—Podéis preguntaros por qué no invoco en este momento una intervención divina en el esquema de la evolución humana. No lo hago, porque debemos seguir la senda exploratoria que nos hemos impuesto. Nos estamos limitando sólo a lo que vemos. Y todo lo que vemos en este momento es el hombre emergiendo como fenómeno en un universo cambiante. Si lo que vemos nos perturba, debemos soportar esa perturbación y no buscarle una respuesta excesivamente fácil. Y lo digo aunque el hombre no ha aparecido aún bajo nuestros ojos indagadores. Nos hemos adelantado a su encuentro. Ahora debemos retroceder.
Télémond pudo palpar casi el relajamiento de la tensión ambiental. Lanzó una mirada rápida a la primera fila de su público. Leone sacudía su blanca cabeza y susurraba un comentario al cardenal sentado a su izquierda. Rinaldi sonreía, y alzó una mano en un ademán casi imperceptible de aliento. Cirilo el Pontífice permanecía erguido en su silla, con su rostro marcado en perfecta inmovilidad y sus ojos oscuros brillantes de interés.
Suavemente, Télémond los condujo de regreso a la corriente principal de su relato. Les mostró las formas primitivas de la vida reproduciéndose, multiplicándose, uniéndose y volviendo a unirse, tanteando, ingeniosa, pero indiferentemente, su camino hacia la estabilidad y la permanencia. Dibujó para ellos el árbol de la vida, y mostró cómo echaba ramas, y, sin embargo, crecía hacia lo alto; cómo ciertos vástagos morían y caían a tierra; cómo ciertas ramas dejaban de crecer; pero cómo siempre el impulso principal del crecimiento tendía a subir hacia el gran cerebro superior y del organismo complejo y el mecanismo de supervivencia más flexible. Les habló también de las primeras especies subhumanas: del humanoide, preludio del ser humano, y, finalmente, llegó al hombre.
Entonces, bruscamente, les planteó un rompecabezas.
—…Desde donde nos hallamos ahora vemos una continuidad, una unidad en el proceso evolutivo. Pero si observamos atentamente, vemos que la línea de avance no siempre constituye un trazo firme y definido. En algunos lugares es una línea de puntos, o quebrada. No podemos decir en qué punto del tiempo comenzó la vida. Pero sabemos que comenzó. Sabemos que el pterodáctilo existió. Hemos encontrado sus huesos en la tierra. Pero cuándo y a través de qué mutaciones llegó a ser, no está totalmente claro para nosotros. Lo vemos primero como plural…, muchos pterodáctilos. Pero, ¿hubo una pareja inicial o fueron siempre muchos? No lo sabemos… Así también con el hombre; cuando lo encontramos en la Tierra, son muchos hombres. Hablando como científico, no tenemos constancia de la aparición del hombre como pareja única. En los archivos históricos, escritos sobre la arcilla primaria, los hombres se hacen presentes. No digo que apareciesen de repente, así como el pterodáctilo no apareció súbitamente. Todas las evidencias señalan hacia un lento emerger de la especie, pero, en cierto punto de la Historia, el hombre está allí, y con el hombre hay también algo más… Conciencia… El hombre es un fenómeno muy especial. Es un ser que sabe, y también es un ser que sabe que sabe. Hemos llegado, ya lo veis, a un momento muy especial de la Historia. Existe una criatura que sabe que sabe…
»Y ahora, amigos míos, quiero que consideréis mi pregunta sólo como científicos, sólo como testigos de la evidencia visible. ¿Cómo emergió este fenómeno especial?
»Retrocedamos por un instante. Consideremos todos esos fenómenos que le precedieron, muchos de los cuales aún coexisten con él, desde el microorganismo hasta el simio humanoide. Todos ellos tienen algo en común: el impulso, la búsqueda, la necesidad de adaptarse para sobrevivir. Empleando un término gastado y poco preciso, es el instinto para hacer esas cosas, para participar en esas combinaciones, en esas asociaciones, lo que los capacitará para seguir la línea de su propia continuidad. Prefiero elegir una palabra diferente a instinto. Prefiero decir que este impulso, esta capacidad, es una forma primitiva, pero en evolución, de aquellos que culminan en el hombre: la conciencia…
Los había traído otra vez a una crisis, y Télémond lo sabía. Por primera vez se sintió verdaderamente incapaz de desplegar ante ellos el alcance y la sutileza de su pensamiento. Luchaba contra el tiempo, y contra la mera limitación semántica y el poder retórico para llevarlos a una visión nueva pero siempre armoniosa de la Naturaleza y del origen de la Humanidad. Sin embargo, continuó resueltamente desarrollando para ellos su propia visión del esquema cósmico: la energía primaria, la vida primitiva, la conciencia primitiva, evolucionando todas y convergiendo en el primer punto focal de la Historia: el hombre. Y los llevó aún más lejos con un audaz salto dentro del terreno que les era propio, mostrándoles todas las líneas del desarrollo humano en su convergencia hacia la unidad final, la unidad del hombre con su Creador.
Télémond sintió ahora con mayor intensidad que antes el cambio en el estado anímico de su auditorio. Algunos parecían espantados, otros, dudosos, y otros se habían definido en completa hostilidad a su pensamiento.
Pero cuando llegó al final de su peroración, supo que había dado lo mejor de sí, y que a pesar de su ocasional vaguedad, o sus ocasionales especulaciones arriesgadas, su discurso había sido la expresión fiel de su propia posición intelectual. Ya no podía hacer si no someterse al juicio y esperar valerosamente el resultado. Humildemente, pero con profunda emoción, llegó a su síntesis final.
—No os pido que estéis de acuerdo conmigo. Mis actuales conclusiones no quedan libres de reconsideración o de nuevo desarrollo, pero de esto estoy totalmente convencido: el primer acto creador de Dios estuvo dirigido a la realización, no a la destrucción. Si el Universo no se halla centrado en el hombre, si el hombre como centro del Universo no se halla centrado en el Creador, entonces el Cosmos es una blasfemia sin sentido. No está distante el día en el cual los hombres comprendan que incluso en términos biológicos sólo tienen una posibilidad: el suicidio, o un acto de adoración.
Sus manos se estremecían y su voz temblaba cuando leyó las palabras de Pablo a los Colosenses:
—«En Él todas las cosas creadas adquirieron su ser, celestiales y terrenas, visibles e invisibles… Todas fueron creadas a través de Él y en Él; Él tiene precedencia sobre todo, y en Él todo subsiste… Fue la voluntad de Dios que toda perfección habitase en Él, y a través de Él traer otra vez todas las cosas, en la Tierra o en el Cielo, a la unión con Él, reconciliándose con ellas a través de su sangre vertida en la cruz.»
Télémond no escuchó los aplausos atronadores que saludaron su descenso del púlpito. Mientras se arrodillaba para rendir homenaje al Pontífice y dejaba el texto en sus manos, sólo escuchó la bendición y la invitación (¿no era una orden?) que la siguió:
—Usted es un hombre temerario, Jean Télémond. El tiempo dirá si tiene o no tiene razón, pero en este momento yo le necesito. Todos le necesitamos.
FRAGMENTO DE LAS MEMORIAS SECRETASDE CIRILO I, PONT. MAX.
…Ayer conocí a un hombre íntegro. Es una experiencia desusada, pero siempre noble y enaltecedora. Cuesta tanto ser un ser humano completo, que hay muy pocos que posean el esclarecimiento o el valor necesarios para pagar el precio requerido… Para serlo hay que abandonar totalmente la búsqueda de la seguridad, y tender los brazos al riesgo de vivir. Hay que abrazar el mundo como un amante, sin esperar una fácil retribución de ese amor. Hay que aceptar la duda y la oscuridad como precio del conocimiento. Hay que tener una voluntad obstinada en el conflicto, pero siempre dispuesta a la aceptación total de todas las consecuencias de vivir y morir.
Así veo yo a Jean Télémond. Por eso he decidido atraerlo a mi lado, pedirle su amistad, para emplearlo como mejor pueda en el trabajo de la Iglesia… Leone lo observa con inquietud. Me lo ha dicho francamente. Hace notar, y con toda razón, lo que es ambiguo y oscuro en su sistema de pensamiento, y lo que el anciano cardenal llama peligrosa impetuosidad en algunas de sus especulaciones. Leone exige otro examen completo de los escritos de Télémond por el Santo Oficio antes de que se le permita enseñar públicamente o publicar sus trabajos.
No estoy en desacuerdo con Leone. Mi temeridad no llega hasta aventurar el depósito de Fe, que, después de todo, es el testamento del nuevo convenio de Cristo con el hombre. Preservarlo intacto es la esencia de mi misión. Y ésta es la tarea que recae sobre Leone en la Iglesia…
Por otra parte, no temo a Jean Télémond. Un hombre que está centrado como él en Dios, que ha aceptado veinte años de silencio, ha aceptado ya todos los riesgos, incluso el de estar equivocado. Lo dijo hoy claramente, y creo en sus palabras… Tampoco temo a su obra; no tengo los conocimientos ni el tiempo suficientes para juzgar con veracidad su valor último. Por eso tengo consejeros y expertos versados en Ciencias, Teología y Filosofía para ayudarme…
Más aún, creo que el error honesto es un paso hacia un mayor esclarecimiento de la verdad, ya que expone a debate y a definiciones más claras las materias que de otra manera permanecerían oscuras e indefinidas en las enseñanzas de la Iglesia. En un sentido muy especial, la Iglesia también está evolucionando hacia una superior comprensión, hacia una conciencia más profunda de la vida divina en su seno.
La Iglesia es una familia. Como toda familia, tiene sus hombres de hogar y sus aventureros. Tiene críticos y conformistas; hombres celosos de sus tradiciones más triviales; hombres que desean impulsarla hacia el porvenir, como lámpara para un futuro glorioso. De todos ellos soy el padre común… Cuando los aventureros retornan trayéndose cicatrices y el cansancio del viaje hasta alguna nueva frontera, de sus irrupciones de éxito o fallidas contra las murallas de la ignorancia, debo recibirlos con la caridad de Cristo y protegerlos con dulzura contra aquellos que han tenido mejor suerte porque han arriesgado menos. He pedido al padre general de los jesuitas que envíe a Jean Télémond a Castelgandolfo, para que me acompañe durante el verano. Confío en que aprenderemos a ser amigos, y oro por que así sea. Creo que Télémond puede enriquecer mi espíritu. Y, por mi parte, yo podré infundir valor y un respiro en su largo y solitario peregrinar…
Curiosamente, este hombre me ha infundido también valor. Durante algún tiempo he estado envuelto en un constante debate con el cardenal secretario de la Congregación de Ritos sobre el problema de la introducción de la liturgia vernácula y un sistema vernáculo de enseñanza en los seminarios y las iglesias de los países misionales. Esto significaría inevitablemente una declinación del lenguaje litúrgico latino en muchas regiones del mundo. También implicaría un inmenso trabajo de traducción y comentario, de manera que las obras de los padres de la Iglesia pueden quedar al alcance de los seminaristas en su propia lengua.
La Congregación de Ritos considera que las desventajas del cambio superan ampliamente a sus méritos. Señalan que esta decisión contradiría las conclusiones del Concilio de Trento, y los pronunciamientos de Concilios y Pontífices posteriores. Afirman que la estabilidad y uniformidad de nuestra organización depende en gran parte del empleo de un idioma común en la definición de la doctrina, en la preparación de los maestros y en la celebración de la liturgia.
Personalmente, opino que nuestro primer deber es predicar la Palabra de Dios y dispensar la gracia de los Sacramentos, y que todo lo que obstaculice estos propósitos, debe apartarse de nuestro camino.
Sin embargo, sé que la situación no es tan sencilla. Por ejemplo, hay una curiosa divergencia de opiniones en la pequeña comunidad cristiana de Japón. Los obispos japoneses quieren conservar el sistema latino. Debido a su posición singular y aislada, tienden a mostrarse temerosos ante cualquier cambio. Por otra parte, los sacerdotes misioneros que trabajan en ese país informan que su labor es más difícil cuando no se emplea el idioma vernáculo.
En África, el nativo cardenal Rugambwa desea emplear el sistema vernáculo. Comprende sus riesgos y problemas, pero, a pesar de todo, opina que debe intentarse. Rugambwa es un hombre piadoso y de esclarecida inteligencia, y respeto en extremo su opinión.
En último término, la decisión recae en mis manos, pero la he diferido porque he sentido intensamente la complejidad del problema y el peligro histórico de que los grupos pequeños y aislados de cristianos puedan verse separados del desarrollo cotidiano de la vida de la Iglesia por una falta de comunicación común. No estamos construyendo sólo para hoy, sino para mañana y para la eternidad…
Sin embargo, al escuchar a Jean Télémond me sentí alentado a dar un paso decisivo. He decidido escribir a aquellos obispos que deseen introducir el sistema vernáculo y pedirles que propongan un plan definido para su empleo. Si sus planes parecen factibles, y si al mismo tiempo puede prepararse en la forma tradicional a un número selecto de sacerdotes, estoy dispuesto a permitir que se pruebe el nuevo sistema… Seguramente hallaré una fuerte oposición en la Congregación de Ritos, y en muchos obispos de la Iglesia, pero hay que hacer algo para romper el estancamiento que inhibe nuestras obras apostólicas, para que la Fe pueda comenzar a surgir con más libertad en las naciones nacientes.
Todas esas naciones están orgullosas de su nueva identidad, y hay que hacerles ver que pueden crecer dentro y con la Fe hacia un legítimo mejoramiento social y económico. Aún no somos un solo mundo, ni lo seremos en mucho tiempo, pero Dios es uno, y el Evangelio es uno, y debe repetirse en todas las lenguas que se hablan bajo el cielo… Ésa era la modalidad de la Iglesia primitiva. Ésa, la visión que Télémond renovó en sí: la unidad del espíritu en los lazos de la Fe y en la diversidad de todo conocimiento y de todas las lenguas…
Hoy concedí las últimas audiencias antes de las vacaciones de verano. Entre aquellos a quienes recibí privadamente estaba cierto Corrado Calitri, ministro de la República. Había recibido ya a la mayoría de los miembros del Gabinete italiano, pero no conocía a este hombre. La circunstancia era desusada, y hablé de esto al maestro de Cámara.
Éste me dijo que Calitri era un hombre de habilidad poco común, que se había elevado meteóricamente dentro del Partido democratacristiano. Incluso se ha hablado de que posiblemente dirija el país después de las próximas elecciones.
El maestro de Cámara me contó también que la vida privada de Calitri había dado bastante que hablar durante largo tiempo, y que estaba comprometido en un caso matrimonial que considera actualmente la Sagrada Rota. Parece, sin embargo, que ahora Calitri está haciendo serios esfuerzos para reformarse, y que ha puesto su persona y sus asuntos espirituales en manos de un confesor.
Por supuesto que ni Calitri ni yo nos referimos a estas materias. Una audiencia es asunto de Estado, y no tiene nada que ver con la relación espiritual de un pastor y de su pueblo.
A pesar de todo, sentí curiosidad por este hombre, y por un instante estuve tentado de pedir los autos de su caso. Finalmente, decidí no hacerlo. Si llega al poder, tendremos relaciones diplomáticas, y es preferible que no se vean complicadas por conocimientos privados de mi parte. Y también es preferible que yo no intervenga con demasiada minuciosidad en las variadas funciones de los tribunales y congregaciones. Mi tiempo es muy limitado. Mis energías son limitadas, y actualmente están tan agotadas, que me alegraré de hacer el equipaje y salir de aquí hacia la comparativa serenidad del campo.
Veo claramente el contorno de un gran problema personal para todo hombre que ostente la dignidad de Papa: la presión de los asuntos a su cargo y las exigencias de tanta gente pueden empobrecerlo hasta tal punto, que no le dejen tiempo ni voluntad para regular los asuntos de su alma. Anhelo soledad y sosiego para dedicarlos a la contemplación… « ¡Mirad los lirios del campo…, no trabajan, ni se afanan! » ¡Afortunados aquellos que tienen tiempo para aspirar el perfume de las flores y dormitar a mediodía bajo los naranjos…!