Carolina se enamora (51 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Carolina se enamora
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—¡Es precioso, abuelo!

Mira satisfecho su dibujo y sonríe complacido. Lo mira otra vez. A continuación se oye el ruido del ascensor y después la llave en la puerta.

—Chsss… ¡Es ella!

—¿Estáis en casa?

La abuela Luci entra en el estudio.

—Hola… ¿Se puede saber qué estáis tramando? —Arquea las cejas risueña.

—Nada sólo estábamos charlando…

—¡Sí! —Miro al abuelo con alegría—. Quiero llevar al abuelo en la moto, detrás de mí…

—Está prohibido, te pondrán una multa…

—¿Y tú qué sabes?

—Lo he leído… Tienes que esperar a tener dieciséis años.

Luego se acerca al abuelo y lo besa ligeramente en la boca con una sonrisa que, desde donde me encuentro, puedo sentir rebosante de amor.

—Te he traído lo que me has pedido…

—¿Lo que me gusta?

En un abrir y cerrar de ojos, el abuelo se transforma en un niño mucho más pequeño que yo.

—¡Sí, eso mismo! Voy a prepararos algo de comer, ¿os parece bien?

—¡Sí, abuela, deja que te eche una mano!

Así que entramos en la cocina. La abuela abre un paquete de patatas fritas y las echa en un plato grande.

—Esto era lo que me había pedido…, patatas con pimentón.

Y yo que me esperaba no sé qué misterio… Acto seguido comenzamos a dar vueltas por la cocina, preparando la comida, colocando las servilletas, los vasos y todo lo demás, hablando de nuestras cosas. La abuela me hace un montón de preguntas y yo le contesto encantada, encantada de que estemos juntas, disfrutando de ese amor que se respira por toda la casa. Todo me parece muy sencillo y le cuento un sinfín de cosas que, en ocasiones, incluso haciendo un esfuerzo enorme, no consigues decir verdaderamente.

Los profesores han empezado a hablarnos de los exámenes, ¡pero yo los veo todavía tan lejos que no quiero ni oír hablar del tema! Entre otras cosas, en abril se celebrará una reunión general con los padres, la última, la definitiva, madre mía, no puedo volver a meter la pata. Pero ¡¿no habían dicho que iban a dejar de hacerla?! He bajado de internet un montón de tesinas, pero no sé si serán suficientes. Mi hermana me dijo una vez que lo de la tesina es una chorrada, pero con ella nunca sé a qué atenerme, no se parece en nada a mí. De manera que me parece que en historia podría hablar de la Italia de la posguerra; en geografía, de Oceanía; en italiano, de Svevo o de Calvino; ¿y en ciencias? No lo sé. ¿Podría relacionar Oceanía con terremotos y volcanes, porque es una zona muy dada a ellos? Ni idea. Para francés y arte había pensado en Henri Matisse. ¿Me iría bien con esa época? En inglés me centraré en Australia; música no sé si entra en el examen, pero de todos modos la podría incluir en historia y hablar de jazz; en tecnología, no sé cómo hacerlo. Además, no tengo claro si es mejor repasar todo el programa de las asignaturas o si al final no sirve de nada, ¡Bah! No lo aguanto más. Mientras me debato en este mar de dudas, desenvuelvo el bocadillo bajo el pupitre, me inclino escondiéndome detrás de la compañera que se sienta delante de mí y trato de lamer un poco la Nutella que se ha salido por el borde. Clod me ve desde su pupitre y me llama. Faltaría más, está dispuesta a ofrecerse como voluntaria. Oh, como si la hubiese invocado, suena la hora del recreo… Y en seguida llega la noticia bomba:

—He roto con Dodo.

—¿Qué quieres decir?

—Pues eso, que se acabó… Estaba harta.

Clod y yo permanecemos en silencio. Después me encojo de hombros.

—Lo siento, pero… Quizá podría haber llegado a ser una historia importante…, con el tiempo…

Clod, la gran curiosa, le pregunta con malicia:

—¿Quería ir demasiado lejos?

—¡Ojalá fuera ése el motivo! —Alis se enciende un cigarrillo, quiere parecer transgresora—. Nada, hasta eso te importa un comino… Sólo piensa en jugar a fútbol con sus amigos, en beber con sus amigos, en salir con sus amigos y, cuando no es así, se pasa el tiempo en el establecimiento de su madre… ¡Joder, chicas, ¿quién puede desear una vida así?!

—Ya…

Lo cierto es que no sabemos muy bien qué decir. Se esforzó tanto en conseguirlo que, por un momento, parecía incluso enamorada. Puede que sólo lo hiciera porque organizamos esa competición, porque quería demostrar que era la más fuerte y destacar como de costumbre. Pero esto lo pienso y punto; es evidente que no puedo decírselo.

—Habéis roto justo hoy, el día de San Valentín…

—Ayer. Le había comprado un regalo incluso, pero la sola idea de pasar la velada con él… No podía soportarlo.

—¿Qué le compraste?

En ciertas ocasiones Clod, en lugar de estarse calladita como debería, no para de hablar; es superior a sus fuerzas.

—Oh, una cámara de fotos digital. No se la he dado, la tengo aquí. Es más, ahora mismo os saco una foto…

Posamos y Alis nos retrata alzando la cámara y enfocándonos a las tres mientras ponemos unas caras absurdas. Luego comprueba cómo ha salido.

—¡Perfecta! Oíd, hagamos algo…

—¿Qué?

—Esta noche podríamos cenar las tres juntas en las mismas narices de todos los enamorados, ¿os apetece? Yo invito… ¿Sabéis adónde podemos ir? A Wild West, en la Giustiniana. Es un sitio genial.

—¡Vale!

Y, por suerte, la tarde transcurre sin sobresaltos, sin muchos deberes que hacer siquiera. Me tumbo sobre la cama con los pies en alto y el iPod encendido. Escucho un poco de música al azar. Es increíble. Parece que esos cantantes te conozcan, que vivan contigo y que puedan oír incluso tus pensamientos. Ésa es, al menos, la impresión que tengo cuando escucho determinadas canciones. Dicen, palabra por palabra, todo lo que siento y lo que me gustaría poder decirle, por ejemplo, a Massi. Hasta la manera en que me gustaría hacerlo. Ni más ni menos. Habría que agradecer a los grupos y a los cantantes que hablen por nosotros. Quieres a alguien pero eres tímida o piensas que tal vez te equivocas, así que le dedicas esa canción y arreglado. Y, si eres afortunada, bueno, él entenderá todo lo que no has logrado decirle, y hasta puede que te dedique otra. Canciones para canturrear, escuchar una y otra vez y bailar juntos en una fiesta. Canciones para permanecer abrazados, canciones para copiar en el diario… Massi y yo tenemos nuestra propia canción. Qué gracioso, no tenemos una relación, pero sí una canción.

—Esta noche salgo, mamá.

—Eh, ¿no estás estudiando poco últimamente?

—No tenía mucho que hacer para mañana.

—Vale, pero a las once te quiero de vuelta… —Luego reflexiona por un momento—, ¿Por qué sales precisamente esta noche? San Valentín… ¡¿Con quién vas?!

—¡De eso nada! —«¡Ojalá!», me gustaría decirle—. Salgo con Alis y Clod.

—¿Seguro?

—¡Por supuesto! Te lo diría, ¡¿no?¡

Pienso de nuevo en Biagio Antonacci y ya no estoy tan segura.

Justo en ese momento Ale pasa por nuestro lado.

—Pero, mamá…, ¿quién iba a ser el guapo que querría cargar con ella?

—Qué simpática… ¿Y tú qué haces? ¿Sales con Giorgio o con Fausto?

—Con ninguno, los he dejado a los dos.

—Oh, vaya… ¡Has hecho bien!

—Sí, pero ahora salgo con Luca…

Mi madre pone cara de desesperación. Trato de animarla.

—Lo dice adrede, ya sabes cómo es. No es cierto. Sólo lo dice para molestarte.

Veo que se siente un poco más aliviada, pero yo, si he de ser sincera, no estoy tan segura.

Son las 20.30. Suena el telefonillo.

—¿Podéis abrir? ¿Quién será a estas horas?

—Es para mí, papá. ¿Sí?

—Estoy aquí abajo —me responde Clod.

—Voy en seguida.

—Por lo visto, ahora sales todas las noches…

—De eso nada, papá… jamás he salido entre semana. Además, se lo he dicho a mamá.

Mi madre aparece en ese momento con unos platos.

—Sí, es verdad, me lo ha dicho.

Mi padre insiste. Debe de estar nervioso, como de costumbre.

—El hecho de que lo haya dicho no significa nada.

—Pero si sale con sus amigas…

—No es eso.

—Pero…

Empiezan a discutir. Lo siento mucho por ellos, pero Clod me espera abajo. Además, me apetece salir. Me ahogo en esta casa. Sobre todo cuando se producen esas discusiones tan estúpidas, tan inútiles, tan…, ¡tan así que me sacan de mis casillas! Salgo del salón dando un portazo. Adrede. Y a continuación bajo a toda prisa la escalera y salto los últimos escalones antes de cada rellano. Dos. Acto seguido, tres. Después incluso cuatro a la vez. Estoy enfadada. Mucho. Mi padre siempre trata mal a mi madre. No entiendo por qué ella sigue con él. Quizá sea por nosotros, sus hijos. Sí, de alguna forma es culpa nuestra. Odio a mi padre. Odio que ataque de ese modo mi felicidad.

—Venga, vamos.

—Eh, ¿qué te ocurre?

Clod arranca a toda velocidad obedeciendo a mi orden.

—Nada, no sucede nada.

Golpeo con fuerza el salpicadero del coche.

—Eh, no se lo hagas pagar a él, que no tiene la culpa… Si te sirve de consuelo, yo también he discutido con mi madre. No quería dejarme salir… A veces me gustaría cambiarme por Alis…

—Pues sí.

Nos callamos, permanecemos en silencio durante un buen rato, salvo cuando le doy las indicaciones pertinentes.

—Al fondo y a la derecha. Luego todo recto.

Y Clod sigue conduciendo concentrada, sin abrir la boca, sin hablar. Poco a poco se me va pasando la rabia, sin ningún motivo. Es más, incluso llego a olvidar lo que ha sucedido.

—¡Caray, es fantástico!

Abro el estuche y lo miro.

—Tienes el último de Maroon 5… ¿Quién te lo ha dado?

—Aldo me ha hecho una copia.

—¿En serio? Es un cielo…

La miro. Me mira. Sonríe.

—¿Me lo prestas para que lo suba a mi iTunes y así lo tengo en el iPod?

—¡Claro!

—Bien.

Y sigo bailando hasta que llegamos a Wild West. Alis nos espera fuera del local.

—¿Qué pasa?

—Nada, ¡que sólo hay tres parejas y, por si fuera poco, son más viejos que nosotras!

Miro dentro.

—Bueno, a mí no me parece tan mal… ¡Además, uno de ésos se parece a mi hermano!

—De eso nada, ojalá, me derretiría nada más verlo… Es suficiente con mirarlo a los ojos, ¡ese es viejo por dentro! Venga, larguémonos…

Y sube a su coche.

—¡Pero si has reservado mesa!

—¡Sí, sólo que a nombre de Clod! ¡Seguidme!

Arranca a toda mecha. La seguimos a dos mil por hora y al final llegamos a Celestina, en Parioli. Alis deja el vehículo en manos del aparcacoches.

—Si me lo rayas, te mato…

Se lo dice riéndose, pero tengo la impresión de que no habla en broma. Entramos.

Se acerca un camarero.

—Buenas noches.

—Hemos reservado mesa para tres, a nombre de Sereni.

Alis debe de haber llamado desde el coche. Esta vez ha dado su nombre: estaba segura de que nos quedaríamos.

—Hola, Alis.

—Buenas noches.

La saluda una mujer que está cenando con un tipo extraño, los dos tienen la cara un poco retocada. Quizá sean amigos de su madre. Por el modo de vestir es muy probable.

—Ésta es vuestra mesa.

Nos sentamos. Alis mira alrededor.

—Aquí estamos mucho mejor.

—Sí, claro.

—Y también está más cerca…

—Sí, pero la gente no es muy interesante que digamos.

Aun así, en las mesas se ve un poco de todo, hay parejas de todas las edades.

—Eh, pero ¿ésa no es…?, ¿cómo se llama? Sí…

Miro en la dirección que Alis nos indica con la barbilla. Sí, es ella. Y está con otro, el día de San Valentín precisamente, quiero decir, no en una cena cualquiera.

—Claro que es ella, pero yo tampoco recuerdo su nombre.

Alis insiste:

—¡La novia de Matt!

—Melissa…

—¡Eso es, Melissa!

Pese a que nos separa cierta distancia, la chica parece habernos oído y desvía la mirada hacia nosotras. Clod y yo nos hacemos las locas. Alis, en cambio, se la sostiene. Es más, veo que incluso arquea las cejas como diciendo: «Eh, guapa, ¿qué haces cenando con otro?». Después se vuelve hacia nosotras. Al parecer, por fin ha dado por zanjado el enfrentamiento.

—No me lo puedo creer. Él le ha cogido la mano. Se la está acariciando…

—¿Y qué?

—¡Pues que Matt y ella han roto!

—Mañana lo llamo…

—¡Alis! Pero si ése apenas se acuerda de mí, y a ti debe de haberte visto una sola vez.

—Sí, pero por la forma en que me ha mirado… Verás cómo se acuerda. Se acuerda…

—Lo que tú digas…

Abro la carta. Alis me saca de quicio cuando hace esas cosas. ¡Está demasiado segura de sí misma! Y, además, perdona, quizá vaya yo antes, ¿no? Ya está, me estoy poniendo nerviosa, pero, en realidad, no con ella, sino conmigo misma. Creo que debería decirle esas cosas. Debería discutirlas con ella y hacérselas notar, en parte porque sé que tengo razón. Bueno, quizá la próxima vez. Y también esto me cabrea un poco porque al final lo pospongo siempre para la próxima vez. Y, en ocasiones, cuando me gustaría contestarle no me salen las palabras adecuadas, de manera que lo dejo estar. Luego, cuando llego a casa, se me ocurre la respuesta perfecta, ¡pero entonces ya es demasiado tarde!

—¿En qué piensas?

—Oh, en nada…

Como muestra, un botón…

—Entonces, ¿qué? ¿Lo habéis decidido ya? Daos prisa, que el camarero ya viene.

Alis nos mira esperando a que nos decidamos.

—Yo tomaré un entrante de carne, y luego pasta
all'amatriciana
.

—Veo que quieres guardar la línea, ¿eh?… ¿Y tú, Clod?

Clod cierra la carta.

—Yo sólo una ensalada.

—¿Eh?

Alis y yo nos miramos a punto de desmayarnos.

No me lo puedo creer…

—¿Qué te ha pasado?

—¿Te ha entrado por fin en la cabeza esa palabra que tanto odias…, dieta?

—Qué graciosas. Es que no tengo mucha hambre.

Cuando llega el camarero pedimos lo que hemos elegido. Alis opta por una langosta a la catalana, que yo probé una vez y me pareció que tenía demasiado vinagre, pero por lo visto a ella le encanta. En cuanto el camarero se aleja retomamos nuestras pesquisas.

—¡Queremos saber el motivo de esa dieta!

—Sí, que es lo que te ha llevado a entrar en razón…

—¿Qué ha pasado?

—¿Alguien te ha hecho algún comentario?

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