—He estado trabajando en ello recuperando carteras, móviles y todas esas cosas. Al parecer la mayoría de esta gente parece estar concentrada en Maryland, Nueva Jersey y Pensilvania. No hay ninguno de otro sitio.
—Como los niños de Delaware —dije—. Algo aleatorio pero todos de la costa este.
—¿Hay alguna identificación con el nombre de Lester Bellmaker? —preguntó Grace—. ¿O alguna variación de Bellmaker? ¿Quizá Bellmacher o algo parecido?
Dietrich miró por encima una hoja de papel que tenía en una carpeta.
—No. Lo que más se acerca es una Jennifer Bellamy. Nada de Lester.
—Es un callejón sin salida —dijo Church con voz tranquila—. Tenemos que pensar que el nombre puede ser un alias.
—Al parecer a Aldin le parecía importante decírnoslo —dije—. Utilizó hasta el último aliento.
—El tiempo lo dirá —dijo Church—. ¿Algo más, doctora McWilliams?
Ella dijo que no con la cabeza y añadió:
—Médicamente hablando todavía no hemos encontrado nada que se salga de lo que el doctor Hu ya ha dicho sobre esos caminantes. Una cosa interesante es que menos de la mitad de las víctimas que he visto mostraban marcas de mordiscos visibles. La mayoría tienen marcas de inyecciones y supuestamente así les introdujeron el patógeno.
Grace preguntó:
—De los que tienen mordiscos, ¿han determinado si algunos fueron mordidos post mórtem?
—No. No hay pruebas de que los caminantes se atacasen los unos a los otros. Eso sugiere que solo se sienten atraídos por la carne viva.
Al decirlo pareció sentirse mal.
—Como en las pelis —dijo Hu, pero ella lo ignoró.
Me giré hacia Jerry y le dije:
—¿Qué viene ahora?
—¿Frank? —dijo dirigiéndose a Frank Sessa, un hombre robusto de unos sesenta años con la cabeza afeitada, gafas con montura metálica y los nudillos callosos de un viejo karateca. Frank y yo nos conocíamos de hacía tiempo, de los círculos de artes marciales y por el trabajo de análisis químico que hizo para las fuerzas del orden.
Sessa entrelazó los dedos y se apoyó en los antebrazos.
—Sus terroristas han tomado elecciones extrañas en cuanto a explosivos se refiere. Utilizaron peróxido orgánico explosivo. Es un líquido incoloro con un olor bastante fuerte. Normalmente se almacena como solución al cincuenta por ciento en ftalato de dimetilo para evitar la detonación, así que quienquiera que instalase las bombas trampa sabía algo de control de temperatura aplicado a explosivos. Es muy difícil trabajar con esto y está muy por encima del nivel de lo que habría esperado de un aspirante a Unabomber.
Nos puso al día sobre la fabricación, manejo y uso de aquella cosa. Eran noticias bastante preocupantes.
—Entiendo que estos caminantes o como se llamen están en estado de letargo con temperaturas bajas —dijo Sessa—, y podríamos inclinarnos por pensar «Bueno, el sitio ya está frío así que por eso eligieron un explosivo que es de lo más seguro a bajas temperaturas», pero yo no iría por ahí. Hay muchos explosivos que no son tan sensibles a la temperatura como esta cosa. No sé quiénes son vuestros malos, pero a mí me parece que es alguien que quería hacerse ver. Es una bomba demasiado potente para su propósito y se equivocaron en las cantidades en al menos dos sitios.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Dietrich. Yo no dije nada; pensaba que ya sabía la respuesta, y Jerry también.
—Bueno, la cantidad que había en la puerta en la que almacenaban a los infectados… era demasiado grande o demasiado pequeña dependiendo de cómo se mire. Si la intención era reventar la puerta o matar a quien intentase abrirla, entonces era demasiado; por otro lado, si la intención era destruir el contenido de la sala, se quedaron cortos. Si hubiesen utilizado dinamita lo hubiese calificado como la obra de algún tonto que no sabe cómo funcionan los explosivos, pero entonces está lo de la sala de ordenadores. Había una buena cantidad de explosivos, pero estaban todos en un extremo de la sala. Si quisiesen destruir todos los ordenadores podrían haber utilizado menos material, pero colocar una pequeña porción en cada una de las unidades. Sería una explosión menor, pero mucho más efectiva en cuestión de seguridad. —Sacudió la cabeza—. No, esto es una combinación de conocimientos en alta tecnología, mucho dinero y extrañas elecciones.
Jerry me profirió una sonrisa de complicidad, pero yo no moví ni un músculo.
Durante las siguientes dos horas escuchamos a un experto detrás de otro. El de balística nos dijo lo que nos esperábamos: que los terroristas estaban utilizando AK-47 estándar y una serie de armas compradas en la calle. Las AK habían sido modificadas para poder acoger cargadores de M-16 y cartuchos de 7,62 mm de la OTAN. Eso no es nada nuevo; los coleccionistas de armas lo llevan haciendo años. Los chicos de huellas sacaron un montón de juegos y hasta ahora tres de los terroristas habían aparecido en los ordenadores, todos con lazos conocidos con Al Qaeda o con El Mujahid. Ninguno de los científicos estaba en las bases de datos, pero eso no era especialmente sorprendente.
Luego habló el mago en jefe de los ordenadores de Church, Utada.
—Tal y como ha dicho el señor Sessa, no se ha producido una pérdida total de ordenadores. De hecho hemos tenido bastante suerte porque tenemos dos ordenadores centrales completamente intactos y estamos recuperando cosas de tres más.
—¿Qué hemos encontrado hasta ahora? —preguntó Grace.
Hu respondió a eso.
—Muchísimo. Si los datos apoyan el trabajo de laboratorio que están realizando mis chicos ahora mismo, quizá obtengamos el nombre de alguno o todos los parásitos componentes. Eso nos ahorrará mucho tiempo a la hora de crear un protocolo.
Les di las gracias a los expertos forenses y les dejé volver al trabajo, aunque Jerry se quedó.
Church dijo:
—En realidad todavía no le hemos escuchado a usted, detective Spencer. ¿Qué cree de todo esto?
Jerry sonrió y me miró de soslayo.
—El Capitán Figura ya sabe lo que pienso, pero se lo diré a quienes no sean polis. —Fue una buena pulla a los federales presentes. Hice lo que pude para contener una sonrisita—. Punto número uno —dijo, marcando los puntos con los dedos—: este lugar fue construido para ser un laberinto de ratas. El único punto de entrada posible era la puerta que utilizó el equipo de Joe. Desde el punto de vista del acercamiento, ninguna otra era relativamente segura. Creo que esos cabrones lo planearon para que fuese así. Punto número dos: cuando Joe y sus chicos estaban dentro solo se les ofreció una ruta que seguir. Cualquiera que esté en este mundillo sabría que dejarían a un hombre atrás haciendo guardia en la puerta. Solo había una posición posible que podría adoptar un tirador para defender esa posición y justo detrás de él había una puerta oculta con bisagras muy bien engrasadas. Al no hacer ruido al abrirse, esto le permitiría a alguien escondido acercarse sigilosamente y darle con el táser a como se llame.
—Skip Tyler —dije yo.
—Sí, Tyler. Lo noquearon con un táser de chorro, se lo llevaron y lo dejaron en una sala, pero le dejaron sus armas donde las pudiese encontrar fácilmente. ¿Por qué no cortarle el cuello sin más o dárselo de comer directamente a los caminantes? Solo hay una respuesta que tiene sentido. —Pero todavía no desarrolló ese punto—. Punto tres: se llevan al segundo tío. —Chasqueó los dedos en mi dirección.
—Ollie Brown.
—Correcto, le disparan con el táser a Brown y se lo llevan a su laboratorio. Entonces, los malos saben a ciencia cierta que alguien se ha infiltrado. ¿Entonces, por qué tanto teatro? ¿Por qué capturar a los chicos de Joe en lugar de matarlos? Solo quedaban tres agentes armados del DCM y entre los guardias armados del edificio y un par de cientos de caminantes podrían haber hecho desaparecer al equipo fácilmente o bien tomarlos como rehenes para utilizaros como moneda de cambio. Pero no lo intentaron. Ni siquiera intentaron utilizar a Brown como rehén cuando Joe entró. No intentaron huir. No, eso no tiene sentido. Todo esto debería haber sido una masacre o bien una retirada… y no fue ninguna de las dos cosas.
—Joder, estuvo bastante cerca —murmuró Grace.
—No me entienda mal, comandante —dijo Jerry—. No estoy diciendo que estuviesen interesados en el bienestar de sus equipos. Probablemente a esos tíos les daría igual si todos ustedes hubiesen muerto ahí dentro.
—Encantador —dijo Grace.
—Lo que quiero decir es que no tenían intención de defenderse. Nada de lo que he visto apoya esa teoría. Dime que no tengo razón, Joe.
—Ya sabes que tienes razón, Jerry —le dije. La expresión de las caras de quienes estaban alrededor de la mesa mostraban de todo. La cara de Church, para variar, no me decía nada. Pero Grace estaba asintiendo, uniendo las piezas por sí misma. Rudy tenía una ceja levantada como solía hacer cuando estaba inmerso en sus pensamientos. Dietrich parecía un poco descolocado y no dejaba de mirar a Church, como esperando instrucciones. Hu se mostraba escéptico.
—¿Por qué iban a hacer eso? —preguntó Hu.
—Porque querían que encontrásemos lo que hemos encontrado —dije.
Hu sacudió la cabeza.
—No… de ninguna manera. Eso no tiene sentido.
—Sí que lo tiene —murmuró Church. Todos lo miramos, pero él me hizo un gesto a mí—. Tiene usted la palabra.
—Todo esto es un montaje —dije—, Jerry tiene razón: podrían habernos eliminado y deberían haberlo hecho. Teníamos un equipo pequeño y ninguna información sobre el interior del edificio. Una vez dentro apagaron las unidades de refrigeración y subieron la temperatura para activar a todos los caminantes, que estaban aletargados hasta que nosotros entramos. Así que, entre la bomba trampa de la gran sala de almacén, los caminantes liberados en los pasillos y la aparición de los guardias que de repente decidieron abrir fuego con sus AK, nos llevaron hasta el laboratorio. Colocaron explosivos en la sala de ordenadores, pero no los suficientes para destruir toda su investigación y ninguno de los guardias armados del pasillo intentó utilizar una tarjeta de acceso para entrar en el laboratorio. Jerry lo comprobó… sus tarjetas tenían el código correcto, pero no las utilizaron. Nos tomaron el pelo.
—¿Con qué fin? —preguntó Rudy—. A ver, tal y como lo describes puedo llegar a entenderlo, pero ¿qué finalidad tiene todo eso? Habéis conseguido matar a todos los caminantes y todos sus científicos y el resto de los trabajadores están muertos; tenemos los ordenadores y también lo que se ha podido recuperar del laboratorio. Tal y como lo describes los terroristas nos han entregado en bandeja la solución a la amenaza.
Al ver que yo no respondía, añadió:
—¿Por qué iban a hacer algo así?
El Mujahid / Muelle 12 / Brooklyn, Nueva York
El buque de carga Albert Schweitzer atracó en el muelle 12 a la sombra del Queen Elizabeth II y fue recibido por un aparcamiento lleno de ambulancias, vehículos para el transporte para discapacitados, limusinas y taxis. Los heridos que podían caminar bajaron por la rampa escoltados por enfermeras y camilleros; los casos más graves eran transportados en sillas de ruedas o en camillas. Sonny Bertucci bajó por su propio pie, aunque llevaba bastón y parecía débil. Fue recibido por dos agentes de Global Security que lo condujeron a una furgoneta blanca que llevaba el nombre de una empresa privada de ambulancias en las puertas. Los agentes subieron en la parte de atrás con Bertucci y el conductor cerró la puerta, subió a la cabina, salió del aparcamiento y en media hora estaban en el peaje de Nueva Jersey Turnpike en dirección sur.
En el área de servicio Thomas Edison, la furgoneta se colocó detrás de una fila de semirremolques aparcados y se detuvo junto a un Ford Explorer negro con matrícula de Pensilvania. Ambos conductores salieron, se dieron un apretón de manos y juntos se dirigieron a la puerta trasera de la furgoneta blanca. El conductor de la furgoneta llamó tres veces, esperó y volvió a llamar una vez más antes de abrir la puerta.
—Tu viaje…
Y hasta ahí llegó. El conductor del Explorer le disparó dos veces en la nuca con un arma de calibre 22 con silenciador. El conductor de la furgoneta se desplomó al abrirse las puertas; Sonny Bertucci sacó una mano y lo agarró y, con la ayuda del conductor del Explorer, metió el cadáver en la furgoneta y lo colocó junto a los de los dos agentes de Global Security. Ambos tenían el cuello cortado y el gran hombre sostenía el gancho de su bastón con la mano izquierda. El gancho terminaba en una aguja de quince centímetros que iba metida dentro del eje del bastón, cuya junta estaba oculta bajo una banda metálica decorativa.
Bertucci tiró el arma en la parte de atrás y juntos, él y el conductor del Explorer, cerraron con llave las puertas de la furgoneta. Cuando hubieron acabado, se dieron un cálido abrazo dándose palmaditas en la espalda.
—Me alegro de verte —dijo el conductor, sonriendo.
El Mujahid también sonreía, a pesar del dolor que le producían sus heridas.
—Ahmed, es fantástico ver a un amigo en este lugar. —Hizo una pausa y luego hizo un gesto con la barbilla señalando la furgoneta—. ¿Gault lo sabe?
—Parece que sí —dijo Ahmed—. Recibí una llamada hace unos quince minutos que decía que había que acabar contigo. Supongo que uno de ellos —dijo el conductor señalando la furgoneta cerrada—, recibió una llamada similar.
—Sí, llamaron mientras estabas conduciendo. No conseguí oír lo que decían, pero por sus ojos vi que era una orden de matar. Gracias por ocuparte de todo.
—Un placer. Venga, vamos… no podemos arriesgarnos a que vengan más agentes de Gault.
Cuando ambos estaban ya sentados en el Explorer y ya se adentraban en el flujo del tráfico, Ahmed preguntó:
—¿Cómo está mi hermana?
El Mujahid sonrió.
—Amirah te envía todo su cariño.
—La echo de menos.
El Guerrero le dio una palmadita en el hombro.
—Pronto estaremos todos juntos, en este mundo o en el paraíso.
—Alabado sea Alá —dijo Ahmed mientras aceleraba a más de cien kilómetros por hora en dirección sur.
Sebastian Gault / Espacio aéreo afgano / Jueves, 3 de julio
—Es un verdadero honor recibir la visita del señor Gault —dijo Nan Yadreen, el enlace de la Cruz Roja para Afganistán—. Y también una sorpresa. De haber tenido más tiempo habríamos preparado una recepción mejor.
Toys forzó una sonrisa.