Assur (53 page)

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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

BOOK: Assur
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Leif disfrutaba de la situación y esperaba pacientemente, observaba a la concurrencia mientras Halfdan terminaba con su representación. Sin embargo, no pudo evitar guiñar los ojos con disgusto cuando el Rubio, tras un par de pasos de carrera, lanzó el arpón con evidente puntería.

Mientras el hierro volaba los asistentes callaron, y cuando impactó en la arena del montículo con un crujiente sonido sibilante, el silencio se rompió con gritos de alegría y fastidio que se elevaron por igual, repartidos según si quien los lanzaba había apostado en un sentido u otro.

El aprendiz del carpintero, todavía agradecido por el trozo de plata que le había sido entregado, se prestó enseguida a servirle de asistente a Leif y, en cuanto el barril de cerveza que había traído rodando fue abierto, corrió a hacerse cargo de la capa de su benefactor, a acercarle los arpones, a ofrecerle un trago con el que aliviar el gaznate y dispuesto de buen grado a obedecer cualquier otro mandado.

Con el pulido mango ya entre sus dedos, Leif miró el montículo de arena con aire circunspecto y se dio cuenta de que aquellas yardas de más habían convertido la distancia en algo que se antojaba insalvable. Pero no perdió el buen humor o su sempiterna sonrisa, se enfrentaba a un desafío más, y sabía que, si conseguía ganar, su propia leyenda se vería patrocinada por la hazaña. Antes de tomar carrerilla echó un vistazo a su alrededor y observó los rostros que lo rodeaban, el muchacho del astillero se sorbía los mocos nervioso, Orm miraba el interior del sombrero con expresión de asombro, Halfdan le devolvía una sonrisa llena de cinismo, algunos ya estaban medio borrachos y a Leif le apeteció volver a echarse un buen trago de cerveza al coleto. El único que parecía indiferente era Ulfr, que se entretenía tallando un pequeño trozo de asta con un cuchillito de hoja curva y que solo le dedicó un gesto, una leve negación de cabeza cuando Leif sopesó el arpón con un gesto inquieto que no pudo evitar.

La concurrencia, impaciente, gritaba exhortando a Leif a lanzar de una vez.

—¡Extranjero!, si lo necesitas puedes acercarte una braza —desafió Halfdan con bravuconería, recibiendo complacido los abucheos que sus simpatizantes dedicaban a Leif.

Haciendo oídos sordos, el viajero respiró profundamente y centró su mirada en aquel montículo de arena.

El arpón empezó su vuelo de manera prometedora, parecía un acierto, sin embargo, se desvió pronto, yéndose poco a poco hacia la izquierda. Terminó clavándose a una vara del montículo entre los cacareos y gritos de los espectadores.

Leif agitó el puño con frustración, más preocupado por haber errado que por las pérdidas, y tuvo que recibir con una sonrisa apocada el gesto admonitorio de Tyrkir, que lo miraba con desaprobación pensando en las repercusiones que aquel despilfarro tendría para las reparaciones y aprovisionamientos del Mora y sus tripulantes.

Pero Leif no se desanimó y decidió buscar una salida honrosa a la situación que no rebajase su posición. Y para él solo había un modo de seguir adelante, jugarse el todo por el todo, y Halfdan parecía lo bastante engreído como para dejarse liar.

—Ha sido un golpe de suerte, no lo repetirías ni aunque Baldr te prestase su brazo… —retó elevando la voz por encima de la algarabía para hacerse oír por Halfdan, que presumía entre los achuchones y felicitaciones de los suyos.

El Rubio estaba de buen humor y no se imaginó en qué modo podría romperse su racha.

—¿Quieres volver a apostar? —preguntó Halfdan.

Leif mantuvo un silencio expectante antes de hablar.

—Puede… Pero solo si dejamos de comportarnos como niños de calzones meados, esta vez vamos a hacerlo de verdad… —añadió lanzándole al jorobado su bolsa completa y disfrutando de la expresión de incredulidad con la que el Rubio enmudeció.

Leif sabía que Halfdan podía repetir el lanzamiento si mantenían la distancia, pero también sabía que a semejante matasiete no se le ocurriría arredrarse sin más si lo azuzaba, la capacidad para enmerdarse hasta el cuello sin necesidad era una cualidad innata de todo fanfarrón. Y era evidente que Halfdan se sentía tentado, pero que el enorme monto lo obligaba a titubear, aun a regañadientes.

Intuyendo las ansias de su rival, Leif decidió ayudarlo a meterse en el hoyo, necesitaba acorralarlo para que no pudiese echarse atrás cuando llegase el momento.

—Pues yo creo que parloteas más que una vieja tejiendo junto a la lumbre y creo que tienes la boca más grande que las mentiras de Loki… —dijo el aventurero esperando imprimir en su voz el tono justo—. No creo que seas capaz de repetirlo…

Como Leif había esperado, el Rubio no fue capaz de tragarse la insinuación.

—Puede que tú necesites que la puta te diga lo que hacer con tu arpón cuando tienes el blanco a un palmo —gritó Halfdan por encima del alboroto recibiendo con rostro complacido la ovación con la que le respondieron—. Pero yo no, ¡yo puedo hacerlo de nuevo! Tantas veces como quiera.

Leif compuso en su cara un leve gesto de indignación, fingiéndose afectado, pero respondió pronto.

—Entonces…, ¿te parece fácil? Hablas como si lanzar desde sesenta yardas fuese un simple juego de tablas para ti…

—Lo es —replicó Halfdan sin dejar que Leif terminase.

Y el aventurero agarró la oportunidad de recuperar sus pérdidas.

—Entonces…, diez yardas más no serán un problema, ¿te ves capaz de hacer blanco a setenta? —inquirió con miras después de una pausa al tiempo que intentaba remarcar cuanto podía el carácter personalizado de la pregunta.

Ante las miradas expectantes de su público Halfdan no tuvo más remedio que mantener sus aires jactanciosos.

—Claro que sí, yo nunca fallo.

Leif quiso aprovecharse para forzar aún más la situación. Intuía que Halfdan no tenía fondos para cubrir su apuesta y que necesitaría un empujón para animarse.

—Pues a mí me parece que todos aquí saben que lo único con lo que aciertas es con tu lengua fanfarrona.

Halfdan rechistó de inmediato, era obvio que la alusión al público había herido su orgullo.

—Yo no fallo nunca.

Leif devolvió la finta con rapidez, aunque cuidó sus palabras, no fuera a ser que el asunto se le escapase de las manos y Halfdan quisiera zanjar las dudas sobre su honor con un duelo.

Tyrkir sonreía anticipando la encerrona, y el resto de la concurrencia estaba tan absorta con el desafío que hubo cuernos que quedaron a medio vaciar.

—¿Incluso si son setenta y cinco yardas?

Y Halfdan estaba tan metido en su papel que ni siquiera titubeó.

—Como si son ochenta, yo nunca fallo.

—Ya veo, eres el mejor arponero, el mejor de todos, ¿no?

—Así es, ¡Halfdan el Rubio es el mejor de todos! —contestó pinchándose el pecho con el pulgar de su puño derecho al mismo tiempo que alzaba el mentón orgulloso—. Puedo hacer blanco incluso a ochenta yardas.

Orm no creía siquiera que semejante tirado se hubiera intentado jamás, de hecho, estaba seguro de que él no sería siquiera capaz de cubrir la distancia, y mucho menos hacerlo con puntería como para acertarle al blanco.

—Pues yo lo dudo —dijo Leif moviendo la cabeza negativamente—. Si tan seguro estás, ¿por qué no cubres la apuesta?

Se oyó alguna risa, y más de uno se atrevió a importunar a Halfdan desde el anonimato de la muchedumbre que iba creciendo, más de una altisonante referencia a la hombría del Rubio resonó por encima del murmullo de los congregados.

Halfdan resopló con exagerada indignación y, tras levantar la mano pidiendo paciencia a la concurrencia y al propio Leif, habló con los de su alrededor. Primero de buenos modos, luego con evidentes amenazas remarcadas por puños cerrados.

A tiempo para que llegase un nuevo barril de cerveza, Halfdan había conseguido plata suficiente como para cubrir el envite de Leif. Cuando Orm acabó de pesar los metales con su balanza, hubo que recurrir a dos sombreros más para contener todo el monto, sobre el que caían miradas ansiosas de todos los asistentes, especialmente del aprendiz del carpintero: el pobre muchacho no se había imaginado que hubiese en todo el mundo conocido semejantes cantidades de oro y plata; la mayoría eran pedazos brutos y dentados obtenidos del destrozo de piezas mayores, pero también había una buena porción de monedas de toda condición, incluyendo las viejas y ya verdosas calderillas acuñadas en el sur por Angantyr y algunas de extravagantes símbolos llegadas de las tierras conquistadas por los rus.

Sabedor de que Halfdan ya no podría echarse atrás, Leif jugó con su última ventaja antes de asumir el riesgo de perder toda su fortuna y verse obligado a depender únicamente de los posibles beneficios que consiguiese de la venta de su carga. Tras llamarlo con un gesto mandó al aprendiz del carpintero a buscar la plomada del Mora.

—Pues midámoslas, no me fío de las marcas que habéis hecho.

Tyrkir se dio cuenta de lo inteligente del juego de Leif. Probablemente las mediciones hechas estaban bien, los arponeros eran, al fin y al cabo, marinos, pero también sabía que la plomada del Mora era un legado del mismo Eirik el Rojo y que estaba más viciada que la más vieja de un burdel. Si medían las ochenta yardas con esa plomada baqueteada, tendrían que contar cuarenta brazas para hacer la equivalencia, y en cada una de ellas habría una diferencia de al menos una pulgada, Leif ganaría, como poco, otra yarda.

Cuando todo estuvo listo, el trasiego de cerveza ya había conseguido que los puños se soltasen en más de una ocasión entre los que habían cruzado apuestas a favor y en contra de Halfdan.

Tras la línea en la arena que había trazado el aprendiz, el Rubio sopesaba una vez más los arpones echando furtivas miradas disimuladas al lejano blanco.

Leif ya se había unido a los bebedores con aire despreocupado y, aunque había tenido que soportar las protestas de Tyrkir por haber puesto en riesgo todos sus fondos, estaba de buen humor, había merecido la pena; tanto si ganaba como si perdía la apuesta.

—Prepárate para pasar el invierno pidiendo limosna, extranjero —gritó Halfdan antes de dar el primer paso de su carrera para el lanzamiento.

El Rubio echó el arpón hacia atrás arqueando la espalda y, tras amagar el gesto unas pocas veces, inició su galopada.

Soltó el hierro con un gruñido seco al tiempo que intentaba recuperar el equilibrio, vencido por el brutal impulso que había pretendido, le faltó poco para caer de bruces; pero la distancia era suficiente como para que pudiese levantarse y contemplar el vuelo del arpón antes del impacto.

Tyrkir apretaba las manos blanqueando sus nudillos. El aprendiz del carpintero sonreía bobaliconamente, encantado por toda la algarabía, en su puño estrujaba con fuerza el trocito de plata que le había dado Leif.

El arpón ni siquiera cubrió toda la distancia. Se clavó a media docena de yardas del montículo, encarado con el blanco, pero corto. Y, mientras Halfdan gritaba rabioso, el contrahecho Orm se alegró de que aquel fanfarrón que tan a menudo lo increpaba hubiese encontrado a alguien que le bajase los humos.

La tensión se desató, estallaron más peleas y se oyeron acusaciones sobre la bondad de las monedas o los pedazos de plata apostados.

Leif creía firmemente en que el honor era igual de importante en la victoria como en la derrota. Sirvió cerveza en uno de los cuernos y se acercó hasta Halfdan, que murmuraba lamentándose con la cabeza gacha.

—Buen intento, casi lo consigues —dijo sonriendo.

Halfdan lo miraba con expresión tensa, y Leif se percató de que el Rubio estaba cayendo en la cuenta de que se había dejado engatusar por culpa de sus propias ínfulas y ansias de grandeza. Pero el aventurero estaba encantado con la suerte corrida, y aunque una buena pelea era siempre un modo fantástico de terminar cualquier asunto, prefirió cambiar las tornas y cederle a Halfdan una justa oportunidad de redención que los dejase en buen lugar a ambos.

—Tu brazo no es tan fuerte como dices —dijo de modo enigmático—, pero… he oído que no tendrás nada que hacer hasta que vuelva a empezar la temporada de caza. Yo me marcharé después del invierno, una vez haya vendido lo que hay en las bodegas de mi barco, el Mora… Y regresaré a Groenland, sin escalas, tal y como he llegado hasta aquí. —Leif se detuvo para dejar que la noticia calase y escuchó complacido los rumores—. Y luego, ¿quién sabe? ¡La gloria! Buscaré nuevas tierras y conseguiré oro, pieles, maderas… Forjaremos una leyenda… —Halfdan seguía con la cabeza gacha—. Y aunque tu brazo no es tan fuerte como dices, puede que sea suficiente para remar… ¿Quieres unirte a mi tripulación y buscar la gloria? —preguntó conciliador.

Halfdan lo miró de hito en hito sopesando la expresión de Leif y dudando de si la oferta iba o no en serio.

Los que esperaban haber visto una buena trifulca fueron los únicos que protestaron, animando al Rubio a romperle los morros a Leif y recuperar su dinero. Pero Halfdan vio en la sonrisa del forastero una expresión sincera que lo convenció, además, formar parte de la tripulación de un patrón solvente era una vida mucho más prometedora que la de un mal pagado ballenero que solo tiene una estación para buscarse el sustento de todo un año.

—Trato hecho —dijo tendiéndole el antebrazo derecho a Leif y aceptando con la mano libre el cuerno de cerveza.

Tyrkir se acercaba a pasos agigantados con gesto nervioso y el aprendiz de carpintero saltaba encantado de un lado a otro. La concurrencia bramó, contenta por el entretenimiento y el buen final. Algunos, terminado el espectáculo, se retiraban ya, otros, presos de la gula, aprovecharon hasta la última gota de cerveza. Y Leif, de un humor excelente, estaba dispuesto a regresar a la taberna y empalmar una tarde de borrachera con una noche de juerga, pero antes le ofreció sin palabras un par de los pedazos más grandes de plata a Halfdan, convencido así de ganarse su lealtad por siempre con el magnánimo gesto. Cuando ya se giraba desdeñando paternalmente los agradecimientos del Rubio, oyó una voz a su espalda que lo obligó a pararse en seco.

—Yo puedo hacerlo…

Se volvió y vio la gran silueta de Ulfr recortada contra la luz del mediodía, caminaba a su encuentro.

—Si doy en el blanco…, ¿me cederás una bancada en tu nave a mí también?

Leif observó al hombre que tenía enfrente. Aparentaba una edad similar, de su misma altura, pero bastante más corpulento. En el rostro curtido se adivinaban años que habían pasado demasiado pronto, en él destacaba una fuerte mandíbula cuadrada que era evidente incluso a pesar de la poblada barba cenicienta, pero lo más llamativo eran los ojos, del triste azul profundo que se esconde bajo las olas.

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