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Authors: Kate Jacobs

Amigas entre fogones (39 page)

BOOK: Amigas entre fogones
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—Hannah —dijo Gus, sin disimular muy bien su irritación—. Siempre estás diagnosticando enfermedades a la gente, incluso a los personajes de la tele, y no eres médico realmente.

—Esta vez he acertado —dijo ella en tono confiado. A decir verdad, desde la última emisión le había rondado por la cabeza algo relacionado con Priya, pero no había sido capaz de definir qué era—. Eran las cejas —explicó ahora.

—Priya Patel es simplemente una madre de unos cuarenta y tantos años con demasiadas cosas que hacer. Es como cuando tienes críos pequeños.

—¡Ay! —Hannah hizo una mueca—. Pero ése no es su problema, te lo digo yo.

—No puedes ir por ahí entrometiéndote en la vida de la gente —insistió Gus, que vio perfectamente la expresión del rostro de Hannah—. Y no quiero oír ningún comentario de esa boca llena de manteca de cacahuete, muchas gracias.

—Muy bien, doña «Yo Nunca Me He Entrometido En La Vida De Nadie». Mira, esa mujer tiene un problema de tiroides, y ni siquiera lo sabe.

—Espero que no estés planeando asediar a Priya durante la fiesta del Cuatro de Julio, ¿no?

—Por supuesto que no —respondió, como si Gus hubiese dicho un disparate absurdo—. Contacté con Porter para pedirle su dirección electrónica.

La llegada del coche de Joe interrumpió la charla y Gus dejó a Hannah con sus tostadas, marchándose con la maleta de ruedas repleta de extractos bancarios. Mientras iban por FDR Drive, había sentido un temor creciente al ver pasar por delante de sus ojos el edificio de Naciones Unidas, el centro médico de la Universidad de Nueva York y el Puente Williamsburg, abriéndose paso por el asfalto entre el tráfico, y su coche, uno más de la infinita masa de vehículos que avanzaba hacia Manhattan. Camino de la oficina, del terreno de juego, de una entrevista con el FBI…

Aimee estaba esperándola en la acera cuando el coche se detuvo, cerca de Federal Plaza, para entrar con ella en el edificio. Se había tomado el día libre, por lo cual Gus le estaba muy agradecida, y así se lo había hecho saber.

Una cola de gente rodeaba el edificio.

—Oh, no —dijo Gus—. Ahora va a ser imposible llegar puntuales a la cita.

—Esa es la fila de inmigración, mamá —dijo su hija, y le cogió la maleta—. Nosotras entramos por ahí.

Tras superar una cola no muy larga en la zona de control —que era igualita a las del aeropuerto, con sus escáneres de seguridad—, cogieron un ascensor.

—Hola —dijo el hombre de cabellos castaños que entró en la sala de espera. Era de complexión normal, algo menos de metro setenta de estatura, y llevaba gafas sin montura y traje azul oscuro. Tenía una expresión solemne en el rostro, pero era más joven de lo que Gus se había esperado después de oír su voz profunda por el teléfono—. Soy Jeremy Brewer —añadió, y le estrechó la mano con firmeza—. Hablé con usted antes, señora Simpson.

Gus asintió en silencio.

—No tiene por qué estar nerviosa —dijo el agente Brewer al tiempo que les entregaba a cada una su tarjeta—. Soy contable forense. Mi arma favorita es la calculadora.

Aimee se rio. Su madre no.

Fueron con él hasta un pequeño despacho, y Gus pasó varias horas tomando café y visando sus extractos bancarios falsos, mientras el agente tomaba apuntes. Aimee, que estaba familiarizada con los documentos por haberlos repasado personalmente en las semanas anteriores, intervenía de vez en cuando con algún comentario.

—Hagamos un alto. —El agente Brewer se puso de pie—. Comamos un poco y reanudemos la reunión después.

—Yo pensaba que no tendría mucho que decir —dijo Gus.

—Pero conocía a ese tipo desde hacía diez años, profesional y socialmente —respondió él, y fue a abrir la puerta del despacho—. Muchas veces la gente sabe más de lo que realmente cree.

—Toc-toc —dijo una voz perteneciente a una mujer alta y trajeada de negro—. He visto que hacían un descanso y pensé aprovechar la oportunidad para saludar a la incomparable Gus Simpson. —La mujer sacó un libro de recetas que llevaba escondido en la espalda—. Y esperaba que pudiera…

—Pues claro que sí —respondió ella, aceptando el bolígrafo que le tendía y retrocediendo al despacho para volver a tomar asiento—. ¿A nombre de quién quiere que lo escriba?

—Estará entretenida unos minutos —dijo Aimee en tono amable—. Seguramente le ayudará a sentirse mejor.

—Estupendo —dijo el agente Brewer—. Pero he de confesar que yo nunca he visto ninguno de sus programas de cocina.

—¿Nunca ha visto a mi madre?

—Sin ánimo de ofender…

—No es ninguna ofensa. —Sonrió de oreja a oreja.

—Bueno, hábleme de su trabajo en la ONU —dijo el agente Brewer—. Suena interesante. —Metió la mano en el bolsillo para darle una tarjeta.

—Ya me ha dado una —dijo ella.

—¿Ah, sí? —repuso él con fingida sorpresa—. Bueno, pues aquí tiene otra. Sólo quiero estar seguro de que tiene mi número.

—¿Oh, sí? —dijo Aimee.

—Sí, señora.

26

Cada año, desde que había entrado en Canal Cocina, Gus había invitado a todo el equipo de su programa a una fantástica fiesta de cierre de emisión. Pero, con el futuro del programa aún en el aire, no quería esperar a la última grabación. Podía imaginarse un montón de caras tristes si posponía las celebraciones hasta el final de la temporada y resultaba que el programa no se renovaba. No, mucho mejor aprovechar la fiesta del Cuatro de Julio para dar las gracias a todo el mundo por su duro esfuerzo y su entrega, cuando los ánimos (y las esperanzas) aún estaban altos.

El tema de la fiesta era obvio: comer, beber y ser felices. ¿El menú? Chapatitas de cangrejo, bollos preñados (bocadillos con chorizo) en homenaje a España, tacos de tomate y sandía en palillos y ensalada fría de papaya y lechuga. Ahora era diferente trabajar con Oliver en la cocina, pero aunque enamorados y a menudo robándose una caricia en la mejilla o disfrutando de un beso intenso en privado, habían decidido ser profesionales y discretos en público.

Estaban invitados los familiares de los empleados, incluida la familia de Priya Patel, y Gus estaba entusiasmada imaginando a un montón de crios corriendo por el jardín.

En previsión, había comprado varios barquitos teledirigidos, para que pudieran echar carreras en el estanque, y una caja de tizas para garabatear en las losas del patio, y había montado en la hierba suficientes mesas de picnic alquiladas para que todos los invitados estuviesen cómodos. No era tan suntuoso como las numerosas fiestas que había organizado hasta entonces, pero parecía lo más apropiado dada la incertidumbre que rodeaba al programa. Sobre todo, era lo que le pedía el corazón. Y Gus sabía que ése era el ingrediente más importante.

La casa estaba ya medio llena cuando empezaron a llegar los invitados, pues Sabrina y Aimee habían ido a pasar allí el fin de semana y Hannah, como de costumbre, ayudó a Gus a saludar el día con una taza de humeante café y un rato de charla. La diferencia, sin embargo, era que por una vez ella había variado de atuendo y, en vez de recurrir a alguno de los gastados chándales de su colección, se había puesto ni más ni menos que una falda color berenjena y un sencillo suéter blanco que Sabrina le había ayudado a elegir. Los pies, liberados de las zapatillas de deporte por primera vez en décadas, se le veían palidísimos en un par de sandalias metalizadas, con las uñas pintadas en coral intenso. Y su cabello pelirrojo, en lugar de estar recogido en una coleta, resplandecía (gracias a un tratamiento acondicionador que le había dado Sabrina) con un nuevo corte de líneas elegantes.

Había algo que llenaba de vida la casa solariega cuando había tantas voces, pensaba Gus, y le encantaba tener las habitaciones ocupadas. Porter y su mujer, Ellie, llamaron al timbre a las cuatro en punto, con su último nieto de la mano, y Gary Rose (sí, también había invitado al facilitador del hotel) apareció un poco después de ellos. Luego llegaron el técnico de luces, el electricista, el técnico de sonido y el operador de cámara, todos acompañados por sus parejas o amigos. Alan Holt apareció por sorpresa, también, con una botella de champán que le entregó a Gus nada más abrir la puerta.

—Me dijo Porter el otro día que Sabrina va a casarse —dijo besándola en la mejilla—. ¡Enhorabuena!

Le entregó la botella (un Henri Giraud, Fût de Chêne) y se la llevó del brazo al comedor.

—Escucha, ahora que tenemos un momento —dijo—, quería hablar contigo. Es que acaba de ocurrírseme una idea estelar que me gustaría que llevaras tú…

El timbre sonó y aparecieron más invitados, entre los que había miembros del departamento de publicidad de Canal Cocina asignados al programa, así como la editora de la página web. A continuación, apareció Priya, vestida con un sari en rosa intenso y un bindi en la frente, y le presentó orgullosa a su prole: Bina, Chitt y Kiran.

—Estás guapísima, Priya —dijo Gus—. Es por la ropa, claro, pero además hay algo en ti que me resulta diferente. Estás radiante.

—Se lo debo a Hannah —respondió la mujer, que empujó a Kiran hacia el frente para que le diese a Gus una bandeja de rollitos de badam pista y de yalchi—. Me mandó un correo electrónico que se puede decir que me ha cambiado la vida.

—Y yo estoy encantado por ello —dijo su marido, Raj, cruzando el umbral para estrechar la mano de Gus—. De no haber sido por su programa, señora Simpson, Priya nunca habría conocido a Hannah. Ella ni siquiera lo sabe, pero ya es como una amiga de la familia Patel.

—Espero que se lo diga. —Gus le invitó a entrar. Después planeó darle a Priya la sorpresa de enseñarle toda la casa, simplemente porque sabía que la haría sentirse especial. De momento, la llevó hasta el estanque, donde Hannah estaba organizando una carrera de barcos teledirigidos.

Pero las reuniones sociales también entrañaban sus riesgos.

Sabrina había tratado minuciosamente de evitar que Billy y Troy se encontrasen durante el festejo. Era consciente de que Troy merecía estar allí, y ella deseaba que disfrutase de la fiesta. Pero no tenía ganas de enfrentarse a él. Lo que no había previsto, sin embargo, era que Troy se mostrase igual de ansioso por no acercarse en absoluto al prometido de Sabrina.

Entonces sucedió. El instante que con tanto empeño había tratado de evitar a lo largo de toda la velada. El encuentro con William Angle. En la puerta del cuarto de baño que Gus había asignado a las damas.

—Qué tal —dijo aquel tipo de ancha espalda—. Soy Billy. —Parecía un gamo sorprendido por los faros de un coche, pero no huyó.

—Troy.

Mientras los dos hombres pensaban en el siguiente movimiento, el silencio se hizo interminable. Entonces Troy hizo una cosa que jamás habría esperado o imaginado que fuese capaz de hacer.

—Enhorabuena —dijo. Y lo decía de corazón.

—Gracias —respondió Billy con cara de que acababan de quitarle un peso de encima—. Sabrina es una chica fantástica.

Troy asintió, meditabundo.

—Sí. Lo es.

Entonces se marchó como si nada, pero con la espalda recta y tensa. Con eso había suficiente; no tenía ni la capacidad ni las ganas de hacer buenas migas con el prometido de Sabrina. Él había querido a esa mujer y la había perdido. Pero no significaba que su relación hubiese terminado del todo. Troy albergaba la esperanza de que Sabrina hubiese entendido finalmente lo que pasaba, que hubiese sopesado sus opciones y hubiese tomado una decisión inamovible. Podía ver el futuro de Sabrina, su nuevo futuro, mejor de lo que sospechaba que ella misma podía ver. Y esperaba de verdad que fuese dichosa. Durante el retiro de aquel fin de semana, Troy se había dado cuenta de que lo que antes veía como la asombrosa espontaneidad de Sabrina ahora le parecía pura indecisión y falta de control sobre sus impulsos. La amaba. Pero no quería estar con ella.

Su momento había pasado. Eso era todo. Cada uno había avanzado en una dirección y, al ir tras ella, se había perdido a sí mismo un poco en el proceso.

Por la ventana de la cocina podía verla en el patio, explicándole animadamente alguna anécdota a Priya y Ellie, que se reían con sus gesticulaciones. Pensó que de alguna manera parecía más animada que el día que se había presentado en su despacho y le había vuelto loco nada más verla, y a la vez parecía más seria. Por pura casualidad, acertó a mirar en su dirección y él la saludó con la mano, como por instinto. Ella le vio y le devolvió el gesto, y acto seguido volvió la cabeza para saludar a Billy, que se unía al grupo.

Mirando a su ex novia, con su brillante melena prendida informalmente en un recogido alto y con su vestido de tirantes azul cobalto, Troy se dio cuenta de que cuando entre los dos hubiese ya suficiente distancia y hubiese transcurrido bastante tiempo, por el devenir natural de la vida, dejarían de tratarse exclusivamente por el nombre de pila. Y si alguna vez telefoneaba a Gus para hablar sobre algún asunto relacionado con FarmFresh y Sabrina cogía el teléfono, tendría que decir también su apellido.

«Hola, soy Troy. Troy Park», se imaginaba diciendo.

Y entonces se produciría un silencio, y luego cierto tono afectuoso cuando ella respondiese: «Hola, hola, Troy», recordando —igual que él— los momentos especiales que habían compartido.

—Acercaos, amigos —estaba diciendo Alan. El cielo empezaba a oscurecerse y los invitados estaban alegremente cansados, llenos de sandía y de ponche y de la tarta de fresas frescas con su doble piso de nata montada con aroma a vainilla. En mitad de todo aquel barullo, el equipo de Comer, beber y ser se las había apañado para montar un programa en directo en el que se vio a Oliver enseñándole a Troy a brasear fruta y a preparar una salsa dulce de yogur y miel, a Gus haciendo la mezcla de la tarta en la cocina y a Carmen explicando el maravilloso sabor picante del chorizo, salpicado todo ello con momentos auténticos de la propia fiesta. Al equipo le había encantado que sus familiares pudiesen al fin ver qué era lo que hacían en el plato, y el espíritu alegre de los presentadores había hecho que fuese una gozada rodar aquel capítulo.

Hasta Alan lo había pasado bien.

—Formar parte, literalmente, de una emisión del programa ha sido fascinante —estaba diciendo ahora—. Me habéis impresionado todos con lo duro que habéis trabajado y sé que, con los dos episodios que quedan por grabar, seguro que llegáis a la línea de meta.

Nadie replicó aquel comentario, demasiado ansiosos como estaban todos por escuchar lo que el presidente tenía que decir. ¿Volvería a emitirse el programa?

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