Azazel

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Fantástico

BOOK: Azazel
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Azazel es un demonio rojo de dos centímetros, dotado con una impetuosa personalidad y maravillosos poderes mágicos. Susceptible de ser invocado sólo por George Bitternut, un excéntrico lingüista que ha descubierto antiguas fórmulas para llamar a demonios y a espíritus, Azazel no permitirá que sus poderes sean utilizados en provecho personal de George. Sin embargo, el diminuto demonio ayudará a los amigos de George cuando éstos lo necesiten. El único problema es que este singular ser posee poca comprensión de las cuestiones humanas y sus intervenciones producen situaciones sorprendentes.

Isaac Asimov

Azazel

ePub v1.0

Farnsworth
03.08.12

Título original:
Azazel

Isaac Asimov, 1988

Traducción: Adolfo Martín

Editor original: Farnsworth (v1.0)

ePub base v2.0

A Sheila Williams,

la amable directora gerente de

Isaac Asimov's Science Fiction Magazine
.

Introducción

En 1980, un caballero llamado Eric Protter me pidió que escribiera cada mes un relato de misterio para una revista que él dirigía. Accedí, porque me resultaba difícil responder negativamente a las personas amables (y todos los directores que he conocido han sido siempre personas amables).

El primer relato que escribí era una narración en la que se combinaban elementos de fantasía y de misterio, protagonizada por un pequeño demonio de unos dos centímetros de estatura. Lo titulé «El desquite», y Eric Protter lo aceptó y lo publicó. Intervenían en él un caballero llamado Griswold, como narrador, y tres hombres —entre los que se contaba un personaje que hablaba en primera persona y que era yo, aunque nunca me identificaba— que formaban su auditorio. Los cuatro se reunían todas las semanas en el «Union Club», y tenía la intención de que la serie continuase presentando los relatos de Griswold en el «Union Club».

No obstante, cuando traté de escribir un segundo relato en el que intervenían el pequeño demonio de «El desquite» —el nuevo relato se titulaba «Una noche de canto»—, Eric lo rechazó. Al parecer, un poco de fantasía estaba bien por una vez, pero no quería que lo tomara por costumbre.

Así pues, dejé a un lado «Una noche de canto» y procedí a escribir la serie de relatos de misterio sin introducir en ellos absolutamente ningún elemento de fantasía. Treinta de estos relatos (que Eric insistió en que tuviesen sólo entre 2.000 y 2.200 palabras) finalmente fueron recopilados en mi libro
The Union Club Mysteries
(Doubleday, 1983). Sin embargo, no incluí «El desquite», porque la intervención en él del pequeño demonio hacía que no armonizase con el resto de los relatos.

Mientras tanto, yo cavilaba acerca de «Una noche de canto». Detesto desperdiciar algo, y no puedo soportar dejar inédita cualquier cosa que haya escrito, si hay algo que pueda hacer para corregir la situación. Por consiguiente, me dirigí a Eric y le dije:

—Aquel relato que rechazaste, «Una noche de canto»… ¿Puedo publicarlo en otra parte?

—Naturalmente, siempre que cambies los nombres de los personajes. Quiero que tus relatos de Griswold y su auditorio sean exclusivos de mi revista.

De modo que así lo hice. Cambié el nombre de Griswold por el de George y conservé un auditorio de un solo personaje, el que hablaba en primera persona, y que era yo mismo. Hecho esto, vendí «Una noche de canto» a
The Magazine of Fantasy and Science Fiction
(
F & SF
). Posteriormente, escribí otro relato de los que ahora englobaba bajo la denominación de «Relatos de George y Azazel», siendo Azazel el nombre del demonio. Éste, «La sonrisa que pierde», lo vendí también a
F & SF
.

No obstante, yo también tengo una revista de ciencia-ficción propia,
Isaac Asimov's Sciencie Fiction Magazine
(
IASFM
), y Shawna McCarthy, que entonces era su directora, mostró su objeción a que yo publicara en
F & SF
.

—Pero, Shawna —argumenté—, esos relatos de George y Azazel son fantasías, e
IASFM
sólo publica ciencia-ficción.

—Pues, en ese caso, cambie el pequeño demonio y su magia por un pequeño ser extraterrestre provisto de una avanzada tecnología, y véndame a mí los relatos.

Lo hice, y como seguía entusiasmado con los relatos de George y Azazel, continué escribiéndolos, y ahora puedo incluir dieciocho de estos relatos en esta colección,
Azazel
. (Se incluyen sólo dieciocho, porque, sin la necesaria brevedad que imponía Eric, podía hacer que mis relatos de George y Azazel fuesen el doble de largos que mis Griswolds.)

Sin embargo, tampoco incluí «El desquite», porque desentonaba ligeramente de los últimos relatos. Al haber sido la inspiración original de dos series diferentes, «El desquite» tenía el triste destino de quedarse entre dos aguas, sin encajar en ninguno de los dos grupos que habían surgido. (No importa, ha sido seleccionado para una antología y es posible que en el futuro aparezca también bajo otras presentaciones; no lo sienta demasiado.)

Hay algunos detalles de los relatos que me gustaría resaltar, detalles que probablemente usted advertirá por sí mismo, pero yo soy partidario de explicarlo todo.

  1. Como he dicho, omití el primer relato que escribí porque no encajaba con los restantes. Mi bella editora, Jennifer Brehl, insistió, no obstante, en que era necesario un primer relato para describir cómo nos conocimos George y yo y cómo entró el pequeño demonio en la vida de George. Puesto que Jennifer, aunque un dechado de dulzura, no es persona a la que uno pueda oponerse cuando aprieta los puños, escribí un relato titulado «El demonio de dos centímetros», que cumple el propósito que ella pedía y que se inserta como primera narración del libro. Es más, Jennifer decidió que Azazel fuese definitivamente un demonio y no un extraterrestre, así que de nuevo estamos en la fantasía. (Por cierto que «Azazel» es un nombre bíblico, y los lectores de la Biblia suelen tomarlo como el nombre de un demonio, aunque esta cuestión es algo más complicada.)
  2. A George se le presenta como una especie de sablista, y yo detesto a los sablistas… Sin embargo, encuentro simpático a George. Espero que, asimismo, a usted le caiga bien. El personaje que habla en primera persona (en realidad, Isaac Asimov) a menudo es insultado por George e invariablemente despojado por él de unos cuantos dólares, pero no importa. Como explico al final del primer relato, sus historias lo valen, y yo gano con ellas mucho más dinero del que le doy a George… En especial, habida cuenta de que el dinero que le doy es de ficción.
  3. No olvide que los relatos pretenden ser sátiras humorísticas, y si encuentra el estilo un tanto hinchado y «poco asimoviano», sepa que es deliberado. Considere esto un aviso. No vaya a ser que se compre el libro esperando otra cosa y se lleve un chasco. Y, a propósito, si detecta de vez en cuando la leve influencia de P. G. Wodehouse, créame, no es accidental.
El demonio de dos centímetros

Conocí a George en un congreso literario celebrado hace muchos años, y me llamó la atención el peculiar aire de inocencia y de candor que mostraba su rostro redondo y de mediana edad. Inmediatamente decidí que era la clase de persona a quien uno le dejaría la cartera para que se la guardase mientras se bañaba.

Él me reconoció por mis fotografías en la contraportada de mis libros y me saludó alegremente, diciéndome lo mucho que le gustaban mis cuentos y mis novelas, lo cual, naturalmente, me dio una excelente opinión de su inteligencia y buen gusto.

Nos estrechamos cordialmente las manos, y él dijo:

—Me llamo George Bitternut.

—Bitternut —repetí, para fijármelo en la mente—. Un apellido poco corriente.

—Danés —respondió—, y muy aristocrático. Desciendo de Cnut, más conocido como Canuto, un rey que conquistó Inglaterra a comienzos del siglo XI. Un antepasado mío era hijo suyo: bastardo, naturalmente.

—Naturalmente —murmuré, aunque no veía por qué había que darlo por sentado.

—Le pusieron de nombre Cnut, como su padre —continuó George—, y cuando fue presentado al rey, el soberano dijo: «Voto a bríos, ¿es éste mi heredero?».

—«No exactamente —respondió el cortesano que estaba meciendo al pequeño Cnut—, pues es ilegitimo, ya que su madre es la lavandera a la que vos…».

—«Ah —dijo el rey—, eso está mejor». Y como Bettercnut
[1]
se le conoció a partir de ese momento. Únicamente con ese nombre. Yo lo he heredado por línea masculina directa, salvo que las vicisitudes del tiempo han acabado por cambiarlo a Bitternut.

Y sus azules ojos me miraron con una especie de hipnótica inocencia, que impedía toda duda.

—¿Quiere almorzar conmigo? —pregunté, moviendo la mano en dirección al restaurante profusamente decorado que, evidentemente, estaba destinado solo a personas poseedoras de carteras bien repletas.

—¿No le parece que ese local es un poco ostentoso y que la cafetería del otro lado podría…? —respondió George.

—Como invitado mío —añadí.

George frunció los labios y dijo:

—Ahora que lo miro bajo una luz más favorable, veo que tiene una atmósfera un tanto hogareña. Si, almorzaré con usted.

Mientras tomábamos el plato principal, George dijo:

—Mi antepasado Bettercnut tuvo un hijo, al que llamó Sweyn. Un buen nombre danés.

—Si, ya sé —respondí—. El padre del Rey Cnut se llamaba Sweyn Forbeard. En tiempos modernos el nombre se suele escribir Sven.

George frunció levemente el ceño y dijo:

—No hace falta que alardee de sus conocimientos de estas cosas, amigo mío. Admito que tiene usted los rudimentos de una educación.

Me sentí abochornado.

—Lo siento.

Agitó la mano en ademan de magnánimo perdón, pidió otro vaso de vino y prosiguió:

—Sweyn Bettercnut se sentía fascinado por las mujeres, característica que hemos heredado todos los Bitternut, y tenía mucho éxito con ellas…, como ha sido el caso con todos sus descendientes. Se sabe que muchas mujeres, después de separarse de él, meneaban la cabeza en señal de admiración y decían: «Oh, es todo un Sweyn». Y también era un archimago.

Hizo una pausa y, luego, preguntó con brusquedad:

—¿Sabe usted qué es un archimago?

—No —mentí, no deseando volver a hacer una ofensiva ostentación de mis conocimientos—. ¿Qué es?

—Un archimago es un mago eminente —aclaró George, con lo que pareció un suspiro de alivio—. Sweyn estudiaba las artes arcanas y ocultas. Entonces era posible hacerlo, pues aun no había surgido todo ese desagradable escepticismo moderno. Estaba consagrado a la tarea de encontrar la manera de persuadir a las jovencitas para que observaran con él esa clase de comportamiento dulce y complaciente que es la corona de la femineidad, y rehuyesen todo lo que era huraño y hosco.

—Ah —dije, con tono comprensivo.

—Para eso necesitaba demonios, y perfeccionó medios para invocarlos, quemando ciertas hierbas aromáticas y pronunciando determinados conjuros semiolvidados.

—¿Y daba resultado, señor Bitternut?

—Llámeme George. Claro que daba resultado. Tenía legiones de demonios que trabajaban para él, pues, como con frecuencia se lamentaba, las mujeres de la época eran seres tercos y obstinados, que oponían a su pretensión de ser nieto de un rey, ásperas observaciones sobre la naturaleza de la descendencia. Sin embargo, una vez que un demonio ejecutaba su obra, comprendían que un hijo natural era, simplemente, natural.

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