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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (40 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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—Estaba tendida aquí, y al alzar la mirada hacia el puente, sobre la cascada, vi a mi hijo allí. «¿Qué has hecho?», le grité. Fuera de mí, desesperado, encolerizado y conmocionado comprendí que había matado a Isabell. Tenía por entonces catorce años. Mi hijo había destrozado su vida y la mía. Isabell estaba muerta y nada me la iba a devolver… —explicó Anders. Cogió entonces una piedra en el lugar donde encontró tirada a Isabell y la acarició con gesto ausente—. Tenía que tomar, sin tiempo para reflexionar, una terrible decisión: entregar a mi hijo u ocultar lo sucedido. En ese momento estaba dispuesto a cargar yo mismo con las culpas, puesto que sentía una culpabilidad inmensa hacia su persona. Pero su determinación era tan firme que acaté sus órdenes sin pestañear. Ya había planeado cómo íbamos a deshacernos del cuerpo. La transportamos y luego la escondimos un par de días en los cimientos de la Sjöstugan. Hay una trampilla en el suelo. Más tarde, una noche, la recogimos y la enterramos en la Colina del Patíbulo, adonde nadie se le ocurriría buscar entre esa multitud de cadáveres. Allí seguiría si no fuera por ese arqueólogo —dijo Anders mirando a Erika aterrado—. Yo me limité a obedecer. No soy capaz de explicar por qué. Tiene un modo de mandar, una autoridad innata… Vivió con nosotros el mes anterior a la boda. Le hizo la vida imposible a Isabell y trataba de enfrentarnos. Constantemente tenía que intervenir para poner orden y asumir las culpas. Quería vivir con nosotros. Isabell rechazaba la idea, pero dijo que decidiera yo. Y lo hice, o al menos eso es lo que yo pensaba.

Fueron a sentarse a la playa de piedra. Cuando Anders envolvió con su brazo a Erika, esta advirtió que estaba temblando.

—Te quiero —dijo Erika—. Independientemente de lo que suceda ahora, te quiero y deseo estar contigo, pero no vuelvas a mentirme jamás.

—Nunca más te mentiré —afirmó estrechando fuertemente los brazos de ella—. Pero tengo miedo. ¡Dios mío! Cuánto miedo he pasado sin poder contártelo, por temor a perderte. Durante varios días, que fueron terribles, llegué a creer que había sido yo quien pudo haber cometido sonámbulo esos repugnantes asesinatos, luego, al reparar en que tenía coartada, comprendí quién lo había hecho. Entonces me vi invadido por otro tipo de miedo. Es capaz de cualquier cosa.

—Creo que ahora mismo este es un lugar seguro —señaló Erika, que no había contado a nadie adonde se dirigían. A la hora de efectuar la reserva, la mujer de la recepción de Fridhem se había comprometido a observar una máxima discreción si alguien preguntaba por ellos. La agente apoyó la cabeza contra el hombro de Anders—. ¿Ves los cimientos de Sjöstugan? Da la impresión de que, en la próxima tormenta, pudieran derrumbarse dentro del mar. No es posible acercarse más al agua. Podremos quedarnos dormidos oyendo las olas.

—Si es que somos capaces de dormir —dudó Anders—. Estoy preocupado por Julia. Imagínate que le hiciera algo solo por dañarme…

—¿Quieres que se vengan para acá? —le preguntó Erika comprendiendo su inquietud.

—Sí, vamos a llamarles. Ahora mismo. Me sentiría más seguro.

Capítulo 46

Maria Wern se encontraba en la oficina de Hartman cuando llegó la llamada de Per Arvidsson y entendió la gravedad del asunto en el momento en que Hartman resumió las conclusiones de Per.

—La vida de Erika peligra. Anders tiene un hijo, Roy Karlsson. Per piensa que ha matado a aquellas personas por las que Anders ha mostrado afecto: Isabell, los pacientes de Anders, Erika… Tenemos que localizarlos inmediatamente. Erika no está en su casa ni responde al móvil. Tampoco Anders.

—Ek lleva buscando a Anders toda la mañana. Se desplazó a su casa para hacerle algunas preguntas aclaratorias, pero no parece haber nadie allí tampoco. Entonces llamó a la madre de Anders, que le dijo que no estaba en su casa, pero tal vez mienta por el bien de su hijo.

—En ese caso, nuestra principal prioridad debe ser encontrar el apartamento donde pueda estar Roy Karlsson. Maria, debes mantenerte al margen de esto, lo cual me fastidia, porque te necesito. ¿Qué quieres hacer en su lugar?

—Hablaré con la madre de Anders Ahlström y la traeré aquí junto con la niña. Es posible que necesiten protección.

—Bien pensado. Tengo al oficial de guardia al teléfono —informó Hartman con el rostro resplandeciente—. Saben dónde se encuentra el apartamento. Tal vez tengamos al muchacho. Les acompaño a Havdhem.

El perímetro del taller estaba cercado por una valla de gran altura, pero la verja permanecía abierta. En el patio se veían varios camiones de pequeño tamaño y en distintos estados de conservación. Dentro de la oficina había un hombre con un mono azul y una lata de cerveza en la mano hablando por teléfono. El calor le hacía resoplar. Cuando Hartman se aproximó el hombre le lanzó un gesto de rechazo con la mano.

—No tenemos tiempo para más reparaciones. En cualquier caso, no antes de las vacaciones.

Solo al sacar Hartman su placa puso fin a la conversación.

—¿Tiene algún inquilino en el piso de arriba?

—¡Qué cojones! Si vive gratis… ¿Quién le ha dicho que yo alquilo?

—¿Está ahí arriba ahora? —repuso Hartman mostrando un interés nulo por sus posibles chanchullos—. Se trata de un caso de asesinato.

El mecánico contempló con incredulidad a Hartman mientras se calaba la gorra en la frente y se rascaba la nuca.

—Tiene el coche aquí, aunque a veces coge el autobús o un taxi, el sibarita ese. ¡Qué coño! Podría pagarme más de alquiler…

Mientras conversaban, los agentes ocuparon sus posiciones. Hartman habló por el megáfono. Esperaron, pero no ocurrió nada. Hartman reiteró su llamamiento. Decidieron entrar. El propietario del taller tenía una llave extra. Al subir las escaleras se encontraron con un amplio vestíbulo abierto, donde un tragaluz hacía de única fuente de iluminación.

—¡Policía! ¡Roy Karlsson! ¡Abra y salga con las manos sobre la cabeza!

Abrieron la cerradura y entraron. No se oyó ni un chasquido, pero fueron recibidos con un penetrante olor dulzón, como de cáscaras de gambas olvidadas. Procedieron expeditivamente a inspeccionar todo el apartamento.

—No está aquí —sentenció Jesper Ek. En ese mismo momento oyó el grito de Hartman procedente del salón y fue corriendo hacia allí. La habitación era luminosa. Sus paredes blancas albergaban dos mesas alargadas de acero, dotadas de ruedas. Hartman se acercó a la camilla más próxima y vio el cadáver disecado. Luego, tambaleante, se dirigió a la otra camilla. Apenas podía creer lo que veían sus ojos.

—Ese hijo de puta los ha despellejado. Y lo ha hecho mientras vivían. De lo contrario no se habría vertido su sangre.

Jesper Ek no podía dejar de mirar aunque hubiera deseado no presenciar esa horripilante escena. Toda la piel excepto la de la cara estaba desollada. Parecía que llevaran máscaras blancas.

—¿Quiénes son?

Hartman cerró los ojos por un instante y respiró por la boca para evitar el hedor.

—Tal vez los compinches de Roy durante la agresión. Probablemente Joakim pueda identificarlos.

—Si le hace eso a sus amigos no me atrevo ni a imaginar… —dijo Ek incapaz de completar la frase. Pensó en Erika.

—Si dejas entrar a una comadreja en un gallinero matará a todas las gallinas, no por hambre sino por placer —dijo Hartman y les hizo una señal para que salieran.

Cuantas menos huellas de zapatos, mejor para los técnicos que se encargarían del trabajo. Antes de abandonar él mismo el apartamento echó un último vistazo al puesto de trabajo de Roy, formado por una acumulación de ordenadores dispuestos a lo largo de una mesa semicircular. Un poco más allá vio una cama. En la pared, una infinidad de dibujos al carboncillo sujetos con alfileres. Isabell, Linn y Erika representadas como una diosa de tres cabezas. Julia, una criatura del reino de los muertos con los ojos inertes y la carne medio desgarrada del esqueleto. Anders Ahlström personalizado por la Parca, con su guadaña y un hábito negro. Harry Molin ahorcado con la lengua hinchada. El cuerpo lacerado de Linn. Dibujos perversos y morbosos, pero de una gran calidad técnica. Había también una serie de bocetos de prostitutas en situaciones violentas. Por todas partes la Muerte. «Lo que eres ahora, nosotros una vez lo fuimos; lo que somos ahora, tú lo vas a se r». H artman leyó con el conocido adagio bajo un dibujo de unos muertos resurgiendo de sus tumbas. Recordó vagamente que ese texto provenía de la cripta del convento de los Capuchinos en Roma.

En el suelo, junto a la cama, un par de vaqueros de la marca Kilroy, y arrumbados bajo esta descubrió Hartman un par de botas parecidas a las descritas por Maria en el ataque que acabó con la vida de Linus. Se acercó a la ancha cama sin hacer y miró debajo de la almohada y el colchón. Buscaba algo, quizá una explicación, o bien un elemento contradictorio. El mal puro no puede permanecer incontestado. Roy había sido también un niño en el pasado. Luego la vida y las circunstancias habían creado un monstruo. Bajo el colchón encontró lo que pretendía: un estropeado cuaderno de recortes con una imagen de Pinocho en la portada. Un cuento sobre la mentira y la verdad. De vuelta a la ciudad en el coche, con Ek al volante, lo hojeó. Era un diario compuesto por recortes de periódicos y extractos procedentes de internet, intercalado en ocasiones con cómics diseñados por la mano de un niño. Pensamientos y añoranza de una familia. Una fiesta de cumpleaños con alegres serpentinas de tela colgadas de los árboles y una tarta de fresa.

Capítulo 47

Maria permaneció sentada un largo rato frente a la mesa de la cocina en casa de la madre de Anders Ahlström. Julia se pegó como una lapa a su abuela, por lo que Maria no encontró ocasión para comentar con la mujer la amenaza que pendía sobre la niña. Cuando dejaron clara su intención de no acompañarla a la comisaría, Maria intentó demostrarles el funcionamiento de un dispositivo de alarma, lo cual tampoco interesó a la madre de Anders. Era algo demasiado técnico y complicado y no le apetecía en absoluto aprender nada nuevo, al menos en ese momento.

—No se me ocurre dónde se haya podido meter Anders. Me preocupa. Quiero quedarme aquí en caso de que me necesite. ¿Se me acusa de algo? Si no, le pediría que se marchara.

—Piense en la niña —tanteó Maria. Existía el riesgo de que Roy tratara de lastimarla al igual que había hecho con todos aquellos a los que Anders había mostrado su afecto.

—No hay nadie que quiera hacerle daño. ¿Quiere dejar de atormentarnos? Ya fue suficiente lo que le hicieron a Anders siendo inocente. ¡No quiero nada con la policía! ¡Váyase!

—Por favor, se lo ruego. Vengan conmigo. Por el bien de la pequeña…

La madre de Anders abrió la puerta de la calle.

—¡Márchese!

Maria no podía obligarla, aunque sintiera una terrible inquietud. Entonces regresó a Lummelunda para tratar de encontrar a Erika. Tampoco en esta ocasión estaba en casa, ni respondía al móvil. A Anders le habían dado una buena paliza, pero se había negado a acudir al hospital. Los medios de comunicación lo acosaban, siguiendo la estela de la guardia ciudadana. Probablemente se ocultara en algún sitio en compañía de Erika, pero ¿dónde? Maria hizo un intento en la casita que habían alquilado en Ljugarn, pero fue informada de que en esos momentos la ocupaba otro huésped. Cuanto más reflexionaba sobre las palabras de Per Arvidsson, más convencida estaba de que Roy andaba al acecho de Anders y Erika. Tal vez también pretendiera hacer daño a Julia. ¿La veía como su hermana o únicamente como un rival? ¿Qué lugares conocía Erika donde uno pudiera estar tranquilo y en paz?

Hartman retornó y se pusieron al tanto mutuamente de la situación. Se inició una actividad febril y se convocó a agentes de permiso. Tras el envío por fax de las grotescas fotografías tomadas por los técnicos, Joakim pudo corroborar que los dos cadáveres eran con toda probabilidad los de los hombres que conoció en Visby, y que participaron junto con Roy en la agresión. Maria no estaba tan segura, ya que por entonces llevaban el rostro oculto. No obstante, su estatura y constitución coincidían. En breve engrosarían la lista de personas desaparecidas. Hartman se encargaría de comunicarse con los allegados para que los identificaran, lo cual no era una tarea muy envidiable. Roy andaba todavía suelto y a Anders y Erika se los había tragado la tierra. Esa combinación no presagiaba nada bueno. A medianoche, Hartman decidió marcharse a casa para dormir un par de horas. Se comprometió a dejar el móvil encendido con el fin de que los policías de servicio pudieran comunicarse con él cuando lo creyeran oportuno.

—Tú también necesitas descansar, Maria. Eso te permitirá pensar con mayor claridad. Por ahora no hay nada más que podamos hacer. Roy Karlsson se encuentra en busca y captura. Los periódicos van a sacar su foto en portada.

Maria siguió a regañadientes su consejo. Fue a casa y se metió en la ducha. Se comió un par de sandwiches frente al televisor y bebió unas cuantas tazas de café bien cargado. Luego volvió a llamar a Erika, pero el número no estaba disponible en ese momento. ¿Realmente había pensado Erika que lo que Anders más necesitaba era calma? Cuando la apartaron del caso, su principal preocupación radicaba en la posible culpabilidad de Anders. De pronto, una idea se apareció en la mente de Maria, una reflexión extravagante y bastante rebuscada. Erika quizá pretendiera actuar por su cuenta y llevarle al lugar donde Isabell había sido asesinada. Cuanto más pensaba en ello, más creíble le pareció a Maria. Si había alguien que necesitara saber la verdad, esa era Erika. Para ser capaz de vivir con Anders.

Ni siquiera se terminó su café. De camino al coche llamó a la centralita de la policía para informar de que se dirigía a la casa de huéspedes de Fridhem.

Capítulo 48

Al llamar, Anders pareció asustado y contagió su inquietud a la madre. Maria Wern tenía razón: estaban en peligro. La mujer había estado al tanto del espantoso secreto durante todos esos años, pero había guardado fielmente silencio. Desde el asesinato no había vuelto a pisar Fridhem, el lugar donde se casó Anders. Ahora le pedía que acudiera y ella obedeció a su hijo sin rechistar. Despertó a Julia, que se había quedado dormida en el sofá, y de camino al coche envolvió a la niña con una manta sobre los hombros.

—¿Qué pasa, abuelita?

—Papá quiere que vayamos adonde está él.

En lugar de dirigirse a la cafetería y comprar gofres, como Julia quería, se pusieron en contacto con la cocina de la casa de huéspedes. La cena se servía a las cinco, pero accedieron a hacer una excepción y enviaron comida a Sjöstugan. Erika agradeció el hecho de poder comer en la intimidad. Se pusieron en la mesa del jardín, justo en el exterior de la casita, al borde de un mar bajo la luz del atardecer, suave y azul. El codeso exhibía abundantes racimos y se percibía el murmurar del arroyo. Todo era calma y serenidad. Anders apenas pudo probar bocado, lo que no escapó de los comentarios de su madre, que Erika dulcificó. Lo que Anders debía contar a su hija no era sencillo. El médico apartó a un lado su plato.

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