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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

Anécdotas de Enfermeras (20 page)

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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—¿Qué?, ¿te has peleado con el Lagarto?

El Lagarto es el tipo de jabón de pastilla que se usaba antiguamente para lavarlo todo. Aquí vemos unas uñas como peinetas, las uñas de los pies negras y largas; pero eso sí, el chándal bueno, las cadenas y las pulseras de oro, el paquete de Winston, el móvil de última generación...

En Odontología también se ven casos vomitivos de personas, sobre todo ancianos, que no se han lavado prácticamente nunca la dentadura. A algunos hay que quitarles el sarro casi con un punzón. Tal es la historia de una anciana que se somete a inspección y el dentista, aparte de un aliento que tumbaba de espaldas, ve algo en las encías que cree que son líquenes, hongos debidos a la falta de higiene bucal. Examinando más en profundidad, sospecha lo peor:

—¿Usted cuándo comió lentejas por última vez?

—La semana pasada.

—Pues aún las tiene ahí guardadas en la despensa.

Una yonqui se escapó una vez a comprar droga a un proveedor que vendía enfrente del hospital; el Chiquetete, se apodaba. Los vigilantes no se dieron cuenta porque iba vestida de calle, pero cuando volvió nos percatamos de que le había mangado la ropa de calle a una enfermera para pasar desapercibida. Yonquis hemos tenido unos cuantos. Uno se nos coló en el quirófano durante un parto hace un año, con unos pelos tremendos y con una bata de médico. Yo le abroncaba:

—Pero tú, ¿de dónde has cogido esa bata?

Y él, todo pachorras, me miraba por encima del hombro:

—Mírala a ella qué empecinada está con la bata, a ti qué te importa la bata...

Se puso a revolver en nuestras taquillas, me quitó un suéter, a otra unos pantalones... Lo acorralamos entre todas hasta que vino el vigilante, pero para zafarse de él le dio un golpe a un cristal y se hizo una raja que le empezó a sangrar a borbotones, total, que al final, encima, tuvimos que ponernos a curarlo.

Hace treinta años tuve mucho tiempo ingresado a un paciente de un pueblo pequeñito llamado El Secadero con un problema en la rodilla. Él era muy activo, así que cuando mejoró, le puse al mando del carro y yo iba por las habitaciones repartiendo la comida y la bebida de los enfermos como las camareras. Y le nombré ministro de la planta. Es más, antes los sueros no venían en paquetes de plástico como ahora sino en botellas de cristal cerradas con unas chapas metálicas, de modo que yo le enganchaba las chapas con imperdibles en la pechera de la bata, para que fuera condecorado. Él estaba la mar de orgulloso. Le dieron el alta y se marchó a su casa, invitándome a ir cuando quisiera, pero no me hizo falta ir para saber de él porque al cabo del tiempo, estando yo en Partos, empezaron a venirme todas sus hijas a parir, sobre todo una que ha tenido diez hijos y he estado en todos. La primera vez que vino, preguntó por mí para que me fueran a buscar:

—Dígale que soy hija del ministro de la planta. Resulta que el señor no había sido sólo el ministro de la planta, sino que a la finca en la que le tocó una vivienda de protección oficial en El Secadero le llamaron La Moncloa, ¡porque él vivía allí! El padre ya ha muerto, pero a su hija todavía la conocen como la hija del ministro.

La gente durante el parto hasta intenta tirarse por la ventana. Yo se la abro y la invito a hacerlo de verdad. Y otras amenazan con rajar al marido:

—¡Se va a enterar cuando lo coja!

Como si ella no hubiera participado en la cópula, vamos. O bien:

—¡A mí ése no me la mete otra vez!

—Pues si no lo hace contigo, se la va a meter a otra, peor para ti —les advierto.

Otras te cuentan de todo durante la anestesia: «¡Pepe, Pepe...!». Cuando despiertan les pregunto:

—¿Cómo se llama tu marido?

—Pepe.

—Ah, vale, entonces coincide con el del sueño.

Como cotilleo, he estado hablando con Doña Pilar de Borbón, la hermana del rey, que veraneaba en Sotogrande y vino porque al niño se le había roto una pierna y había que operarlo; e incluso con el rey Don Juan Carlos, al que acompañé hasta la puerta del hospital, allí con todo el séquito y yo detrás.

También estuve en el parto del nieto de Felipe González. El hijo, muy educado y muy simpático, no mencionó quién era, y yo disimulé como si no supiera nada. Eso sí, estuve toda la noche, durante las cinco horas que ella tardó en dar a luz, con la broma:

—Tu cara me recuerda a alguien. Yo te conozco a ti de algo y no sé de qué. Tu boca me recuerda a alguien.

Y él se reía muchísimo. Le preguntaba:

—¿Tú de dónde eres...? ¿Dónde vives...? ¿Es éste el primer nieto de tus padres...?

Me respondía a todo muy amable, pero lo mejor fue cuando le sonsaqué a qué se dedicaba.

—Soy pintor.

—No me digas, con la falta que me hace, si estoy loquita buscando un pintor para que me pinte las paredes de la casa que me estoy terminando de arreglar ahora.

—No, mujer, que pinto cuadros...

—No me digas, con la falta que me hacen los cuadros. De todo me hace falta en esa casa.

Cuando la mujer estaba en dilatación, le invité a un café y se sorprendió:

—¿De verdad me vas a invitar a un cafecito?

—Hombre, tú estás en el hospital de La Línea, no en el de Madrid.

—Pues después me fumaría un cigarrito...

—Ay, qué bien, si es que hay que ver cómo son los socialistas, que con todas las cosas que quedan por arreglar en este país, hayan tenido que empezar por prohibirnos fumar. Si yo pudiera echarme a ese Zapatero a la cara le iba a decir lo que vale un peine.

—Eso, eso, eso.

El sólo se reía y yo seguía sacándole temas como los robos, la operación Malaya de Marbella, la adopción, que no era justo que costara dos millones adoptar a un niño, provocándole un poquillo. A esto que sor Joaquina, que era la otra enfermera que estaba allí asistiendo al parto, también partida de la risa, le cuenta un chiste:

—Parió una gitana a un niño con los puños cerraos, que no había manera de despegárselos, y el gitano le decía al médico: «Doctor, a este niño qué le va a pasar con las manos, que éste tiene que trabajar...». «Bueno, vamos a esperar unos días, a ver cómo evoluciona.» Pasa una semana, dos, tres... y el médico decide que hay que operar. ¿A que no sabes qué llevaba el niño en las manos? El reloj del ginecólogo y la pulsera de la matrona. ¡Ya los había cogido!

—Esto es la caña —decía—, qué graciosa es la gente de La Línea.

Yo me animé y le conté otro de llanitos
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.

—Ya ves si son tontos que va una llanita a la plaza a comprar patatas y le dice a la verdulera: «Muchacha, ponme dos kilos de papas, pero no me las pongas muy gordas que tengo que ir muy lejos con el plástico». O estos dos llanitos que se encuentran y le pregunta uno al otro: «Oye, ¿tú no me dijiste que tu hermano era bobby (policía inglés)?». «Sí, no lleva años ni ná...» «¿Y qué número de placa tiene?» «El 36.» «¡Me cago en la leche, ¡pues ayer por poco le vi, porque me encontré con el 3 5!» —Y aún le conté el último—: «Johnny, tu casa está ardiendo...». «No importa, si yo tengo las llaves en el bolsillo...»

D.P.

Con tantos años como la anterior entrevistada en el mismo hospital, D. P. agrega, entre las anécdotas que siguen, una perla que no es un chiste, sino pura realidad. Llega un llanito y pregunta en recepción: «Perdone, ¿me indica usted dónde está la sala de las mujeres muertas?».

Por otro lado, viene una mujer con su marido derivado de un hospital de Madrid; supimos que era el Puerta de Hierro porque le preguntamos a la mujer y nos aclaró:

—Pues creo que sí, porque el hospital tenía una puerta de hierro por la que se entraba y se salía.

La cuestión es que le tuvimos que prevenir de que su esposo estaba muy mal e iba a necesitar la ropa para el entierro.

Ella se va a casa, se trae una bolsa, y cuando el señor fallece y vamos a amortajarle, resulta que la ropa era la de ella, su falda, su camisa...

—Oiga, ¿usted qué ha traído?

—Hombre, yo me he traído el luto, porque si se moría no iba a ir yo al mortuorio con toda la ropa de colores...

La mandamos de vuelta a casa y se viene con pantalón, camisa, chaleco, chaqueta, zapatos... el traje de la boda, vamos, no veas lo que nos costó encajarle aquello al difunto.

Se muere un gitano en planta de una enfermedad contagiosa y le decimos a la madre que hay que meterlo en la nevera. La mujer se niega en redondo:

—Ni de broma vais a meter a mi hijo en la nevera, como si fuera una pescadilla, vamos.

Ingresa un viejecito andaluz de esos cerraos del campo venga a toser sin parar, ante lo cual le conmina el médico:

—Juan, el cigarrillo hay que dejarlo, que es lo que le está provocando esa tos.

—Mire usted, doctor, si jumo, tueso; y si no jumo, también tueso. Pues jumo y tueso [sic].

Justo cuando entró otra compañera a trabajar, me mandaron avisarle de que el paciente de la 101 cama tres tenía melenas (lo que significaba que sangraba por el ano). Voy, se lo advierto, y me suelta:

—Uy, melenas, si el hombre es la mar de formal, cómo se va a dejar el pelo largo, que va siempre todo arregladito y muy peladito.

Nos contaron varias enfermeras que en la UCI había un hombre en coma, entubado, al que le trataban como si estuviera consciente. Ani le cantaba, otra le lavaba, las enfermeras le hablaban y le explicaban lo que le estaban haciendo. No salían de su asombro cuando el hombre salió del coma y les agradeció a cada una personalizadamente: gracias a ti por cantarme, a ti por lavarme, a ti también, que un día me lavaste y luego en lugar de echarme la colonia te equivocaste de tarro y me volviste a echar jabón y me tuviste que aclarar otra vez... Les explicó que él, desde allí donde estuviera, las veía como si las estuviera sobrevolando.

El médico le estaba haciendo el historial al enfermo y, para ello, le pregunta:

—José, ¿usted bebe?

—No, yo no bebo.

Pero en la analítica se veía claramente que había bebido. Y le insiste:

—A ver, cuénteme lo que bebe desde que se levanta hasta que se acuesta, que yo no le voy a juzgar, es sólo por saber de qué puede estar usted mal.

—Pues hombre, yo me levanto y me tomo un carajillo antes de irme al trabajo. Después con el café me tomo una copita de aguardiente. Luego, del trabajo hacia mi casa, me paro a tomarme una cervecita. Durante la comida me tomo media botellita de vino, que eso no es malo, ¿verdad, doctor? Después me tomo un té con un chorrito de anís, que está muy bueno. Por la tarde, voy a jugar al dominó con los amigos y me tomo un par de cervezas, porque, claro, no voy a jugar al dominó a palo seco. Y ya en la cena me tomo la otra media botellita de vino, que eso no es malo, ¿verdad? Pero vamos, que yo no bebo, yo alcohol no bebo, excepto algún cubatita de vez en cuando que salgo una noche por ahí con los amigos.

O sea, que le acercabas una cerilla y salía ardiendo, pero él consideraba bebedor al alcohólico, al que se emborrachaba como una cuba e iba dando tumbos por ahí.

Se muere un hombre y la mujer se queda sólita allí, toda hecha polvo. Mi compañera, María Angelines, toda empática, se ofrece para acompañarla al mortuorio y hacerle un poco de compañía. Y ella con su letanía:

—Ay, qué lástima, con lo bueno que era... Porque él conmigo ha sido muy bueno, siempre se ha portado muy bien... Ay, bueno, ya se ha terminado todo... Ya se han terminado las palizas cuando venía mareado, ya se ha terminado el que fuera a coger almejas, cogiera pocas y pagara el cabreo conmigo... Con lo bueno que era, lástima que cuando bebía, perdía su conocimiento y alguna paliza me daba, pero salvo por eso, el hombre era muy bueno conmigo... Ante lo cual me espeta María Angelines: —Anda, vámonos, que yo ya estoy harta de escucharle a ésta lo bueno que era el capullo del marido.

Es muy típico que lleguen preguntando a la primera bata blanca que vean por delante en plan:

—Mire usted, mi vecina que ha ingresado aquí...

—¿Y cómo se llama su vecina?

—Sí, la que la han operado de... Que tiene el hijo que trabaja en la plaza...

—Pero es que sin el nombre...

—Se llama Carmen, pero los apellidos no los sé.

A ver cómo buscas tú a la enferma con esos datos.

A. M. M.

Es compañera de las tres enfermeras anteriores desde que se inauguró el Hospital de La Línea, en donde sigue trabajando en la actualidad en el Laboratorio.

Una noche nos entra una niña de cinco años y un niño de tres, rubitos, con ojos azules, monísimos... pero llenitos de hollín. La madre había ido a abrir la puerta y se le cerró de golpe, quedándose los dos solos dentro delante de una estufa de butano, y no se les ocurrió nada mejor que empezar a quemar papelitos y lanzarlos al aire. El sofá prendió y ellos estuvieron inhalando humo hasta que la niña vio que se estaban poniendo malitos, se le iluminó la bombilla y tiró del hermano hasta la habitación, para poder respirar. Todo ello mientras la madre luchaba a brazo partido por tirar la puerta abajo. Cuando lo logró, encontraron al niño tirado en la cama y a la niña en el suelo. Los sacamos adelante, se pusieron bien, pero los tuvimos allí un tiempo en observación. Yo no he visto niños más traviesos en mi vida. A los padres no les daba un infarto porque Dios no quería. La madre me contó que para Navidades hizo toda la compra el día 22, y el 24, cuando fue a cocinar la cena de Nochebuena, no le quedaba ni un triste palito de cangrejo en la nevera: se lo habían tirado todo por la ventana. No se podía despistar ni un segundo porque le destrozaban la casa, así que me fui corriendo a hablar con el médico para que les diera el alta antes de que nos quemaran el hospital.

Teníamos una compañera muy exagerada, tanto que para el amigo invisible que hacemos por Navidad vio un oso muy grande de peluche al lado del árbol y avisó: «Qué cosa más bonita, como me toque a mí el oso, me tiro al suelo». Le tocó el oso, y al suelo que se tiró. Pues ésta era gordita, con las piernas tan gruesas que llegó a petar las medias de descanso que llevábamos con el uniforme de falda, delantal, cofia y demás antiguo. La carne del gemelo se le salía por el boquete de las medias, a la buena mujer. Y un día me pregunta un enfermo:

—¿La muchacha del lunar en la pierna no viene? ¿Está librando?

Nosotras no sabíamos a quién se refería, hasta que vino Dori y me la señaló. ¡El lunar era el huevo que le hacía el agujero en la media!

Entro en una habitación y veo a un señor mayor que está agachado en el suelo buscando algo. —¿Qué busca?

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