Read Alicia ANOTADA Online

Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Alicia ANOTADA (21 page)

BOOK: Alicia ANOTADA
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Pero la barba pareció desvanecerse al tocarla Alicia, y se encontró con que estaba tranquilamente sentada bajo un árbol, mientras el Mosquito (pues era éste el insecto con el que había estado hablando) se balanceaba en una rama justo encima de su cabeza, y la abanicaba con sus alas.

Desde luego, era un Mosquito
grandísimo
: «Como del tamaño de un pollo», pensó Alicia. Sin embargo, no podía sentirse nerviosa, después de la larga conversación que había sostenido con él.

—… entonces, ¿no te gustan
todos
los insectos? —prosiguió el Mosquito, la mar de tranquilo, como si nada hubiese ocurrido.

—Me gustan cuando hablan —dijo Alicia—. Pero de donde
vengo
, no habla ninguno.

—¿Con qué insectos te lo pasas bien de donde
vienes
? —preguntó el Mosquito.

—Yo no me lo paso
bien
con los insectos —explicó Alicia—, porque me dan un poco de miedo…, al menos los grandes. Pero puedo decirte el nombre de algunos.

—Naturalmente, responderán a sus nombres, ¿no? —comentó el Mosquito despreocupadamente.

—No sé que lo hayan hecho nunca.

—Entonces, ¿de qué les sirve tener nombre —dijo el Mosquito—, si no responden a él?

—A
ellos
, de nada —dijo Alicia—; pero me imagino que es útil para la gente que los nombra. Si no, ¿por qué iban a tener nombre las cosas?

—No lo sé —replicó el Mosquito—. Más adelante, en aquel bosque, las cosas no tienen nombre; pero sigue con tu lista de insectos: estás perdiendo el tiempo.

—Pues está el Caballito del Diablo —empezó Alicia, contando los nombres con los dedos.

—Bueno —dijo el Mosquito—, pues allí, en mitad de aquel arbusto, puedes ver un Caballito-balancín. Es enteramente de madera, y va balanceándose de rama en rama.

—¿De qué se alimenta? —preguntó Alicia con gran curiosidad.

—De savia y serrín —dijo el Mosquito—. Continúa con la lista.

Alicia observó al Caballito-balancín con gran interés, y concluyó que sin duda lo acababan de repintar, ya que se le veía muy brillante y pegajoso; luego prosiguió:

—Está también la Luciérnaga.

—Mira en la rama que tienes encima de la cabeza —dijo el Mosquito—, y verás una Luciernagolosina. Tiene el cuerpo de budín de ciruelas, sus alas son hojas de acebo, y su cabeza una pasa flameada al coñac
[4a]
.

—¿Y de qué se alimenta? —preguntó Alicia como antes.

—De polvorones
[5]
y fruta escarchada —contestó el Mosquito—; y anida en los regalos de Navidad.

—Luego está la Mariposa —continuó Alicia, tras mirar largamente al insecto de cabeza llameante, y pensar para sus adentros: «A lo mejor, por eso tienen los insectos tanta afición a volar hacia las velas… ¡porque quieren convertirse en Luciernagolosinas!».

—Arrastrándose a tus pies —dijo el Mosquito (Alicia retiró los pies alarmada)— tienes a una Maripán-con mantequilla. Sus alas son finas rebanadas de pan con mantequilla, su cuerpo es de corteza, y su cabeza es un terrón de azúcar.

—¿Y de qué se alimenta?

—De té flojo con leche.

Una nueva dificultad le vino a Alicia a la cabeza. «¿Y si no encuentra té?», sugirió.

—Entonces se moriría, naturalmente.

—Pero eso debe ocurrir muy a menudo —comentó Alicia pensativa.

—Ocurre siempre —dijo el Mosquito.

Después de esto, Alicia se quedó callada durante un minuto o dos, meditabunda. Entretanto, el Mosquito se entretuvo bordoneando alrededor de su cabeza; por último se posó otra vez y comentó: «Supongo que tú no querrás perder tu nombre, ¿verdad?».

—Claro que no —dijo Alicia con cierta inquietud.

—De todos modos, no sé —prosiguió el Mosquito con indiferencia—: ¡imagina lo práctico que sería si volvieses a tu casa sin él! Por ejemplo, si la institutriz quisiera darte la lección, te llamaría: «Venga aquí…», pero al llegar ahí tendría que callarse porque no habría nombre con qué llamarte; y naturalmente, no tendrías por qué ir.

—No serviría, estoy segura —dijo Alicia—; la institutriz jamás me perdonaría la lección por eso. Si no pudiese acordarse de mi nombre, me llamaría «señorita», como hacen las criadas.

—Bueno, si te llamase «señorita» sin más —comentó el Mosquito—, naturalmente, podrías decir que entendiste «visita», y que por tanto no iba a darte la lección. Es un chiste. Me habría gustado que lo hubieses hecho

.

—¿Por qué lo iba a hacer yo? —preguntó Alicia—. Es malísimo.

Pero el Mosquito se limitó a suspirar profundamente, al tiempo que le resbalaban por las mejillas dos enormes lagrimones.

—No deberías hacer chistes —dijo Alicia—, si eso te hace sentirte tan desgraciado.

Entonces dejó escapar otro de sus pequeños suspiros melancólicos y, al parecer, esta vez el pobre Mosquito se deshizo verdaderamente en suspiros, porque cuando Alicia miró hacia arriba, no vio nada sobre la rama; y como se estaba quedando fría de permanecer sentada tanto tiempo, se levantó y echó a andar.

Muy pronto llegó a un campo abierto, con un bosque en el otro extremo: parecía mucho más oscuro que el anterior, y le dio un
poco
de miedo la idea de entrar en él. Sin embargo, tras pensárselo bien, decidió proseguir: «Naturalmente, no voy a
retroceder
», pensó para sí; además, era el único camino para llegar a la Octava Casilla.

«Éste debe de ser el bosque», se dijo Alicia pensativa, «donde no tienen nombre las cosas. ¿Qué le pasará al
mío
cuando entre? No me haría ninguna gracia perderlo… porque tendrían que ponerme otro, y es casi seguro que sería feo. ¡De todos modos, sería divertido buscar al bicho que hubiera encontrado mi nombre anterior! Sería como esos anuncios que pone la gente cuando pierde a su perro:
Responde al nombre de “Chas” lleva un collar de latón
. ¡Figúrate, ir llamando a todo el mundo “Alicia”, hasta que alguien contestase! Sólo que si fueran listos no contestarían» .

Iba divagando de esta manera, cuando llegó al bosque: parecía muy frío y sombrío. «Bueno, en todo caso es un gran alivio», se dijo al internarse bajo los árboles, «después de pasar tanto calor, entrar en el… en el… ¿en el
qué
?», prosiguió, bastante sorprendida, al ver que no conseguía dar con la palabra. «O sea, internarme bajo los… bajo los… ¡bajo los
éstos
!», dijo, poniendo la mano sobre el tronco de un árbol. «¿Cómo se llaman? Me parece que no tienen nombre… ¡Vaya, por supuesto que no lo tienen!»

Se detuvo, y permaneció callada un minuto, pensando; luego empezó súbitamente otra vez: «¡Entonces
ha
ocurrido, al final! Y ahora, ¿quién soy? ¡
Quiero
acordarme, si puedo! ¡Estoy decidida!». Pero el estar decidida no la ayudó mucho, y todo lo que fue capaz de decir, tras cavilar largo rato, fue: «¡L;

que empieza por L!
[6]
».

En ese preciso momento se acercó por allí un Cervatillo: miró a Alicia con sus dulces ojazos, pero no pareció asustarse en absoluto: «¡Ven aquí! ¡Ven aquí!», dijo Alicia, al tiempo que extendía la mano tratando de acariciarlo; el Cervatillo se limitó a retroceder un poco, y luego se quedó mirándola otra vez.

—¿Cómo te llamas? —dijo el Cervatillo por fin. ¡Qué vocecita más dulce tenía!

«¡Ojalá lo supiera!», pensó la pobre Alicia. Contestó un poco triste:

—Ahora mismo, nada.

—Piénsalo —dijo el Cervatillo—: eso no vale.

Alicia se puso a pensar, pero no se le ocurría nada.

—Por favor, ¿quieres decirme cómo te llamas

? —dijo ella tímidamente—. Creo que eso podría ayudarme un poco.

—Te lo diré, si vienes conmigo un poco más allá —dijo el Cervatillo—.
Aquí
no puedo acordarme.

Conque caminaron juntos por el bosque, Alicia con los brazos amorosamente ceñidos alrededor del suave cuello del Cervatillo, hasta que llegaron a otro campo abierto; aquí el Cervatillo dio un salto repentino en el aire, librándose del brazo de Alicia. «¡Soy un cervatillo!», exclamó con voz complacida.
[7]
«¡Dios mío! ¡Y tú eres una criatura humana!» —una expresión de súbita alarma asomó a sus hermosos ojos castaños; y un instante después salió disparado.

Alicia se quedó mirándole casi dispuesta a llorar de disgusto, por haber perdido tan repentinamente al pequeño compañero. «Al menos, ahora sé mi nombre», se dijo; «eso ya es
algún
consuelo. Alicia… Alicia… No quiero que se me olvide otra vez. Y ahora, ¿cuál de esos postes indicadores debo seguir?».

No era una pregunta muy difícil de contestar, ya que sólo había un camino que cruzaba el bosque, y los dos postes señalaban el mismo sentido. «Lo decidiré», se dijo Alicia, «cuando el camino se divida, y señalen direcciones diferentes».

Pero no parecía que esto fuera a suceder. Siguió andando y andando durante largo rato, pero cada vez que el camino se dividía, había invariablemente dos postes que señalaban la misma dirección. Uno ponía:

y el otro:

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