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Authors: Ángel González

Tags: #poesía

101+19= 120 poemas (2 page)

BOOK: 101+19= 120 poemas
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Finalmente, me gustaría destacar un aspecto muy poco observado en sus libros:
el sedimento de paciente vitalismo
que hay en los poemas. Se trata de una valoración constructiva del mundo, un sistemático vitalismo operativo de la naturaleza, de los seres humanos, de la literatura, de la realidad que avanza, aunque sea lentamente, por debajo de la decepción y las ilusiones pisoteadas, convirtiendo a la existencia en un fluir positivo, en un camino no marcado, pero siempre abierto hacia delante. Aunque no sea en línea recta, ni suceda según lo esperado, el tiempo tiene pulso constructivo, avanza matiz a matiz.
Aspero mundo
empieza con estos versos:

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

Sin esperanza, con convencimiento
se inicia con esta afirmación: «Otro tiempo vendrá distinto a este».
Grado elemental
se abre con «Lecciones de cosas», un poema claramente constructivo, de esfuerzos encadenados, en el que se habla del hombre como:

inesperado huésped de los bosques,

usurpador del reino de las fieras

y de los ciegos, tercos vegetales,

fiera insaciable él mismo

que consiguió matar cuanto negaba

su deseo,

que supo rescatar de los incendios

el calor y la luz,

y oponer a los vientos las extensas

y blancas velas de las naves,

y detener o derramar las aguas

sobre la tierra exhausta y arañada,

mordida, rota, transformada, dócil

como un cuerpo vencido o disfrutado.

Es un itinerario ambiguo, porque en la libertad del proceso se pueden hacer buenas o malas construcciones, puede haber fractura o transformación, victoria o disfrute. Y derrotas. Pero a pesar de la ambigüedad y de la desolación de los presentes sucesivos, es este carácter constructivo del tiempo el único que asegura el progreso, aunque sea responsabilizando a sus protagonistas, abandonándolos a su propio albedrío. El primer poema de
Palabra sobre palabra
, titulado «La palabra», toma conciencia de una historia empezada «Hace mil años», la historia de la palabra «amor»:

Pronunciada primero,

luego escrita,

la palabra pasó de boca en boca,

siguió de mano en mano,

de cera en pergamino,

de papel en papel,

de tinta en tinta...

Al final de esta cadena el personaje aparece con una conclusión evidente: «Yo la recojo...» Los poemas iniciales, y no creo que por casualidad, de los cuatro primeros libros de Ángel González tienen esta visión constructiva, alimenticia, del mundo, que sirve de telón de fondo y horizonte para la posición moral de su protagonista poético. El convencimiento de participar en un caminado progreso general justifica el vitalismo latente, incluso cuando no se ven claras las esperanzas individuales y concretas. Añadamos también, porque me parece que tiene relación con lo que estamos viendo, que en 1968 Ángel González escogió como título general de la primera recopilación de su obra un lema constructivo:
Palabra sobre palabra
(Seix Barral, Barcelona, 1968), lema que ya había servido en 1965 para titular una colección de cinco poemas.

Estas me parecen las características más llamativas en la poesía de Ángel González, las que dan una atmósfera de unidad a las diversas posibilidades de su desarrollo. En el prólogo a la antología
Poemas
(Cátedra, Madrid, 1980), el mismo poeta señala una primera etapa hasta
Tratado de urbanismo
y una segunda a partir de
Breves acotaciones para una biografía
, momento de creación en el que sufre una crisis de fe poética. Refiriéndose a esta segunda etapa, escribe: «En esos títulos, la tendencia al juego y a derivar la ironía hacia un humor que no rehuye el chiste, la frivolización de algunos motivos y el gusto por lo paródico, apuntan hacia una especie de
antipoesía
, en cuyas raíces creo que está cierto rencor frente a las
palabras inútiles
» (p. 22). Es verdad; una nueva situación histórica hace que el personaje poético de los primeros libros de Ángel González se debilite, dude, pierda sus articulaciones con el lector y con su propio autor, en un panorama marcado llanamente por la perennidad del franquismo y por la dificultad de trazar una idea clara del futuro esperable, a causa, entre otros motivos, de diferencias serias con el comportamiento de los partidos comunistas europeos. Literariamente la crisis se concreta en una pérdida transitoria de fe en las palabras, el protagonista que habla se queda sin apoyatura consistente y el sentido de los poemas se diluye en el propio texto, en los procedimientos narrativos, en los juegos de vocabulario, en la ironía. Normalmente estas pérdidas de fe utilitaria se saldan en literatura con apuestas por el esteticismo radical y el culturalismo, maneras de buscar una razón para el orgullo en la realidad problemática del aislamiento. Pero esta posibilidad queda fuera del mundo poético de Ángel González, que prefiere enfrentarse con el vacío cara a cara y comenzar una tarea de desacralización, cimentada en el humor, la sátira, las parodias y la antipoesía.

Pero se trata de un proceso controlado e intermedio. Porque si es verdad que hay crisis y alteraciones, también es cierto que el mundo que deja es siempre el mundo del que procede. Los cambios en poesía suelen ser más distintas etapas de un mismo itinerario que rupturas tajantes y el poeta que entra en crisis construye con los escombros de su antigua casa su nueva residencia lingüística. Todos los recursos de la segunda época de Ángel González se intuyen en la primera. Por eso puede hablarse también de una atmósfera unitaria, de un mundo personalizado.

Ángel González se busca a sí mismo al escribir, pero por su concepción histórica de la intimidad al hablar de sí mismo habla de los demás. Escribe, según anota en el prólogo a
Poemas
, en ese punto de interferencia «donde se funden otra vez la Historia y mi historia» (p. 20). A su opción poética le ocurre lo mismo que a aquel río de
Prosemas o menos
que avanzaba de espaldas. Siempre hacia delante, en avanzada, pero con los ojos muy abiertos, acariciándolo todo, grabándolo todo en la memoria, preocupado por una razón más cierta que las actualidades o las modas, lleno de canciones, nostalgias y deseos, de sueños útiles y poemas hermosos. Los mismos hermosos poemas que él procura para poner la vida por escrito, año tras año, palabra sobre palabra:

No ignoraba al mar ácido, tan próximo

que ya en el viento su rumor se oía.

Sin embargo,

continuaba avanzando de espaldas aquel río,

y se ensanchaba

para tocar las cosas que veía:

los juncos últimos,

la sed de los rebaños,

las blancas piedras por su afán pulidas.

Si no podía alcanzarlo,

lo acariciaba todo con sus ojos de agua.

¡Y con qué amor lo hacía!

Luis García Montero

ANTOLOGÍA
ÁSPERO MUNDO (1956)

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

Solsticios y equinoccios alumbraron

con su cambiante luz, su vario cielo,

el viaje milenario de mi carne

trepando por los siglos y los huesos.

De su pasaje lento y doloroso

de su huida hasta el fin, sobreviviendo

naufragios, aferrándose

al último suspiro de los muertos,

yo no soy más que el resultado, el fruto,

lo que queda, podrido, entre los restos;

esto que veis aquí,

tan sólo esto:

un escombro tenaz, que se resiste

a su ruina, que lucha contra el viento,

que avanza por caminos que no llevan

a ningún sitio. El éxito

de todos los fracasos. La enloquecida

fuerza del desaliento...

Aquí, Madrid, mil novecientos

cincuenta y cuatro: un hombre solo.

Un hombre lleno de febrero,

ávido de domingos luminosos,

caminando hacia marzo paso a paso,

hacia el marzo del viento y de los rojos

horizontes —y la reciente primavera

ya en la frontera del abril lluvioso...—

Aquí, Madrid, entre tranvías

y reflejos, un hombre: un hombre solo.

—Más tarde vendrá mayo y luego junio,

y después julio y, al final, agosto—.

Un hombre con un año para nada

delante de su hastío para todo.

CUMPLEAÑOS

Yo lo noto: cómo me voy volviendo

menos cierto, confuso,

disolviéndome en aire

cotidiano, burdo

jirón de mí, deshilachado

y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido

un año más, y eso es muy duro.

¡Mover el corazón todos los días

casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario

morirse muchas veces mucho.

MUERTE EN EL OLVIDO

Yo sé que existo

porque tú me imaginas.

Soy alto porque tú me crees

alto, y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

—oscuro, torpe, malo— el que la habita...

FINAL

Entre el amor y la sombra

me debato: último yo.

Prendido de un débil sí,

sobre el abismo de un no,

me debato: último

amor.

Tira de mis pies la sombra.

Sangran mis manos, mis dos

manos asidas al frío

aire: último dolor.

Éste es mi cuerpo de ayer

sobreviviendo de hoy.

Me he quedado sin pulso y sin aliento

separado de ti. Cuando respiro,

el aire se me vuelve en un suspiro

y en polvo el corazón, de desaliento.

No es que sienta tu ausencia el sentimiento.

Es que la siente el cuerpo. No te miro.

No te puedo tocar por más que estiro

los brazos como un ciego contra el viento.

Todo estaba detrás de tu figura.

Ausente tú, detrás todo de nada,

borroso yermo en el que desespero.

Ya no tiene paisaje mi amargura.

Prendida de tu ausencia mi mirada,

contra todo me doy, ciego me hiero.

Alga quisiera ser, alga enredada,

en lo más suave de tu pantorrilla.

Soplo de brisa contra tu mejilla.

Arena leve bajo tu pisada.

Agua quisiera ser, agua salada

cuando corres desnuda hacia la orilla.

Sol recortando en sombra tu sencilla

silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,

en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,

gaviota, cielo, nave, vela, viento...

Caracola que acercas a tu oído,

para poder reunir, tímidamente,

con el rumor del mar, mi sentimiento.

Por aquí pasa un río.

Por aquí tus pisadas

fueron embelleciendo las arenas,

aclarando las aguas,

puliendo los guijarros, perdonando

a las embelesadas

azucenas...

No vas tú por el río:

es el río el que anda

detrás de ti, buscando en ti

el reflejo, mirándose en tu espalda.

Si vas de prisa, el río se apresura.

Si vas despacio, el agua se remansa.

Son las gaviotas, amor.

Las lentas, altas gaviotas.

Mar de invierno. El agua gris

mancha de frío las rocas.

Tus piernas, tus dulces piernas,

enternecen a las olas.

Un cielo sucio se vuelca

sobre el mar. El viento borra

el perfil de las colinas

de arena. Las tediosas

charcas de sal y de frío

copian tu luz y tu sombra.

Algo gritan, en lo alto,

que tú no escuchas, absorta.

Son las gaviotas, amor.

Las lentas, altas gaviotas.

SIN ESPERANZA, CON CONVENCIMIENTO (1961)

Otro tiempo vendrá distinto a éste.

Y alguien dirá:

«Hablaste mal. Debiste haber contado

otras historias:

violines estirándose indolentes

en una noche densa de perfumes,

bellas palabras calificativas

para expresar amor ilimitado,

amor al fin sobre las cosas

todas».

Pero hoy,

cuando es la luz del alba

como la espuma sucia

de un día anticipadamente inútil,

estoy aquí,

insomne, fatigado, velando

mis armas derrotadas,

y canto

todo lo que perdí: por lo que muero.

EL DERROTADO

Atrás quedaron los escombros:

humeantes pedazos de tu casa,

veranos incendiados, sangre seca

sobre la que se ceba —último buitre—

el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia

el tiempo bien llamado porvenir.

Porque ninguna tierra

posees,

porque ninguna patria

es ni será jamás la tuya,

porque en ningún país

puede arraigar tu corazón deshabitado.

Nunca —y es tan sencillo—

podrás abrir una cancela

y decir, nada más: «buen día,

madre».

Aunque efectivamente el día sea bueno,

haya trigo en las eras

y los árboles

extiendan hacia ti sus fatigadas

ramas, ofreciéndote

frutos o sombra para que descanses.

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