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Authors: Alessandro D'Avenia

Tags: #Drama, romántico

Blanca como la nieve roja como la sangre (2 page)

BOOK: Blanca como la nieve roja como la sangre
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El eructo de Niko me devuelve a la tierra y entre las carcajadas le digo:

—Tienes razón. En el blanco no debo pensar...

Niko me da una palmada en el hombro.

—¡Quiero que mañana estés dopado! Tenemos que humillar a esos pringados.

Ante mí resplandece el infinito.

¿Qué sería el instituto sin el torneo de fútbol?

«No sé por qué lo he hecho, no sé por qué me he divertido haciéndolo y no sé por qué lo haré de nuevo»: mi filosofía de vida se resume en estas luminosas palabras de Bart Simpson, mi único maestro y guía. Por ejemplo. Hoy la profe de historia está enferma. ¡Pues vaya! Vendrá una suplente. Será la típica pringada.

«¡No digas esa palabra!»

Las palabras de mamá retumban amenazadoras, pero yo no dejo de usarla. ¡Es tan expresiva! Por definición, la suplente es un conglomerado de pringada cósmica.

Primero: porque sustituye a un profesor, que en cuanto tal es un pringado y por consiguiente la suplente es una pringada al cuadrado.

Segundo: porque es suplente: ¿qué vida puede ser la de trabajar para sustituir a alguien que está enfermo? O sea: no solo eres una pringada, sino que además gafas a los demás. Gafe al cubo.

Estábamos pendientes de la llegada de la suplente, fea como la muerte y con su perfecto traje violeta, para acribillarla a bolitas empapadas de saliva, lanzadas con precisión asesina con Bics vaciados.

Pero entra, en cambio, un tipo joven. Chaqueta y camisa. Formal. Ojos demasiado negros para mi gusto. Gafas también negras, sobre una nariz muy larga. Una bolsa llena de libros. Repite a menudo que le gusta lo que estudia. Lo que nos faltaba: uno que cree en lo que hace. ¡Son los peores! No me acuerdo de su nombre. Lo ha dicho pero estaba hablando con Silvia.

Silvia es una con la que hablo de todo. La quiero mogollón y la abrazo a menudo. Pero lo hago porque a ella le apetece y a mí también. Sin embargo, no es mi tipo. O sea que es una tía guay: con ella puedes hablar de todo y sabe escucharte y darte consejos. Pero le falta ese pequeño toque: la magia, el embrujo. El que tiene Beatrice. No es pelirroja como Beatrice. Beatrice, con una mirada, te hace soñar. Beatrice es roja. Silvia es azul, como todos los amigos de verdad. En cambio, el suplente no es más que una manchita negra en un día irremediablemente blanco.

¡Gafado, gafado, gafadísimo!

Tiene el pelo negro. Los ojos negros. La chaqueta negra. Total, que se parece a la Estrella de la Muerte de
La Guerra de las Galaxias.
Lo único que le falta es el aliento mortífero para matar a los alumnos y a sus colegas. No sabe qué hacer porque no le han dicho nada y el móvil de la profe Argentieri está apagado. Argentieri tiene un móvil que no sabe ni usar. Se lo han regalado sus hijos. Hace también fotos. Pero ella no tiene ni idea. Lo tiene por su marido. Sí, porque el marido de Argentieri está enfermo. ¡Tiene un tumor, pobrecillo! Mogollón de gente tiene tumores. Si te pilla en el hígado no hay nada que hacer. Eso sí que es mala pata. Y su marido lo tiene en el hígado.

Argentieri nunca nos ha hablado del tema; nos lo ha contado Nicolosi, la profe de educación física. Su marido es médico. Y el marido de Argentieri hace quimioterapia en el hospital del marido de Nicolosi. ¡Vaya mala pata la de Argentieri! Es pesada y exigente hasta decir basta, todo el día dando la tabarra con aquel tipo que decía que nadie se baña dos veces en el mismo río, que a mí me parece tan obvio... Pero me da pena cuando mira en el móvil si su marido la ha llamado.

A pesar de los pesares el suplente trata de dar clase, pero como el suplente que es no lo consigue porque naturalmente nadie le hace caso. Es más, no hay mejor ocasión para armar jaleo y reírse a costa de un adulto fracasado. En un momento dado levanto la mano y muy serio le pregunto:

—¿Por qué ha decidido dedicarse a esta profesión... —añado en voz baja—:... de pringado?

Mis compañeros ríen. Él no se descompone.

—Es culpa de mi abuelo.

Este sí que está pirado.

—Cuando tenía diez años, mi abuelo me contó un cuento de
Las mil y una noches.

Silencio.

—Pero ahora nos toca hablar de los reinos romano-bárbaros.

La clase me mira. Yo he empezado y yo debo seguir. Tienen razón. Soy su héroe.

—Profe, perdone, pero ¿el cuento de
Las mil y...
ejem, todo el etcétera?

Algunas risas. Silencio. Un silencio de película del Oeste. Sus ojos en los míos.

—Creía que no te interesaba la historia de cómo te conviertes en un pringado.

Silencio. Estoy perdiendo el duelo. No sé qué decir.

—No, desde luego que no nos interesa.

En realidad, me interesa. Quiero saber cómo puede haber alguien capaz de soñar con ser un pringado y de llegar luego a cumplir su sueño. Y que encima parezca contento. Los otros me miran mal. Ni Silvia me aprueba.

—Cuéntela, profe, nos interesa.

Abandonado también por Silvia, me hundo en el blanco, mientras el profe empieza con sus ojos de poseso.

—Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: «Tu fortuna está en Persia, en Isfahán; vete a buscarla». A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfahán, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y, por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: «¿Quién eres y cuál es tu patria?». El otro declaró: «Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed el Magrebí». El capitán le preguntó: «¿Qué te trajo a Persia?». El otro optó por la verdad y le dijo: «Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfahán, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfahán y veo que esa fortuna que prometió deben de ser los azotes que tan generosamente me diste».

»Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de muía con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfahán. Toma estas monedas y vete".

»El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro.

Lo ha contado marcando muy bien las pausas, como un actor. Silencio y pupilas dilatadas entre los compañeros, como cuando Mechón se hace un canuto: mala señal. ¡Lo que nos faltaba, un suplente cuentacuentos! Recibo el final del relato con una carcajada.

—¿Eso es todo?

El suplente se pone de pie, permanece en silencio. Va a su mesa y se sienta.

—Eso es todo. Ese día mi abuelo me explicó que nosotros somos distintos de los animales, que solo hacen lo que su naturaleza les dicta. En cambio, nosotros somos libres. Es el mayor don que hemos recibido. Gracias a la libertad podemos convertirnos en algo distinto de lo que somos. La libertad nos permite soñar y los sueños son la sangre de nuestra vida, aunque a veces cuestan algún azote y un largo viaje. «Jamás renuncies a tus sueños. Nunca tengas miedo de soñar, por mucho que los demás se rían de ti», eso me dijo mi abuelo, «pues si lo haces renunciarías a ser tú mismo». Aún recuerdo los ojos brillantes con que subrayó sus palabras.

Todos guardan silencio, admirados, y me molesta que este tipo sea el centro de atención cuando yo debo ser el centro de atención en las horas de los suplentes.

—¿Eso qué tiene que ver con dar clases de historia y filo, profe?

Me clava los ojos.

—La historia es un puchero lleno de proyectos cumplidos por hombres que alcanzaron la grandeza porque se atrevieron a convertir su sueño en realidad, y la filosofía es el silencio en el que esos sueños nacen. Aunque a veces, lamentablemente, los sueños de esos hombres eran pesadillas, sobre todo para los que sufrieron las consecuencias. Cuando no nacen del silencio, los sueños se vuelven pesadillas. La historia, junto con la filosofía, el arte, la música, la literatura, es la mejor forma de descubrir quién es el hombre. Alejandro Magno, Augusto, Dante, Miguel Ángel... todos ellos hombres que arriesgaron su libertad en el mejor sentido posible y, cambiando ellos mismos, cambiaron la historia. Quizá en esta aula esté el próximo Dante o el próximo Miguel Ángel... Quizá podrías serlo tú.

Al profe le resplandecen los ojos mientras habla de las gestas de hombrecillos que se engrandecieron gracias a su sueño, a su libertad. La cosa me alucina, pero me alucina todavía más que yo esté escuchando a ese memo.

—Solo cuando el hombre tiene fe en lograr lo más difícil (eso es un sueño), la humanidad avanza esos pasos que la ayudan a creer en sí misma.

Como frase no está mal, pero me parece la típica frase de profe joven y soñador. ¡Quiero ver cómo acabas dentro de un año, tú con tus sueños! Por eso lo he apodado el Soñador. Es bonito tener sueños, es bonito creérselos.

—Profe, a mí me parece que no son más que palabras.

Quería saber si hablaba en serio o si únicamente se había construido un mundo personal para llenar su vida de pringado. El Soñador me mira a los ojos y tras unos segundos de silencio dice:

—¿De qué tienes miedo?

Justo entonces la campana acude al rescate de mis pensamientos, que de repente se habían vuelto mudos y blancos.

Yo no tengo miedo de nada. Estoy en primer curso de bachillerato. De letras. Por decisión de mis padres. Yo no sabía qué estudiar. Mamá es de letras. Papá es de letras. La abuela es la encarnación de las letras. El único que no ha hecho letras es nuestro perro.

«Te abre la mente. Te da horizontes. Te estructura el pensamiento. Te vuelve elástico...»

Y te da el coñazo todo el santo día.

Es la pura verdad. No existe un solo motivo para seguir esos estudios. Al menos los profes nunca me han dado ninguno. El primer día de cuarto de secundaria: lista de asistencia, paseo por el edificio del instituto y presentación de los profes. Una especie de excursión al zoo: los profes, una especie protegida que confías en que se extinga definitivamente...

Después, unas pruebas para comprobar el nivel con que cada uno empieza. Y tras tan caluroso recibimiento... el infierno: convertidos en sombras y polvo. Deberes, explicaciones, exámenes como nunca había conocido. En primaria estudiaba como mucho media hora. Luego fútbol en cualquier sitio que se asemejara a un campo, desde el pasillo de casa hasta el aparcamiento de casa. En el peor de los casos, fútbol en la Play.

En la secundaria, todo cambió. Si querías pasar de curso tenías que estudiar. Lo que no significa que yo estudiara mucho, porque las cosas solo se hacen cuando crees en ellas. Y no ha habido un solo profesor capaz de hacerme creer que merezca la pena estudiar. Y si no lo consigue alguien que dedica su vida a eso, ¿por qué voy a hacerlo yo?

He entrado en el blog del Soñador. Sí, el suplente de historia y filo tiene un blog y quiero averiguar qué escribe. Los profes no tienen una vida real fuera del instituto. Fuera del instituto, no existen. Así que quería ver de qué hablaba alguien que no podía hablar de nada. Y hablaba de una película que había visto por enésima vez:
El club de los poetas muertos.
Contaba que compartía la pasión por la enseñanza del protagonista de la película. Que aquella película le había enseñado qué había venido a hacer a este mundo. Seguía así, con una frase misteriosa, pero bonita: «Extraer la belleza allí donde se encuentre y regalársela a quien esté a mi lado. Por eso estoy en el mundo».

Hay que reconocer que el profe Soñador sabe decir bien las cosas. En dos frases notas que ha comprendido su vida. Bien es verdad que tiene treinta años, así que es lógico que la haya comprendido. Pero no es frecuente que la gente lo diga con tanta claridad. A mi edad ya había madurado su sueño. Vislumbró su meta y la ha cumplido.

Yo tengo dieciséis años y no tengo sueños especiales, como no sean los nocturnos y que al despertarme ya no recuerdo. Erika-con-ka afirma que los sueños dependen de la reencarnación, de lo que hemos sido en nuestra vida anterior. Como ese futbolista que dice que ha sido pato en su vida anterior, y eso a lo mejor favorece su calidad futbolística. Erika-con-ka dice que ha sido jazmín. Me gusta el perfume de Erika-con-ka.

Yo no creo que me haya reencarnado nunca. Pero si tuviera que elegir, creo que preferiría un animal a una planta: un león, un tigre, un escorpión... Sin duda, lo de reencarnarse es un problema, pero es demasiado complicado para pensarlo ahora y además no guardo recuerdos de cuando era un león, aunque conservo la melena y noto en mi sangre la fuerza del león. Por eso seguramente he sido un león y por eso me llamo Leo.
Leo
en latín significa «león».
Leo rugiens:
«león rugiente».

Total, que estoy en el primer curso de bachillerato de letras y he pasado cuarto y quinto de secundaria casi indemne. Cuarto, suspenso en griego y mates. Quinto, solo griego. El griego es la verdura de los estudios. Amargo y útil solo para el tránsito intestinal, o sea, para cagarse el día del examen...

Pero la culpa ha sido de Massaroni. La profe más estricta y despiadada del instituto. Tiene un abrigo de piel de perro: siempre, solo, únicamente aquel abrigo. Se viste de dos maneras: con el abrigo de piel de perro en invierno, otoño y primavera. En verano... con el abrigo de piel de perro estival. ¿Cómo se puede vivir así? ¿Será que ha sido un perro en su vida anterior? Me divierte asignar vidas anteriores a la gente, porque ayuda a explicar su carácter.

BOOK: Blanca como la nieve roja como la sangre
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