Read Alicia en el país de las maravillas Online
Authors: Lewis Carroll
—¡Y sería lo mismo decir —añadió la Liebre de Marzo— «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»!
—¡Y sería lo mismo decir —añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños— «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»!
—Es lo mismo en tu caso —dijo el Sombrerero.
Y aquí la conversación se interrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de escritorios, que no era demasiado.
El Sombrerero fue el primero en romper el silencio.
—¿Qué día del mes es hoy? —preguntó, dirigiéndose a Alicia.
Se había sacado el reloj del bolsillo, y lo miraba con ansiedad, propinándole violentas sacudidas y llevándoselo una y otra vez al oído.
Alicia reflexionó unos instantes.
—Es día cuatro dijo por fin.
—¡Dos días de error! —se lamentó el Sombrerero, y, dirigiéndose amargamente a la Liebre de Marzo, añadió—: ¡Ya te dije que la mantequilla no le sentaría bien a la maquinaria!
—Era mantequilla de la mejor —replicó la Liebre muy compungida.
—Sí, pero se habrán metido también algunas migajas —gruñó el Sombrerero—. No debiste utilizar el cuchillo del pan.
La Liebre de Marzo cogió el reloj y lo miró con aire melancólico: después lo sumergió en su taza de té, y lo miró de nuevo. Pero no se le ocurrió nada mejor que decir y repitió su primera observación:
—Era mantequilla de la mejor, sabes.
Alicia había estado mirando por encima del hombro de la Liebre con bastante curiosidad.
—¡Qué reloj más raro! —exclamó—. ¡Señala el día del mes, y no señala la hora que es!
—¿Y por qué habría de hacerlo? —rezongó el Sombrerero—. ¿Señala tu reloj el año en que estamos?
—Claro que no —reconoció Alicia con prontitud—. Pero esto es porque está tanto tiempo dentro del mismo año.
—Que es precisamente lo que le pasa al mío —dijo el Sombrerero.
Alicia quedó completamente desconcertada. Las palabras del Sombrerero no parecían tener el menor sentido.
—No acabo de comprender —dijo, tan amablemente como pudo.
—El Lirón se ha vuelto a dormir —dijo el Sombrerero, y le echó un poco de té caliente en el hocico.
El Lirón sacudió la cabeza con impaciencia, y dijo, sin abrir los ojos:
—Claro que sí, claro que sí. Es justamente lo que yo iba a decir.
—¿Has encontrado la solución a la adivinanza? —preguntó el Sombrerero, dirigiéndose de nuevo a Alicia.
—No. Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución?
—No tengo la menor idea —dijo el Sombrerero.
—Ni yo —dijo la Liebre de Marzo.
Alicia suspiró fastidiada.
—Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo —dijo— que ir proponiendo adivinanzas sin solución.
—Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo —dijo el Sombrerero—, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!
—No sé lo que usted quiere decir —protestó Alicia.
—¡Claro que no lo sabes! —dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio—. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!
—Creo que no —respondió Alicia con cautela—. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.
—¡Ah, eso lo explica todo! —dijo el Sombrerero—. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer!
(«¡Cómo me gustaría que lo fuera ahora!», se dijo la Liebre de Marzo para sí en un susurro.)
—Sería estupendo, desde luego —admitió Alicia, pensativa—. Pero entonces todavía no tendría hambre, ¿no le parece?
—Quizá no tuvieras hambre al principio —dijo el Sombrerero—. Pero es que podrías hacer que siguiera siendo la una y media todo el rato que tú quisieras.
—¿Es esto lo que ustedes hacen con el Tiempo? —preguntó Alicia.
El Sombrerero movió la cabeza con pesar.
—¡Yo no! —contestó—. Nos peleamos el pasado marzo, justo antes de que ésta se volviera loca, sabes (y señaló con la cucharilla hacia la Liebre de Marzo).
—¿Ah, si? —preguntó Alicia interesada.
—Sí. Sucedió durante el gran concierto que ofreció la Reina de Corazones, y en el que me tocó cantar a mí.
—¿Y qué cantaste? —preguntó Alicia.
—Pues canté:
"Brilla, brilla, ratita alada,
¿En qué estás tan atareada"?
—Porque esa canción la conocerás, ¿no?
—Quizá me suene de algo, pero no estoy segura —dijo Alicia.
—Tiene más estrofas —siguió el Sombrerero—. Por ejemplo:
"Por sobre el Universo vas volando,
con una bandeja de teteras llevando.
Brilla, brilla..."
Al llegar a este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: «brilla, brilla, brilla, brilla... », y estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un buen pellizco para que se callara.
—Bueno —siguió contando su historia el Sombrerero—. Lo cierto es que apenas había terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar: «¡Vaya forma estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!»
—¡Qué barbaridad! ¡Vaya fiera! —exclamó Alicia.
—Y desde entonces —añadió el Sombrerero con una voz tristísima—, el Tiempo cree que quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde.
Alicia comprendió de repente todo lo que allí ocurría.
—¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? —preguntó.
—Sí, ésta es la razón —dijo el Sombrerero con un suspiro—. Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té.
—¿Y lo que hacen es ir dando la vuelta? a la mesa, verdad? —preguntó Alicia.
—Exactamente —admitió el Sombrerero—, a medida que vamos ensuciando las tazas.
—Pero, ¿qué pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? —se atrevió a preguntar Alicia.
—¿Y si cambiáramos de conversación? —los interrumpió la Liebre de Marzo con un bostezo—. Estoy harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento.
—Mucho me temo que no sé ninguno —se apresuró a decir Alicia, muy alarmada ante esta proposición.
—¡Pues que lo haga el Lirón! —exclamaron el Sombrerero y la Liebre de Marzo—. ¡Despierta, Lirón!
Y empezaron a darle pellizcos uno por cada lado.
El Lirón abrió lentamente los ojos.
—No estaba dormido —aseguró con voz ronca y débil—. He estado escuchando todo lo que decíais, amigos.
—¡Cuéntanos un cuento! —dijo la Liebre de Marzo.
—¡Sí, por favor! —imploró Alicia.
—Y date prisa —añadió el Sombrerero—. No vayas a dormirte otra vez antes de terminar.
—Había una vez tres hermanitas empezó apresuradamente el Lirón—, y se llamaban Elsie, Lacie y Tilie, y vivían en el fondo de un pozo...
—¿Y de qué se alimentaban? —preguntó Alicia, que siempre se interesaba mucho por todo lo que fuera comer y beber.
—Se alimentaban de melaza —contestó el Lirón, después de reflexionar unos segundos.
—No pueden haberse alimentado de melaza, sabe —observó Alicia con amabilidad—. Se habrían puesto enfermísimas.
—Y así fue —dijo el Lirón—. Se pusieron de lo más enfermísimas.
Alicia hizo un esfuerzo por imaginar lo que sería vivir de una forma tan extraordinaria, pero no lo veía ni pizca claro, de modo que siguió preguntando:
—Pero, ¿por qué vivían en el fondo de un pozo?
—Toma un poco más de té —ofreció solícita la Liebre de Marzo.
—Hasta ahora no he tomado nada —protestó Alicia en tono ofendido—, de modo que no puedo tomar más.
—Quieres decir que no puedes tomar menos —puntualizó el Sombrerero—. Es mucho más fácil tomar más que nada.
—Nadie le pedía su opinión —dijo Alicia.
—¿Quién está haciendo ahora observaciones personales? —preguntó el Sombrerero en tono triunfal.
Alicia no supo qué contestar a esto. Así pues, optó por servirse un poco de té y pan con mantequilla. Y después, se volvió hacia el Lirón y le repitió la misma pregunta: —¿Por qué vivían en el fondo de un pozo?
El Lirón se puso a cavilar de nuevo durante uno o dos minutos, y entonces dijo:
—Era un pozo de melaza.
—¡No existe tal cosa!
Alicia había hablado con energía, pero el Sombrerero y la Liebre de Marzo la hicieron callar con sus «¡Chst! ¡Chst!», mientras el Lirón rezongaba indignado:
—Si no sabes comportarte con educación, mejor será que termines tú el cuento.
—No, por favor, ¡continúe! —dijo Alicia en tono humilde—. No volveré a interrumpirle. Puede que en efecto exista uno de estos pozos.
—¡Claro que existe uno! —exclamó el Lirón indignado. Pero, sin embargo, estuvo dispuesto a seguir con el cuento—. Así pues, nuestras tres hermanitas... estaban aprendiendo a dibujar, sacando...
—¿Qué sacaban? —preguntó Alicia, que ya había olvidado su promesa.
—Melaza —contestó el Lirón, sin tomarse esta vez tiempo para reflexionar.
—Quiero una taza limpia —les interrumpió el Sombrerero—. Corrámonos todos un sitio.
Se cambió de silla mientras hablaba, y el Lirón le siguió: la Liebre de Marzo pasó a ocupar el sitio del Lirón, y Alicia ocupó a regañadientes el asiento de la Liebre de Marzo. El Sombrerero era el único que salía ganando con el cambio, y Alicia estaba bastante peor que antes, porque la Liebre de Marzo acababa de derramar la leche dentro de su plato.
Alicia no quería ofender otra vez al Lirón, de modo que empezó a hablar con mucha prudencia:
—Pero es que no lo entiendo. ¿De dónde sacaban la melaza?
—Uno puede sacar agua de un pozo de agua —dijo el Sombrerero—, ¿por qué no va a poder sacar melaza de un pozo de melaza? ¡No seas estúpida!
—Pero es que ellas estaban dentro, bien adentro —le dijo Alicia al Lirón, no queriéndose dar por enterada de las últimas palabras del Sombrerero.
—Claro que lo estaban —dijo el Lirón—. Estaban de lo más requetebién.
Alicia quedó tan confundida al ver que el Lirón había entendido algo distinto a lo que ella quería decir, que no volvió a interrumpirle durante un ratito.
—Nuestras tres hermanitas estaban aprendiendo, pues, a dibujar —siguió el Lirón, bostezando y frotándose los ojos, porque le estaba entrando un sueño terrible—, y dibujaban todo tipo de cosas... todo lo que empieza con la letra M...
—¿Por qué con la M? —preguntó Alicia.
—¿Y por qué no? —preguntó la Liebre de Marzo.
Alicia guardó silencio.
Para entonces, el Lirón había cerrado los ojos y empezaba a cabecear. Pero, con los pellizcos del Sombrerero, se despertó de nuevo, soltó un gritito y siguió la narración: —... lo que empieza con la letra M, como matarratas, mundo, memoria y mucho... muy, en fin todas esas cosas. Mucho, digo, porque ya sabes, como cuando se dice "un mucho más que un menos". ¿Habéis visto alguna vez el dibujo de un «mucho»?
—Ahora que usted me lo pregunta —dijo Alicia, que se sentía terriblemente confusa—, debo reconocer que yo no pienso...
—¡Pues si no piensas, cállate! —la interrumpió el Sombrerero.
Esta última grosería era más de lo que Alicia podía soportar: se levantó muy disgustada y se alejó de allí. El Lirón cayó dormido en el acto, y ninguno de los otros dio la menor muestra de haber advertido su marcha, aunque Alicia miró una o dos veces hacia atrás, casi esperando que la llamaran. La última vez que los vio estaban intentando meter al Lirón dentro de la tetera.
—¡Por nada del mundo volveré a poner los pies en ese lugar! —se dijo Alicia, mientras se adentraba en el bosque—. ¡Es la merienda más estúpida a la que he asistido en toda mi vida!
Mientras decía estas palabras, descubrió que uno de los árboles tenía una puerta en el tronco.
—¡Qué extraño! —pensó—. Pero todo es extraño hoy. Creo que lo mejor será que entre en seguida.
Y entró en el árbol.
Una vez más se encontró en el gran vestíbulo, muy cerca de la mesita de cristal. «Esta vez haré las cosas mucho mejor», se dijo a sí misma. Y empezó por coger la llavecita de oro y abrir la puerta que daba al jardín. Entonces se puso a mordisquear cuidadosamente la seta (se había guardado un pedazo en el bolsillo), hasta que midió poco más de un palmo. Entonces se adentró por el estrecho pasadizo. Y entonces... entonces estuvo por fin en el maravilloso jardín, entre las flores multicolores y las frescas fuentes.
Un gran rosal se alzaba cerca de la entrada del jardín: sus rosas eran blancas, pero había allí tres jardineros ocupados en pintarlas de rojo. A Alicia le pareció muy extraño, y se acercó para averiguar lo que pasaba, y al acercarse a ellos oyó que uno de los jardineros decía:
—¡Ten cuidado, Cinco! ¡No me salpiques así de pintura!
—No es culpa mía —dijo Cinco, en tono dolido—. Siete me ha dado un golpe en el codo.
Ante lo cual, Siete levantó los ojos dijo:
—¡Muy bonito, Cinco! ¡Échale siempre la culpa a los demás!
—¡Mejor será que calles esa boca! —dijo Cinco—. ¡Ayer mismo oí decir a la Reina que debían cortarte la cabeza!
—¿Por qué? —preguntó el que había hablado en primer lugar.
—¡Eso no es asunto tuyo, Dos! —dijo Siete.
—¡Sí es asunto suyo! —protestó Cinco—. Y voy a decírselo: fue por llevarle a la cocinera bulbos de tulipán en vez de cebollas.
Siete tiró la brocha al suelo y estaba empezando a decir: «¡Vaya! De todas las injusticias...», cuando sus ojos se fijaron casualmente en Alicia, que estaba allí observándolos, y se calló en el acto. Los otros dos se volvieron también hacia ella, y los tres hicieron una profunda reverencia.
—¿Querrían hacer el favor de decirme —empezó Alicia con cierta timidez— por qué están pintando estas rosas?
Cinco y Siete no dijeron nada, pero miraron a Dos. Dos empezó en una vocecita temblorosa:
—Pues, verá usted, señorita, el hecho es que esto tenía que haber sido un rosal rojo, y nosotros plantamos uno blanco por equivocación, y, si la Reina lo descubre, nos cortarán a todos la cabeza, sabe. Así que, ya ve, señorita, estamos haciendo lo posible, antes de que ella llegue, para...