Carolina se enamora (4 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Carolina se enamora
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—Oye, Lore, pero…

—Chsss… —susurra mientras me tapa la boca con una mano. Justo a tiempo, porque el vigilante se asoma entre los tablones de la entrada y escruta a derecha e izquierda mientras nosotros nos aplastamos aún más contra la pared. No ve nada, de manera que retira la cabeza y se aleja. Pasados unos segundos, Lore me quita la mano de la boca.

—Uff.

Exhalo el aire que había contenido hasta ese momento.

—Menos mal.

—¿Has sentido miedo?

—No, contigo no.

Le sonrío. Y veo sus ojos en la penumbra, se iluminan apenas y son grandes y profundos y preciosos, y no consigo dilucidar si me está mirando o no, pero sonríe. Veo sus dientes blancos en la oscuridad de la cueva. Y la verdad es que un poco de miedo sí que he sentido. Un poco, no. Sea como sea, no quiero decírselo.

—Venga, sí que has tenido un poco de miedo. Si nos hubiera descubierto…

—¡Bueno…!

Pero no me da tiempo a proseguir porque se acerca a mí… y me besa. ¡Sí, me besa! Siento sus labios sobre los míos y permanezco un instante con la boca quieta sin saber muy bien qué hacer. Pero siento que él hace presión. Y su boca es blanda. Y, que extraño, la va abriendo lentamente… y yo también lo hago. ¡Y lo primero que pienso es que, por suerte, no llevo el corrector dental! Lo llevé hasta el invierno pasado y ahora mis dientecitos están bien alineados. Pero, en caso de que lo hubiese llevado, Lore se habría dado cuenta. Es un chico atento. Sí, me gusta mucho porque es atento, es decir, piensa en ti, en si tienes miedo, en si te apetece, si te gusta ir al castillo, en fin, que le interesa lo que opinas.

Pero ¿qué ocurre? Siento algo raro en la boca. Estamos en la oscuridad de la cueva, tan cerca el uno del otro que ni siquiera sé si me está mirando o no. Abro lentamente un ojo, echo un vistazo pero no se ve nada, de manera que vuelvo a cerrarlo, ¡Es su lengua! Socorro… Sin embargo…, no me molesta. Menos mal. Qué bonito. Siempre me he imaginado este momento; quizá demasiado, en serio, porque al final los demás te cuentan tantas cosas que acabas preocupándote más de lo que harías por ti sola.

Así que por fin me abandono y lo abrazo mientras seguimos besándonos. Y sus labios son suaves y de vez en cuando nuestros dientes chocan, nos echamos a reír y volvemos a empezar, ligeros, sonreímos en la penumbra y él me besa mucho y tengo el contorno de la boca mojado. Pero no me molesta… De verdad, no me molesta.

Alis y Clod están delante de mí, ambas con un granizado en la mano, el vaso suspendido en el aire justo delante de la boca. La camarera se acerca a nosotras.

—¿Queréis algo más, chicas?

—¡No! —respondemos al unísono sin dignarnos siquiera mirarla. La camarera se aleja sacudiendo la cabeza.

Alice deja el vaso sobre la mesa.

—No me lo creo.

—Yo tampoco…

Clod, sin embargo, da un buen trago.

—¿Y después? ¿Y después?

—Pero si decís que no me creéis…

—Bueno, tú cuéntanoslo de todos modos, sí, ¡sea como sea, nos encanta!

Cabeceo. Alis no tiene remedio, es demasiado curiosa.

—Vale, vale, ¡pero que quede claro que todo es verdad! En fin, ¿por dónde iba?

—¡Te estaba besando! —me contestan las dos a coro.

—Ah, sí… Claro.

De modo que regreso a la cueva. Oscuridad. Parece una película. Y siento que me estrecha entre sus brazos con fuerza, con más fuerza aún… Y yo lo abrazo. Y él desliza su mano por debajo de mi camiseta, pero por detrás, por la espalda. Y no me molesta. Me siento extrañamente serena. Me gusta estar entre sus brazos…, pero permanece quieto, no se mueve, no sube para desabrochar mi pequeño sujetador. Ahora no, por lo menos. Empieza a acariciarme, eso sí. Y sigue besándome. Después se aparta un poco y me pasa la lengua por los labios. Siento como si me los picotease y justo entonces su mano empieza a ascender por la espalda, lo sabía… Pero no me preocupo. De repente oímos unos pasos apresurados. Nos separamos y miramos hacia la entrada de la cueva. Isafea pasa corriendo por delante de la puerta. Corre cada vez más de prisa, fuera, entre la hierba alta y, de repente, ¡se cae al suelo!

—¡Ahhh! —grita con todas sus fuerzas—. ¡Socorro! ¡Ay! ¡Ahhh! —y sigue gritando. Parece la sirena de una ambulancia.

Pasado un segundo llega el vigilante y la ayuda a levantarse.

—¿Qué te ha pasado? ¿Qué te has hecho?

Isafea le enseña la mano.

—Me ha mordido un animal aquí, me hace un daño tremendo, era una serpiente, ha sido una víbora, moriré, ¡socorro! ¡Socorro! —dice chillando y pateando.

El vigilante le coge el brazo, le aprieta la muñeca con ambas manos y los dos desaparecen detrás de unos árboles. ¡Ya no podemos verla! Lore y yo nos miramos durante unos segundos.

—¡Ven, vamos!

Corremos hacia la salida de la cueva y, una vez fuera, apenas nos da tiempo a ver el viejo Seiscientos que dobla la esquina. Unos instantes después llegan Giacomo y Stefania.

—Pero ¿dónde estabais?

—En la cueva.

—¿En la cueva? ¿En serio? —Giacomo no nos cree—. ¿Y se puede saber qué hacíais?

Nos miramos fugazmente, acto seguido Lorenzo le da un empujón a Giacomo.

—¿Y qué se supone que debíamos hacer? ¡Estábamos escondidos!

—Ah, bueno. ¿Habéis visto al vigilante? ¡Se ha llevado a Isa! ¿Qué os parece? ¿La habrá secuestrado? Da igual que sea fea, ese lo que pretende es exigir un rescate, quiero decir que los padres de Isa son de Milán, ¡son riquísimos!

Gíacomo está fuera de sí. Dios mío, antes casi nos pilla con lo de la cueva… ¡Pero esto!

—Venga…, a Isa le ha mordido una víbora.

Stefania esboza una sonrisa.

—Anda ya…, no es posible.

—¡La hemos visto!

—¡Las víboras desaparecen cuando anochece!

—Bueno, eso es lo que ha dicho, y el vigilante le apretaba el brazo con todas sus fuerzas, quizá para impedir que el veneno pasase a la sangre.

Stefania se encoge de hombros.

—Bah, ni siquiera el vigilante sabe de qué va la cosa. Como mucho, habrá sido una culebra.

Lore y yo nos miramos.

—¿Eh? —Incluso con cierto asco—. ¿Una culebra?

—Sí, una culebra, muerden, salen también al atardecer y no son venenosas.

—Ah, claro.

—Sea como sea, volvamos a la entrada de Villa Borghese, está oscureciendo.

De modo que echarnos a correr por el bosque hacia el bar que está a la entrada del parque, donde se encuentran también las pistas de tenis y la secretaría del club. Cuando llegamos, jadeantes, vemos a un montón de gente alrededor de una mesa. Isafea está echada encima de ella. Parece medio muerta. Pero luego, cuando nos acercamos, nos damos cuenta de que en realidad está medio viva. Llora y sorbe por la nariz y se aprieta la mano. Un señor que está allí cerca le ha pinchado en un brazo. Debe de ser médico.

—¡Bueno, ya está! —dice acariciándole el pelo y despeinándola mientras Isa esboza una sonrisa—. Así nos evitamos posibles problemas…

Echa la jeringuilla en una papelera cercana.

Y yo me pregunto: ¿por qué cada vez que uno está mal y después sale bien parado o, en cualquier caso sobrevive o, en fin, supera el drama, todo el mundo te despeina? Porque, además, puede que incluso estés sudado y, sea como sea, a mí me molestaría que alguien a quien no conozco me alborotase el pelo. En fin. Después se aproxima un tipo que está siempre en la secretaría del club y que hasta el año pasado daba clases de tenis, y coge la mano de Isa.

—¡Enséñamela!

Mira el punto donde mi amiga asegura que le ha mordido la serpiente. El hombre sonríe y sacude la cabeza, y coloca poco a poco el brazo de Isa junto a su costado.

—Puedes levantarte ya, no corres ningún peligro, te ha mordido una culebra. —Después se dirige al vigilante—: Hemos desperdiciado una ampolla de antídoto.

Stefania se vuelve hacia nosotros y extiende los brazos.

—¿Veis? ¿Qué os había dicho? Una culebra. Y el vigilante ni siquiera se había dado cuenta…

—Pero ¿cómo podía saberlo si no reconoció la mordedura?

—Bastaba que Isa le dijese si tenía la pupila vertical o redonda.

—¿Quién, la serpiente?

—¡Sí!

—Estás como una cabra. A ver si lo entiendo, uno se cae, a continuación le muerde una serpiente y, según tú, ¿qué debe hacer? ¿Cogerla y abrirle el ojo para ver cómo lo tiene?

—¡Claro! ¡Porque, en caso de que la pupila sea vertical, se trata de una víbora! De todas formas, la mordedura no te la quita nadie…, ¡pero al menos sabes de qué animal se trata!

Interrumpo mi relato. Alis se echa a reír y cabecea.

—Esa Stefania es una tía absurda.

Clod se muestra de acuerdo.

—Sí, tú las conoces a todas.

Alis remueve el granizado, a continuación coge un poco con la cucharita y se la mete en la boca. Después vuelve a hundirla en el vaso y lame de nuevo la punta. ¡Incluso en eso es elegante!

—Y luego, ¿qué pasó?

—Perdone —dice Clod—, ¿me trae uno de éstos? —pregunta indicando la lista—. Delicias de chocolate negro.

—¡Clod!

—Oye, lo quiero probar. A lo mejor no me gusta y lo dejo.

—Ya veo, pero ¿y si te gusta? ¡Engordarás!

—Lo sé, pero, de todas maneras, a partir de la semana que viene empiezo de nuevo con la gimnasia y, además, ¿quién quiere adelgazar? He leído en un periódico que las gorditas están de moda. Sí, las gorditas. ¡No las anoréxicas! ¡Italia volverá a lanzar una línea de moda por todo el mundo que por fin aprecia a las mujeres que no están como un palillo!

La miro y doy un sorbo a mi tisana.

—¡En mi opinión, ese artículo lo has escrito tú!

—Sí —corrobora Alis—. O quizá una de esas que no consiguen adelgazar y que, por tanto, no ven la hora de que llegue esa moda. Es cómodo, se ahorra dinero y no tienes que hacer el menor esfuerzo. ¡Como si nada!

En cualquier caso, ya lo ha pedido y, de hecho, la antipática de la camarera se lo trae al vuelo. Oh, jamás ha sido tan rápida, a veces tarda una eternidad en servir incluso las cosas más sencillas, qué sé yo, una tisana, por ejemplo, y ahora, chas, visto y no visto. Tengo la impresión de que ha oído nuestra conversación. De todas formas, Clod no lo piensa dos veces. Para ella equivale a tener el consabido cartón de palomitas, enorme, claro está, mientras ve una película en el cine, ¡sólo que ésta es mi historia! Y la disfruta todavía más. Prueba uno detrás de otro los distintos tipos de chocolate, todos no, ¿eh?, es lista, primero mordisquea un trozo que, después, deja en el plato para comprobar cuál le conviene comer en último lugar, ¡el famoso manjar del rey! Y acto seguido, como no podía ser de otro modo, se lame el dedo.

—¿Entonces, Caro? ¿Qué pasó después con el tal Lore?

—Eh, pero ¿qué esperas? ¿Una película porno?

—¡Quizá!

—Vete a la… ¡Puedes considerar un milagro que lo besase!

—Anda ya…

—¡Que sí!

Vaya con mis amigas, ellas tan tranquilas. ¡Qué más les da! Tanto la una como la otra archivaron el capítulo beso el verano pasado. O, al menos, eso fue lo que me dijeron. A Alis la creí en seguida, respecto a Clod sigo teniendo mis dudas. Sea como sea, para ellas debió de ser más fácil, ya que no llevaban ortodoncia. Incluso cuando ya no la llevas te sigue complicando la vida, quiero decir, piensas que sigue en la boca y, si te entran ganas de besar a alguien, aunque la idea sólo te pase de manera fugaz por la mente, te reprimes por si acaso.

De todas formas, si tengo que dar crédito a lo que me contaron, las dos dieron su primer beso un año antes que yo, en verano. Alis en la playa, en Cerdeña, en el pueblo donde ella suele ir. Se pasó un día entero tumbada en el muelle charlando con un tipo que había conocido a las diez de la mañana, durante el desayuno, y al que besó a las dos, ¡después de sólo cuatro horas! ¡Y bajo un sol abrasador! Y yo digo, ¡a saber lo sudados que debían de estar! ¿Y la boca? La boca debía de estar seca. Bah, la idea no me gustó en absoluto. En parte porque, según creo, el tipo se llamaba Luigi.

A las cuatro le dijo: «¿Vienes a mi habitación a echar un polvo?».

La verdad es que no estoy muy segura de si Alis fue o no, pero creo que hay una manera mejor de pedir ciertas cosas, ¿no? Pase que el de Cerdeña sea un pueblo para ricos, y que los ricos, a veces —sobre todo los jóvenes, en parte porque son los únicos que he conocido— tienen una manera bastante ruda de comportarse, como macarras, vaya. Es más, me gustaría acuñar un término específico para ellos: son
chicosricosquevandemacarras
, con eso quiero decir que en ocasiones dicen cosas que podrían evitar, como el tal Luigi.

Clod, en cambio, fue a uno de esos clubes de tenis que suele frecuentar, y el verano del beso se convirtió incluso en un «cervatillo deseable». Según nos contó, se había besado con un chico encantador de su curso que, sin embargo, era el más torpe de todos a la hora de jugar al tenis. Vamos a ver, no digo que un tipo que sea encantador no pueda ser además torpe, pero, en mi opinión, no nos lo cuenta todo. No me preguntéis por qué, pero en la vida los guapos y ricos son siempre buenos en todo y, si uno es torpe jugando al tenis, no consigo imaginármelo como alguien encantador. Bueno, lo que quiero decir es que no me cuadra… Yo qué sé, cada vez que voy a ver los Internacionales de Roma con mis abuelos, que son muy aficionados al tenis, sólo veo jugadores hábiles, más aún, geniales, que además están buenísimos…, para comérselos. ¡Por eso, o ese tipo aprende cuanto antes a jugar al tenis, o se dedica a otro deporte o, lo que es más probable, seguro que no es tan encantador como dice Clod!

En cualquier caso, finalmente las he alcanzado, y tengo que decir que el hecho de haberme quedado un poco rezagada empezaba a preocuparme de verdad. Y no porque me considere fea; en fin, reconozco que no juego al tenis, pero eso no cuenta en absoluto en el caso de las mujeres. Pese a que no soy tan elegante como Alis ni tan entrada en carnes como Clod, creo que tenía las mismas posibilidades que mis amigas de ser besada. Sólo que hasta este verano no me había ocurrido. Pero lo que sucedió después, a mediados de agosto, tampoco les había ocurrido a ellas.

De modo que las miro y, al final, me decido.

—Está bien, quiero contároslo todo, pero todo todo…

Y veo que, de repente, Alis y Clod se demudan. Entienden de inmediato que lo que están a punto de oír es algo realmente inaudito.

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