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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

Antídoto (31 page)

BOOK: Antídoto
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Deborah dirigió la vista hacia Cam con una mirada de preocupación, y éste sintió por primera vez que podían ser amigos también, aunque era una sensación un poco extraña. Si no recordaba mal, las dos mujeres habían sido enemigas hasta ese mismo día.

Deborah Reece, doctora en Medicina y Filosofía, había sido médico y especialista en soporte de sistemas a bordo de la EEI. Todos los astronautas realizaban dos o más trabajos para mantener la estación, y ella era una mujer formidable. Lo más impresionante de todo era que la última vez que Ruth la vio fue en Leadville. De alguna forma, Deborah consiguió escapar al ataque nuclear. Cam se mordió la lengua, mirando cómo la gente iba y venía, hasta que Ruth pareció centrarse al fin.

—Deb, ¿qué haces tú aquí? —preguntó—. Pensaba que Grand Lake era una base rebelde.

—Eso no importa. ¿Conseguiste lo que estabas buscando?

—Sí, sí. Lo conseguimos —Ruth puso su mano buena sobre la rodilla de Cam y la estrujó, aunque no le estaba mirando.

Deborah notó el contacto. Volvió a mirar a su amiga, y Cam intentó sonreír.

—Necesitamos saberlo todo sobre este lugar —dijo él.

—Os diré todo lo que pueda —respondió Deborah, pero de lo que más habló fue de Leadville.

Cam se dio cuenta de que aún no había conseguido aceptar todo lo que le había pasado, algo nada sorprendente.

—Bill Wallace ha muerto —le dijo a Ruth, haciendo un recuento de sus amigos—. Gustavo, Ulinov, todos los del laboratorio.

Nikola Ulinov había sacrificado a cuatrocientas mil personas por los rusos y salvado sólo a una. También había estado en la EEI. Estando en el lado del poder, Ulinov sugirió a Deborah como voluntaria para una unidad de combate. Su entrenamiento médico podía ser de mucha ayuda, dijo, ayudando a hombres y mujeres en las líneas de frente de Leadville, en vez de quedarse al cuidado de políticos en la ciudad.

—Fue una advertencia —dijo Deborah—. Fue lo más que pudo hacer. Si huía... Si todo el grupo desapareciera, Leadville lo habría sabido. Hubieran abatido el avión que llevaba al cabecilla.

Cam la dejó hablar, observando las finas arrugas que se le formaban en las esquinas de los ojos y las comisuras de la boca mientras luchaba consigo misma.

—Cuando pienso en él esperando... —dijo Deborah—. Cuando pienso en que estaba seguro de que iba a morir, pero siguió esperando... —se apoyó contra Ruth y sollozó, intentaba aguantar las lágrimas pero sus ojos brillaban con rabia.

—Tranquila —dijo Ruth—. Ya pasó todo.

Cam frunció el ceño y volvió otra vez la mirada a las montañas, preguntándose por la determinación de aquel hombre, que había echo caer toda aquella fuerza sobre sí mismo. Había visto todo tipo de valor y maldad. A veces, ambas cosas eran uno y lo mismo, la única diferencia era la posición en la que uno se hallaba, y eso hizo que Cam se sintiera inquieto. El creía en lo que estaba haciendo, pero puede que fuera un error.

Tosió fuerte sobre su mano, y luego tocó el dorso de la de Deborah, como si la consolara, infectándola con la vacuna.

—Lo lamento mucho —le dijo.

Grand Lake había desaparecido bajo tierra. Muchos de los tráileres y cabañas se estaban guardando en entradas de túneles. En su camino a la tienda médica, Cam vio una enorme red de camuflaje que cubría las nuevas excavaciones. Se había terminado el trabajo por aquel día, pero vio cómo algunos habían cavado a mano un foso de veinte metros y aún estaban trabajando en uno de los lados, mientras que otros equipos habían construido una estructura de madera en la que verterían el cemento. Supuso que una vez colocadas las cajas de los muros, prepararían los techos, y luego echarían de nuevo la tierra para esconderlo y aislar el bunker. Un esfuerzo innecesario.

«Ya podéis volver todos abajo», pensó. «Podéis bajar la montaña».

Ése debía de ser el motivo por el que Shaug pretendía controlar la vacuna. Si se marchaba demasiada gente, perdería su fuerza de combate. Un éxodo masivo de la división continental podría ser un auténtico desastre, porque sin un ejército organizado, no tendrían nada que hacer contra los rusos.

Puede que el gobernador tuviese razón.

Cam sintió cómo le subía la adrenalina cuando el líder de escuadrón los llevó a una casa descolorida por el sol con una lona a modo de toldo que escondía la puerta. Deborah ya se había ido, prometiendo visitar a Ruth antes del desayuno, y se alegró de que alguien más supiera dónde encontrarlos. ¿Y si Shaug decidía encerrarlos allí?

El iba desarmado y sólo era uno. Atravesó la puerta cuando el líder de escuadrón se lo indicó. Dentro, la casa prefabricada era poco más que un refugio, sin muebles ni moqueta. Muchos de los paneles de las paredes se habían desmantelado para obtener madera, cables y tuberías. Sólo quedaban dos de las lámparas del techo. La cocina había sido desprovista de los armarios, el fregadero y la encimera, y en aquel extraño escenario se hallaba una mujer asiática de pelo corto fumando un cigarrillo. La casa sólo estaba allí para cubrir el hueco de la escalera y los conductos de ventilación que había en el suelo.

Cam dudó delante de los oscuros escalones.

—Tengo que hablar con Shaug —dijo. Fue todo lo que pudo pensar.

—Le llevaremos con él por la mañana, señor —respondió el líder de escuadrón.

Ruth miró a Cam a los ojos, preparada para enfrentarse a lo que fuera, pero el ruido que venía de abajo no sonaba como una prisión, y la mujer del cigarrillo parecía relajada y desinteresada. Cam oyó risas y un hombre que gritaba:

—¡Cinco pavos! ¡Eso son cinco pavos!

Bajaron lo que debieron de ser unos siete metros. Las paredes estaban hechas de cemento, cubiertas por una sola alambrada de color negro. Habían colocado dos lámparas en el techo. Ocho puertas llenaban un pequeño recibidor, todas cubiertas por sábanas. Cam estaba preocupado por la humedad de aquel lugar.

—Ésa es la suya, señor —le dijo el líder de escuadrón, señalando a la primera puerta—. Nosotros estaremos en la de delante, ¿de acuerdo?

—Sí, está bien. —Cam metió a Ruth en su habitación. Era estrecha pero íntima, y estaba equipada con un calentador eléctrico. Se giró para mirar atrás. También había un pequeño catre del ejército y cuatro mantas, aunque estaba demasiado nervioso como para dormir.

Ruth le tocó el pecho y le besó.

—Gracias —le dijo—. Muchas gracias, Cam.

Él se limitó a asentir, no había ninguna ansiedad en el momento. Aquello le hizo sentirse mejor. Ella confiaba en él, y Cam estaba muy contento con aquel vínculo y la seguridad que sentía.

Ruth se tumbó en el catre y Cam se sentó en el suelo, pensativo. Deborah había respondido por Shaug. «Creo que es un buen hombre que ha hecho mucho con muy pocos recursos», le dijo, y ella le conocía mejor que él. Había llegado un par de días antes de que ellos llegasen allí, y sus conocimientos de medicina habían resultado un billete directo al liderazgo.

Después del ataque nuclear, la unidad de Deborah se había rendido al enorme contingente de rebeldes de Grand Lake, la fortaleza de supervivientes norteamericanos más cercana. Loveland Pass había sucumbido, estaba demasiado cerca de la zona cero, y White River podría haber volado también por las gigantescas zonas afectadas por la plaga que había a su alrededor, pero Deborah dijo que también había movimientos similares encima y debajo de la división continental, ahora que las fuerzas estadounidenses se habían empezado a unir. La fuerza de combate de Grand Lake era en realidad mucho más grande de lo que había sido antes de la bomba, aunque muchas de las nuevas tropas eran de infantería o unidades ligeras. Al menos, el ataque sorpresa había hecho mucho bien obligando a que la mayoría de las regiones de los Estados Unidos volviesen a unirse.

Ahora la vacuna volvería a tergiversarlo todo, igual que el registro de datos. Ruth pensaba que investigadores de todas partes estarían a punto de conseguir otros nanos armados como el Copo de Nieve. ¿Podría ser su presencia el impulso que necesitaba el pequeño laboratorio de Grand Lake?

Cuando le besó, Cam vio el terror en sus ojos. Por fin había reconocido la distancia que había escuchado en su voz fuera de la tienda médica. Era el miedo a tener demasiada responsabilidad. Pensándolo bien, aunque le dieran un laboratorio y todo el equipo, se preguntó cómo podría cambiar Ruth la guerra.

20

Había un segundo tipo de nano en la muestra de sangre de Cam, una nueva máquina con forma de X retorcida. Ruth no la había visto nunca, aunque enseguida pensó en aquella cima inerte con miles de cruces. Las emociones que la invadían en aquel momento eran las mismas, confusión y desespero. Se apartó del microscopio y apretó la mano izquierda contra su brazo, incapaz de comprender la verdad. Debería ser imposible, y aun así el extraño nano existía en su sangre junto con la vacuna. En la sangre de él, pero no en la suya. El nano era benigno, de momento. Ruth pensó que estaría esperando a que algo lo activara.

¿De dónde habría salido?

—Dejadme salir —dijo de pronto, girándose hacia el microscopio de su izquierda. La cabina estaba equipada con dos micrófonos, uno para grabar sus observaciones y otro para mantenerse en contacto con el exterior, porque la cabina era demasiado pequeña como para entrar y salir sin ayuda. Para el laboratorio, Grand Lake había construido una caja de acero reforzado para almacenar todo el material que habían reunido. Una pila de aparatos electrónicos bloqueaba parcialmente la puerta, y el gran tamaño del microscopio electrónico llenaba el espacio de la derecha, pero aun así, el laboratorio se mantenía estéril y bien cuidado, e incluso podía obtener más energía de la que necesitaba, hasta para depurar la sala.

Conocían el peligro que comportaba lo que estaba haciendo. El banco de trabajo estaba equipado con proyectores de rayos X y ultravioleta, lo que al menos debería ralentizar un nano descontrolado, en caso de no poder destruirlo directamente, y el aire acondicionado podía crear vientos de diez kilómetros por hora si fuera necesario, acabando con cualquier partícula perdida. Pero no debía pensar en ello. La radiación sería lo bastante mala para cualquiera dentro del laboratorio. Ruth esperaba que la vacuna convirtiera los aparatos en un amasijo de metales, plásticos y cables. Por supuesto, si eso no terminaba con la amenaza, siempre podían cerrar la sala. Era como trabajar dentro de un ataúd.

—Dejadme salir —dijo.

—¿Qué ocurre? —contestó McCown.

Ruth se llevó los guantes a la máscara.

—He olvidado coger mis apuntes, qué despiste —dijo, luchando contra el frío que le provocaba la claustrofobia.

Muchos días, aquel miedo en particular era sólo un débil recuerdo en su mente. Estaba encantada de poder volver a su trabajo, no podía explicar lo bien que sentaba volver a tener el control de las cosas. Ruth tenía la mala costumbre de ignorar todo lo que estuviera fuera de los microscopios, al menos mientras estaba haciendo progresos. A veces se perdía en sus recuerdos. Más de una vez, los nervios le hacían pensar otra vez en aviones o disparos. Hubo una ocasión en que vio hormigas que no existían.

Ruth pensó que había sido muy valiente metiéndose en aquella caja día tras día, pero ahora era lo único que podía hacer para que el ritmo cardíaco no le afectara la voz.

—Por favor —dijo—, sé que es un fastidio, pero...

—¿Y si envío a alguien a por ellos? —dijo McCown—. Le leeremos lo que necesite.

—No —la palabra le salió demasiado deprisa—. No —dijo ahora con más calma—. Debería haber trabajado un poco más en un par de ideas antes de venir. Es que anoche estaba demasiado cansada.

—Está bien —McCown sonó molesto—, déme un momento.

Ruth se hundió contra el banco de trabajo, pero le dio un codazo sin querer a una placa de Petri. El cristal hizo ruido y Ruth se golpeó la cabeza contra un estante por la sorpresa. —¡Ay!

McCown habló por el intercomunicador.

—¿Ruth?

—Mierda —dijo, con el tono adecuado de disgusto—. Este sitio es como una caja de zapatos. —«Dejadme salir», pensó. «Dejadme salir, dejadme salir».

—Cinco minutos, ¿de acuerdo? —dijo McCown.

—Bien —Ruth miró hacia arriba, a las luces que colgaban del techo, y luego atrás y adelante, a las abarrotadas paredes. Estaba atrapada. Se volvió a apoyar sobre la fina y elegante figura del microscopio, era su única vía de escape.

McCown tardaría unos diez minutos, en realidad. Primero tenía que pedir electricidad para poner en marcha los filtros de aire de la sala de preparación que había fuera del laboratorio. Luego, tenía que protegerse la ropa y, sobre todo, el pelo y las manos con un dosificador de vacuna antes de entrar, cerrar la puerta y repetir el proceso con otra vacuna. Lo siguiente era colgar su ropa en unos ganchos de la pared y ponerse la redecilla del pelo, una máscara, guantes y un traje esterilizado. Sólo tras esta meticulosa lista de precauciones podía abrir la puerta de Ruth y ayudarla a guardar su propio traje.

Ella no quería que viera su pánico. Necesitaba enterrarlo en lo más hondo de sí misma, pero su mejor mecanismo de autocontrol la dejó en confrontación directa con la fuente de su miedo.

«¿Quién te ha creado?», se preguntó Ruth, mirando por el microscopio. El nuevo nano era como un fantasma, no debería existir. «¿Quién te habrá creado, y dónde te recogió Cam?» Su muestra de sangre contenía sólo dos de los nuevos nanos que Ruth había aislado hasta el momento, de entre los miles de ejemplares que proporcionaba la vacuna. Pero el fantasma era muy distinto, parecía un trozo doblado de una hélice, mientras que la vacuna era más como un entramado de tallos de plantas.

Era hermoso, en cierto modo, y Ruth se olvidó brevemente de sí misma, atrapada en el misterio. No podía más que maravillarse por el trabajo que representaba. Con una rápida estimación, calculó que estaba formado por menos de mil millones de partículas subatómicas, un tamaño endiabladamente pequeño. La vacuna estaba muy cerca de esa cifra y había sido muy complicado conseguir que así fuera. ¿Podría ser el fantasma un proyecto fallido? Quizás los dos que había encontrado eran fragmentos de algo más grande... No, los dos eran idénticos. Lo que era más interesante, el fantasma tenía el mismo mecanismo de reacción al calor que la vacuna y la plaga, lo que significaba que había sido creado después del Año de la Plaga por alguien que era capaz tanto de identificar el diseño como de reproducirlo. El sistema de calor era una pieza maestra de la ingeniería. Como Ruth y sus colegas, el creador del fantasma no había visto motivo para reinventar la rueda. Invirtió sus esfuerzos en otras cosas. Era evidente que se trataba de un nano activo y que era una biotecnología como la vacuna, diseñada para operar dentro de criaturas de sangre caliente.

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