No obstante, aunque estaba deseando que llegara el momento, la idea de discutir con Al bajo la nieve junto a un fantasma desnudo y con una plaza llena de testigos me ponía los pelos de punta. Quizás podía alquilar una furgoneta y hacerlo en un aparcamiento de varias plantas. Al no me había dejado otra opción. Había intentado llamarlo, pero lo único que había sacado en claro por la molestia era un persistente dolor de cabeza y un escueto mensaje en el que me decía que me largara. Dadas las circunstancias, no tenía más remedio que hacerlo por las malas. Había accedido a no invocarlo, pero no había mencionado una palabra sobre no birlarle su última presa de delante de sus narices.
El suave zumbido de alas de pixies captó mi atención, y sonreí a Jenks con los labios cerrados cuando entró volando.
—Hola, Jenks —dije sacudiendo la botella negra para sacar el agua y secando el exterior, ansiosa por pasar a la parte divertida, que debía desarrollarse sobre mi encimera—. No habré despertado a tus hijos, ¿verdad?
Jenks echó un vistazo a mis provisiones para preparar hechizos y dejó escapar una pizca de polvo dorado mientras se quedaba suspendido sobre la mesa.
—No. ¿Todavía no ha llamado Cormel?
—No. —Fue una respuesta escueta, cargada de preocupación—. Pero se pondrá bien.
De no ser así, cambiaré de profesión para convertirme en asesina de maestros vampíricos
.
Aterrizó sobre la caja de pizza abierta, poniendo cara de asco a la salsa de ajo, que seguía intacta.
—Bien. Claro. Enfrentarse a una banshee está la mar de bien. Tenéis suerte de seguir con vida.
Coloqué la botella bocabajo en el horno frío y, tras encenderlo, dejándolo a baja temperatura, solté la puerta, que se cerró con un fuerte golpe. Se oyó un estrépito cuando la botella se volcó.
—¿Qué te crees, qué no lo sabemos? —respondí, irritada—. Fue Mia la que nos atacó a nosotras, no a la inversa. ¿Qué se suponía que debíamos hacer? ¿Darnos la vuelta y hacernos las muertas?
—Si lo hubierais hecho, es posible que Ivy estuviera bien —masculló, aunque lo suficientemente alto para que lo oyera. Sacudí las últimas gotas de agua de la siguiente botella antes de darle una pasada superficial con el paño. La coloqué junto a la primera, que esta vez estaba apoyada contra la pared, y alargué la mano para coger la última.
—Ivy cree que es culpa suya que Mia aprendiera a matar sin dejar rastro —dije—. Intentó capturarla y, cuando no lo consiguió, aprendió la lección. La próxima vez, lo haremos juntas. —Al ver cómo bajaba las alas, añadí—: Me refiero a todos nosotros. Tendremos que aunar fuerzas. Esa tipa es una zorra perversa.
Agitó las alas hasta que se volvieron casi invisibles y, sintiéndome mejor, metí las tres botellas en el horno y cerré la puerta con cuidado. Se habrían secado para cuando estuviera lista para usarlas.
Ya fuera porque los pixies estaban durmiendo o por la ausencia de Ivy (o quizás porque Pierce estaba en siempre jamás), la iglesia parecía vacía. Fui hacia la isla central secándome las manos en los vaqueros y miré el reloj. La realización de hechizos durante las horas posteriores a la medianoche no era lo más aconsejable, pero todo iría bien.
—Vino —dije agarrando la botella barata y descorchándola. No se trataba de uno de los selectos vinos que honraban nuestra cocina, sino un caldo local, realizado con uvas que habían crecido en la tierra en la que Pierce había pasado su vida y encontrado la muerte.
Me encorvé para poner los ojos a la altura de la probeta y la rellené hasta que el menisco alcanzó exactamente la altura requerida, y mientras Jenks observaba, añadí un chorrito extra.
—Te has pasado —dijo secamente, chasqueando las alas tras levantar la vista de la receta.
—Lo sé. —Sin molestarme en darle más explicaciones, agarré la probeta e hice algo absolutamente prohibido: llevármela a la boca como si quisiera imitar a aquel cocinero de la televisión que se emborrachaba siempre en su programa. El trago ligeramente cálido me bajó por la garganta mientras me bebía la cantidad sobrante, hasta que el nivel descendió al lugar correcto. Mi madre me había dicho que tenía que realizar el hechizo de la misma manera y, como la estúpida adolescente de dieciocho años que era, fue así como lo nivelé. ¿Quién sabía? Tal vez era ese el motivo por el que había funcionado. Los hechizos arcanos terrestres tenían fama de ser muy difíciles de reproducir. Podía ser algo así de vago lo que lo había hecho posible la primera vez.
Tres lotes independientes de la mezcla de tejo y limón aguardaban ya para ser utilizados; dejándolos donde estaban, vertí el vino en el mortero en el que había ya algunas hojas de acebo troceadas, arrancadas poco antes del centro de mesa navideño de Ivy.
—No me lo llenes de tu polvo —dije, ahuyentando a Jenks de la boca de la botella abierta, y el pixie se trasladó al estante situado sobre la encimera, del que colgaban los utensilios para la realización de hechizos. Ivy había sustituido la rejilla de piezas ensambladas por una sólida celosía de secuoya, y mis cacharros para conjuros habían regresado a su lugar en vez de estar metidos de mala manera en los armarios.
—Lo sieeeento —refunfuñó, e hice un gesto afirmativo con la cabeza, más preocupada por el hechizo que por su resentimiento.
—La raíces de hiedra —murmuré, tomando la pequeña jarra medidora llena de los diminutos rizomas de una de las plantas que cultivaba Jenks en el santuario. Tenían que ser raíces aéreas, y no subterráneas, y los hijos de Jenks se habían mostrado encantados de recolectarlas para mí. Una vez introduje las nudosas raíces, bastó remover un par de veces para que el aroma de la clorofila se mezclara con el del vino barato.
En esta ocasión me resultó mucho más sencillo machacarlo todo, al no estar tan mareada como cuando tenía dieciocho años. Cuando el suave sonido de las rocas al chocar entre sí llenó la cocina, me vino a la memoria Pierce y sentí una punzada de preocupación ante la posibilidad de que al día siguiente fuera demasiado tarde. No creía que Al fuera a darle un cuerpo hasta que tuviera a un comprador, lo que le permitiría incluir el elevado coste de la maldición en el trato. Por no hablar de que Pierce no podía interceptar una línea en el estado en que se encontraba. ¿Por qué iba Al a aumentar sus fuerzas si no era absolutamente necesario? Sabía que no se lo vendería al primer comprador, sino que desearía aumentar el precio de mercado en la medida de lo posible. Y aquello requeriría tres días como mínimo.
Un rizo se quedó flotando entre la mezcla y yo y, haciendo memoria, introduje un único cabello en el mortero y lo removí dos veces con la maja, machacándolo antes de sacarlo. La primera vez que había realizado aquel hechizo, el pelo me llegaba hasta la cintura y se me había colado dentro. Podía ser importante. De hecho, hubiera apostado cualquier cosa a que era así. Entre aquello y la saliva, podría estar invirtiendo parte de mí misma en el hechizo. Iba a resultar muy complicado conseguir que aquello funcionara.
Me erguí hasta que la espalda me crujió.
—Polvo sagrado —murmuré, buscándolo entre el montón de cosas. Las alas de Jenks zumbaron y descendió para quedar suspendido encima del sobre que había extraído de entre las tablillas de debajo de mi cama, el único lugar que los pixies no limpiaban. Estaba en tierra consagrada, así que supuse que se podía considerar lo suficientemente sagrado. ¡Y bien sabía Dios que mi cama no había sido testigo de mucha actividad en los últimos tiempos!
—Gracias —dije distraídamente, levantando la solapa para abrirlo. Pasé un pañuelo de papel por los platos de mi balanza y fruncí el ceño. A la luz de la potente lámpara de techo se veía un delgado restregón de loción. Aquello no solo habría añadido aloe, sino que habría hecho que algo de polvo se quedara adherido y no cayera suficiente en la preparación.
Suspirando, llevé los platillos al fregadero para darles un aclarado rápido. Jenks se desplazó de nuevo al estante superior y en el espejo negro en el que se había convertido la ventana pude ver que despedía una estela de polvo. Estaba preocupado.
—Ivy se pondrá bien —dije por encima del murmullo del agua que corría—. Llamaré antes de irme a la cama para preguntar cómo está, ¿vale?
—No estoy preocupado por Ivy, quien me preocupa eres tú.
Envolviendo los platillos de metal en un paño de cocina, me giré.
—¿Yo? ¿Por qué? —El pixie hizo un exagerado aspaviento que abarcó mis palabras de principio a fin—. ¿Quieres que Al se pueda presentar en cualquier momento con la excusa de averiguar algo sobre mí y se lleve al primero que se le ocurra? ¿Te imaginas el lío en el que me metería si Al se llevara, por ejemplo, a Trent, cuando le estoy diciendo que se largue?
El pequeño rostro anguloso torció el gesto.
—Al se va a cabrear más que un hada que se encuentra su saco de arañas lleno de bellotas.
Aquella era nueva, y fruncí el ceño mientras colocaba los platillos en su sitio y pesaba el polvo, dándole suaves golpecitos al sobre hasta que la delicada balanza empezó a moverse.
—Dejó un vacío legal que voy a utilizar —dije mientras el instrumento se equilibraba—, Al no responde a mis llamadas, y es el único recurso de que dispongo para que me haga caso. Por no hablar de que también salvará a Pierce. Dos pájaros de un tiro. Probablemente me invitará a cenar por demostrarle que soy más astuta que él. —
Después de darme una paliza
, pensé levantando la vista y descubriendo una expresión insegura en sus diminutos rasgos—. ¿Qué es lo peor que puede hacerme? ¿Castigarme sin salir? ¿Cancelar nuestras sesiones semanales? —Una reservada sonrisa se dibujó en mi rostro y, con leves golpecitos, eché el polvo del platillo sobre el vino—. ¡Pues bravo por él!
—Rachel, es un demonio. Podría llevarte a la fuerza a siempre jamás y no dejarte regresar.
El miedo en la voz de Jenks produjo una fisura en mi despreocupación y lo miré.
—Precisamente esa es la razón por la que os dije a Ivy y a ti mi nombre de invocación —aclaré, sorprendida de que aquello le preocupara tanto—. No puede retenerme, ni siquiera con plata hechizada, y lo sabe. ¿Se puede saber qué te pasa, Jenks? Te comportas como si esto fuera más serio de lo que en realidad es.
—Nada.
Pero estaba mintiendo, y yo lo sabía.
El polvo se volvió negro apenas entró en contacto con el vino y empezó a hundirse. Jenks voló hasta la repisa de la ventana y se quedó mirando el jardín cubierto de nieve, con solo un pequeño trozo de tierra iluminado por la luz del porche trasero. Lo único que faltaba, además de invocar el hechizo, era añadir el agente identificador que, en este caso, consistía en virutas de metal del reloj de mi padre.
Extraje el viejo reloj del bolsillo trasero de mis vaqueros y lo sopesé con la mano sintiendo el calor de mi cuerpo sobre el metal. Era de mi padre, pero anteriormente había pertenecido a Pierce, de ahí el motivo por el que salió inesperadamente del purgatorio la noche que intenté ponerme en contacto con mi padre. Giré el reloj y descubrí que los arañazos que le había hecho ocho años antes se habían desgastado. Intenté recordar lo que había utilizado la última vez para raspar los minúsculos trozos de metal que introduje en la olla para hechizos, y supuse que serían las tijeras de mi madre.
—La intención es lo que cuenta —dije alargando la mano para coger las tijeras de Ivy de su vaso de lápices; realicé tres nuevas marcas en la plata envejecida. Las virutas casi invisibles formaron una especie de hoyuelos en la parte de la pócima en la que se encontraba el vino, y lo removí hasta que se sedimentaron. A punto de terminar, saqué del horno una botella caliente y ya seca, y la rellené con la mezcla de limón y tejo, el vino, el polvo, las raíces y el acebo.
Jenks se situó encima con expresión impasible.
—No ha funcionado —dijo, y lo espanté con la mano antes de que su polvo cayera encima.
—Todavía no está terminado. Tengo que añadir mi sangre para invocarlo, y no puedo hacerlo hasta mañana por la noche —le expliqué poniéndole un tapón de vidrio esmerilado y dejándolo a un lado. Por suerte, se trataba de un hechizo terrenal y podía hacerlo sin necesidad de interceptar una línea. Tenía el ceño fruncido y, cansada de su mal humor, le pregunté—: ¿Qué problema tienes, Jenks?
Su rostro se tensó y voló para aterrizar sobre el libro. Situándose a mi lado, se cruzó de brazos y resopló furioso, encorvando las alas. Esperé en silencio.
—No funcionará —dijo finalmente.
Suspiré y lo miré con enfado.
—¡Por el amor de Dios, Jenks! ¡Gracias por la confianza!
—Me refiero a lo tuyo con Pierce.
Entendiendo por fin de qué iba todo aquello, me erguí después de verter un poco más de vino en la probeta.
—¿Crees que me estoy cocinando un novio? ¡Por favor! ¡Crece un poquito!
—¡La que tiene que crecer eres tú! —dijo Jenks—. Incluso aunque se tratara de un amable fantasma que necesita un poco de ayuda y que no espía para transmitir la información a algún demonio. Te conozco, Rachel. Es un fantasma, y tú una bruja. Necesita ayuda y apuesto lo que quieras a que, cuando os conocisteis, hizo algo impresionante. Y ahora necesita ayuda, lo que lo convierte en un maldito caramelo para Rachel.
No pude evitar que las mejillas se me encendieran. De acuerdo. Es posible que en el pasado fuera así, pero me había vuelto más sensata. Sin embargo, al ver mi rubor, Jenks se alzó un par de centímetros.
—Es un caramelo para Rachel, y no quiero verte sufrir cuando te des cuenta de que no puedes tenerlo.
—¿Crees que estoy haciendo esto porque me gusta? —dije, retrocediendo mentalmente—. No todo en esta vida tiene que ver con el sexo.
—Entonces, es una buena cosa que no te acostaras con Marshal, ¿verdad?
Sin abrir la boca, me sonrojé de nuevo, con la mirada fija en el nivel del vino. ¡
Maldita sea
!
—¡Por las tetas de Campanilla, Rachel! —exclamó—. ¿Te has acostado con él? ¿Cuándo?
—No me acosté con él —protesté, incapaz de mirarlo a la cara mientras me bebía un trago de vino hasta alcanzar la cantidad adecuada—. Fue solo un beso especialmente apasionado.
En el más amplio sentido de la palabra
.
¡Mierda! Ford había dicho que Pierce pasaba mucho tiempo en el campanario. Esperaba de todo corazón que no se encontrara allí cuando Marshal y yo habíamos… No. Para entonces Al ya lo había secuestrado.
Jenks aterrizó sobre la botella que acababa de tapar y, con los brazos en jarras, me miró con desaprobación.