—Márchate, Rachel. No tiene ningún derecho sobre ti —dijo Kisten, como si todavía tuviera el control de la situación, y el vampiro que se encontraba frente a nosotros sonrió ante su inocencia. Sus colmillos eran de un intenso color blanco y brillaban por las luces de bajo voltaje, mojados de saliva mientras que yo… ¡Oh, Dios! Estaba empezando a sentir un cosquilleo en el cuello.
Me llevé la mano a mi antigua cicatriz y retrocedí, pensando solo en poner suficiente distancia entre nosotros para poder sacar mi pistola de pintura. El vampiro se abalanzó sobre nosotros.
Jadeando, salté hacia un lado. Sentí un dolor insoportable en el brazo cuando caí sobre la moqueta, bocabajo. Un sonido estremecedor inundó el barco, y tras apartarme el pelo de la cara, los descubrí luchando cuerpo a cuerpo. No podía respirar y, todavía en el suelo, me senté y me puse a escarbar en mi bolso. Pero mis dedos no funcionaban y me llevó una angustiosa eternidad encontrar mi pistola. Con un grito de alivio, aparté mi bolso de un empujón y dirigí la boca hacia él. Si era necesario, les dispararía a los dos.
—Así no —dijo el mayor de los vampiros con un gruñido.
—Y que lo digas, aliento putrefacto —dije, justo antes de apretar el gatillo.
Con el rostro cubierto por una máscara de cólera, el vampiro empujó a Kisten. Él salió disparado hacia el otro extremo de la habitación y su cabeza provocó un fuerte ruido al estrellarse contra la pared de metal situada tras los paneles de madera.
—¡Kisten! —grité mientras sus ojos se ponían en blanco y caía al suelo desplomado.
Temblando, me puse en pie.
—Hijo de puta —dije, casi sin poder apuntar mi arma.
—No tienes ni idea —dijo el vampiro. Acto seguido me mostró la bola, que estaba en su mano, intacta e inservible. La colocó con cuidado sobre el aparador y esta echó a rodar, cayendo justo detrás. Con los ojos entrecerrados, inspiró profundamente, llenándose los pulmones del miedo con el que yo llenaba la habitación.
Mis ojos comenzaron a derramar lágrimas de frustración. Tenía que dejar que se acercara aún más, de lo contrario atraparía la siguiente bola, pero si se aproximaba demasiado, sería suya. Kisten no se movía, y yo retrocedí.
—Kisten —dije, dándole un empujoncito con el pie—. Kisten, por favor, despierta. No puedo mantenernos a los dos con vida. Necesito tu ayuda.
El olor a sangre hizo que bajara la vista y, de pronto, me puse pálida. Kisten no respiraba.
—¿Kisten? —dije en un susurro, sintiendo que todo mi mundo se derrumbaba—. ¿Kisten?
Me escocían los ojos, y unas cálidas lágrimas descendieron por mis mejillas cuando me di cuenta de que estaba muerto. El vampiro lo había matado. El muy hijo de puta había matado a Kisten.
—¡Cabrón! —grité, presa del dolor y la rabia—. ¡Cabrón hijo de puta! ¡Lo has matado!
El vampiro se detuvo en seco mirando a Kisten. Sus negros ojos se abrieron por la sorpresa cuando se dio cuenta de lo que había hecho y torció la boca adoptando una expresión de desagrado. Un aterrador gruñido de rabia, casi un rugido, se elevó en el aire.
—¡Maldita bruja vomitiva! —me espetó—. ¡Era mío! ¡Tenía que matarlo y tú me has obligado a hacerlo sin ni siquiera haberlo probado!
No podía dejar de temblar y, situándome delante de Kisten con las piernas entreabiertas, le apunté con la pistola.
—Te voy a…
—¿A qué? ¿A matar? —se burló con una expresión tan llena de odio que resultaba espeluznante—. De acuerdo.
En ese momento se movió y mi espalda golpeó la misma madera que había estrellado el cerebro de Kisten contra su cráneo, matándolo al instante. El aire abandonó mis pulmones. Tenía el dorso del brazo del vampiro contra mi cuello, inmovilizándome. Con los ojos desorbitados, luché por respirar. Entonces dejó de apretar y, mientras conseguía aspirar una bocanada de aire, sentí que todo me daba vueltas y encontré que me había puesto contra la pared.
En ese momento sentí un dolor insoportable en la muñeca y abrí la mano. Escuché el ruido amortiguado de mi pistola al caer sobre la moqueta y la presión se desvaneció.
—Has echado a perder todos mis planes para esta noche —dijo el vampiro inclinándose sobre mí para que pudiera ver la delgada aureola marrón que rodeaba sus pupilas—. Se me prometió la última sangre de alguien y Kisten está muerto. ¿Sabes lo que eso significa?
Estaba alimentando mi miedo para excitarse aún más. Me resistí y él presionó todo lo largo que era su cuerpo contra el mío. No podía moverme y mi pavor aumentó hasta rozar el pánico. Entonces clavé las uñas en los paneles de madera y empecé a llorar en silencio.
—Significa —aclaró impregnándome de su olor a cemento húmedo— que tendré que chuparte la sangre a ti hasta dejarte sin una gota. —Sacudí la cabeza cuando deshizo lo que quedaba de mi trenza y comenzó a deslizar por mi pelo sus dedos, que olían a polvo—. Hubiera preferido jugar con Kisten —dijo inspirando profundamente para inhalar el perfume de mis rizos—. Piscary lo tuvo a su disposición durante un largo tiempo, y tiene tanta saliva en su interior que probablemente habría podido arrancarle el corazón y me suplicaría que no parara.
—¡Cabrón! —dije aterrorizada, con el rostro pegado a la pared.
Él inspiró profundamente mientras deslizaba la parte inferior de su nariz por mi cuello para empaparse de mi olor. Me estremecí cuando sus feromonas penetraron en mí e hizo que la cicatriz se despertara. La tensión se transformó en adrenalina y yo reprimí un gemido de lo que podría haber sido placer. Pero el placer no tenía cabida allí. Aquello era malvado. Yo no estaba excitada. Estaba muerta de miedo.
—¡Déjame en paz! —dije, pero era una petición fútil, y él lo sabía.
—Mmm… —dijo dándome la vuelta y haciendo que pudiera ver la lujuria en sus ojos—. Tengo una idea mejor. Te mantendré con vida para que te conviertas en mi sombra. Así me vengaré de la dulce Ivy lentamente. La putita de Piscary necesita que le enseñen cuál es su lugar.
¿
Conocía a Ivy
? El terror me dio fuerzas y forcejeé con él. Entonces me soltó. Tenía que hacerlo. De lo contrario, no habría podido huir.
Está jugando conmigo
, pensé mientras corría hacia la puerta. Estábamos sobre el agua. No podía interceptar una línea a menos que me bajara del barco. ¡
Dios
! ¡
Estoy perdida
!
De pronto vi el estallido de un montón de estrellas y, dando un traspié, caí sobre la cama. Me había golpeado. Ni siquiera lo había visto moverse, pero el muy cabrón me había golpeado, y sentí que la cara empezaba a arderme mientras intentaba averiguar dónde estaba el suelo y dónde las paredes.
La cama se hundió cuando aterrizó sobre ella; yo rodé, acabando aún más lejos de la puerta. Estaba yendo en la dirección equivocada. Tenía que hacer algo por invertir nuestras posiciones. Tenía que salir de allí.
Con los ojos brillantes extendió la mano y, dejando escapar una suave exhalación, dijo:
—Ivy te ha mordido, ¿verdad? Tal vez vayamos a divertirnos después de todo.
Lo miré de hito en hito y me obligué a no llevarme la mano al cuello para ocultarlo.
—¿Y qué? ¿Les has cogido el gusto a los vampiros? —se burló, y yo cometí el error de inspirar profundamente. El olor a incienso vampírico mezclado con el del cemento se apoderó de mí, encendiendo un camino que iba desde mi cuello hasta la ingle.
—¡Oh, mierda! —gemí, y mi espalda golpeó contra la pared. Kisten yacía muerto a mis pies y allí estaba yo, incapaz de contener mi excitación sexual, retorciéndome, pervirtiendo mi dolor hasta convertirlo en placer. No me extrañaba que hubieran echado a perder a Ivy—. ¡Maldita sea! ¡Apártate de mí! —le ordené entre jadeos.
El vampiro me había seguido, y me tocó el hombro, haciendo que me flaquearan las piernas.
—Muy pronto estarás suplicándome que me acueste contigo —me prometió en un suave susurro.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y él me las enjugó entre besos, y el olor a cemento mojado de sus dedos se intensificó cuando mi llanto los humedeció. Alcé la mano para clavarle las uñas en los ojos, y solté un grito ahogado cuando me la estrujó.
—¡Para! —le supliqué—. ¡Para, por favor!
Su amplia mano se extendió sobre mi rostro, obligándome a abrir la mandíbula. A continuación, con un dedo frotándome el cuello, me introdujo otro en la boca, deslizándolo por su interior y llenándome de su sabor a polvo.
—¡No! —jadeé, incluso mientras me retorcía para liberarme, y acercó su boca a la mía una vez que estuvo seguro de que no iba a morderle la lengua. Su áspera mano me presionó todo el cuello y lo frotó con fuerza. De pronto el éxtasis surgió, pero no era él. Era como si hubiera activado un reflejo, y me odiaba a mí misma por el deseo sexual que se despertó en mí a pesar de que peleaba por escapar, y luchaba por respirar un poco de aire que no estuviera lleno de él. ¡
Si consiguiera escapar
!
Estaba llorando, y él tiró de mi labio con sus dientes. La aguda punzada de dolor fue como una descarga eléctrica. Probablemente esperaba que me desmayara a sus pies, pero tuvo el efecto contrario.
El miedo pasó por encima del arrebatador deseo sexual y, golpeándolo con todas mis fuerzas, le clavé las uñas en los ojos. Él maldijo y se apartó tambaleándose. Me había mordido. ¡Oh, Dios! ¡Me había mordido!
Con la mano sobre la boca, corrí hacia la puerta.
—¡Todavía no he terminado! —bramó el vampiro, y yo me precipité hacia el estrecho pasillo. Me caí en el comedor, pero logré correr en dirección a la cocina y a mi libertad. Intenté girar la manivela, pero mi muñeca no funcionaba, pues seguía entumecida en la zona en la que había apretado para quitarme la pistola. Los dedos de mi otra mano estaban amoratados y no respondían.
Sollozando, propiné un puntapié a la puerta. El dolor se me clavó en el tobillo, pero lo intenté de nuevo con una patada lateral. En el momento en que golpeaba pegué un grito, y estaba vez la articulación se fracturó parcialmente.
Mis dedos entumecidos buscaron desesperadamente la puerta, y solté un alarido cuando una pesada mano me apartó de la madera rota con un tirón. Luché por no perder el conocimiento cuando mi cabeza golpeó la pared más lejana, y caí.
—¡He dicho que todavía no he terminado! —dijo el vampiro, arrastrándome por el pelo hasta el dormitorio. Peleando como una loca, intenté agarrar la puerta del baño cuando pasamos por delante, pero el vampiro tiró de mí con fuerza y mis dedos arañaron la moqueta hasta que sentí que ardían. Él no me soltó el pelo hasta que me agarró del brazo y me arrojó sobre la cama. Reboté una vez antes de encontrar el equilibrio, y golpeé el suelo en el extremo más lejano, entre la cama y la pared. Entonces dirigí la mirada hacia Kisten, y mi pánico cesó. Se había ido. El piso estaba vacío.
Temblando, me asomé por encima de la cama y encontré a mi amado de pie junto a la ventana, mirando tranquilamente a través del cristal.
—¡Qué bonito! —dijo quedamente, y mi corazón se partió en dos cuando escuché su familiar voz saliendo de la boca de un desconocido. Estaba muerto. Kisten era un no muerto—. Puedo verlo todo, oírlo todo. Incluso los mosquitos que planean sobre el agua —añadió maravillado, justo antes de girarse.
El pecho se me hizo un nudo al ver su habitual sonrisa, pero la mirada que había detrás había perdido algo. Si podía oír a los mosquitos, quería decir que me había oído gritar y no había hecho nada. Sus ojos azules parecían incapaces de reconocer, como los de un hermoso ángel aturdido. No me conocía.
Mis lágrimas no querían cesar.
El vampiro que lo había matado tenía una expresión furibunda, casi preocupada.
—Tienes que marcharte —dijo bruscamente—. Ya no sirves para nada. Lárgate.
Una tras otra, las lágrimas fueron cayendo, y me puse en pie, sin esperar ninguna ayuda de Kisten.
—Yo te conozco —dijo de repente, y sus ojos se iluminaron con la evocación. Mis manos, llenas de arañazos, se entrelazaron a la altura del pecho y cerré los ojos, sollozando. Acto seguido se abrieron de golpe cuando el suave tacto de sus manos en mi barbilla llegó demasiado pronto para que hubiera cruzado la habitación, pero allí estaba, con la cabeza ladeada, intentando resolver el misterio.
—Y te amaba —dijo, con el desconcierto del primer amanecer, y yo contuve un hipido.
—Yo también te amo —susurré, muriéndome por dentro. Ivy tenía razón. Aquello era un infierno.
—Piscary —añadió Kisten, confundido—. Me pidió que te matara, pero no lo hice. —Entonces sonrió, y mi alma se hizo pedazos al ver el brillo familiar—. Ahora, volviendo la vista atrás, puede parecer un comportamiento absurdo, pero en aquel momento tuve la sensación de estar haciendo lo correcto. —Me cogió la otra mano y frunció el ceño al ver mis dedos hinchados—. No quiero que sufras, pero no recuerdo por qué.
Necesité hasta tres intentos antes de conseguir pronunciar las palabras.
—Estás muerto —dije quedamente—. Por eso no lo recuerdas.
Kisten torció el gesto, confundido.
—¿Hay alguna diferencia?
Me dolía la cabeza. Aquello era una pesadilla. Una maldita pesadilla.
—No debería —susurré.
—No recuerdo haber muerto —dijo, y después me soltó y se giró hacia el vampiro que lo había matado—. ¿Te conozco? —preguntó, y el vampiro sonrió.
—No. Tienes que irte. Ella es mía, y no pienso compartirla. Tus necesidades de sangre no son problema mío. Ve a darte un largo paseo en una corta sombra.
Una vez más Kisten frunció el ceño, intentando entender lo que sucedía.
—No —respondió finalmente—. Yo la quiero, incluso aunque no recuerde por qué. No voy a dejar que la toques. Tú no le gustas.
Apenas me di cuenta de lo que iba a pasar, contuve la respiración. Mierda. Una de dos, o acababa sometida a Kisten o a su asesino, y con mi miedo tiñendo el aire, empecé a recular.
—Dentro de poco me adorará —sentenció el vampiro con un grave gruñido. Seguidamente bajó la cabeza para mirar a Kisten por debajo de las cejas y el pelo le cayó hacia delante. Kisten se encorvó, imitándolo, transformándose en un animal de dos patas. La belleza y el encanto habían desaparecido. Era puro salvajismo, y yo era el trofeo.
El vampiro se abalanzó en silencio sobre Kisten, apartándose en el último momento y haciendo que saltara por encima de su cabeza. Se dirigía hacia mí y, con los ojos muy abiertos, me agaché, maldiciendo cuando su puño se estrelló contra mi hombro y me lanzó girando contra la pared. Mi cabeza sufrió un fuerte impacto, y me esforcé por fijar la mirada.