones, y en parejas circunstancias de tiempo y de lugares, se hallan conjuntamente determinadas a seguir siempre el mismo curso, y a modificarse e la misma manera, y por consiguiente a producir también los mismos efectos a menos como he dicho que no surjan algunos obstáculos que impidan a las partes de la materia seguir sus cursos ordinarios, y que las obliguen a tomar otra determinación, como haría, por ejemplo, una bola que uno arrojara ante sí, la cual continuaría su movimiento en línea recta según la primera determinación, si no encontrara obstáculos para desviarla, pero se desvía de inmediato a derecha o a izquierda cuando encuentra algunos obstáculos, o incluso vuelve recto hacia atrás si el obstáculo que encuentra le hace tomar esta nueva determinación. Esto depende de algunas particularidades que no hace falta señalar aquí.