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Authors: Henry James

Tags: #Fantástico, Terror

Otra vuelta de tuerca (17 page)

BOOK: Otra vuelta de tuerca
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Miró la parte superior del salón con una vaga expresión de pena y retuvo el aliento dos o tres veces como si no pudiera respirar. Parecía que estuviera en el fondo del océano y elevara la mirada a algún delicado y verdusco rayo de luz.

—Bueno... dije cosas.

—¿Y sólo por eso...?

—Ellos opinaron que era más que suficiente.

—¿Para expulsarte?

Nunca, en verdad, había explicado una persona expulsada tan poco del hecho como aquella personita. Pareció sopesar mi pregunta, pero de un modo casi desinteresado.

—Bueno, supongo que no debí decirlas.

—Pero ¿a quién dijiste esas cosas?

Trataba de recordar, evidentemente, pero sin lograrlo.

—No lo sé.

Casi me sonrió en medio de la desolación de su derrota; en aquel momento tan completa, que debí detenerme allí. Pero yo estaba aturdida por mi victoria, y pregunté:

—¿Se las dijiste a todo el mundo?

—No, únicamente a... —pero volvió a sacudir tristemente la cabeza—. No puedo recordar sus nombres.

—¿Fueron muchos?

—No... sólo unos cuantos. Los que me gustaban.

¿Los que le gustaban? La cosa, en vez de aclararse, se volvía más oscura, y al cabo de unos instantes mi propia piedad me llevó a pensar con alarma que tal vez el niño era inocente. Aquella idea me confundió y turbó un instante, ya que si él era inocente, ¿qué era yo? Paralizada por el simple aleteo de esa pregunta, lo dejé en libertad, de manera que, con un profundo suspiro, volvió a alejarse de mí. Lo vi observar la ventana amargamente, sintiendo que ya no tenía nada que ocultar allí de él.

—Y ellos, ¿repitieron lo que tú dijiste? —continué al cabo de unos instantes.

Se hallaba entonces a cierta distancia de mí y volvía a respirar con dificultad, mostrando su contrariedad, aunque ahora sin enojo, por haber sido aprisionado contra su voluntad. Una vez más, como antes, miró hacia afuera como si, de todo lo que hasta el momento lo había sostenido, no quedara sino una ansiedad inenarrable.

—¡Oh, sí! —respondió, no obstante—. Debieron haberlo repetido. A quienes les gustaban —añadió.

De cualquier manera, allí había mucho menos de lo que yo había esperado, por lo que insistí.

—Y, esas cosas, ¿llegaron a oídos de...?

—¿De los maestros? Sí, así fue —respondió sencillamente—. Pero yo no sabía que ellos las hubieran dicho.

—¿Los maestros? No, no lo hicieron... Nunca dijeron nada al respecto. Por eso te estoy preguntando a ti.

Volvió nuevamente hacia mí su hermosa carita enfebrecida.

—Sí, eran cosas demasiado malas.

—¿Demasiado malas?

—Las que decía yo a veces. No era posible escribirlas a la familia.

No puedo describir el exquisito
pathos
de contradicción que presentaban aquel discurso y aquel orador; sólo sé que un instante después me oí decir vigorosamente:

—¡Qué soberana tontería! —para, un instante después, preguntar con voz más humilde—: ¿Qué eran esas cosas?

Mi tono, vigoroso y duro, se dirigía a su juez, a su ejecutor; sin embargo, hizo que la odiosa presencia volviera a mostrarse en la ventana; la lívida cara de una condenación. Convencida neciamente de lo absoluto de mi victoria, decidí volver a la batalla, pero lo desmedido de mis movimientos sólo lograría acelerar el desastre final. Advertí, en medio de mi acción, que el niño había dejado de ver, y que, aunque la ventana estaba frente a sus ojos, él ya sólo podía adivinar. Dejé entonces que la llama de mi impulso se elevara para convertir la crisis de su derrota en la auténtica prueba de su liberación:

—¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! Todo lo que intentes será inútil —grité al visitante.

—¿Está ella aquí? —jadeó Miles, mientras seguía con ojos ciegos la dirección de mis palabras.

Luego, como su extraño
ella
me llamó la atención, comencé a mofarme.

—¿La señorita Jessel? ¿La señorita Jessel?

Y él, con repentina furia, me dio la espalda.

Yo había quedado estupefacta ante su suposición; pensé que aludía a lo que había ocurrido con Flora, y eso sólo me llevó a desear demostrarle que se trataba de algo mejor.

—¡No es la señorita Jessel! Mira: está en la ventana... exactamente frente a nosotros. ¡Mira allí.., a ese desalmado, por última vez!

Ante eso, después de un segundo en que su cabeza hizo los movimientos de un sabueso que olfateara una pista y dando luego un frenético salto como en busca de aire y luz, se situó ante mí, lívido de rabia, atónito, mirando vanamente en torno a la habitación, sin poder ver la aparición, que yo sentía llenar el cuarto como el aroma de un veneno.

—¿Es
él
?

Estaba tan decidida a reunir todas las pruebas, que me volví de hielo para desafiarlo.

—¿A quién te refieres?

—¡A Peter Quint... malvada! —miró a su alrededor con su hermoso rostro contraído en una muda súplica—. ¿
Dónde
?

Me parece oír todavía aquellas palabras, con las que se había rendido; eran el supremo tributo a mi devoción.

—¿Qué importa ahora, querido? Ya no tendrá ninguna importancia. Estás conmigo —me volví hacia la bestia y dije—: En cambio, él te ha perdido para siempre —luego, como una demostración suprema de mi obra, añadí—: ¡
Allí, allí
!

Pero él había vuelto ya a la ventana, y miró una y otra vez sin ver absolutamente nada. La impresión de aquella pérdida de la que yo me sentía tan orgullosa, le hizo proferir un grito igual al de una criatura que se lanzara al abismo, y el ademán con que lo acogí fue el necesario para salvarlo de la caída. Lo cogí, sí, y es fácil imaginar con qué pasión; pero al cabo de un minuto comencé a darme cuenta de lo que en realidad tenía entre mis brazos. Estábamos solos, el día era apacible, y su pequeño corazón, desposeído, había dejado de latir.

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