Bitterblue (36 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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Se sintió muy sola al intentar comprender todo lo ocurrido ese día sin nadie con quien hablarlo.

«Mamá, ¿te avergonzarías de mí?».

Enjugando una lágrima que había caído en la tapa del baúl, se sorprendió observando con más atención los dibujos tallados. Ya se había fijado antes en que Cinérea utilizaba algunas figuras como modelos para los bordados, por supuesto, pero nunca los había examinado a fondo. Estaban colocados en perfectas hileras en lo alto de la tapa —sin repetirse ninguno—, por ejemplo: estrella, luna, vela, sol, barca, caparazón, castillo, árbol, flor, príncipe, princesa, bebé y así sucesivamente. Sabía con exactitud, tras años de contemplar los adornos de sus sábanas, cuáles había copiado su madre.

La comprensión se abrió paso en su mente y a través de todo su ser. Incluso antes de molestarse en contar, sabía lo que encontraría. De todos modos contó, solo para asegurarse.

Las tallas del baúl eran cien. Los dibujos que su madre había tomado prestados de las tallas para los bordados sumaban veintiséis.

Estaba mirando un alfabeto cifrado.

Tercera parte
Códigos y claves

(finales de septiembre y octubre)

Capítulo 23

N
o era un alfabeto cifrado de sustitución simple. Bitterblue entresacó los veintiséis dibujos bordados de Cinérea del baúl y aplicó al dibujo superior situado más a la izquierda —una estrella— la letra «A», y al siguiente en la fila —una luna menguante—, la letra «B», y así sucesivamente. Al acabar probó el alfabeto de símbolos resultante con los bordados de su madre, y el resultado fue un galimatías, nada más.

Lo intentó aplicando al dibujo inferior situado más a la derecha la letra «A» y continuó hacia arriba, de atrás adelante. También lo intentó siguiendo las columnas del baúl hacia arriba y hacia abajo.

No funcionó ningún sistema.

Bueno, pues, a lo mejor había una clave. ¿Cuál habría utilizado su madre?

Haciendo una inhalación para sosegarse, Bitterblue quitó las letras repetidas de su nombre y construyó el alfabeto cifrado de veintiséis letras.

A continuación lo aplicó a los símbolos del baúl empezando de nuevo por el primer dibujo de la fila superior, a la izquierda:

Sujetando con fuerza la hoja en el regazo, la contrastó con la línea de dibujos del bordado de Cinérea.

Una vez que el proceso dio resultados, separó los dibujos en palabras y frases, además de añadir puntuación. En los sitios donde su madre se había saltado letras, supuestamente para ir más deprisa, ella las agregó también.

Ara vuelve cojeando.

Ella no recuerda nada hasta que se lo enseño. Al verlo le duele y se pone a gritar.

¿Tendré que dejar, pues, de decírselo a Ara? ¿Será mejor que no se dé cuenta?

¿Debería matarlas cuando veo que las ha marcado para morir? ¿Hacerlo sería un acto compasivo o una idea descabellada?

Ese primer día, Helda encontró a Bitterblue rodeada por una montaña de sábanas amontonadas en el suelo y con los brazos ceñidos al cuerpo, sacudida por temblores.

—¡Majestad! —exclamó el ama, que se arrodilló a su lado—. ¿Está enferma?

—Mi madre tenía una criada llamada Ara que desapareció —susurró—. La recuerdo.

—¿Perdón, majestad?

—¡Bordaba en código, Helda! Los bordados de mamá están cifrados. Tuvo que haber intentado crear una especie de registro que pudiera leer para recordar lo que era real. ¡Debió de tardar horas en escribir un simple mensaje corto! Mira, ayúdame. Mi nombre es la palabra clave. La estrella es la «B», una luna menguante es la «I», una vela es la «T», el sol es la «E», una estrella fugaz es la «R», una luna creciente es la «L», la constelación del anillo es la «U». Mi nombre está hecho de luz —gritó—. Mi madre eligió símbolos de luz para las letras de mi nombre. ¿Po está…? —Po estaba enfermo—. ¿Es verdad que Giddon se ha marchado?

—Sí, majestad. ¿De qué diantres está hablando sin parar?

—No se lo cuentes a nadie, Helda —advirtió Bitterblue—. Hasta que sepamos qué significa, no se lo digas a nadie y ayúdame a ordenarlas.

Sacaron las sábanas de los armarios y quitaron las de la cama para hacer un inventario: doscientas veintiocho sábanas con bordados que adornaban los embozos, además de ochenta y nueve fundas de almohadas. Por lo visto, Cinérea no había fechado nada; no había forma de determinar en qué orden ponerlas, así que Bitterblue y Helda las colocaron en el suelo del dormitorio y las dividieron en ordenados montones iguales. Y Bitterblue leyó, leyó y leyó.

Había ciertas palabras y frases que se repetían a menudo, a veces llenando una sábana entera.
Él miente. Él miente. Sangre. No puedo recordar. Tengo que recordar. Tengo que matarlo. Tengo que sacar de aquí a Bitterblue
.

«Dime algo útil, mamá. Cuéntame lo que pasaba, lo que tú veías».

En las oficinas, tal y como se les había pedido, los consejeros de Bitterblue habían empezado a instruirla respecto a los lores y damas de su reino. Comenzaron con los que vivían más lejos: los nombres, las propiedades, las familias, los impuestos, su personalidad y sus habilidades. A ninguno lo presentaron como «el noble que le ha tomado gusto a asesinar a buscadores de la verdad» —de hecho, ninguno destacaba en nada— y Bitterblue comprendió que así no llegaría a ninguna parte. Se preguntó si alguna vez podría pedirles a Teddy y a Zaf la lista de lores y damas que habían cometido mayores abusos a sus feudatarios. ¿Alguna vez podría volver a preguntarles algo?

Entonces, conforme los días pasaban y estando octubre en puertas, se produjo un rápido aumento de papeleo en las oficinas.

—¿Pero qué es lo que pasa? —le preguntó Bitterblue a Thiel mientras firmaba órdenes de trabajo con mirada cansina, legalizaba fueros y estatutos y se debatía con montones de papeles que crecían tan deprisa que ella era incapaz de seguir el ritmo al que entraban.

—Siempre ocurre igual en octubre, majestad, ya que por todo el reino la gente intenta cerrar sus asuntos y prepararse para el frío del invierno —le recordó el primer consejero con compasiva amabilidad.

—¿De veras? —Bitterblue no recordaba un octubre como aquel. Claro que separar en el recuerdo un mes en concreto de los demás no le resultaba nada fácil, puesto que todos los meses eran iguales. O, mejor dicho, lo habían sido; hasta la noche que se metió en la ciudad y cambiaron cientos de facetas en su vida.

Otro día intentó de nuevo sacar el asunto de los buscadores de la verdad a los que alguien estaba matando.

—El juicio al que asistí del lenita monmardo, del que luego resultó que se habían amañado las pruebas de su culpabilidad —dijo—, ese que era amigo del príncipe Po…

—El juicio al que asistió sin informarnos, majestad, el día que después invitó al acusado a sus aposentos —intervino Runnemood con voz untuosa.

—Lo invité porque mi corte había cometido un grave error con él y era un amigo de mi primo —repuso con tranquilidad—. Y asistí a él porque estoy en mi derecho de ir adonde guste. Por otro lado, su juicio me ha dado que pensar. A partir de ahora, quiero presenciar el testimonio de los testigos en mi Corte Suprema. Si ese lenita monmardo estuvo a punto de ser condenado por un asesinato que no cometió, también podría haberles pasado a todos los que están encarcelados en prisión. ¿No te parece?

—Oh, por supuesto que no, majestad —contestó Runnemood con un cansancio y una exasperación que a Bitterblue no le gustaron lo más mínimo.

También ella estaba cansada y exasperada; cada dos por tres, se le venían a la cabeza los alegres dibujos bordados en las sábanas que revelaban muy poco que fuera útil y que sin embargo evocaban demasiado dolor.

Ojalá hubiese dado a mi pequeña un padre bondadoso. Ojalá le hubiese sido infiel entonces. Tales decisiones no se le ocurren a una joven de dieciocho años, cuando ha sido elegida por Leck. Esa posibilidad se desvanece con la bruma mental en la que te envuelve. ¿Cómo podría protegerla de esa bruma?

Un día, en el escritorio de su despacho, Bitterblue se quedó sin respiración. Parecía que la habitación se ladeaba, como si ella no pudiera llevar el aire que necesitaba a la garganta y a los pulmones. Entonces vio a Thiel arrodillado delante de ella, sujetándola con fuerza por las manos mientras le daba instrucciones para que inhalara despacio y a un ritmo regular.

—Infusión de lorasima —le dijo en voz firme a Darby, que acababa de subir la escalera con un montón de correspondencia. Las pisadas del otro consejero le retumbaron como golpes de martillo capaces de echar abajo la torre.

Después de que Darby se hubo ido a cumplir su encargo, Thiel se volvió de nuevo hacia ella.

—Majestad —dijo con una voz que dejaba patente la angustia—. En los últimos días le está ocurriendo algo, me he dado cuenta de que lo está pasando mal. ¿Alguien le ha hecho daño? ¿Está herida o enferma? Le suplico que me diga cómo puedo ayudarla. Dígame qué puedo hacer, majestad, o qué puedo decirle.

—¿Alguna vez consolaste a mi madre? —susurró—. Recuerdo que algunas veces estabas allí, Thiel, pero no me acuerdo de nada más, aparte de eso.

Se produjo un breve silencio.

—Cuando estaba lúcido —contestó entonces el consejero en una voz tan triste como si saliera de un profundo pozo de aflicción—, intentaba ofrecerle consuelo a su madre.

—¿Vas a ensimismarte ahora tras una mirada vacía? —le preguntó en tono acusador al tiempo que le observaba los ojos, furiosa.

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