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Authors: David Brin

Marea estelar (6 page)

BOOK: Marea estelar
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—Tomo nota del nivel de error tolerado para su posterior examen —le dijo a la Niss—.

Ahora veamos, ¿qué puedes decirme sobre la situación actual?

—Ésa es una pregunta muy vaga. Para usted, puedo acceder al ordenador de combate de la nave, pero eso comporta ciertos riesgos.

—No, de momento es mejor que no lo hagas.

Si la Niss intentaba introducirse en el ordenador de combate durante una alerta, el estado mayor de Creideiki podría percibirlo. Tom suponía que Creideiki estaba al corriente de la presencia a bordo de aquella máquina, lo mismo que sabía que Gillian Baskin desarrollaba un proyecto secreto, pero el delfín comandante siempre se había abstenido de hacer el menor comentario al respecto y permitía que los dos humanos realizaran sus trabajos como mejor les pareciese.

—Está bien así —añadió después—. ¿Puedes conectarme con Gillian?

El holograma empezó a bailar proyectando centelleos azules.

—Está sola en su oficina. Paso la llamada.

Las motas de polvo se desvanecieron bruscamente y fueron reemplazadas por la imagen de una mujer rubia de unos treinta años. Lo primero que mostró el rostro de la mujer fue perplejidad; luego se iluminó con una sonrisa que acabó en carcajada.

—Ya veo que estás con tu amiguita electrónica. Dime, Tom, ¿qué tiene esa sarcástica máquina que no tenga yo? Nunca has estado tan separado de mí.

—¡Muy gracioso! —Sin embargo, la broma de Gillian alivió un poco la angustia que sentía desde que tuvo noticias de que la nave estaba en estado de alerta. Le atemorizaba la idea de tener que luchar casi inmediatamente. Con una semana más de tiempo, el Streaker hubiese sido capaz de hacerse tomar en cuenta, antes de ser destruido o capturado. Pero en aquellos momentos, tenía tanta posibilidad de defensa como un conejo drogado—. Según mis noticias, los galácticos todavía no han llegado a este planeta.

—No —respondió Gillian sacudiendo la cabeza—. Pero por si acaso, Makanee y yo estamos de guardia en la enfermería. Los fines del estado mayor dicen que hay por lo menos tres flotas que han surgido en el espacio próximo. Se han enfrentado con tanta rapidez como en Morgran. Esperemos que se destruyan mutuamente.

—Más vale no hacerse muchas ilusiones con eso.

—Bueno. Tú eres el experto táctico de la familia. Sin embargo, podrían pasar semanas antes de que el vencedor bajara para capturarnos. Habrá tratados, alianzas de última hora, y eso nos dará tiempo para encontrar alguna solución.

A Tom le hubiera gustado compartir su optimismo. Como «experto táctico de la familia» su trabajo consistía en «encontrar alguna solución».

—Bien. Si la situación no es tan urgente...

—No creo que lo sea. Todavía te puedes pasar un buen rato con mi rival cibernética.

Yo voy a devolverte la pelota cultivando unas relaciones más íntimas con Herbie.

Tom sacudió la cabeza sin molestarse en contestar. Herbie era un cadáver; el único botín tangible que habían obtenido de la flota abandonada. Gillian había determinado que la momia extraterrestre tenía más de dos billones de años, pero la mini Biblioteca de a bordo parecía sufrir de apoplejía cada vez que se le preguntaba a qué raza había pertenecido Herbie.

—Muy bien. Dile a Creideiki que iré en seguida. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, Tom. Se está despertando precisamente ahora. Le diré que no tenías los pies en el suelo la última vez que te vi —le guiñó un ojo y cortó la comunicación.

Tom observó durante un momento el lugar que había ocupado la imagen de Gillian, preguntándose, una vez más, qué había hecho para merecer una mujer como aquélla.

—Curiosidad aparte, Thomas Orley, algunos matices de la conversación que acaba de mantener con la doctora Baskin despiertan mi interés. ¿Estoy en lo cierto al suponer que esas palabras moderadamente insultantes que ella le ha dirigido pueden incluirse en la categoría de bromas afectuosas? Por supuesto, mis constructores tymbrimi son seres telempáticos, pero también ellos parecen disfrutar con ese tipo de distracciones. ¿Forman parte del proceso de acoplamiento? ¿O es una forma especial de demostrar amistad?

—Creo que un poco de las dos cosas. ¿Es verdad que los tymbrimi hacen también el mismo tipo...? —Se mordió la lengua—. No importa. Empieza a dolerme el brazo y voy a tener que bajar muy pronto. ¿Tienes algo más que decirme?

—Nada que sea de importancia vital para su supervivencia o para su misión.

—Supongo que no has conseguido obtener de la mini Biblioteca ningún dato sobre Herbie o sobre la flota abandonada.

El holograma cambió a claras figuras geométricas.

—Éste es el problema esencial, ¿no es cierto? La doctora Baskin me hizo la misma pregunta la última vez que recurrió a mis servicios, hace trece horas.

—¿Y le diste una respuesta más clara que la que me estás dando a mí?

—Encontrar los medios para burlar la programación de acceso a la mini Biblioteca de a bordo es la principal razón de mi presencia en la nave. Si lo hubiera conseguido, se lo habría dicho —la voz sin cuerpo de la máquina era lo bastante seca para dejar a un melón sin jugo—. Hace mucho tiempo que los tymbrimi sospechan que el Instituto de la Biblioteca no es del todo neutral... que las conexiones de la Biblioteca vendidas por éste están programadas con sutiles errores o informaciones incompletas para colocar a ciertas razas molestas en situación de desventaja. Los tymbrimi ya estaban trabajando para solucionar este problema cuando sus ancestros aún vestían pieles de animales, Thomas Orley. Nunca se ha esperado que este viaje de exploración diera más resultado que la consecución de un pequeño número de nuevos datos fragmentarios, y quizá la eliminación de algunos pequeños obstáculos.

Orley comprendía que la máquina, con su larga vida, pudiera adoptar una postura tan conformista. Sin embargo, se daba cuenta de que él se sentía ofendido por ella. Hubiera sido agradable pensar que el Streaker y sus tripulantes no vivían aquel calvario en vano.

—Después de todo lo que hemos encontrado —sugirió—, este viaje debería servir para algo más que para que tú consigas unos cuantos bits nuevos.

—La propensión de los terrestres a meterse en problemas, y para aprender de ello, fue la razón principal de que mis propietarios accedieran a embarcarme en esta aventura loca, aunque nadie esperaba tal cadena de extrañas calamidades como la que ha caído sobre la nave. Vuestra capacidad en ese terreno fue subestimada.

No había nada que se pudiera contestar a aquello y, además, a Tom empezaba a dolerle el brazo.

—Bueno, será mejor que regrese. En caso de necesidad siempre puedo contactar contigo por el circuito de la nave.

—Desde luego.

Orley se soltó y cayó acuclillado cerca de la puerta cerrada: un rectángulo situado a bastante altura en una pared muy inclinada.

—La doctora Baskin acaba de transmitirme que Takkata-Jim ha dado orden de regreso al grupo de reconocimiento —indicó bruscamente la Niss—. La doctora piensa que a usted le gustará saberlo.

Orley reprimió un juramento. Con toda probabilidad, Metz tenía algo que ver en el asunto. ¿Cómo iban a reparar la astronave si la tripulación no podía buscar las materias primas que necesitaban? El motivo principal que impulsó a Creideiki a posarse en Kithrup fue la abundancia de metales en un medio oceánico accesible para los delfines. Si se hacía volver a los prospectores de Hikahi, el peligro debía ser importante... o bien alguien se había dejado dominar por el pánico.

Se disponía a salir, pero se paró y miró hacia arriba, —Niss, es prioritario que sepamos qué creen los galácticos que hemos encontrado.

—Los destellos casi desaparecieron.

—He efectuado un minucioso registro de los archivos accesibles por la microsección de la Biblioteca que hay a bordo, buscando todo lo que pudiera aportar la menor luz sobre el misterio de la flota abandonada, Thomas Orley. Salvo unas vagas similitudes entre las imágenes que descubrimos en los gigantescos cascos y algunos antiguos símbolos de culto, no he encontrado nada que pueda apoyar la hipótesis de que aquellas naves tuvieran alguna relación con los legendarios Progenitores.

—Pero tampoco has encontrado nada que lo niegue, ¿verdad?

—Exacto. Aquellos pecios abandonados pueden tener relación o no con el único mito común a todas las razas que respiran oxígeno en las Cinco Galaxias.

—¿Es posible que sólo hayamos encontrado un montón de chatarra carente de significado histórico?

—Puede ser. Pero también es posible que hayamos hecho el mayor descubrimiento arqueológico y religioso de la época. Esa eventualidad explicaría la magnitud del combate que ahora se está desarrollando en este sistema solar. La imposibilidad de penetrar en los datos de la mini Biblioteca de a bordo es indicativa de la actitud de muchas culturas galácticas en relación a los sucesos de ese pasado remoto. Al ser el navío de exploración Streaker el único depositario de informaciones sobre la flota abandonada, su captura será de una importancia vital para cualquier tipo de fanáticos.

Orley había tenido la esperanza de que la Niss encontrara pruebas de que el descubrimiento carecía de importancia. Con ellas hubieran convencido a los ETs para que los dejaran tranquilos. Pero, si la flota abandonada tenía tanto valor como parecía, el Streaker habría de buscar un medio para transmitir sus informes a la Tierra, y dejar que las cabezas pensantes se las entendieran con todo aquel barullo.

—De acuerdo, sigue investigando —le dijo a la Niss—. Mientras tanto, voy a hacer lo posible para que los galácticos no se nos echen encima. Ahora, podrías decirme...

—Por supuesto que puedo —dijo la Niss, interrumpiéndolo de nuevo—. El pasillo está desierto. ¿Acaso piensa que no le habría avisado en caso de que no estuviese libre?

Tom negó con la cabeza, persuadido de que la máquina había sido programada para actuar de aquel modo de vez en cuando. Era típico de los tymbrimi. A los mejores aliados de la Tierra les gustaban las bromas pesadas. Antes de verse obligado a ocuparse de una docena de calamidades prioritarias, había tenido la intención de darle una patada a la Niss y presentar el hecho a sus amigos los tymbrimi como un «desgraciado accidente».

Cuando la puerta se deslizó hacia un lado, Tom se agarró al dintel y saltó para caer sobre el techo del oscuro corredor. La puerta se cerró automáticamente a sus espaldas. A intervalos regulares, a lo largo de la suave curva del redondo pasillo, veía brillar las luces rojas de alerta.

Perfecto, pensó. Nuestras esperanzas de marcharnos lo antes posible acaban de desaparecer. Afortunadamente, ya tengo planes alternativos.

Algunos debían ser discutidos con el capitán, pero guardaría para sí uno o dos.

Tendré que exponer unos cuantos, pensó, sabiendo por experiencia que el azar difiere de los esquemas. Tanto si difiere como si no, será algo totalmente inesperado lo que llegará para ofrecernos la última esperanza real.

6
GALÁCTICOS

La fase inicial de la batalla era un todos contra todos. Una veintena de facciones se enfrentaron y escudriñaron unas a otras, para descubrir los puntos débiles del adversario.

Un buen número de naves destrozadas derivaban en su órbita, rotas y retorcidas, y siniestramente luminosas. Nubes rojizas de plasma se esparcían a lo largo del sector de la batalla, mientras los fragmentos de metal giraban lanzando surtidores de chispas.

A bordo de la nave almirante, una reina cuya piel se asemejaba al cuero seguía en sus monitores el desarrollo de la batalla. Tendida en un amplio y mullido cojín, se acariciaba, pensativa, las marrones escamas del vientre.

Las pantallas que rodeaban el lecho de Krat revelaban la existencia de innumerables peligros. Una de ellas, mostrando una superposición de líneas rizadas, indicaba zonas de anómalas probabilidades. Otras, señalaban el lugar del abismo desde donde las armas psíquicas eran aún peligrosas.

Las otras flotas aparecían como enjambres de puntos luminosos, ahora agrupados, cuando la primera fase del combate había concluido.

Krat cambió de posición en el cojín de piel para aliviar un poco la presión que sentía en su tercer abdomen. Durante una batalla, las secreciones hormonales siempre aceleraban sus procesos internos, inconveniente que, en tiempos pasados, obligaba a los soro de su sexo a permanecer en el nido, dejando que los estúpidos machos estuvieran a cargo de la guerra.

Pero los tiempos habían cambiado. Una pequeña criatura pajaroide se acercó, y Krat tomó una de las ciruelas que había en la bandeja que le ofrecía. Mordió la fruta y saboreó los jugos que corrían por su lengua y bigotes. Acto seguido, el diminuto forski dejó la bandeja y entonó una lánguida balada sobre los placeres de la batalla.

Naturalmente, los forski habían sido educados hasta un determinado grado de sapiencia. Hacer menos por una raza pupila hubiera sido contrario al Código de Elevación. Pero aunque podían hablar e incluso, si llegaba el caso, pilotar un aparato espacial, la ambición personal había sido eliminada de ellos genéticamente. Eran demasiado útiles como criados y entretenedores para que se les permitiera dedicarse a otros trabajos. Una mayor adaptabilidad habría comportado el riesgo de alterar la gracia y la inteligencia con que desempeñaban sus funciones.

Una de las pantallas más pequeñas se oscureció. Uno de los destructores de la retaguardia de los soro acababa de ser destruido. Krat apenas lo notó. Hasta entonces, había consolidado su posición sin sufrir demasiadas pérdidas.

La cabina de mando estaba dividida en sectores. Desde el centro, Krat podía ver el interior de todos los compartimientos en que se movía la tripulación. Sus miembros pertenecían a diversas razas pupilas de los soro y se ocupaban de satisfacer sus deseos, cada uno en su especialidad.

Los sectores de navegación, combate y detección se estaban tranquilizando al fin. En el sector de planificación, por el contrario, Krat vio que la actividad se incrementó cuando los estrategas evaluaron el desarrollo de la batalla, incluyendo la nueva alianza entre el Abdicador y el Transcendentalista.

Un suboficial paha sacó la cabeza fuera del sector de detección. Krat, con los ojos medio cerrados, le vio precipitarse hacia una sección de alimentación, apoderarse de una copa de humeante amoklah y luego apresurarse para volver a su puesto.

Se había dejado que los paha adquirieran una diversidad racial superior a la de los forski para acrecentar su valor como guerreros rituales. Aquello los había hecho menos dóciles de lo que a Krat le hubiera gustado, pero era el precio que había que pagar por tener buenos soldados. Decidió ignorar el incidente y volvió su atención hacia el pequeño forski cuyo canto evocaba la futura victoria... y la gloria de Krat cuando los terrestres estuvieran en su poder y consiguiera arrancarles sus secretos.

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