Bitterblue (51 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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«¿Cómo voy a ayudarle? Si me enfrento a él, lo negará y después se quedará sumido en sí mismo y se desmoronará».

—Majestad —dijo la voz de Helda al otro lado de la hoja de madera—. Dígame que no pasa nada ahí dentro o haré que Bann eche la puerta abajo.

Llorando y riendo a la vez, Bitterblue encontró una bata. Después fue hacia la puerta y la abrió.

—Helda —le dijo a la mujer que se erguía ante ella con aire imperioso; la llave que sostenía en la mano hacía su amenaza un tanto teatral—. Lamento mi brusquedad. Estaba… disgustada.

—Mmmm… Bueno, hay motivos más que suficientes para estar disgustado, majestad. Serénese y venga al comedor, si hace el favor. A Bann se le ha ocurrido un sitio para que escondamos a su Zafiro, si las cosas llegaran a un punto crítico con la corona.

—Fue una sugerencia de Katsa, majestad —dijo Bann—. ¿Cree usted que él iría de buen grado a ocultarse en un escondrijo nuestro?

—Tal vez. Podría intentar hablarlo con él. ¿Dónde está ese sitio?

—En el Puente Alígero.

—¿El Puente Alígero? ¿No es esa zona de la ciudad una de las de mayor densidad de población?

—Tiene que subir al puente, majestad. Casi nadie va allí. Y resulta que es un puente levadizo, ¿lo sabía? En el lado más próximo tiene una especie de habitáculo, una torre, para el operario de las maniobras. Katsa lo descubrió la primera vez que viajó al túnel, porque la ruta la llevaba a través del puente y no tenía suministros esa noche, ¿recuerda?

—¿El Puente Alígero no es tan alto que prácticamente tres barcos de aparejo completo, apilados uno sobre otro, podrían pasar por debajo y aún quedaría espacio de sobra?

—En cierto modo —contestó Bann con suavidad—. No creo que se haya presentado nunca la necesidad de alzar el puente levadizo. Lo cual significa que es una torre que nadie mira dos veces. Está amueblada y en funcionamiento, equipada con ollas, sartenes, una estufa, etcétera. Sería muy propio de Leck estacionar allí a un hombre sin trabajo que hacer. En consonancia con su lógica, ¿verdad? Pero ahora está vacía. Según Katsa, todo está bajo una capa de polvo de años. Katsa entró a la fuerza y se llevó un cuchillo y otras cuantas cosas, pero dejó lo demás.

—Empieza a gustarme la idea —admitió Bitterblue—. A Zaf le vendría bien sentarse en un cuarto frío, estornudando y pensando en sus errores.

—De todos modos, es mejor que intentar esconderlo en uno de nuestros armarios, majestad. Y sería el primer paso para trasladarlo a Elestia.

—Por lo visto, tenéis planes para él —comentó con las cejas enarcadas.

—Desde luego, intentaríamos ayudarlo en cualquier caso, majestad, porque es su amigo —dijo Bann, que se encogió de hombros—. Pero también es una persona que podría sernos de utilidad.

—Me parece que de dejarle a él la elección, si es que decide huir, el destino sería Lenidia.

—No vamos a obligarlo a ir a ninguna parte, majestad —aclaró Bann—. Si alguien no quiere colaborar con nosotros, no nos es útil. Actúa guiado por su instinto. Es una de las razones de que nos guste, pero sabemos que eso significa que hará lo que le apetezca. Háblele de lo del puente, ¿quiere? Yo mismo iré allí una de estas noches y me aseguraré de que sirve para nuestros fines. A veces, los mejores escondrijos son los que están a plena vista.

Esa noche, en lugar de meterse con la laboriosa tarea de descifrar los bordados, Bitterblue se dirigió hacia la galería de arte. No sabía bien por qué lo hacía, y nada menos que en bata y zapatillas. Helda y Bann se habían ido a dormir, y Giddon tenía sus propios problemas. Bitterblue experimentaba la vaga sensación de necesitar compañía.

Sin embargo, no vio a Hava por allí.

—¡Hava! —llamó un par de veces, por si la chica estaba escondida, pero no obtuvo respuesta.

Acabó de pie delante del tapiz del hombre al que atacaban bestias de vivos colores. Por primera vez se preguntó si estaría contemplando una historia real.

Sonó un chasquido y el tapiz se movió y ondeó. Detrás había una persona.

—¿Hava?

Fue Raposa la que salió y parpadeó con la luz del farol de Bitterblue.

—¡Majestad!

—¿De dónde diantres sales, Raposa?

—Hay una escalera de caracol que conduce hasta aquí arriba desde la biblioteca, majestad —explicó Raposa—. La recorría por primera vez. Ornik me habló de ella, majestad. Al parecer también pasa por los aposentos de lady Katsa, y el Consejo la utiliza a veces para reuniones. ¿Cree que algún día me permitirán asistir a esas reuniones, majestad?

—Eso habrán de decidirlo el príncipe Po y los demás —contestó con serenidad—. ¿Conoces a alguno de ellos, Raposa?

—Al príncipe Po, no —fue la respuesta de la graceling, que a continuación se puso a hablar de los otros.

Bitterblue solo hacía caso a medias, porque Po era el que importaba. Ojalá le hubiera dicho que hablara con Raposa antes de marcharse. También estaba distraída porque algo completamente diferente acababa de ocurrírsele y no dejaba de darle vueltas: veía mentalmente una sucesión de accesos disimulados detrás de criaturas de colores extraños. La puerta a la escalera de Leck, oculta detrás del caballo azul, en su sala de estar. La entrada secreta a la biblioteca, escondida detrás del tapiz de la mujer de cabello alborotado. Los extraños y coloridos insectos en los azulejos del baño de Katsa. Y ahora, una puerta en la pared que cubría esa horrenda escena.

—Disculpa, Raposa, pero estoy exhausta. Es hora de que me vaya a acostar.

Regresó a sus aposentos y recogió las llaves. De nuevo salió pasando entre sus guardias, bajó por la escalera adecuada y serpenteó a través del laberinto, todo ello procurando no apresurarse; era absurdo albergar demasiadas esperanzas por una simple corazonada.

Ya dentro de la habitación, fue hacia el tapiz del pequeño búho, levantó el enorme y pesado lienzo tejido por la parte inferior y se metió por debajo.

No veía nada y se pasó el primer minuto tosiendo a causa del polvo. Con los ojos llorosos y la nariz picándole como loca, hizo presión sobre la pared y, casi asfixiada por la colgadura mural, se preguntó qué puñetas esperaba que ocurriera ahora: ¿tal vez que una puerta se abriera sola?

«Tantea de un lado a otro —se exhortó para sus adentros—. Po abrió la puerta que hay detrás de la tina de Katsa al apretar un azulejo. Tantea la pared. ¡Alza la mano hasta donde llegues! Leck era más alto que tú».

Conforme palpaba la pared sin encontrar nada excepto madera suave, el desánimo se fue apoderando de ella; y también cierta vergüenza. ¿Y si alguien inteligente, cuya opinión contara, entraba en la habitación y al ver el bulto detrás del tapiz lo levantaba y encontraba a la reina en bata y tanteando a lo tonto la madera de la pared? O lo que era peor, ¿y si la tomaba por un intruso y le zurraba por encima de la colgadura? ¿Y si…?

Un dedo topó con un nudo en la madera, muy arriba, tanto que Bitterblue estaba de puntillas cuando lo encontró. Estirándose todo lo posible, tanteó un agujero en el nudo y empujó con el dedo. Sonó un chasquido seguido de una especie de apagado retumbo. Entonces, se abrió un acceso ante ella.

Tuvo que gatear de vuelta a la habitación para recoger el farol. Una vez estuvo de nuevo detrás del tapiz, alzó el farol, que iluminó una escalera de caracol de piedra que llevaba hacia abajo.

Bitterblue apretó los dientes y empezó a descender, deseando tener la mano sana libre para apoyarla contra la pared. Al final de la escalera arrancaba un pasadizo, también de piedra, largo e inclinado. Siguió bajando; en algunos sitios trazaba una curva y de vez en cuando había algunos escalones, siempre hacia abajo. Era difícil calcular dónde se encontraba con relación a la habitación de Leck.

Cuando el farol alumbró un dibujo brillante en la pared, Bitter-blue se paró para examinarlo. Era una pintura realizada directamente en la piedra. Una manada de lobos, de pelambre plateado, dorado y rosa pálido, aullaba a una luna de plata.

Ya estaba escarmentada como para pasar de largo sin antes probar, así que dejó el farol en el suelo y tanteó el muro de piedra con la mano en busca de algo, cualquier cosa que pareciera anómala. Se le enganchó un dedo en un agujero, a un lado de la pintura. La forma del agujero era rara. Rara, pero familiar. Bitterblue palpó los bordes y se dio cuenta de que era el ojo de una cerradura.

Trémula la respiración, Bitterblue sacó las llaves del bolsillo de la bata. Separó la tercera llave de las otras, la introdujo en la cerradura y la giró. Se oyó un chasquido. El muro de piedra que Bitterblue tenía enfrente se desplazó hacia adelante.

Recogiendo el farol otra vez, Bitterblue se metió con trabajo por el estrecho hueco a un cubículo poco profundo y de techo bajo, una especie de armario con estantes en la pared del fondo. En los estantes había libros protegidos con piel. Dejó el farol en el suelo. Temblando ahora de pies a cabeza, sacó un libro al azar y se arrodilló. La cubierta de piel era una especie de carpeta que guardaba papeles sueltos. Abriendo la carpeta con una mano, torpemente, acercó una hoja de papel al farol y vio garabatos, curvas, raros trazos perpendiculares y oblicuos.

Entonces recordó la escritura extraña y serpenteante de su padre. Una vez había arrojado unos papeles con esa escritura al fuego. No había entendido lo que ponía, y ahora comprendía por qué.

«Más secretos cifrados —pensó, soltando la respiración contenida ante aquel descubrimiento—. Mi padre escribió sus secretos en clave. Si no queda nadie de los que Leck hirió para contarme lo que hacía, si nadie va a explicarme los secretos que los demás intentan ocultarme, los secretos que atrapan a todos en el dolor, quizá ya no importe. Porque el propio Leck puede contármelo. Sus secretos me revelarán lo que hizo para dejar mi reino tan quebrantado. Y por fin lo entenderé».

Cuarta parte
Puentes y encrucijadas

(noviembre y diciembre)

Capítulo 33

H
abía treinta y cinco libros en total. Bitterblue necesitaba ayuda, y cuanto antes; necesitaba a Helda, a Bann y a Giddon. Así pues, cerrando tras ella todas las puertas, fue a despertarlos a los tres.

Atendiendo a su insistente llamada con los nudillos, tres personas adormiladas acudieron a tres puertas, escucharon su frenética explicación y fueron a vestirse.

—¿Querrá ir a buscar a mi guardia Holt? —le pidió a Bann, quien se apoyaba contra la puerta, sin camisa, con aire de ir a desplomarse en las tablas del suelo, inconsciente, si ella se lo permitía—. Lo necesitamos para que arranque las maderas que condenan la puerta de mi sala de estar, y tiene que hacerlo sin meter jaleo porque hemos de subir los diarios a mis aposentos sin que nadie lo sepa. ¡Y por lo que más quiera, dese prisa!

Holt llegó acompañado por Hava, ya que el guardia se encontraba en la galería de arte para visitar a su sobrina cuando Bann lo encontró. Bitterblue, Hava, Holt, Giddon y Bann bajaron a hurtadillas por la escalera y entraron al laberinto con unos cuantos faroles; formaban un extraño y silencioso grupo de rescate a altas horas de la noche. Se deslizaron por los giros y revueltas hasta la puerta de Leck.

Bitterblue olvidó que los demás no habían entrado nunca allí; abrió la puerta con la llave y empujó a todos dentro sin advertir a Holt y a Hava que ese cuarto estaba lleno de esculturas de Belagavia. Hava, conmocionada al verlas, titiló en su desconcierto y se transformó en escultura para después volver a ser una chica.

—Las destruyó —dijo en voz baja, furiosa, acercando el farol a una de ellas—. Las llenó de pintura.

—Siguen siendo hermosas —susurró Bitterblue—. Él intentó destruirlas, pero creo que fracasó, Hava. Míralas. No necesito que me ayudes con los libros, quédate aquí y pasa un rato con ellas.

Holt se había parado delante de la escultura de la niña a la que le crecían alas y plumas.

—Esta eres tú, Hava. Lo recuerdo —dijo.

Holt echó un vistazo por la habitación. La intensa mirada se rezagó en el armazón de la cama vacío. Por fin desvió los ojos hacia Bitterblue, y ella se puso un poco nerviosa porque en esos ojos había una inseguridad que preferiría no ver en la mirada de un hombre cuya gracia era la fuerza y conocido por tener un comportamiento impredecible.

—Holt, ¿quieres acompañarme? —dijo al tiempo que le tendía la mano.

El guardia la tomó en la suya y ella lo condujo, como a un niño, hacia el fondo de la habitación y escalera arriba. Allí le mostró los tablones clavados a la puerta de su sala de estar.

—¿Puedes quitarlos sin hacer ruido para que si hay miembros de la guardia monmarda patrullando por el laberinto no lo oigan?

—Sí, majestad —afirmó. Asió un tablón con las dos manos y empezó a tirar con suavidad, de forma que salió de la pared sin más ruido que un leve chirrido.

Satisfecha, Bitterblue dejó a Holt con su trabajo y bajó la escalera para reunirse con Giddon y Bann, que esperaban a que los condujera por debajo del tapiz y a través del túnel hasta los libros de Leck.

Cuando llegaron al cubículo de los libros, Bitterblue mandó a Giddon que siguiera pasadizo adelante hasta el final a fin de descubrir adónde llevaba. Alguien tenía que hacerlo, y Bitterblue no soportaba la idea de dejar atrás los libros. Entonces Bann y ella empezaron a bajar los volúmenes de los estantes y a llevarlos de vuelta a la habitación de Leck, donde los fueron apilando encima de la alfombra. Unos ruidos apagados revelaban que Holt aún quitaba tablones de la puerta. Hava iba de una escultura a otra, las tocaba, les quitaba el polvo, todo ello sin pronunciar palabra.

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