Bruja blanca, magia negra (46 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—¡Ivy! —exclamó la vocecita de Jenks, presa del pánico—. ¡Cógela! Yo soy demasiado pequeño. Soy demasiado pequeño. Necesita que alguien la toque o creerá que está sola.

Es que estoy sola
.

—¡No puedo! —gritó Ivy haciéndome dar un respingo—. ¡Mírame! Si la toco…

Con los ojos húmedos, alcé la vista. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando la vi delante del frigorífico roto, cuyas bandejas interiores liberaban nieve carbónica. Tenía las pupilas dilatadas y sus ojos de un negro vampírico; apretaba los puños por efecto de la necesidad contenida. El instinto que había despertado Rynn Cormel aquella misma noche luchaba contra el deseo de consolarme. Y los instintos iban ganando. Si hacía el más mínimo amago de ayudarme, acabaría con los dientes en mi cuello.

—¡No puedo tocarte! —dijo con las mejillas llenas de lágrimas que hacían que estuviera preciosa—. Lo siento, Rachel, no puedo…

Jenks salió disparado hacia el techo cuando ella se puso en movimiento. Intentaba escapar de allí y, en un abrir y cerrar de ojos, la cocina se quedó vacía. Tambaleándome, me puse en pie. Había salido huyendo, pero sabía que no abandonaría la iglesia. Solo necesitaba tiempo y espacio para recobrar la compostura.

—No pasa nada —susurré sin mirar a Jenks y luchando por no perder el equilibrio—. No es culpa suya. Jenks, voy a darme una ducha. Me encontraré mucho mejor después de una ducha caliente. No dejes que tus hijos se me acerquen hasta que salga el sol, ¿vale? No podría vivir conmigo misma si Al los raptara.

Jenks se quedó suspendido en el mismo lugar mientras yo utilizaba la encimera y luego la pared para no perder el equilibrio camino del baño, con la cabeza gacha e intentando que no se me vieran los ojos. Detrás de mí, dejé un rastro de desperfectos en la cocina. En realidad la ducha no serviría de nada, pero tenía que salir de allí.

Necesitaba a alguien que me abrazara y me dijera que todo se iba a arreglar. Pero estaba sola. Jenks no podía ayudarme. Ivy no podía tocarme. ¡Por todos los demonios! Ni siquiera Bis podía hacerlo. El resto de las personas que se habían acercado a mí estaban muertas o no eran lo suficientemente fuertes para sobrevivir a la mierda que iba esparciendo mi vida.

Estaba sola, tal y como había dicho Mia, y siempre lo estaría.

18.

No había resultado fácil seguir durmiendo con Ivy dando golpes por los alrededores de la casa, entrando sobre las diez, dándose una ducha, a juzgar por los ruidos del baño, y marchándose una hora después. Los hijos de Jenks tampoco habían ayudado mucho, revoloteando arriba y abajo mientras jugaban al pilla-pilla con Rex. No obstante, escondí la cabeza bajo la almohada y me quedé en la cama mientras tres kilos y medio de pelo de gato se estrellaban una y otra vez contra las paredes y volcaban una mesita auxiliar. Estaba cansada, tenía el aura hecha una pena y me sentía muy deprimida; e iba a dormir hasta tarde.

En consecuencia, cuando varias horas más tarde Jenks encerró a Rex en mi habitación para que sus hijos se estuvieran callados durante la siesta, apenas oí abrirse la puerta principal y los suaves pasos por delante de mi puerta.
Ivy
, asumí y, con un suspiro, me acurruqué aún más bajo la colcha, alegrándome de que mi compañera de piso hubiera encontrado un poco de tranquilidad y poder dormir al fin. Pero no. Yo nunca tenía tanta suerte.

—¿Rachel? —susurró una aguda voz penetrando junto al suave murmullo de las alas de libélula en mi sueño de dorados campos de trigo. Pierce estaba tumbado en ellos, con una espiga entre los dientes, observando las rojizas nubes del cielo.

—No puedes matarme, mi adorada bruja —dijo con una sonrisa en mi pensamiento consciente, entonces me desperté del todo.

—¡Lárgate, Jenks! —mascullé tapándome la cabeza con la manta.

—Rachel, despierta —lo escuché decir junto con el ruido de las cortinas descorriéndose y su áspero aleteo—. Ha venido Marshal.

—¿Para qué? —pregunté levantando la cabeza y guiñando los ojos a través de mi pelo por la fulminante luz.

Los recuerdos de las pisadas en el pasillo y el miedo afloraron y rodé sobre mí misma para mirar el reloj. La una y diez. ¡
Y yo que quería dormir hasta tarde
! El sol brillaba con intensidad a través de las vidrieras de la ventana, pero hacía frío. Rex era una especie de cálido charco en mis pies y, cuando la miré, se desperezó, acabando con un inquisitivo gorjeo dirigido a Jenks, que en ese momento se encontraba en el tocador junto a la jirafa de peluche.

—Ha venido Marshal —repitió con una expresión preocupada en su rostro angular—. Ha traído el desayuno. Dónuts, ¿recuerdas?

Me apoyé sobre un codo e intenté averiguar lo que estaba pasando.

—¡Ah, sí! ¿Dónde está Ivy?

—Ha salido. Quería ver cuánto cuesta un frigorífico nuevo. —Sus alas empezaron a moverse a toda velocidad y se elevó, mientras su reflejo en el espejo hacía que reluciera el doble—. Ha pasado la mañana en casa de Cormel, pero volvió para ducharse antes de salir. Me pidió que te dijera que, teniendo en cuenta que no pasarás el día de hoy en siempre jamás, ha conseguido cita para ver a Skimmer a las seis.

¿A las seis? ¿Después del crepúsculo? Genial. Me hubiera gustado comer con mi madre y con Robbie, pero podía posponerlo.

—La he oído entrar.

Seguidamente me senté y, una vez más, le eché un rápido vistazo al reloj. No me gustaba que Ivy hubiera estado con Rynn Cormel, el hermoso monstruo, pero ¿qué podía decir? ¿
Y por qué la boca me sabe a manzanas
? Inclinándome hacia delante, tiré de Rex por encima de los bultos de las mantas para saludarla con un achuchón. Me caía mucho mejor desde que me dejaba que la tocara.

—¿Vas a levantarte? —añadió Jenks agitando las alas hasta alcanzar un timbre similar al de una uña arañando una pizarra—. Marshal está en la cocina.

Dónuts
. Además, a juzgar por el olor, también había preparado café.

—Ni siquiera estoy vestida —me quejé dejando marchar a Rex y apoyando los pies sobre el frío suelo—. Tengo una pinta horrible.
Gracias a Dios, es de día, de lo contrario, Al podría presentarse y llevárselo también a él
.

El pixie cruzó los brazos a la altura del pecho y me lanzó una mirada de superioridad mientras seguía de pie junto a la jirafa.

—Te ha visto con peor aspecto. Como cuando estrellaste la moto de nieve contra aquellos abetos. O cuando te pilló pescando en el hielo y tenías el pelo lleno de vísceras de pececillos.

—¡Cállate! —exclamé poniéndome en pie. Rex saltó al suelo y se quedó esperando bajo el pomo de la puerta—. ¡Y deja de intentar que me líe con él! —dije, despierta del todo y enfadada—. Sé muy bien que has sido tú el que le ha pedido que venga.

El pixie encogió un hombro con aspecto avergonzado.

—Quiero que seas feliz, y no lo eres. Marshal y tú lo pasáis muy bien juntos y Pierce es peligroso.

—No estoy interesada en Pierce —dije lanzándole una mirada asesina mientras metía los brazos en las mangas de mi bata azul de rizo y me la ataba.

—Entonces, ¿por qué te estás dejando los cuernos intentando rescatarlo? —preguntó, pero la actitud severa que intentaba mostrar se echaba a perder por el sonriente peluche que tenía al lado—. Si no hubiera sido por él, no te habrías hecho daño anoche.

—Lo que sucedió anoche fue culpa mía. Fui yo la que intentaba evitar que Al utilizara su derecho a controlarme para raptar a otra gente —le reprendí con un bufido—. El hecho de que hubiera permitido la vuelta de Pierce no es poca cosa, pero ¿de veras crees que solo voy a rescatar a la gente que quiero llevarme al huerto? Y con eso no quiero decir que tenga intención de llevarme al huerto a Pierce —me corregí cuando Jenks me señaló con un dedo acusador—. Rescaté a Trent, ¿no?

—Así es —admitió Jenks bajando la mano—. Y tampoco he entendido nunca el porqué.

Rex se alzó sobre las patas traseras para tocar el pomo de la puerta y me acerqué al tocador en busca de un conjunto de ropa interior.

—Espera un momento, Rex —dije en tono cantarín. Sabía cómo se sentía. Yo también tenía que salir de allí.

—Rachel, incluso aunque lo ayudes, no me fío de ese tipo. Es un fantasma, ¡maldita sea!

Alcé las cejas.
Ahora entiendo de dónde viene ese repentino entusiasmo por Marshal
, pensé. Jenks creía que era el menos peligroso de los dos. Irritada, cerré el cajón de golpe y se alzó con una explosión de luz.

—¡Ya vale! —exclamé—. No siento ninguna atracción por Pierce. —
Al menos, no lo suficiente como para hacer algo al respecto
—. Si no obligo a Al a tratarme con respeto, todos los que me rodean estarán en peligro, ¿entendido? Esa es la razón por la que estoy haciendo esto, no porque necesite una cita.

Las alas de Jenks empezaron a zumbar.

—Te conozco —dijo en tono severo—. Esto no acabará con un final feliz. Te estás boicoteando a ti misma persiguiendo algo que no puedes tener.

¿
Boicoteando
? ¿
Es que ni siquiera me escucha
? Con unos calcetines negros en la mano, alcé la vista hacia él y me di cuenta de que nos encontrábamos frente a frente.

—Ves demasiados programas de testimonios —dije cerrando el cajón con fuerza.

Jenks no añadió nada más, pero sus palabras siguieron aguijoneándome mientras cogía un par de vaqueros de una percha. Mia me había dicho que me pasaba la vida escapando, que me asustaba creer que alguien pudiera sobrevivir a mi lado, y que me quedaría sola por miedo. Me había dicho que, aunque viviera con Ivy y Jenks, seguía estando sola. Disgustada, eché un vistazo a mis sudaderas, metidas en el organizador que me había comprado Ivy, sin verlas realmente.

—No quiero estar sola —exhalé y, antes de que me diera cuenta, Jenks se posó en mi hombro.

—No lo estás —dijo con una voz cargada de preocupación—. Pero necesitas a alguien aparte de Ivy y de mí. Dale una oportunidad a Marshal.

—No se trata de elegir entre Marshal y Pierce —dije sacando una sudadera negra, aunque mi mente regresaba una y otra vez al momento en que Jenks le gritó a Ivy que me cogiera porque él era demasiado pequeño para hacerlo. Ivy no podía tocarme o demostrarme que me quería sin activar su maldito deseo de sangre. Tenía buenos amigos, capaces de arriesgar su vida por mí, pero seguía estando sola. Llevaba sola desde la muerte de Kisten, incluso aunque Marshal y yo hiciéramos cosas juntos. Siempre sola, siempre alejada de los demás. Y estaba cansada de ello. Me gustaba estar con alguien, sentir la intimidad que dos personas podían compartir, y no debía considerarme débil por desearlo. No permitiría que las palabras de Mia se hicieran realidad.

Puse la ropa bajo el brazo y sonreí débilmente a Jenks.

—Sé a lo que te refieres.

Jenks alzó el vuelo y me siguió.

—Entonces, ¿le darás una oportunidad a Marshal?

Sabía que el hecho de ser demasiado pequeño para ayudarme lo había destrozado.

—Jenks —dije. Sus alas dejaron de moverse—. Te agradezco lo que estás intentando hacer, pero me encuentro bien. Llevo veintiséis años levantándome del suelo. Y se me da muy bien. Si alguna vez Marshal y yo cambiáramos las cosas, me gustaría que fuera por una razón real, y no porque los dos nos sintamos solos.

Las alas de Jenks se encorvaron.

—Solo quiero que seas feliz, Rachel.

Eché un vistazo a Rex, que se enroscaba sobre sí misma bajo el pomo.

—Y lo soy —dije. A continuación añadí—: Tu gata necesita salir.

—Ya me ocupo de ella —refunfuñó y, cuando abrí la puerta, tanto él como la gata salieron disparados.

—¿Marshal? —pregunté asomando la cabeza por el marco de la puerta y descubriendo que Jenks y Rex ya habían llegado a la sala de estar de la parte posterior y que el pasillo estaba vacío—. ¡Enseguida estoy contigo!

Desde la cocina llegó el chirrido de las patas de una silla, seguido por la familiar y resonante voz de Marshal diciendo:

—¡Tómate todo el tiempo que necesites, Rachel! Tengo café, así que estoy feliz. —En ese momento vaciló y, mientras esperaba para ver si me asomaba al pasillo, añadió en un tono preocupado—: ¿Qué hay en las pociones? Huele a cera carbónica.

—Esto… —farfullé, no queriendo decirle que no funcionaban—. Amuletos localizadores para la AFI. Tengo que invocarlos y ponerlos en discos —añadí para que los dejara donde estaban.

—Genial —dijo quedamente. Tras escuchar el chirrido de Jenks al abrir la portezuela para gatos y pixies y, convencida de que Marshal no se iba a asomar al pasillo, crucé a toda prisa hasta mi baño. Cerré la puerta con cuidado cuando oí que Jenks y Marshal se ponían a hablar.

—¡Vaya! ¡Qué maravilla! —susurré cuando vi mi reflejo en el espejo. Tenía unas profundas ojeras y estaba más pálida que el culo de Jenks. Me había dado una ducha antes de meterme en la cama para entrar en calor, y me había quedado dormida con el pelo húmedo, por lo que mis rizos tenían el aspecto de serpientes. Por suerte, Marshal no había salido de la cocina. Mi amuleto para cambiar el color de la piel se ocuparía de las ojeras, y abrí el grifo y me desvestí lentamente mientras esperaba a que se calentara el agua.

Con cuidado, hasta que supe en qué punto podría marearme, dirigí mi pensamiento hacia mi línea luminosa. El vértigo se apoderó de mí y la solté de inmediato. No iba a poder alzar un círculo en todo el día, pero al menos había mejorado respecto al día anterior y esperaba no estar poniéndome en peligro deambulando por ahí sin poder hacerlo.

—Tampoco podías durante los primeros veintiséis años de tu vida —susurré. La diferencia residía en que, por aquel entonces, tampoco vivía acosada por vampiros, demonios y elfos desquiciados.

Como tenía a Marshal esperando, los veinte minutos de placer que solía concederme se convirtieron en un apresurado remojón de apenas cinco. Mis pensamientos seguían fluctuando entre la presencia de Marshal en mi cocina y la de Pierce en siempre jamás. Quejarme a Dali no era una buena opción. Y tampoco iba a intentar saltar las líneas hasta que no pudiera sujetar una sin que me doliera. Al no estaba jugando limpio y tenía que ser yo la que lo obligara a hacerlo. Tenía que existir algún modo de hacer que me respetara sin tener que recurrir a Dali.

Pero mi mente permaneció felizmente vacía mientras me enjabonaba el pelo, me lo enjuagaba y me aplicaba champú por segunda vez.

Mientras me secaba el pelo con la toalla, el grave murmullo de la voz de Marshal me recordó que tenía un problema mucho más inmediato sentado en la cocina tomando café. Eché la melena hacia atrás con un movimiento brusco de la cabeza y limpié el vaho del cristal preguntándome cómo iba a solucionar aquello. Jenks le habría llenado la cabeza de tonterías. No podía ser la novia de Marshal. Era demasiado bueno y, aunque era capaz de reaccionar en una situación comprometida, probablemente nunca nadie lo había perseguido para matarlo.

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