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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (6 page)

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Tener una idea, crear una empresa y conseguir un préstamo

 

La revolución industrial empezó en Inglaterra. Su primer éxito fue revolucionar la producción de tejido de algodón utilizando nuevas máquinas accionadas por ruedas de agua y, posteriormente, por motores de vapor. La mecanización de la producción de algodón aumentó extraordinariamente la productividad de los trabajadores, primero en el sector textil y más adelante en otros sectores. El motor de los avances tecnológicos en la economía era la innovación, encabezada por nuevos emprendedores y hombres de negocios dispuestos a aplicar sus nuevas ideas. Este florecimiento inicial pronto se extendió a través del Atlántico Norte a Estados Unidos. La gente vio las grandes oportunidades económicas que aparecían al adoptar las nuevas tecnologías desarrolladas en Inglaterra. Y los inspiró para desarrollar sus propias invenciones.

Podemos intentar comprender la naturaleza de estas invenciones observando a quiénes les concedieron patentes. El sistema de patentes, que protege los derechos de propiedad de las ideas, se sistematizó en el Estatuto de los Monopolios legislado por el Parlamento inglés en 1623, en parte como intento de impedir que el rey continuara concediendo arbitrariamente «cartas de patente» a quien quisiera, con lo que concedía derechos exclusivos para llevar a cabo actividades o negocios concretos. Las pruebas que existen sobre las patentes concedidas en Estados Unidos resultan sorprendentes porque las personas a las que se les concedían procedían de todo tipo de orígenes y profesiones, no eran solamente personas ricas y de la élite. Muchos amasaron fortunas gracias a sus patentes, como por ejemplo Thomas Edison, inventor del fonógrafo y la bombilla, y fundador de General Electric, que todavía es una de las empresas más grandes del mundo. Era el menor de siete hermanos. Su padre, Samuel Edison, tuvo muchos trabajos, de cortador de tejas para cubiertas a sastre o tabernero. Thomas cursó pocos estudios formales, pero su madre le hacía seguir lecciones en casa.

Entre 1820 y 1845, solamente el 19 por ciento de los titulares de patentes de Estados Unidos tenían padres que fueran profesionales o de grandes familias terratenientes conocidas. Durante el mismo período, el 40 por ciento de los que poseían patentes solamente habían cursado estudios primarios o menos, igual que Edison. Además, a menudo explotaban su patente creando una empresa, también como Edison. Estados Unidos, en el siglo
XIX,
era un país más democrático en el ámbito político que prácticamente cualquier otro en aquel momento, y también lo era en lo relativo a la innovación. Este hecho fue fundamental para que se convirtiera en el país más innovador del mundo en el terreno económico.

Si uno era pobre y tenía una buena idea, podía conseguir una patente, lo que, al fin y al cabo, no era demasiado caro. No obstante, muy distinto era utilizar aquella patente para ganar dinero. Evidentemente, una forma de conseguirlo era vendérsela a alguien. Eso es lo que hizo Edison al principio, para conseguir un poco de capital, cuando vendió su telégrafo cuádruple a Western Union por 10.000 dólares. Sin embargo, vender patentes era buena idea solamente para alguien como Edison, que tenía ideas mucho más rápido de lo que las podía poner en práctica. (Consiguió un récord mundial, 1.093 patentes registradas a su nombre en Estados Unidos y 1.500 en todo el mundo.) La verdadera forma de ganar dinero gracias a una patente era crear un negocio, pero requería capital, y bancos que se lo prestaran a uno.

Los inventores de Estados Unidos tenían suerte. Durante el siglo
XIX
, hubo una rápida expansión de la banca y la intermediación financiera, que fueron decisivas para facilitar la industrialización y el rápido crecimiento que experimentó la economía. Mientras que en 1818 había 338 bancos en funcionamiento en Estados Unidos, con activos totales por valor de 160 millones de dólares, en 1914 ya había 27.864 bancos, con activos totales valorados en 27.300 millones de dólares. Los inventores en potencia tenían fácil acceso al capital para crear sus empresas. Además, la intensa competencia entre bancos e instituciones financieras provocaba que el capital estuviera disponible a tipos de interés bastante bajos.

El caso de México era muy distinto. De hecho, en 1910, cuando empezó la revolución mexicana, solamente había 42 bancos en México y dos de ellos controlaban el 60 por ciento de todos los activos bancarios. A diferencia de Estados Unidos, donde la competencia era feroz, prácticamente no había competencia entre los bancos mexicanos. Esta falta de competencia significaba que los bancos podían cobrar a sus clientes tipos de interés muy elevados y, normalmente, limitaban los préstamos a los privilegiados y a los que ya eran ricos, que utilizaban su acceso al crédito para aumentar su control en los distintos sectores de la economía.

La forma que adoptó el sector bancario mexicano en los siglos
XIX
y
XX
fue el resultado directo de las instituciones políticas posteriores a la independencia del país. Tras el caos de la era de Antonio López de Santa Ana, hubo un intento fallido del gobierno francés del emperador Napoleón II de crear un régimen colonial en México bajo el emperador Maximiliano entre 1864 y 1867. Los franceses fueron expulsados y se redactó una nueva Constitución. Sin embargo, el gobierno formado, primero, por Benito Juárez y, tras su muerte, por Sebastián Lerdo de Tejada, pronto fue cuestionado por un joven militar llamado Porfirio Díaz. Éste había sido un general victorioso en la guerra contra los franceses que desarrolló aspiraciones de poder. Formó un ejército rebelde y, en noviembre de 1876, derrotó al ejército del gobierno en la batalla de Tecoac. En mayo del año siguiente se autoproclamó presidente. Más adelante, gobernó México de una forma más o menos ininterrumpida y cada vez más autoritaria hasta su derrocamiento durante el estallido de la revolución, treinta y cuatro años más tarde.

Como Iturbide y Santa Ana antes que él, Díaz inició su carrera como comandante militar. No cabe duda de que aquel itinerario profesional hasta llegar a la política era conocido en Estados Unidos. El primer presidente estadounidense, George Washington, también fue un general de éxito en la guerra de Independencia. Ulysses S. Grant, uno de los generales de la Unión que ganaron la guerra civil, se convirtió en presidente en 1869, y Dwight D. Eisenhower, el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa durante la segunda guerra mundial, fue presidente de Estados Unidos entre 1953 y 1961. Sin embargo, a diferencia de Iturbide, Santa Ana y Díaz, ninguno de aquellos militares utilizó la fuerza para llegar al poder. Tampoco la emplearon para evitar tener que renunciar al poder. Ellos acataban la Constitución. Y a pesar de que México tuviera constituciones en el siglo
XIX
, éstas imponían pocos límites a lo que podían hacer Iturbide, Santa Ana y Díaz. Aquellos hombres sólo podían ser apartados del poder de la misma forma en la que lo habían logrado: mediante el uso de la fuerza.

Díaz violaba los derechos de propiedad de la población, facilitando la expropiación de enormes extensiones de tierra, y concedía monopolios y favores a sus seguidores en todo tipo de negocios, incluida la banca. Aquel comportamiento no era nuevo, sino que reproducía exactamente lo que habían hecho los conquistadores españoles y también Santa Ana siguiendo su ejemplo.

La razón de que Estados Unidos tuviera un sector bancario radicalmente mejor para la prosperidad económica del país no tenía nada que ver con las diferencias en la motivación de aquellos que poseían los bancos. De hecho, el ánimo de lucro que sostenía la naturaleza monopolística del sector bancario en México también estaba presente en Estados Unidos. Sin embargo, se canalizó de formas distintas debido a que las instituciones estadounidenses eran radicalmente distintas. Los banqueros se enfrentaban a instituciones económicas diferentes que los sometían a una competencia mucho mayor. Y aquello se debía, en gran parte, a que los políticos que elaboraron las reglas para los banqueros se enfrentaban a incentivos muy distintos personalmente, forjados por diferentes instituciones políticas. De hecho, a finales del siglo
XVIII
, poco después de que la Constitución de Estados Unidos entrara en vigor, empezó a aparecer un sistema bancario de aspecto similar al que posteriormente dominaría México. Los políticos intentaron establecer monopolios bancarios estatales que podían dar a sus amigos y socios a cambio de parte de los beneficios del monopolio. Los bancos pronto iniciaron el negocio de prestar dinero a los políticos que los regulaban, igual que en México. No obstante, esta situación no era sostenible en Estados Unidos, porque los políticos que intentaban crear aquellos monopolios bancarios, a diferencia de sus homólogos mexicanos, estaban sujetos a elección y reelección. Crear monopolios bancarios y dar préstamos a los políticos es un buen negocio para los políticos, si nadie se lo impide. Sin embargo, no es especialmente bueno para los ciudadanos. A diferencia de México, en Estados Unidos los ciudadanos podían mantener a raya a los políticos y librarse de aquellos que utilizaran su cargo para enriquecerse o crear monopolios para sus secuaces. En consecuencia, los monopolios bancarios se desmoronaron. La amplia distribución de los derechos políticos en Estados Unidos, especialmente si se compara con México, aseguró un acceso igualitario a la financiación y los créditos, lo que, a su vez, garantizó que quienes tuvieran ideas e invenciones pudieran beneficiarse de ellos.

 

 

El cambio que depende del camino

 

Entre 1870 y 1890, el mundo estaba cambiando, y América Latina no era una excepción. Las instituciones que Porfirio Díaz estableció no eran idénticas a las de Santa Ana ni al estado colonial español. La economía mundial marchaba muy bien en la segunda mitad del siglo
XIX
, y las innovaciones en el transporte como el barco de vapor y el ferrocarril condujeron a una enorme expansión del comercio internacional. Aquella ola de globalización significó que países ricos en recursos como México (o, mejor dicho, las élites de esos países) se podían enriquecer exportando materias primas y recursos naturales a Norteamérica o Europa occidental que estaban en proceso de industrialización. Por lo tanto, Díaz y sus secuaces se encontraron en un mundo distinto que cambiaba rápidamente, y se dieron cuenta de que México también tenía que cambiar. Sin embargo, el cambio no significaba arrancar las instituciones coloniales y sustituirlas por unas similares a las de Estados Unidos. Su cambio dependía del camino, solamente conducía a la siguiente etapa de las instituciones que ya habían hecho que gran parte de América Latina fuera pobre y poco igualitaria.

La globalización hizo que los grandes espacios abiertos de América, sus «fronteras abiertas», fueran valiosos. A menudo, aquellas fronteras solamente estaban abiertas de forma ficticia, ya que estaban habitadas por pueblos indígenas a los que se los desposeía de forma brutal. De todas formas, la lucha por este nuevo y valioso recurso fue uno de los procesos definitorios de América en la segunda mitad del siglo
XIX
. La apertura repentina de esta valiosa frontera no condujo a procesos paralelos en Estados Unidos y América Latina, sino a una mayor divergencia, perfilada por las diferencias institucionales existentes, especialmente las relacionadas con quién tenía acceso a la tierra. En Estados Unidos, una larga serie de leyes legislativas, desde la Ordenanza territorial de 1785 hasta la Ley de asentamientos rurales de 1862, dieron un amplio acceso a las tierras fronterizas. A pesar de que los pueblos indígenas habían sido marginados, aquello creó una frontera igualitaria y económicamente dinámica. En cambio, en la mayoría de los países latinoamericanos, las instituciones políticas condujeron a un resultado muy distinto. Las tierras fronterizas fueron asignadas a los que tenían poder político, riqueza y contactos, y aquello hizo que aquellas personas fueran todavía más poderosas.

Porfirio Díaz también empezó a desmantelar muchos de los legados institucionales coloniales específicos que impedían el comercio internacional, e imaginaba que podría enriquecerse enormemente, él y sus seguidores. Su modelo continuaba sin ser el tipo de desarrollo económico que veía al norte de Río Grande. Era el modelo de Cortés, Pizarro y Toledo, en el que la élite amasaba fortunas enormes mientras que el resto de la población quedaba excluida. Cuando la élite invertía, la economía crecía un poco, pero aquel crecimiento económico siempre iba a ser decepcionante. También se produjo a costa de quienes no tenían derechos en aquel nuevo orden, como el pueblo yaqui de Sonora, en el
hinterland
de Nogales. Entre 1900 y 1910, unos treinta mil yaquis fueron deportados, esencialmente esclavizados y enviados a trabajar a las plantaciones de henequén del Yucatán. (Las fibras de esta planta eran una exportación valiosa porque se podían utilizar para hacer cuerda y cordel.)

Un buen ejemplo de la persistencia hasta el siglo
XX
de un modelo institucional específico hostil para el crecimiento en México es el hecho de que, igual que en el siglo
XIX
, el modelo generó estancamiento económico e inestabilidad política, guerras civiles y golpes de Estado mientras los distintos grupos luchaban por los beneficios que acarreaba el poder. Finalmente, Díaz perdió el poder, que quedó en manos de los revolucionarios en 1910. La revolución mexicana fue seguida por otras en Bolivia en 1952, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979. Mientras tanto, las guerras civiles continuas y encarnizadas se prolongaban en Colombia, El Salvador, Guatemala y Perú. La expropiación o la amenaza de expropiación de activos continuaba a un ritmo acelerado, con las reformas agrarias masivas (o el intento de reformas) en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Perú y Venezuela. Las revoluciones, las expropiaciones y la inestabilidad política llegaron acompañadas de gobiernos militares y varios tipos de dictadura. A pesar de que también había una deriva gradual hacia mayores derechos políticos, no ha sido hasta la década de los noventa cuando la mayoría de los países latinoamericanos se han convertido en democracias, e incluso así continúan sumidas en la inestabilidad.

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