Predestinados (16 page)

Read Predestinados Online

Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Predestinados
2.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Claro que sí —susurró casi antes de que Helena acabara la frase—. Dentro de poco, estaré como nuevo.

A Helena se le ocurrió que, si se inclinaba un poquito, le besaría. Le parecía algo más que natural, como si tuviera que hacerlo, así que se decidió a besarle, pero a medio camino se detuvo y se echó atrás, asombrada por su falta de autocontrol, Helena advirtió que Lucas tragaba saliva.

—Túmbate, Helena —dijo.

Sin pensárselo dos veces, obedeció para intentar esconder su confusión.

De inmediato a los dos se les aceleró la respiración, pero, tras unos instantes, Lucas logró relajarse lo suficiente para tomarle de la mano bajo las sábanas. No tenía intención de soltarla. Helena prestó atención a la respiración de Lucas, que ya le resultaba muy familiar, y se durmió con una sonrisa en los labios.

VII

—¡Porque no quería despertar a Lucas! —siseó una voz descontenta.

Helena no lograba comprender cómo Ariadna había conseguido subir hasta la mesita de té ubicada en la parte más alta del puente Golden Gate, ya que, hasta donde ella sabía, no podía volar.

—¿Por qué no confías en mí? —suplicó Casandra. Hmm. Helena no podía estar en la cima del puente Golden Gate; seguía postrada en la cama, pero no se explicaba qué hacía Casandra en la cama con ella. Deseaba poder abrir los ojos y hechar un vistazo, pero no se atrevió.

—No dudo de ti. Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Noel.

—Deberíamos irnos de aquí. Ahora mismo. Hacer las maletas y regresar a Europa.

—Estas exagerando —vociferó Ariadna, que no se molestó ni un ápice en mantener el tono de voz de Casandra y Noel.

—Dos noches seguidas, Ari. Los dos han comido lo mismo. Han compartido un techo y una cama, ¡y hay testigos! —exclamó Casandra en el mismo tono de voz.

—¡Pero no han hecho lo más importante! —gritó Ariadna como respuesta.

—¡Chicas!

Helena estaba tan agotada que le daba la sensación de que se había enganchado al colchón, pero, al oír todos aquellos alaridos no pudo evitar abrir los ojos de par en par. Vio a Ariadna, Casandra y Noel junto a su cama. Corrección: estaban junto en la cama de Lucas, donde ella había decidido a costarse. Abrió los ojos de golpe y giró de inmediato la cabeza hacia Lucas que, en ese instante, fruncía el ceño, algo molesto por el incómodo despertar.

—Id a discutir a otro sitio —gruñó al mismo tiempo que se giraba hacia Helena.

Se hizo un ovillo junto a ella, arrastrando las piernas con cuidado mientras hundía la cabeza en el cuello de la joven. Ella le asestó un suave codazo y alzó la mirada hacia Noel, Ariadna y una más que furiosa Casandra.

—Vine a ver cómo estaba y después no tuve fuerzas para volver a mi cama —intentó explicar Helena, muerta de vergüenza.

Dejó escapar un grito sofocado cuando Lucas deslizó una de las manos por su pierna para abrazarla por la cintura. Después, Helena notó que se ponía tenso, como si acabara de descubrir que las almohadas no tenían la misma forma que los relojes de arena. Lucas alzó la cabeza y miró a su alrededor, preparado para una pelea.

—Ah, sí —le susurró a Helena cuando se acordó. Relajó los ojos hasta sumergirse otra vez en un letargo somnoliento. Sonrió a las chicas de su familia y se desperezó hasta que los movimientos empezaron a dolerle. De no tan buen humor, se frotó el pecho, aún dolorido, y añadió—: ¿Un poco de privacidad?

Su madre, su hermana y su prima, o bien se cruzaron de brazos, o bien los posaron sobre sus caderas. Humillada, Helena procuró desenmarañarse de las sábanas y arrastrarse de la cama sin llamar demasiado la atención. Casandra se dio media vuelta y salió de la habitación pisoteando el suelo con fuerza.

—Ari, ayuda a Helena —dijo Noel al ver que Helena no había recuperado todas sus fuerzas. Entonces la matriarca de la familia Delos se giró súbitamente y bramó por el pasillo—: ¡Héctor! ¡Ven aquí ahora mismo y échale una mano a tu primo!

—Estoy bien —protestó Helena mientras se ponía de pie apoyándose solo en la mano de Ariadna para no perder el equilibrio. En ese instante se acordó de que llevaba el ridículo trozo de tela de seda que Ariadna tenía el valor de llamar pijama, aunque ese pequeño detalle se le había pasado por alto la noche anterior; cuando decidió quitarse el albornoz.

—¡Guau! Esto es… interesante —soltó Héctor en cuanto vio a Helena.

—¿El qué es interesante? —preguntó Jasón mientras cruzaba el pasillo. Asomó la cabeza por la puerta y observó con detenimiento lo mismo que su primo—. ¡Ah, caramba!

Los dos contemplaban fijamente a Helena, que estaba medio desnuda e indefensa delante de la cama de Lucas. Después se miraron entre ellos, echaron la cabeza atrás al mismo tiempo y empezaron a reírse a carcajada limpia.

—Ya vale, ya vale. Suficiente —dijo Lucas a la defensiva—. Estaba preocupada y vino a verme, pero cuando llegó estaba a punto de desmayarse. No quería despertar a Casandra para que la llevara a la habitación de invitados, así que le dije que se acostara aquí, conmigo. Es más que evidente que solo hemos dormido. Ahora, ¿podéis todos, excepto Héctor y Jasón, salir de mi habitación, por favor? Mamá, eso también te incluye a ti. Necesito una ducha.

Helena logró llegar hasta la habitación de invitados sin tener que pedir más ayuda de la ofrecida. Estaba tan avergonzada que lo único que ansiaba hacer era salir corriendo de esa casa gritando a pleno pulmón, pero necesitaba demostrarles que se había recuperado para que la dejaran.

—No, gracias. Ahora puedo yo sola —respondió Helena cuando Ariadna se ofreció para ayudarla a darse una ducha.

—De acuerdo. Si me necesitas, da un grito y vendré —concluyó entrecerrando los ojos.

Helena tuvo que sentarse dos veces en el suelo de la ducha para descansar, pero, al fin, se las arregló para deshacerse de todos los molestos granitos de arena que se le habían enredado en el pelo. Tardó nada más y nada menos que diez minutos en vestirse con su ropa, recién lavada, pero mereció la pena. Lo único que quería era dar las gracias a la familia Délos y salir de allí sin llamar mucho la atención. Cuando bajó el último peldaño de la escalera, toda la familia estaba reunida en la cocina, incluido Lucas. Su rostro se iluminó al ver aparecer a Helena por la puerta. Automáticamente, la chica se dirigió hacia él y se sentó. La esperanza de huir de allí a hurtadillas se fue al traste cuando notó un tirón en la rodilla. No tenía la intención de quedarse a desayunar, pero, de forma inexplicable, sentía que debía quedarse cerca de él.

—Comenzábamos a pensar que se te había tragado la ducha —bromeó Noel.

—Helena es muy pudorosa y quería vestirse ella sola —informó Ariadna mientras vertía un poco de miel sobre un bol lleno de gachas de avena que, segundos después, se colocó delante.

—¿Pudorosa? Sí, claro… —añadió Héctor con sarcasmo mientras le alcanzaba a Lucas un plato lleno de panceta.

—Ese era el camisón de tu hermana, ¿verdad? —preguntó Lucas sin alterarse.

Héctor fue prudente y cerró el pico.

—Sí —respondió Ariadna por Héctor sin comprender la tensión—. ¡Es tan cómodo! ¿Qué pasa? ¿De qué os reís?

—De nada, Ari. Déjalo correr —respondió Jasón, algo afligido y tapándose los ojos con la mano. Todos estaban desternillándose de la risa, incluidos Castor y Noel.

Helena estaba destrozada. No quería reírse, pero tampoco lo podía evitar. Contuvo la risa y bajó la mirada hacia el plato, que rebosaba de comida. Era el tipo de desayuno que, en general siempre iba acompañado de una siesta, y Helena se moría por esconderse en algún lugar. Se planteó la idea de no desayunar y escapar de allí lo antes posible.

—Sé que tienes hambre —susurró Lucas—. ¿Qué ocurre?

—Creo que debería ir a casa. Ya os he importunado bastante… —se justificó mientras Lucas negaba con la cabeza con desaprobación.

—Ese no es el motivo —le dijo—. ¿Qué pasa?

—¡Me siento imbécil! No tenía planeado levantarme medio desnuda en tu cama con la mitad de tu familia observando el bochornoso espectáculo —explicó apretando los dientes al mismo tiempo que se le sonrojaban las mejillas. Sonrió tímidamente al comprobar que Lucas también se había ruborizado.

—Si ese episodio no hubiera ocurrido, ¿querrías quedarte? —le preguntó con un repentino tono serio y la mirada clavada en ella. Helena agachó la cabeza y asintió aún un poco sofocada—. ¿Por qué? —quiso saber Lucas.

—Por una única razón. Tengo preguntas —aclaró con la osadía de mirarle a los ojos. Lucas tenía una expresión ilegible.

—¿Es la única razón? —susurró.

—Vosotros dos, basta de charla ya. Tenéis que comer —interrumpió Noel desde el otro lado de la mesa.

La intervención de la matriarca pilló desprevenida а Helena, que no pudo evitar brincar de la silla, lo cual provocó una risa entre dientes de Lucas. La pareja de jóvenes devoró la comida con la ferocidad de dos personas que literalmente están reconstruyendo sus cuerpos célula por célula. Al fin, cuando Helena alzó la vista del plato tras una hora entera de masticar y engullir sin descanso, el resto de la familia había terminado de desayunar, aunque seguía alrededor de la mesa tomando un café y leyendo las diversas secciones del periódico. Le dio la impresión de que la familia Delos tenía la costumbre de invertir la mitad del domingo compartiendo un copioso desayuno y, durante la otra mitad, se dedicaba a merodear por la cocina, a esperar la cena. Helena se sorprendió al percatarse de que estaba disfrutando de aquel momento familiar.

Lucas seguía comiendo, así que Helena cogió la sección de deportes del periódico cuando Héctor la dejó sobre la mesa y leyó un artículo sobre su querido equipo de béisbol, los Boston Red Sox, que estaban haciendo una gran temporada. Sin duda, debió de murmurar el artículo en voz alta, porque cuando termino de leer las estadísticas, notó la atención de todos los hombres de la mesa.

—Con que «un buen
pitcher
puede hacer ganar bases», ¿eh? —soltó Cástor con una sonrisa que denotaba satisfacción.

—Así que «tenemos demasiados jugadores lesionados», ¿verdad? —repitió Jasón a Helena. Después, desvió la mirada hacia Lucas y, de manera enigmática, dijo—: De acuerdo, tú ganas.

—Gracias —respondió Lucas con una sonrisa temblorosa, echó el cuerpo atrás y cerró los ojos.

En ese instante, Helena advirtió que tenía la frente empapada de sudor, así que le rozó la cabeza para comprobar si tenía hambre, pero Jasón enseguida se puso en pie para impedírselo.

—Ya me encargo yo, Helena —comentó mientras rodeaba la mesa. Jasón se disponía a levantar a Lucas, pero este no se lo permitió. En cambio, apoyo el brazo sobre el hombro de su primo y se apoyo en él para ponerse en pie.

—Solo hasta las escaleras, ¿de acuerdo?

Jasón asintió con la cabeza; era evidente que el vínculo que los unía era tan fuerte que no necesitaban palabras para comunicarse.

Helena observó a Noel, que meneaba las manos demostrando impotencia y frustración.

—Deja que vaya a su ritmo —le comentó Cástor con amabilidad a su esposa.

Noel hizo un gesto con la cabeza que daba a entender que aquello sucedía cada dos por tres. Entonces desvió su atención hacia las sobras del desayuno.

—¡Héctor! ¡Te toca a ti recoger la mesa!

Helena se dio cuenta de que Noel tendía a desmenuzar sus enfados con la mayor sensatez y sentido común posibles. Necesitaba desahogarse y gritar, pero era consciente de que no debía chillarle a un convaleciente, ni tampoco podía bramar a Jasón porque estaba ayudando a su primo, así que no tuvo más remedio que buscar a otra persona en quien descargar su ira. Lo mismo había ocurrido por la mañana; cuando Helena se despertó, Noel se dirigió a ella con ternura, pero en cuanto Héctor apareció por la puerta Noel alzó el tono de voz de forma racional. Al parecer, el pobre Héctor sufría la exasperación de su tía y, por la forma en que se escabulló hacia la cocina sacudiendo la cabeza, Helena entendió que Héctor se había convertido en la cabeza de turco desde que Lucas se había hecho daño. Durante un breve instante sintió lástima por él, pero cuando advirtió a Noel mirando a su hijo con semblante preocupado mientras este hacía muecas de dolor al salir de la cocina, no pudo culparla por ello.

Lucas se detuvo en el umbral.

—Papá —llamó sin girarse—. Helena tiene preguntas.

Todavía sentado en la cabecera de la mesa, Cástor afirmo con la cabeza con expresión pensativa y, tras unos momentos, se levantó.

—Ya lo suponía —anunció dedicándole una amable sonrisa a Helena—. ¿Te gustaría reunirte conmigo en mi despacho?

Cástor la condujo hacia una zona mucho más tranquila de su inmensa mansión, donde se hallaba su estudio, aún repleto de cajas sin desempacar y con unas vistas espectaculares al océano. Multitud de sillas de cuero e incontables cajas abarrotadas de libros escritos en una docena de lenguas distintas se peleaban por conseguir un espacio en el suelo, donde también se distinguían alfombras enrolladas y cuadros aún por colgar. A ambos lados de la habitación había dos gigantescos escritorios, cuyas superficies estaban cubiertas de papeles, sobres y paquetes.

La pared posterior consistía en una serie de puertas con cristaleras y vidrieras que daban a un patio con vistas a la playa.

Delante de las puertas se acomodaban dos sofás gigantescos y un sillón orejero. Casandra estaba sentada en el inmenso sillón leyendo un libro, que dejó a un lado cuando Cástor y Helena entraron en la estancia. Helena albergaba la esperanza de que Casandra los dejara solos, pero tras unos momentos cayó en la cuenta de que llevaba allí un rato esperando a que ellos llegaran para poder mantener esta conversación. El hecho de que Casandra supiera que tendría una charla sobrepasaba a Helena, pero, por lo visto, Cástor ni se inmutó.

El padre de Lucas la invitó a sentarse en un sofá; después, él se acomodó en el otro. Miró de reojo a Casandra, acurrucada en la descomunal butaca y, al fin, empezaron a hablar.

—¿Qué sabes de mitología griega? —preguntó Cástor.

—¿A qué te refieres? ¿A la guerra de Troya? ¿A Homero y todo eso? —contestó Helena. Castor dijo que sí con la cabeza y la joven se encogió de hombros—. Sé algo sobre eso. Supuestamente tenía que leer la
Ilíada,
pero tenía un examen de química…

La excusa de Helena quedó interrumpida cuando Casandra le ofreció el libro que estaba leyendo. Se trataba de una antología que comprendía la
Ilíada
y la
Odisea.

Other books

Incubus Moon by Andrew Cheney-Feid
Hemlock Grove by Brian McGreevy
This Christmas by Jane Green
Ripped From the Pages by Kate Carlisle
Red Harvest by Dashiell Hammett