Cállame con un beso (48 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—No puede ser, Alan. Y mira que me apetece. Pero mi madre no me dejará y no quiero engañarla.

El francés resopla y apaga la
cam
de su ordenador. Cris no entiende nada. Le escribe preguntándole que dónde se ha metido pero no obtiene respuesta. Es muy extraño que haya desaparecido de esa forma. ¿Se ha enfadado?

¡Qué más quisiera ella que poder escaparse una semana a Francia! Y quitarse así de la cabeza el curso, las paranoias del verano que aún continúan en su cabeza, la mudanza y desconectar de todo junto a él… París en Navidad debe ser preciosa.

Ya han pasado quince minutos desde que Alan se esfumó sin despedirse. Sigue conectado, pero no le ha vuelto a escribir. Qué raro.

—Cristina… —Es su madre, que ha abierto la puerta de su dormitorio y camina hasta ella—, ¿por qué no me preguntaste tú directamente si podías irte unos días a Francia?

La expresión de la chica es de total confusión.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Me acaba de llamar un amigo tuyo que vive allí y me ha pedido permiso para que puedas ir.

—¿Qué? ¿Cómo ha conseguido tu móvil?

—Ha llamado al fijo de casa.

Increíble. Alan se ha preocupado en buscar su teléfono, hablar con su madre y preguntarle si la dejaba ir con él a París.

—Mamá…, de verdad que yo no le he dicho que haga nada de esto…

—Ya, ya lo sé. Me lo ha explicado todo detenidamente.

—Lo siento.

—¿Es tu novio?

—¡No! ¡Claro que no! Alan vino a España antes del verano y se enamoró de Paula. Ella fue quien me lo presentó. Pero no hay nada entre nosotros. De verdad. Solo somos amigos.

La mujer sonríe. Su hija se ha puesto colorada. Últimamente no sale demasiado de casa y está preocupada por eso. El cambio de barrio, de instituto… La nota tristona y un poco perdida. Quizá le deba una.

—¿Quieres ir?

—¿Qué? ¿Me das permiso?

—Solo te he preguntado que si quieres ir.

—Bueno…, me apetece mucho. Pero…

—Pues ya está: decidido. Vayámonos las dos a pasar las Navidades a París. ¿Qué te parece la idea?

¡Había truco! Ya le parecía todo demasiado fácil. Cris sonríe y después suspira. Bueno, al menos Alan ha conseguido lo que se proponía. Aunque sea solo a medias.

Unos días más tarde, en un lugar de París

Han visitado Notre-Dame, el Louvre y la basílica del Sacre Coeur. Han paseado por la orilla del Sena, por el barrio chino y Montmartre. Se han ido de tiendas por el Boulevard Haussmann y hasta han comido
macarons
en Ladurée. Cris lleva unos días viviendo en una nube. Pero mañana tiene que marcharse otra vez. No quiere. No quiere regresar a España. Porque si París la ha conquistado, la persona con quien ha compartido cada uno de esos grandes momentos, la ha… enamorado.

¿Sentirá Alan lo mismo?

—No me canso de mirarla.

—Yo tampoco. Y eso que vivo aquí.

—Es que te sientes… tan pequeña.

Alan sonríe y mira a su amiga, que está junto a él. Ella no puede apartar sus ojos de la Torre Eiffel. Está iluminada y siente que esa noche luce más bonita que nunca. Quizá por la compañía.

No imaginaba que Cris lo terminaría atrapando de esa forma. A su lado, incluso, se siente diferente. Se olvida de querer ser él, de intentar imponer su manera de ver la vida. Contra ella no activa su defensa arrogante y prepotente.

Ni con Paula se sentía así.

—¿Vamos a tomar algo? —le pregunta el chico.

—Vale.

Los dos caminan por la ciudad en silencio. Todo está muy iluminado. Es Navidad. Llegan a una preciosa cafetería decorada con adornos y luces, y deciden entrar. Una mesa libre en el centro. Corren hacia ella para que nadie se la quite y se sientan. Piden un café cada uno y esperan a que el camarero regrese con sus bebidas. Ambos parecen como apagados.

—¿Estás bien, Cristina?

—Sí, sí… Solo algo cansada de estos días. No había andado tanto en mi vida.

—Podríamos haber ido en moto, pero no hubiera sido lo mismo.

—No te preocupes, todo ha estado fenomenal.

El camarero vuelve con sus cafés. El de Alan es con leche, el de Cris está cubierto con una nube de nata por encima. Mete la cuchara dentro y la prueba. ¡Riquísimo! El francés la observa. Esa sensación… ¿Cuándo se enamoró de ella? No es su tipo de chica, para nada. Nunca ha salido con alguien tan introvertida. Sin embargo, su personalidad ha logrado entusiasmarle.

—Espero que te lo hayas pasado bien estos días.

—Ha sido increíble. De verdad.

—Y eso que no querías venir…

—¡Ey, eso no es así! Estaba deseándolo. Pero no quería engañar a mi madre.

—¿Ella ha disfrutado?

—Sí, mucho. Aunque…

No sabe si decirle lo que piensa su madre. En esos días, ella ha sacado sus propias conclusiones acerca de Alan.

—Aunque ¿qué?

—Nada. Que cree que tú y yo somos novios. O que estamos enrollados —comenta bajando la mirada y enrojeciendo.

—¿Piensa eso?

El joven suelta una carcajada y da un sorbo de su café. Pero ¿por qué se ha reído? ¿Son los nervios?

—Sí. Desde el día que la llamaste por teléfono a mi casa, está convencida de que entre tú y yo hay algo.

—¿Y tú le has dicho que no hay nada?

—Claro. Pero no me hace caso. Dice que se me nota demasiado.

—Pues si lo dice tu madre…, será por algo. Las madres tienen un sexto sentido para esas cosas.

—¡Oye! ¡Que ella también piensa que tú estás pillado por mí! —exclama la chica, que se ha puesto muy nerviosa.

Los dos se miran entonces. Hasta ese instante, sus ojos no se habían encontrado de esa manera. Y no los apartan: al contrario, se sostienen la mirada. Hasta que Alan sonríe y estira su mano para ponerla sobre la de ella.

—Tu madre acierta. Estoy pillado por ti.

Una declaración de amor, en la Navidad de París, en aquella preciosa cafetería… ¿Podría soñar con algo mejor? Sí.

Alan coge su silla y la coloca junto a la de Cristina. Ahora están muy cerca. La chica se toca el pelo con la mano, y la frente y la nariz.

—¿De verdad?

Es todo lo que le sale. Lo único que puede pronunciar. ¿No es una broma? ¡Si Alan estaba enamorado de Paula! Aunque de eso hace mucho. O no tanto, pero sí el tiempo suficiente para que se olvidara de ella. O no. ¡Dios, está histérica!

—De verdad. Y creo que tú, de mí, también. ¿Me equivoco?

—Pues… no. Ni mi madre ni tú os equivocáis.

Su voz apenas llega bajo las luces y el ruido de la cafetería, pero es suficiente para que Alan la oiga y sonría. Y no espera ni un segundo más. Se inclina sobre ella y la besa. Es un beso dulce y amargo al mismo tiempo, pero tan solo por la mezcla de los cafés que cada uno ha tomado en aquella tarde de París. Porque aquel beso para ambos es el más especial que han dado jamás.

Y no sería el único.

Cris voló al día siguiente a España con gran tristeza, pero el contacto continuó en la red. A diario, con mensajes, privados y conversaciones. No sin dificultades, lograron esperarse. Ayudó mucho a que en enero, marzo y abril el francés fuera a verla. Y en junio, cuando terminaron las clases, Alan decidió trasladarse a España y encargarse de un hotel que había comprado su padre.

Ahora, delante de Mario y Diana, unos meses después, ya se atreven a reconocer que son novios.

Capítulo 72

Un día de diciembre, en un lugar de Londres

—¡Cuántas veces tengo que decirte que Luca no ha venido a declararse!

Paula está desesperada con Valentina. La italiana insiste y persiste en lo mismo, pero no escucha. O no quiere escuchar. Quizá si estuviera en su lugar, tampoco se fiaría de sus palabras. Cuando abrió la puerta, el chico estaba agachado frente a ella con una mano en su rodilla. Es normal que piense así. Sin embargo, solo se estaba disculpando. O eso es lo que hizo en un principio. Porque luego…, ¿qué quería decirle antes de que su amiga apareciese? Tendrá que preguntárselo. O no, porque…, ¿y si realmente sí que se estaba empezando a declarar en ese momento?

Esa última parte de la conversación es mejor que su compañera de habitación no la sepa.

—Ya. Y tú me dices que antes él te dijo que no estaba enamorado de ti. Y luego te pide perdón casi de rodillas.

—¡No estaba de rodillas! Se había agachado porque yo estaba sentada.

—Muy lógico. Todo muy lógico.

—¡No sé si es lógico o no, pero es lo que pasó!

—Por supuesto,
Paola
.

Su sonrisilla pícara e irónica le saca de quicio.

—Mira, Valen, ya no te lo voy a repetir más veces. ¡Luca no está enamorado de mí!

—Pues no repitas más veces eso. Y repite la verdad: ¡Luca Valor está muy enamorado de ti!

—¡Aggg! ¡Te odio, italiana!

—Eso sí que no es verdad. Tú no podrías odiarme nunca. Si fuera un chico o te gustaran las chicas, pasarías de ese idiota y me querrías a mí.

Otra sonrisilla de esas más un guiño de ojo. ¡Se está empezando a hartar! En cambio, su forma de decir las cosas y cómo gesticula en cada frase lo que consigue es hacerla reír.

—Me doy por vencida.

—Asúmelo. Seréis novios tarde o temprano.

—Y luego nos casaremos.

—Y yo seré la madrina. Por ti, ¿eh? Porque si fuera por ese capullo…

La española desiste de seguir discutiendo con ella. Es un caso perdido. El problema es que, si le sigue el juego, es todavía peor. Uff. Entre la conversación por teléfono que tuvo antes, más tarde la visita de Luca para decirle todas esas cosas y ahora la insistencia de Valentina, su cabeza está a punto de estallar. ¡Y para rematar, la cantidad de apuntes que tiene que estudiar para la semana que viene! ¡En inglés!

Sin embargo, lo peor de todo es que continúa echándole de menos.

—Vamos a dejarlo, anda —dice resignada.

—¿No quieres que sea tu madrina? Yo no soy una de esas Sugus de las que me hablas tanto, pero… soy tu amiga la italiana. ¿Cuenta un poquito, no?

—Bueno…

—¿Cómo que bueno?

—Cuenta mucho —termina respondiendo.

Y sonríe. Es verdad que echa de menos a las Sugus, pero Valentina se ha hecho con un sitio muy importante en su corazón. Aunque sea una pesada, aunque crea cosas que no son. Aunque diga que Luca está enamorado de ella y casi la convenza de que es verdad… Es una gran amiga. Y lo mejor de su estancia en Londres.

—Eres mala, españolita —replica muy seria—. Así es como te llama él, ¿no?

—Ahora no. Desde que se ha vuelto más amable, me llama Paula.

—Qué romántico… —dice la otra chica, poniendo morritos—. Es curioso: a mí ahora me llama Valentina Bruscolotti. Con apellido incluido.

—¿Sí? ¿Cómo lo sabe?

—Ni idea. Lo habrá visto en alguna parte. Aunque lo raro no es que se lo sepa, sino que lo recuerde. No es fácil para alguien que es inglés.

—Luca no es inglés —rectifica Paula.

—¿No? Pensaba que sí. ¿De dónde es?

Una vez más se ha ido de la lengua. ¡Tendría que pensar las cosas antes de decirlas! Y ahora, ¿qué? ¿Vuelve a contarle a su amiga que es un secreto?

—Es…, es… español.

—¿Español? ¿Como tú? —pregunta Valentina muy sorprendida—. No lo sabía. Nunca me habías dicho nada.

—Ya.

—¿Cómo sabes que es español? ¿Te lo ha dicho él?

—No.

La italiana se acerca hasta donde su compañera de habitación está sentada. Coge otra silla, se coloca enfrente y la mira a los ojos.

—Esto forma parte de su secreto, ¿me equivoco?

Idiota, idiota, idiota: es lo único que pasa por su cabeza. No es más que una idiota que no sabe callarse cuando toca.

¡La historia se repite! ¡Ayer sucedió lo mismo!

—No me hagas decir lo que no puedo decir, por favor.

—Así que sí… ¡Ja! Luca Valor es español. Y él no te lo ha confesado. Entonces, ¿quién te lo ha dicho?

—Valen…, por favor. No.

Su amiga arrastra la silla y se aproxima más a ella, a pesar de que esta va echando poco a poco su cuerpo hacia atrás.


Paola, Paola
…, ¿qué sabes y quién te lo ha contado? Me interesa la vida de ese cretino. No para fastidiarle, sino para saber qué camino ha seguido para convertirse en un capullo.

—Si no es importante…

—Pues si no es importante, ¿a que esperas para hablar?

Paula suspira. Está acorralada. No debe revelarle nada, pero no quiere volver a enfadarse con ella. Además, tarde o temprano se le escapará cualquier cosa de nuevo. No puede guardar un secreto tantos meses.

—Si te digo lo que sé, prométeme que no lo contarás a nadie.

—¡Claro que no contaré nada! ¡Soy una tumba!

Lo duda. Precisamente discreta, no es.

—¿Queda entre tú y yo?

—Lo prometo —dice muy seria, saca la legua y se chupa el dedo pulgar—. Haz tú lo mismo.

—¿Chuparme el dedo?

—Sí.

—¿Para qué?

—Para sellar nuestra promesa. Es algo que hago con mis amigas desde que era pequeña.

—Estás muy mal de la cabeza.

Sin embargo, le hace caso, y una vez que se ha chupado el pulgar de su mano derecha, observa cómo Valentina lo junta con el suyo y lo frota.

—Ya está. Promesa hecha y sellada con nuestra propia saliva.

—Esto solo es una niñería y… una guarrada —señala Paula, secándose el dedo en su pantalón.

—Cuando te comes la boca de un tío sí que es una guarrada y mira la de veces que lo has hecho. ¡Y lo que lo has disfrutado! —responde irónica—. Ahora cuenta, cuenta…

—En fin… A ver… Luca Valor es adoptado, su padre es un embajador y su tío, Robert Hanson, el director de la residencia.

La cara de Valentina no puede escenificar mejor la sorpresa que se acaba de llevar. Tiene la boca abierta, los ojos más abiertos aún y las manos se las ha puesto en la cabeza. Paula continúa explicándole todo lo que sabe y cómo el chico tuvo una infancia difícil en España, donde nació. Además, le explica que su nombre real es Lucas Roldán.


Mamma mia!
¿Esto no te lo has inventado, verdad?

—¿¡Cómo me voy a inventar algo así, Valen!? ¿Tú te crees que tengo tanta imaginación?

—¡Guau! Es increíble…

—Pero de esto no digas nada a nadie, por favor.

La italiana le enseña el pulgar que antes mojó con saliva y niega con la cabeza. Se pone de pie y camina por la habitación, reflexionando.

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