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Authors: David Brin

Marea estelar (3 page)

BOOK: Marea estelar
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El Streaker era una pequeña nave de exploración única en su género. No había muchas razas provistas de aletas que respiraran oxígeno, volando por el espacio interestelar. Algunas usaban la gravedad artificial por conveniencia, y pocos miembros de estas especies eran aptos para formar parte de una tripulación.

Pero el primer navío espacial de tripulación delfiniana debía ser diferente. Estaba diseñado basándose en un principio que había guiado a los terrestres desde hacía dos siglos: «Siempre que sea posible, se debe actuar con sencillez. Se ha de evitar el uso de la ciencia de los galácticos cuando no se comprenda totalmente».

Doscientos cincuenta años después del contacto con la civilización galáctica, la Humanidad continuaba avanzando para eliminar su propio retraso. Las razas extraterrestres que utilizaban la antiquísima Biblioteca desde tiempos muy anteriores a la aparición de los primeros mamíferos sobre la Tierra, manifestando al mismo tiempo una lentitud glacial para agregar datos a aquel universal compendio del saber, a los primitivos terrestres les parecieron casi dioses en aquellas rudimentarias, pesadas y lentas astronaves. Pero la Tierra tenía ahora una conexión con la Biblioteca, que supuestamente le daba acceso a todos los conocimientos acumulados durante la Historia galáctica. Pero sólo en los últimos años había llegado a ser una ayuda en lugar de una fuente de confusiones.

El Streaker, con su compleja distribución de piletas mantenidas por centrifugación y los talleres de baja gravedad, debía parecer increíblemente arcaico a los alienígenas que fueron a inspeccionarlo antes de su lanzamiento. Aun así, para las comunidades neodelfinianas de la Tierra era un motivo de orgullo.

Después del crucero de ensayo, la nave había hecho escala en la pequeña colonia humano-delfiniana de Calafia, para reclutar a la élite de los diplomados de su minúscula Academia. Aquélla había de ser la primera y, quizá, la última visita de Toshio a «la vieja y querida Tierra».

«La vieja y querida Tierra» era todavía el domicilio del noventa por ciento de la Humanidad, eso sin contar las otras especies terrestres dotadas de inteligencia. Los turistas galácticos todavía se asombraban ante el mundo de los
enfants terribles
que habían causado tal agitación en tan pocos siglos. Hacían apuestas sobre cuánto tiempo podría sobrevivir la Humanidad sin la protección de algún tutor.

Desde luego, todas las especies tenían tutores. Ninguna conseguía la inteligencia adecuada sin la intervención de otra raza que hubiera alcanzado antes aquel nivel.

¿Acaso no habían desempeñado el mismo papel los hombres respecto a los chimpancés y los delfines? A lo largo de los millones de milenios que habían transcurrido desde la época de los Progenitores, la mítica raza de los orígenes, cada especie dotada del don de la palabra y capaz de viajar en naves espaciales había recibido educación de un predecesor. Las razas de aquellos tiempos remotos se habían extinguido por completo pero, gracias a la enciclopédica Biblioteca, la civilización fundada por los Progenitores aún seguía viva.

En el destino de los propios Progenitores hallaban su origen numerosas leyendas e incluso religiones francamente contradictorias.

Toshio se preguntaba, como todo el mundo durante los últimos trescientos años, a qué se podrían haber parecido los tutores del hombre... admitiendo que hubieran existido.

¿Podían ser de una de las fanáticas especies que habían tendido la trampa en la que había caído el Streaker sin desconfiar y que, en aquellos momentos, corrían tras su pista como una jauría tras su presa?

Aquel hilo de pensamientos no era muy agradable de seguir si se pensaba en lo que el Streaker había descubierto.

El Concejo de Terragens lo había enviado como refuerzo de una flota de exploración, dispersa por toda la galaxia, que tenía por misión verificar la exactitud de los datos suministrados por la Biblioteca. Hasta entonces, ésta no había fallado más que en ínfimos detalles. Un error en las coordenadas de una estrella, una especie mal catalogada. Era como si se tratara de comprobar que cada uno de los granos de arena de una playa respondía a una descripción exhaustiva que alguien hubiera hecho de todos ellos. Incluso consagrando a la tarea mil generaciones, no se podría verificar nunca la totalidad, pero siempre era posible comprobar ciertos datos tomados al azar.

El Streaker había sido empujado a través de un pequeño depósito de marea gravitacional, situado a cincuenta mil parsecs del plano de la galaxia, cuando descubrió a la Flota.

Toshio suspiró al pensar de nuevo en la mala jugada que les había hecho el azar.

Ciento cincuenta delfines, siete humanos y un chimpancé; ¿cómo podíamos encontrar lo que buscábamos? ¿Por qué teníamos que encontrarlo precisamente nosotros?

Cincuenta mil naves, cada una de ellas del tamaño de una luna. Aquello fue lo que encontraron. Los delfines se habían entusiasmado con el descubrimiento... el mayor cementerio de naves jamás visto... y, por todos los datos, de una antigüedad increíble. El capitán Creideiki había conectado con la Tierra para pedir instrucciones.

¿Por qué diablos había llamado? ¿No podía haber esperado a volver para presentar el informe? ¿Por qué estuvo gritando en presencia de todos los oídos indiscretos de la galaxia que había descubierto un montón de antiquísima chatarra en medio de ninguna parte?

El Concejo de Terragens respondió, en código, inmediatamente:

—Ocúltense. Recibirán instrucciones. No respondan.

Creideiki había obedecido, naturalmente, pero no antes de que la mitad de las razas tutoras de la galaxia hubieran lanzado sus flotas de guerra tras los pasos del Streaker.

Toshio parpadeó.

Algo. ¿Al fin una resonancia? Sí. El detector magnético indicaba un débil eco hacia el sur. Se concentró en el receptor, aliviado por tener algo que hacer. Estaba resultándole insoportable compadecerse de sí mismo.

Sí, y además aquello tenía todo el aspecto de ser un yacimiento importante. ¿Debía avisar a Hikahi? Era cierto que la búsqueda de los fines desaparecidos era prioritaria, pero...

Lo envolvió una sombra. La expedición estaba rodeando una enorme colina metálica, cuyas paredes de color cobre parecían tapizadas por los verdes y carnosos ramajes de alguna planta trepadora.

—No te acerques tanto, Manos Pequeñas —silbó desde su izquierda Keepiru. Eran los únicos que estaban junto al montículo. Los otros fines habían dado un amplio rodeo—. Lo ignoramos todo sssobre esta flora —siguió el delfín—, y fue por aquí por donde vieron a Phippit por última vez. Estarías más ssseguro con el resto del grupo.

Keepiru giró lánguidamente ante Toshio, manteniéndose a su altura con suaves golpes de la aleta caudal. Los brazos de su arnés brillaban con los reflejos cobrizos de la colina metálica.

—Lo más importante es tomar muestras, ¿verdad? —dijo Toshio, furioso— ¡Y además, para eso estamos aquí!

Sin dejar que Keepiru pudiera reaccionar, dio la vuelta y dirigió el trineo hacia el montículo.

Penetró en una región de tinieblas donde los rayos del sol de mediodía desaparecían al interponerse la masa de la isla. Mientras abordaba, dando un rodeo, la espesa y fibrosa vegetación submarina, un banco de peces de lomos plateados pareció explotar ante él.

A su espalda, pudo escuchar a Keepiru gritar en primal un juramento perfectamente revelador de la angustiada sorpresa del delfín. Toshio sonrió.

La colina se alzaba como un acantilado a la derecha del trineo, cuyo ruido parecía dar valor a Toshio. Inició un giro inverso y agarró la rama verdosa más cercana.

Con gran satisfacción, sintió en la mano la resistencia y luego cómo se desprendía la planta al ser arrancada de su soporte. ¡Un fin no hubiera podido hacer aquello! Flexionó los dedos con un gesto apreciativo antes de volverse para guardar la mata en uno de los sacos de muestras.

Fue entonces cuando notó que la masa verde parecía haberse aproximado. Keepiru lanzaba gritos cada vez más penetrantes.

¡Llorón!, pensó Toshio. Voy a permitirme el lujo de soltar por un momento los mandos, y no voy a volver con tu maldito grupo hasta que no hayas terminado con tu retahíla de quejas.

Acentuando su bandazo hacia la izquierda, dispuso los alerones de profundidad pero, en un cuarto de segundo, comprendió que acababa de cometer un error táctico: la disminución de velocidad del trineo fue suficiente para que el manojo de lianas lanzadas en su persecución le alcanzase.

Debían existir en Kithrup criaturas marinas de mayor tamaño que las encontradas hasta entonces por la expedición, pues los tentáculos que se abatieron sobre Toshio estaban manifiestamente adaptados para la captura de grandes presas.

—¡Oh, Koino-Anti! ¡Ya lo tengo!

Abrió la válvula al máximo y se agarró para resistir la explosión que iba a producirse.

El poder llegó... pero no la aceleración. El trineo gimió, forzando las largas y fibrosas ramas. Pero el avance no se produjo. Entonces, el motor se paró. Toshio sintió que algo reptaba alrededor de una de sus piernas, luego de la otra. Las lianas empezaban a contraerse y a tirar.

Jadeando, consiguió ponerse de espaldas y, a tientas, buscó sobre su muslo la funda del cuchillo. Los Tallos serpentinos estaban cubiertos de unos bulbos que se pegaban a todo lo que tocaban y, cuando uno de aquellos nudos entró en contacto con la mano de Toshio, el muchacho no pudo reprimir un grito de dolor.

Los fines se lanzaban ya llamadas agudas y, a corta distancia, Toshio percibió los movimientos de una violenta agitación. Pero excepto para su inconsciente deseo de ser la única víctima de la planta, Toshio no tenía tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el combate que iba a librar.

La hoja salió de la vaina lanzando un brillo de esperanza. Esperanza que se vio confirmada, pues dos delgados tallos fueron cortados por las primeras cuchilladas del muchacho. Por el contrario, le hizo falta algo más de tiempo para librarse de un tercero, más grueso, que no tardó en ser reemplazado por otros dos.

Fue entonces precisamente cuando vio el lugar hacia donde lo arrastraba la vegetación.

Una profunda grieta vertical se abría en el lado de la colina. En el interior, una masa de filamentos esperaba contorsionándose. Muy al fondo, una docena de metros más arriba, algo liso y gris estaba envuelto en un bosque de ramas que oscilaba con una equívoca languidez.

Toshio notó que el vapor que manaba de su boca abierta empañaba el cristal de su máscara. El reflejo de sus propios ojos, desorbitados por el horror, se sobreponía a la inerte silueta de Ssassia. Las olas la acunaban, no con la dulzura que había caracterizado su vida, sino con la de la muerte.

Con un grito de rabia, Toshio siguió desgarrando. Le hubiera gustado llamar a Hikahi para informarla de la suerte de Ssassia, pero los únicos sonidos que se formaban en sus labios eran rugidos de odio hacia el monstruoso vegetal kithrupiano. Diminutos fragmentos de ramas y follaje se esparcían a capricho de los torbellinos a medida que el muchacho se desfogaba entre una nube de violentas cuchilladas que no conseguía impedir que las lianas se multiplicaran a su alrededor arrastrándolo a la falla.

Trepador de Escalas, poeta de ojos agudos,

Pide auxilio, para que te busquen.

Haz que trine el sonar, a través de la pantalla.

Era Hikahi.

Por encima de la confusión de la lucha salvaje y el silbido entrecortado de su respiración, Toshio percibió los ecos de la batalla que libraba el resto del destaca mentó.

A los acelerados trinos de un ternario que, a excepción de la breve orden que acababa de recibir, no hacía falta ralentizar para oídos humanos, se mezclaba el crujido de los arneses.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí!

Acuchilló un tentáculo que amenazaba su tubo de aire, y estuvo a punto de cortar éste al mismo tiempo. Se humedeció los labios para intentar silbar en ternario.

Guárdate de los tentáculos del calamar

Que succionan, agarran y desconciertan,

Descargando su cólera sobre Ssassia.

Puede que la métrica fuese un poco desigual, pero los fines comprenderían mejor aquello que una llamada en ánglico. Cuarenta generaciones de contacto con el pensamiento lógico no podían evitar que su mente funcionara más deprisa, en casos de urgencia, cuando se les hablaba con silbidos versificados.

Toshio oyó cómo se iba acercando el combate que sus compañeros sostenían con la planta. Pero quizá presionados por aquella amenaza, los tentáculos tiraban aún más deprisa de su presa hacia la hendidura. Súbitamente, una liana cubierta de ventosas se enrolló alrededor de su brazo y, antes de que pudiera cambiar de mano el cuchillo, ésta se vio sujeta por una de las ardientes ventosas. Con un aullido de dolor, el muchacho logró desembarazarse de su asaltante, pero el cuchillo había desaparecido en las negras aguas.

Otros filamentos vegetales cayeron sobre él. En aquel momento, Toshio tuvo conciencia de que alguien le estaba hablando, lentamente, ¡y en ánglico!

—¡... hay naves allí arriba! Al teniente Takkata-Jim le gustaría saber por qué Hikahi no ha enviado un monopulso de confirmación... —Era la voz de Akki; ¡llamaba desde la nave!

Pero a Toshio le resultaba imposible contestar a su amigo. Aunque no hubiera tenido preocupaciones más importantes, el botón de la radio no se hallaba a su alcance—. No te esfuerces en contestarme verbalmente —prosiguió Akki. Y Toshio recibió con un gemido aquella involuntaria punzada de ironía, pues, en aquel mismo instante, luchaba por separar un tentáculo de la máscara, al mismo tiempo que vigilaba para no volver a dañarse las manos—. Basta con que envíes un monopulso y te des prisa en volver... todos vosotros. Parece que una batalla espacial está a punto de empezar exactamente encima de Kithrup. Es como si todos esos malditos ETs nos hubieran seguido hasta aquí y fueran a disputarse como en Morgran el privilegio de nuestra captura. Ahora tengo que dejarte. Silencio total de las comunicaciones por radio. Vuelve en cuanto puedas. Akki.

Corto.

Toshio sintió que la planta agarraba el tubo de aire. Con mucha fuerza.

—Claro, Akki, viejo amigo —gruñó, mientras intentaba que la liana soltase su presa—.

Estaré de vuelta en cuando el Universo me deje hacerlo.

El tubo de aire se obturó a causa de la presión que ejercía el tentáculo... no había nada que Toshio pudiera hacer. Su máscara se empañó. Y, cuando él mismo sintió que caía en las tinieblas, creyó ver a los fines acercándose en su auxilio, aunque no tenía ninguna forma de saber si aquello era real o sólo una alucinación. Nunca hubiera esperado que fuese el propio Keepiru quien encabezase la carga, ni que aquel fin manifestase tanto ardor combativo y, simultáneamente, tanto desprecio por el dolor que le producían las ventosas. No parecía real.

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