Anochecer (23 page)

Read Anochecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Anochecer
5.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los demás en la habitación estaban murmurando entre sí, y a Athor le sonó como murmullos de asentimiento. Por los dioses, ¿se estaba volviendo contra él todo el departamento? La expresión de Athor se convirtió en la de alguien que de pronto hallaba su boca llena de algo amargo y no sabía cómo librarse de ello.

—¿Permitir que se quede con nosotros a fin de que pueda ridiculizamos mejor mañana? ¿Cree usted que estoy realmente senil, joven?

—Pero ya le he explicado que el hecho de que yo esté aquí no va a significar ninguna diferencia —insistió Theremon—. Si hay un eclipse, si llega la Oscuridad, no esperen otra cosa que el tratamiento más reverente de mi parte, y toda la ayuda que pueda proporcionar en cualquier crisis que se presente. Y si después de todo no ocurre nada fuera de lo habitual, estoy dispuesto a ofrecerles mis servicios con la esperanza de protegerles, doctor Athor, contra la ira de los furiosos ciudadanos que...

—Por favor —dijo una nueva voz—. Deje que se quede, doctor Athor.

Athor miró a su alrededor. Siferra había entrado en la habitación sin que nadie se diera cuenta.

—Lamento llegar tarde. Hemos tenido un pequeño problema de último minuto en la oficina de Arqueología que ha alterado un poco las cosas y... —Él y Theremon intercambiaron sendas miradas. Siguió hablando a Athor—: Por favor, no se ofenda. Sé lo cruelmente que se ha burlado de nosotros. Pero le pedí que viniera aquí esta tarde para que pudiera comprobar de primera mano que realmente teníamos razón. Él..., es mi invitado, doctor.

Athor cerró los ojos un momento. ¡El invitado de Siferra! Eso ya era demasiado. ¿Por qué no invitar a Folimun también? ¿Por qué no a Mondior?

Pero había perdido el deseo de seguir discutiendo. El tiempo era cada vez más corto. Y, evidentemente a ninguno de los otros le importaba tener a Theremon allí durante el eclipse.

¿Por qué debería importarle a él?

¿Por qué debería importar nada, en estos momentos?

—De acuerdo —dijo resignadamente—. Quédese, si eso es lo que quiere. Pero le agradeceré que se contenga de interferir de ninguna manera con nuestro trabajo. ¿Ha entendido? Se mantendrá fuera de nuestro camino tanto como le sea posible. Y recuerde también que yo estoy a cargo de todas las actividades aquí, y que, pese a las opiniones que sobre mí ha expresado en su columna, sigo esperando toda la cooperación y todo el respeto...

21

Siferra cruzó la habitación hasta situarse al lado de Theremon y dijo en voz baja:

—No esperaba seriamente que viniera usted aquí esta tarde.

—¿Por qué no? La invitación era seria, ¿no?

—Por supuesto. Pero fue usted tan salvaje en sus burlas en todas esas columnas que escribió sobre nosotros..., tan cruel...

—Irresponsable es la palabra que utilizó usted —dijo Theremon. Ella enrojeció.

—Eso también. No imaginé que fuera usted capaz de mirar a Athor a los ojos después de todas esas horribles cosas que

—Haré más que mirarle a los ojos, si resulta que sus macabras predicciones son exactas. Me pondré de rodillas ante él y le pediré humildemente perdón.

—¿Y si resulta que sus predicciones no son exactas?

—Entonces me necesitará —dijo Theremon—. Todos ustedes me necesitarán. Éste es el lugar donde debo estar esta tarde.

Siferra lanzó al periodista una mirada de sorpresa. Él siempre decía lo inesperado. Todavía no había conseguido comprenderle. Le desagradaba, por supuesto..., no hacía falta decir eso. Todo lo referente a él, su profesión, su forma de hablar, las ropas llamativas que usaba normalmente, le chocaban como cosas ostentosas y vulgares. Toda su personalidad era un símbolo, para ella, del crudo, tosco, deprimente, vulgar, repelente mundo más allá de los muros de la universidad que siempre había detestado.

Y sin embargo, y sin embargo, y sin embargo...

Había aspectos en este Theremon que habían conseguido ganar pese a todo su reacia admiración. Por una parte, era duro: absolutamente inmutable en su persecución de lo que fuera tras lo que iba. Podía apreciar eso. Era directo, incluso brusco: qué contraste con los tipos académicos, resbaladizos, manipulativos y perseguidores del poder, que pululaban a su alrededor en el campus. También era inteligente, no había ninguna duda al respecto, aunque había elegido dedicar su particular tipo de vigorosa e inquisitiva inteligencia a un campo trivial y carente de significado como era el periodismo. Y respetaba su robusto vigor físico: era alto y de aspecto recio y con una evidente buena salud. Siferra nunca había sentido demasiada estima hacia los débiles. Había tenido mucho cuidado de no ser ella uno.

En verdad, se dio cuenta —por improbable que fuera, por incómoda que la hiciera sentirse—, en cierto modo la atraía. ¿Una atracción de polos opuestos?, pensó. Sí, sí, ésa era una forma bastante exacta de decirlo. Pero no enteramente. Debajo de las diferencias superficiales, sabía Siferra, tenía más cosas en común con Theremon de las que estaba dispuesta a admitir.

Miró intranquila hacia la ventana.

—Se está haciendo oscuro ahí fuera —dijo—. Más oscuro de lo que nunca había visto antes.

—¿Asustada? — preguntó Theremon.

—¿De la Oscuridad? No, realmente no. Pero estoy asustada de lo que va a ocurrir después de ella. Usted también debería de estarlo.

—Lo que va a ocurrir después —dijo él— es la salida de Onos, y supongo que Trey y Patru brillarán también, y todo volverá a ser como era antes.

—Suena usted muy seguro de ello.

Theremon se echó a reír.

—Onos ha salido cada mañana de mi vida. ¿Por qué no debería estar seguro de que lo hará mañana?

Siferra agitó la cabeza. El hombre empezaba a irritarla de nuevo con su testarudez. Resultaba difícil de creer que hacía unos momentos se había estado diciendo a sí misma que lo hallaba atractivo.

—Onos saldrá mañana —dijo fríamente—. Y contemplará una escena de devastación que una persona de su limitada imaginación es evidentemente incapaz de anticipar.

—¿Todo presa del fuego, quiere decir? ¿Y todo el mundo vagando de un lado para otro, balbuceando y farfullando mientras la ciudad arde?

—Las pruebas arqueológicas indican...

—Fuegos, sí. Holocaustos repetidos. Pero sólo en un pequeño emplazamiento, a miles de kilómetros de aquí y a miles de años de distancia en el pasado. —Los ojos de Theremon llamearon con repentina vitalidad—. ¿Y dónde están sus pruebas arqueológicas de los estallidos de locura masiva? ¿Extrapola usted a partir de todos esos fuegos? ¿Cómo puede estar segura de que ésos no fueron fuegos puramente rituales, encendidos por hombres y mujeres perfectamente cuerdos con la esperanza de que trajeran a los soles de vuelta y desvanecieran la Oscuridad? ¿Fuegos que se les escaparon cada vez de las manos y causaron unos daños mayores de los calculados, cierto, pero que de ninguna forma pueden relacionarse a un deterioro mental por parte de la población?

Ella le miró llanamente.

—Hay pruebas arqueológicas de eso también. Del extenso deterioro mental, quiero decir.

—¿De veras?

—Los textos de las tablillas. Que hemos terminado de descifrar esta misma mañana de acuerdo con los datos filológicos proporcionados por los Apóstoles de la Llama...

Theremon se echó a reír a carcajadas.

—¡Los Apóstoles de la Llama! ¡Maravilloso! ¡Así que usted es un Apóstol también! Qué vergüenza, Siferra. Una mujer con una figura como la suya, y a partir de ahora tendrá que ocultarse dentro de uno de esos horribles hábitos informes...

—¡Oh! —exclamó ella, refrenando un enrojecido estallido de furia y odio—. ¿No sabe hacer usted ninguna otra cosa excepto burlarse? ¿Tan convencido está de su propia rectitud que incluso cuando está mirando directamente la verdad todo lo que puede hacer es dejar escapar alguna lamentable broma de mal gusto? Oh..., usted..., es imposible...

Giró en redondo y se encaminó rápidamente hacia el otro extremo de la habitación.

—Siferra... Siferra, espere...

Ella le ignoró. Su corazón latía con furia. Se daba cuenta ahora de que había sido un terrible error haber invitado a alguien como Theremon a estar allí la tarde del eclipse. Un error, de hecho, haber tenido incluso nada que ver con él. Era culpa de Beenay, pensó. Todo era culpa de Beenay.

Al fin y al cabo, era Beenay quien le había presentado a Theremon, aquel día en el club de la facultad, hacía varios meses. Al parecer el periodista y el joven astrónomo se conocían desde hacía tiempo, y Theremon consultaba regularmente a Beenay sobre asuntos científicos que eran noticia.

Lo que era noticia justo entonces era la predicción de Mondior 71 de que el mundo terminaría el 19 de theptar..., que por aquel entonces estaba aproximadamente a un año en el futuro. Por supuesto, nadie en la universidad tenía a Mondior y a sus Apóstoles en ningún tipo de consideración, pero fue aproximadamente en el mismo momento cuando vino Beenay con sus observaciones de las aparentes irregularidades en la órbita de Kalgash, y Siferra informó de sus hallazgos de incendios a intervalos de 2.000 años en la Colina de Thombo. Ambos descubrimientos, por supuesto, tenían la desalentadora cualidad de reforzar la plausibilidad de las creencias de los Apóstoles.

Theremon había parecido saberlo todo acerca del trabajo de Siferra en Thombo. Cuando el periodista entró en el club de la facultad — Siferra y Beenay estaban ya allí, aunque no a causa de ninguna cita preestablecida—, Beenay simplemente tuvo que decir:

—Theremon, ésta es mi amiga la doctora Siferra, del Departamento de Arqueología.

Y Theremon respondió al instante:

—Oh, sí. Los poblados quemados uno encima del otro en esa antigua colina.

Siferra sonrió fríamente.

—¿Ha oído hablar de eso?

—Beenay me ha contado algo, sí. Por supuesto, me dijo que no podía publicar nada al respecto. ¡Fascinante! ¡Absolutamente fascinante! ¿Cuál es la edad del inferior, diría usted? ¿Cincuenta mil años?

—Más bien doce o catorce —rectificó Siferra—. Lo cual es inmensamente viejo, cuando uno considera que Beklimot..., ¿conoce Beklimot, ¿verdad?..., que Beklimot tiene tan sólo veinte siglos de antigüedad, y hasta ahora se ha pensado que era el asentamiento más antiguo en Kalgash. Tiene intención de escribir algo acerca de mis hallazgos, ¿verdad?

—En realidad, no era ésa mi intención. Le repito, le di a Beenay mi palabra. Además, parecía un poco abstracto para los lectores del Crónica, un poco remoto para sus preocupaciones cotidianas. Pero ahora creo que hay una auténtica historia ahí. Si estuviera dispuesta usted a fijar una cita conmigo y proporcionarme los detalles...

—Prefiero que no — dijo Siferra con rapidez.

—¿El qué? ¿Fijar una cita? ¿O proporcionarme los detalles?

Su rápida y descarada respuesta le dio a toda la conversación una nueva luz para ella. Vio, con ligera irritación y leve sorpresa, que el periodista se mostraba de hecho atraído por ella. Entonces se dio cuenta, pensando en los últimos minutos, que Theremon debía de haberse estado preguntando todo el tiempo si había algo romántico entre ella y Beenay, puesto que los había encontrado a los dos sentados juntos en el club. Y al fin había decidido que no había nada, y de este modo se había decidido a ofrecer ese primer avance, ligeramente como un flirteo.

Bueno, ése era su problema, pensó Siferra.

Ella dijo, en un tono deliberadamente neutral:

—Todavía no he publicado mi trabajo en Thombo en las revistas científicas. Sería mejor que no apareciera nada en la Prensa general hasta que haya salido en la especializada.

—Entiendo. Pero, si le prometo que retendré el material hasta que usted lo haya hecho público, ¿estará dispuesta a proporcionarme su material con la anticipación suficiente?

—Bueno, yo...

Miró a Beenay. ¿Qué valía la promesa de un periodista después de todo?

Beenay dijo:

—Puedes confiar en Theremon. Ya te lo he dicho: es tan honorable como el que más, en lo que a su trabajo se refiere.

—Lo cual no es decir mucho —señaló Theremon, y se echó a reír—. Pero soy lo bastante consciente como para no quebrantar mi palabra en un asunto de prioridad científica de publicación. Si yo lanzara las campanas al vuelo sobre su historia, Beenay se ocuparía inmediatamente de que mi nombre se convirtiera en lodo en toda la universidad. Y dependo de mis contactos en la universidad para algunas de mis más interesantes columnas. Así que, ¿puedo contar con una entrevista con usted? ¿Digamos, pasado mañana?

Así fue como empezó.

Theremon fue muy persuasivo. Finalmente ella aceptó comer con él, y lentamente, arteramente, él le fue sacando todos los detalles de la excavación de Thombo. Después lo lamentó: esperó ver una estúpida y sensacional columna en el Crónica al día siguiente..., pero Theremon mantuvo su palabra y no publicó nada acerca de ella. Sin embargo, le pidió ver su laboratorio. De nuevo cedió ella, y él inspeccionó los mapas, las fotografías, las muestras de cenizas. Hizo algunas preguntas inteligentes.

—Ahora va a escribir sobre todo, ¿verdad? —preguntó nerviosamente ella—. Ahora que ya lo ha visto todo.

—Le prometí que no lo haría. Y hablaba en serio. Aunque, en el momento en que usted me diga que ha arreglado las cosas para publicar sus hallazgos en uno de los periódicos científicos, me consideraré libre de contarlo todo apenas aparezcan. ¿Qué diría usted de cenar juntos en el Club de los Seis Soles mañana por la tarde?

—Bueno, yo...

—¿O pasado mañana?

Siferra raras veces iba a lugares como los Seis Soles. Odiaba proporcionar a alguien la falsa impresión de que estaba interesada en los enredos sociales.

Pero no resultaba fácil decirle no a Theremon. Gentilmente, alegremente, hábilmente, él maniobró hasta situarla en una posición en la que no pudo eludir una cita..., para dentro de diez días. Bueno, ¿y qué?, se dijo. Era un hombre atractivo. Podía aprovechar un cambio de ritmo del intenso agobio de su trabajo. Se reunió con él en los Seis Soles, donde todo el mundo parecía conocerle. Tomaron unas copas, cenaron, un espléndido vino de la provincia Thamiana. Él llevó la conversación hacia este lado y aquel otro, muy hábilmente: un poco acerca de la vida de ella, su fascinación por la arqueología, sus excavaciones en Beklimot. Descubrió que ella no se había casado nunca y nunca se había interesado en hacerlo. Hablaron de los Apóstoles, de sus locas profecías, de la sorprendente relación de sus hallazgos en Thombo con las afirmaciones de Mondior. Todo lo que él dijo estuvo lleno de tacto, percepción, interés. Se mostró muy encantador..., y también muy manipulador, pensó.

Other books

Men Of Flesh And Blood by Emilia Clark
The Untouchable by Gerald Seymour
Bitter Black Kiss by Clay, Michelle
Sinful Seduction by Katie Reus
Come Easy, Go Easy by James Hadley Chase
Regrets Only by Nancy Geary