Morir a los 27 (39 page)

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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Morir a los 27
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—Sólo te diré —le había asegurado a la forense en el restaurante, mientras ésta abonaba una factura más que abultada— que cuando hace unas semanas Elena salió por la puerta de mi casa, me anunció que no quería volver a verme nunca más.

Lo que el policía calló era que, en las tres rupturas precedentes, Elena le había mandado a paseo con expresiones muy similares, y sin embargo siempre habían acabado reconciliándose.

Tania pagó a la canguro y cuando ésta se fue, invitó a Perdomo a que pasara a la alcoba de su hija, Estela, que acababa de cumplir tres años. La criatura dormía plácidamente y la pareja estuvo contemplándola durante un rato. La forense le contó que, a raíz de su separación, ella había temido que empezaran a aparecer terrores nocturnos, pero que de momento nada de eso había ocurrido. Finalmente, apagaron la luz y pasaron a la sala de estar.

Tania se preparó un daiquiri y luego le sirvió a Perdomo el gin-tonic que había pedido. La mujer le preguntó qué música le apetecía escuchar y el inspector respondió que cualquier cosa menos las tres erres: reggaeton, rap o rock and roll.

—Eso nos deja bastante donde elegir —dijo la forense, mientras se acercaba a una torre de metal y madera en la que estaban colocados los CD—. ¿Conoces a un pianista de jazz de mi país que se llama Gonzalo Rubalcaba? Tiene un disco maravilloso, grabado en directo en Estados Unidos, titulado
Imagine
.

—¿
Imagine
? ¿Como la canción de John Lennon?

—Sí —dijo Tania—, una versión en clave de jazz. ¿O es que te crees que al único que le fascinaba Lennon era a John Winston?

Tania colocó el CD en el reproductor y el piano exquisito del músico cubano empezó a desgranar las primeras notas de la canción. Luego, apagó una de las lámparas de la sala de estar y en la estancia se creó una deliciosa penumbra. Aunque podría haber ido a acomodarse en el sofá en el que se sentaba Perdomo, la forense optó por permanecer de pie, meciéndose suavemente al ritmo de la música. Después de unos compases, Perdomo empezó a sonreír con esa boca ladeada que había llevado a Amanda a decir de él que era Ellen Barkin con pantalones. Tania lo vio, y se dio cuenta de que la sonrisa no estaba dedicada a ella, sino que respondía a un recuerdo, o tal vez a una ocurrencia que había surgido en la cabeza de su ex. No llegó a decirle la manida frase del cine de «un penique por tus pensamientos», pero sí empleó una muy similar. El inspector bajó la vista hacia el vaso que sostenía entre las manos antes de responder.

—No es nada, Tania. Sólo me estaba acordando de la primera vez que tú y yo… ¡qué inconscientes fuimos!

—Yo he olvidado el nombre del restaurante —dijo Tania, divertida con aquella historia—, pero en cambio recuerdo perfectamente que en la puerta del lavabo de señoras había un cartel con un zapato de tacón. Como en el de caballeros no había nada, estuvimos cinco minutos polemizando sobre si el zapato de hombre se había caído de la puerta o en realidad nunca lo habían colocado. Tú me hiciste reír al tratar de convencerme de que la decoración del local era tan minimalista que sólo habían puesto el signo para las señoras. «Como sólo hay dos sexos y la gente no es tonta, deducirá forzosamente que la otra puerta ha de ser el lavabo de caballeros», dijiste.

—No me acuerdo de nada de eso —confesó Perdomo—. Sólo de lo que ocurrió después, que fue en el de señoras.

—¡La primera vez en mi vida y la última que hago el amor en un servicio público!

Perdomo fingió que se tomaba el comentario como una ofensa personal.

—¡Tampoco estuvo tan mal!

—Estuvo muy bien, tonto, no lo decía por eso, sino porque el encargado del local bajó a buscarnos a los lavabos, para avisarnos de que por fin se había quedado una mesa libre, y casi nos pilla.

—Tú eras muy joven y podrías haber esgrimido la atenuante de la edad —dijo Perdomo—. Pero yo era ya un bacalao de más de treinta años, y el juez no habría dudado en condenarme a la pena máxima —reconoció, avergonzado.

Perdomo levantó el vaso por encima de su cabeza, en un gesto que podía confundirse con un brindis, pero que no lo era.

—¿Ves dónde tengo colocado el dedo en el vaso? —le preguntó a la forense.

—Sí, ¿por qué?

—Cuando el gin-tonic baje hasta esa marca, me levantaré de este sofá tan condenadamente incómodo en el que, con toda la razón del mundo, no te quieres sentar, y me acercaré a ti para darte un beso.

—Eso puede tardar aún un par de minutos —objetó la forense—, lo cual para mí, en estos momentos, equivale a toda una vida.

Por toda respuesta, Perdomo vació de un solo trago el medio vaso de gin-tonic que aún le quedaba y se incorporó, con gesto viril, para rematar aquella noche de conquista.

El teléfono móvil del inspector empezó a vibrar cuando éste ya tenía a la forense entre sus brazos.

—Será Gregorio, mi hijo —se disculpó ante la mujer—. Siempre que salgo de noche, acostumbra a hacerme una última llamada antes de dormirse, para darme la lata. Perdona, en medio minuto lo despacho.

La llamada era del subinspector Villanueva.

—Sé que es más de medianoche —le dijo su ayudante, visiblemente excitado—, y que no debería llamarte a estas horas, pero creo que esto es importante. ¿Has visto la foto de O'Rahilly?

—No. ¿Qué foto?

—La que te acabo de mandar a tu correo. Una en que se le ve perfectamente la oreja derecha. Es idéntica a la que Guerrero encontró en la puerta de la suite de Winston. Ahora ya estamos seguros: el crimen lo cometió ese hijo de puta.

55

Tattoo man

—Espero no haber interrumpido nada interesante —le dijo Villanueva a Perdomo, en cuanto lo vio aparecer por la UDEV—. Lo cierto es que esto podría haber esperado hasta mañana, pero al comparar la foto de O'Rahilly con el otograma que nos facilitó Guerrero, pensé que te gustaría que te informara enseguida.

Perdomo le hizo un gesto con la mano a su ayudante para indicarle que no se preocupara por la intempestiva llamada. Lo cierto es que una parte de él —la que se sentía culpable por poner en peligro la relación con Elena— le estaba profundamente agradecida: la noche de pasión con Tania se había ido al traste en el último momento. Por otro lado, se sentía un completo desgraciado, puesto que a esas horas, Elena ya debía de haber sido puesta sobre aviso por su amiga, acerca de un romance que, en realidad, no había llegado a consumarse. ¿Cuál sería la reacción de su ex a partir de entonces? ¿Le llamaría? Y en caso de que le telefoneara, ¿fingiría no saber nada en absoluto acerca de Tania?

—¿Qué tienes ahí? —le preguntó a Villanueva, al ver que su ayudante sostenía una carpeta de trabajo en la mano, de la que sobresalían varias fotografías.

El subinspector agitó los papeles con aire de misterio, como si fuera un presentador de televisión que trata de poner nervioso a un concursante en la fase final de la prueba. Luego dijo:

—Me he puesto en contacto con Scotland Yard y con la policía danesa para que me enviaran por correo electrónico toda la documentación sobre O'Rahilly que obraba en su poder. No hay mucho, porque es un tipo muy escurridizo, pero he mandado ampliar las dos fotografías en las que mejor se le ven las orejas y se aprecian muchos puntos de coincidencia con uno de los otogramas que tenemos.

Perdomo comenzó a animarse y le dio un par de palmaditas en la espalda a su ayudante, para felicitarle por su iniciativa. Al hacerlo, se fijó en un largo cabello de color negro que se había quedado enredado en el cuello de la camisa del subinspector y lo extrajo con dos dedos.

—Ten cuidado con esto —le dijo adoptando una expresión muy severa— porque a muchos les ha costado el matrimonio.

—¿Qué matrimonio? Lo que tengo es un tonteo con una mexicana que hace Pilates conmigo. Ese pelo pertenece al colgado que tenemos de dependiente en la tienda de mi cuñado. Me habla a cinco centímetros de la cara y me llena siempre la camisa de pelos. ¡Lo que se hace por una hermana pequeña no se hace por nadie!

—Bueno —zanjó el inspector—, vamos al turrón. Lo de las fotografías es importante, pero Guerrero me aseguró, la noche misma en que asesinaron a Winston, que íbamos a obtener también una muestra del ADN del asesino. ¿Qué dice el laboratorio? ¿Para cuándo tendremos la huella genética que nos prometió la Policía Científica?

—He hablado con el laboratorio esta misma mañana —le tranquilizó Villanueva—. Dentro de cuarenta y ocho horas nos facilitarán los datos, pero ¿de qué nos sirven por el momento? Ninguna policía del mundo dispone del ADN de O'Rahilly, así que no lo podemos comparar con lo que tenemos. —Colocó sobre la mesa de Perdomo el otograma original y varias fotografías del pirata informático, en las que se apreciaba el sello de la policía del Reino Unido—. En cambio el otograma nos permite ir avanzando, aunque sea a trancas y barrancas. No tenemos la oreja completa, nos falta el lóbulo. Si bien es cierto que no es suficiente para inculpar a nadie, al menos nos vale para descartar sospechosos. Pues bien, si comparamos esta ampliación de la oreja del irlandés con lo que encontró Guerrero en la puerta del Ritz, mi conclusión es que O'Rahilly es el asesino.

—¿Guerrero ha visto estas fotos? —preguntó Perdomo, visiblemente excitado.

—Por supuesto —respondió Villanueva—, he estado quince minutos con él, esta misma tarde.

Tras examinar con detenimiento las pruebas que le acababa de aportar el subinspector, Perdomo torció el gesto.

—Estas fotos son muy importantes, debería haber estado yo también en la reunión con Guerrero. ¿Por qué no me llamaste de inmediato por teléfono?

—No estabas en la UDEV y Guerrero se marchaba de puente a Sevilla. ¿Qué crees, que trato de arrebatarte el puesto? —respondió el otro, dolido.

—No, por supuesto —dijo Perdomo—. Has hecho un buen trabajo. Anda, cuéntame todo lo que te ha dicho Guerrero esta tarde, de pe a pa.

Villanueva tomó aire, adoptó la actitud de un alumno diligente y comenzó a hablar:

—Aunque las huellas de oreja no están admitidas como prueba en todos los países, se acaba de llevar a cabo un estudio, con más de mil muestras, en el que se han comparado incluso orejas de gemelos monocigóticos, que son los que más parecidas las pueden tener entre sí. Incluso en ésas, se aprecian pequeñas diferencias. Por tanto, cuando uno obtiene una huella de oreja de un delincuente, es como si tuviera su huella dactilar, porque no hay dos iguales en el mundo. El problema que tenemos con la de O'Rahilly es que no es una huella completa, tal vez porque cuando la pegó a la puerta, estaba tumbado en el suelo en una posición incómoda y no llegó a apoyarla del todo.

»Sin embargo, Guerrero asegura que lo que se ve en el otograma tiene tantos puntos de coincidencia con la oreja del irlandés, que vale la pena investigarle. Sumemos a esto lo que nos dijeron los músicos: el irlandés ha puesto a punto un holograma pirata de Winston para hacer negocio con sus conciertos y, desaparecido Winston, el valor de ese holograma se convierte en incalculable. O'Rahilly se acaba de convertir en el sospechoso número uno —concluyó el subinspector.

—Hay que conseguir el ADN de ese hijo de puta —afirmó resuelto Perdomo—. Ningún juez del mundo nos va a conceder una orden de detención contra O'Rahilly si le mostramos sólo medio otograma, pero si nos hacemos con su huella genética y coincide con la que consiguió Guerrero en la puerta del hotel, le tenemos en el bote. El problema es: ¿cómo conseguir su ADN? Ni siquiera un tribunal de justicia podría obligarle a entregar material genético en contra de su voluntad, por lo que tendríamos que obtenerlo por nuestra cuenta y riesgo. Con un solo pelo nos vale, pero ¿dónde obtenerlo?

—Los pelos —dijo Villanueva— suelen estar en los peines, los peines en los cuartos de baño y éstos a su vez en los domicilios de los sospechosos. El problema fundamental es que la casa de O'Rahilly es su barco, y como ahora hay tanta presión policial sobre él a causa de su portal ilegal de descargas, nunca lo abandona… excepto cuando tiene que matar. Estoy convencido de que al ingeniero de sonido del Ericsson Globe también lo liquidó él en persona.

—No me interesa lo que crees, Villanueva…

—… me interesa lo que sabes —completó el subinspector, que conocía de memoria la frase favorita de Perdomo—. Pues lo que sé es esto, jefe: el
Revenge
no sale nunca del estrecho de Oresund, y desde 1857, la Convención de Copenhague decidió que los estrechos daneses son aguas internacionales, de libre uso militar y comercial. Así que, ¿cómo vamos a meterle mano a ese pirata?

Perdomo empezó a sentir cómo le invadía una terrible sensación de impotencia y los dos policías guardaron silencio durante largo rato, mientras daban vueltas incesantes en su cabeza a la mejor manera de escapar de aquel callejón sin salida. Por fin, el inspector dijo:

—¿Qué sabemos de ese barco?

Villanueva se animó, al constatar que podía volver a complacer a su jefe.

—El
Revenge
es una nave muy similar al
Alcyone
, el buque de la Sociedad Oceanógrafica Jacques Cousteau.

Perdomo levantó la ceja derecha en actitud de sorpresa.

—¿El barco de Cousteau no era el
Calypso
?

—El
Calypso
se hundió en el puerto de Singapur en 1996 —le aclaró el subinspector—. Te veo al día, jefe —ironizó—, pero no te preocupes, nadie puede saber de todo.

—¡Al grano, Villanueva, que no estoy de humor! —zanjó Perdomo.

—El
Revenge
—prosiguió el otro— es un barco extraordinariamente sofisticado, híbrido entre un monocasco y un catamarán. Tiene un sistema mixto de propulsión, en el que se combinan los motores diesel con unas velas revolucionarias llamadas turbovelas. En la carpeta de documentación te he incluido varias fotos.

Perdomo nunca había visto un barco semejante. Del casco del
Revenge
emergían, como si fueran las majestuosas chimeneas de los barcos del río Mississippi, dos gigantescos cilindros huecos de metal, cuatro veces más eficaces que la mejor de las velas convencionales. En la parte superior, cada cilindro ocultaba un enorme ventilador que aspiraba el aire hacia fuera, controlado por una sofisticada computadora. Para mantener una velocidad uniforme, los motores diesel entraban en acción cuando el viento amainaba y se detenían por completo cuando éste soplaba con la fuerza suficiente y en la dirección adecuada. Aunque el barco estaba tan bien diseñado que, teóricamente, podía navegar solo, O'Rahilly mantenía a bordo una tripulación permanente de doce personas: el capitán, dos mecánicos, un cocinero, un programador de informática, un ingeniero de sonido, dos expertos en holografía, un técnico en satélites artificiales, un director de animación, un jefe de seguridad y un diseñador de sets digitales.

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