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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (48 page)

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Tras la restauración Meiji, se produjo un proceso de reformas institucionales transformadoras en Japón. En 1869, se abolió el feudalismo y los trescientos feudos fueron entregados al gobierno y convertidos en prefecturas, bajo el control de un gobernador. Se centralizaron los impuestos y un Estado burocrático moderno sustituyó al antiguo Estado feudal. En 1869, se introdujo la igualdad de todas las clases sociales ante la ley y se abolieron las restricciones sobre la migración interna y el comercio. Se abolió también la clase samurái, aunque no sin acabar antes con algunas rebeliones. Se introdujeron los derechos de propiedad individual de la tierra y se concedió libertad a las personas para empezar en cualquier oficio y desempeñarlo. El Estado participó fuertemente en la construcción de la infraestructura. En contraste con las actitudes de los regímenes absolutistas en los ferrocarriles, en 1869 el régimen japonés organizó una ruta de barcos de vapor entre Tokio y Osaka y construyó el primer ferrocarril entre Tokio y Yokohama. También empezó a desarrollar una industria manufacturera, y
kubo Toshimichi, como ministro de Finanzas, supervisó el principio de un esfuerzo decidido de industrialización. El señor del dominio Satsuma había sido líder en este terreno, con la construcción de fábricas de cerámica, cañones e hilo de algodón e importando maquinaria textil inglesa para crear la primera fábrica de hilados de algodón moderna en Japón en 1861. Asimismo, construyó dos astilleros modernos. En 1890, Japón fue el primer país asiático que adoptaba una Constitución escrita y que creó una monarquía constitucional con un parlamento electo, la Dieta, y un poder judicial independiente. Estos cambios fueron decisivos para permitir que Japón fuera el principal beneficiario de la revolución industrial en Asia.

 

 

A mediados del siglo
XIX
, tanto China como Japón eran países pobres que languidecían bajo regímenes absolutistas. El régimen absolutista de China había desconfiado de los cambios durante siglos. Aunque existieran muchas similitudes entre China y Japón (el sogunato Tokugawa también había prohibido el comercio exterior en el siglo
XVII
, como lo habían hecho anteriormente los emperadores chinos, y se oponía al cambio político y económico), también había diferencias políticas notables. China era un imperio burocrático centralizado gobernado por un emperador absolutista. Sin duda, el emperador se enfrentaba a límites a su poder, el más importante de los cuales era la amenaza de rebelión. Durante el período comprendido entre 1850 y 1864, todo el sur de China fue devastado por la rebelión Taiping. Murieron millones de personas en el conflicto o debido a la hambruna masiva. Sin embargo, la oposición al emperador no estaba institucionalizada.

La estructura de las instituciones políticas japonesas era distinta. El sogunato había dejado a un lado al emperador, pero, como hemos visto, el poder Tokugawa no era absoluto, y dominios como el de Satsuma mantenían la independencia, incluso la capacidad de comerciar con el exterior de forma independiente.

Igual que en el caso de Francia, una consecuencia importante de la revolución industrial británica para China y Japón fue la vulnerabilidad militar. China fue humillada por la potencia naval británica durante la primera guerra del Opio, entre 1839 y 1842, y la misma amenaza se hizo muy real para los japoneses cuando los barcos de guerra estadounidenses, dirigidos por el comodoro Matthew Perry, entraron en la bahía de Edo en 1853. La realidad de que el retraso económico creaba retraso militar formaba parte del impulso del plan de Shimazu Nariakira para derrocar el sogunato y poner en marcha los cambios que finalmente condujeron a la restauración Meiji. Los líderes del dominio Satsuma se dieron cuenta de que el crecimiento económico (quizá incluso la supervivencia japonesa) solamente se lograría a través de reformas institucionales, pero el sogún se oponía porque su poder estaba vinculado a las instituciones existentes. Para llevar a cabo reformas, el sogún debía ser derrocado, y lo fue. La situación era similar en China, pero las distintas instituciones políticas iniciales hicieron mucho más difícil derrocar al emperador, lo que sucedió solamente en 1911. En lugar de reformar instituciones, los chinos intentaron igualar el poder militar británico importando armas modernas. Los japoneses construyeron su propia industria armamentística.

Como consecuencia de estas diferencias iniciales, cada país respondió de una forma distinta a los retos del siglo
XIX
, y Japón y China tomaron caminos radicalmente distintos en la coyuntura crítica que creó la revolución industrial. Las instituciones japonesas se transformaron y la economía inició un crecimiento rápido, mientras que, en China, las fuerzas que impulsaban el cambio institucional no eran lo bastante fuertes, y las instituciones extractivas persistieron en gran medida hasta que cambiaron a peor con la revolución comunista de Mao en 1949.

 

 

Las raíces de la desigualdad mundial

 

En éste y en los tres capítulos anteriores, hemos contado la historia de cómo aparecieron instituciones políticas y económicas inclusivas en Inglaterra para posibilitar la revolución industrial y por qué determinados países se beneficiaron de esta revolución y se embarcaron en el camino hacia el crecimiento, mientras que otros no; de hecho, algunos países se negaron rotundamente a permitir que comenzara la industrialización. Que un país iniciara la industrialización dependía, en gran parte, de sus instituciones. Estados Unidos, que experimentó una transformación similar a la Revolución gloriosa inglesa, ya había desarrollado su propio tipo de instituciones políticas y económicas inclusivas a finales del siglo
XVIII
. De este modo, se convertiría en la primera nación que explotaba las nuevas tecnologías procedentes de las islas Británicas y pronto superaría a Gran Bretaña y se convertiría en el precursor de la industrialización y el cambio tecnológico. Australia siguió un camino similar hacia las instituciones inclusivas, aunque fuera algo más tarde y pasara más desapercibido. Sus ciudadanos, como los de Inglaterra y Estados Unidos, tuvieron que luchar para obtener instituciones inclusivas. Una vez logradas, Australia lanzaría su propio proceso de crecimiento económico. Australia y Estados Unidos pudieron industrializarse y crecer rápidamente porque sus instituciones relativamente inclusivas no bloquearon las nuevas tecnologías, la innovación ni la destrucción creativa.

No ocurrió lo mismo en la mayor parte de las colonias europeas porque sus dinámicas eran opuestas a las de Australia y Estados Unidos. La falta de población o de recursos nativos que extraer hizo que el colonialismo de Australia y Estados Unidos fuera muy distinto, aunque sus ciudadanos tuvieran que luchar para conseguir instituciones inclusivas y derechos políticos. En las Molucas, como en muchos otros lugares colonizados por los europeos en Asia, el Caribe y Sudamérica, los ciudadanos tenían pocas posibilidades de ganar aquella batalla. Allí, los colonos europeos impusieron un tipo nuevo de instituciones extractivas o se adueñaron de las instituciones extractivas ya existentes, para poder extraer recursos valiosos, desde especias y azúcar hasta oro y plata. En muchos otros lugares, pusieron en marcha una serie de cambios institucionales que harían que la aparición de instituciones inclusivas fuera muy improbable. En algunos sitios, eliminaron explícitamente cualquier industria floreciente o las instituciones económicas inclusivas existentes. La mayoría de aquellos lugares no pudieron beneficiarse de la industrialización en el siglo
XIX
, ni tampoco en el
XX
.

La dinámica del resto de Europa también fue bastante distinta a la de Australia y Estados Unidos. Mientras la revolución industrial de Gran Bretaña cobraba impulso a finales del siglo
XVIII
, la mayor parte de los países europeos estaban gobernados por regímenes absolutistas y controlados por monarcas y aristocracias cuya mayor fuente de ingresos eran los impuestos que cobraban de las tierras que poseían o los privilegios comerciales de los que disfrutaban gracias a las prohibitivas barreras impuestas a las importaciones. La destrucción creativa que crearía el proceso de industrialización erosionaría los beneficios comerciales de los líderes y utilizaría recursos y mano de obra de sus tierras. Las aristocracias serían los perdedores económicos de la industrialización. Y lo más importante es que también serían perdedores políticos, ya que el proceso de industrialización, sin duda, crearía inestabilidad y retos para su monopolio del poder político.

Sin embargo, las transiciones institucionales en Gran Bretaña y la revolución industrial crearon oportunidades y nuevos retos para los Estados europeos. Aunque hubiera absolutismo en Europa occidental, la región también había compartido gran parte de la deriva institucional que había afectado a Gran Bretaña en el milenio anterior. No obstante, la situación era muy distinta en Europa oriental, el Imperio otomano y China. Estas diferencias eran importantes para la difusión de la industrialización. Igual que la peste negra o el auge del comercio atlántico, la coyuntura crítica creada por la industrialización intensificó el conflicto por las instituciones siempre presente en muchos países europeos. Uno de los factores principales fue la Revolución francesa de 1789. El fin del absolutismo en Francia abrió el camino a las instituciones inclusivas, y, finalmente, los franceses se embarcaron en la industrialización y el rápido crecimiento económico. De hecho, la Revolución francesa hizo más que eso: exportó sus instituciones e invadió y eliminó por la fuerza instituciones extractivas de varios países vecinos. De esta forma, allanó el camino a la industrialización no solamente en Francia, sino también en Bélgica, los Países Bajos, Suiza y algunas partes de Alemania e Italia. Más al este, la reacción fue similar a la que hubo tras la peste negra, cuando, en lugar de hundirse, el feudalismo se intensificó. Austria-Hungría, Rusia y el Imperio otomano quedaron aún más retrasadas económicamente, pero sus monarquías absolutistas lograron permanecer hasta la primera guerra mundial.

En el resto del mundo, el absolutismo fue tan resistente como en Europa oriental, sobre todo en China, donde la transición Ming-Qing condujo a un Estado que quería construir una sociedad agrícola estable y hostil al comercio internacional. Sin embargo, también había diferencias institucionales importantes en Asia. Si China reaccionó a la revolución industrial igual que Europa oriental, Japón reaccionó igual que Europa occidental. Como en Francia, hizo falta una revolución para cambiar el sistema, esta vez dirigida por los señores renegados de los dominios Satsuma, Ch
sh
, Tosa y Aki. Estos señores derrocaron al sogún, crearon la restauración Meiji y condujeron a Japón al camino de las reformas institucionales y el crecimiento económico.

También vimos que el absolutismo era resistente en la aislada Etiopía. En el resto del continente, la misma fuerza del comercio internacional que ayudó a transformar las instituciones inglesas en el siglo
XVII
cerró grandes partes del África occidental y central en instituciones altamente extractivas a través del tráfico de esclavos. Aquel hecho destruyó las sociedades en algunos lugares y condujo a la creación de Estados esclavistas extractivos en otros.

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