Indudablemente, existía un significado más profundo en todo esto, pues no se trataba sólo de la celebración de la unificación, sino también de ciertos ciclos del Sol, de la Luna y las estrellas. Los agricultores egipcios necesitaron un calendario especial, para hacer sus predicciones de las inundaciones anuales del Nilo con mayor exactitud. Según el calendario sótico (o de Sirio), los egipcios se valieron de un año de 365 días, divido en doce meses de treinta días, además de uno adicional de cinco días divinos. Luego de cuatro años, este calendario ya no era correcto y se agregaba un día entero a un año, para sincronizarlo. Por cierto, los egipcios sabían que existía un año de 365,25 días, pero se negaban a contarlo de esta manera, porque su calendario sagrado contenía los números sobre los cuales basaron la predicción del fin del mundo. Con el uso del nuevo calendario, los agricultores obtuvieron una mayor precisión en cuanto a las inundaciones cíclicas del Nilo, y no siempre necesitaban recibir el consejo de los sumos sacerdotes.
Además de estos dos calendarios también usaron un calendario lunar, contando alternativamente 29 y 30 días, que coincidían en un ciclo preciso de 25 años y 365 días. El investigador francés Schwaller de Lubicz destacó que este lapso coincidía con 309 períodos lunares. Él calculó:
25 x 365 = 9125 días
9125 ÷ 309 = 29,5307 días por período lunar.
Este es un resultado sumamente exacto. La astronomía moderna emplea un período lunar de 29,53059 días, es decir, una diferencia de sólo un segundo. Se puede considerar este calendario egipcio, sin lugar a dudas, como una maravilla de precisión.
Volvamos ahora a la unificación de Egipto. En la margen del Nilo se realizó una ceremonia de adoración pública, donde dos sumos sacerdotes se dirigieron al Nilo y dijeron: «Tus fuentes celestiales nos dejan vivir, porque permiten que nuestras tierras se inunden todos los años».
Le dijeron al público: «De ahora en adelante vivirán en armonía con las leyes y el orden de Dios, porque estas les concederán la vida en la tierra y en el cielo. Fertilicen la tierra para su trabajo y esta, a su vez, les brindará los cereales».
Ante los jefes de ambas facciones ellos juraron: «Vuestra autoridad sigue siendo el símbolo de todas vuestras acciones, porque vuestra manera de gobernar determinará la felicidad de vuestro pueblo».
Con las manos elevadas al cielo, le hablaron a Dios: «¡Oh, Señor de la eternidad, Tú que lo sabes todo, que tu ley y órdenes gobiernen a partir de este día en adelante y que nuestras vidas estén libres de problemas. ¡Que nuestros hijos sigan nuestro ejemplo, conforme a tu armonía, y que no se produzca ninguna catástrofe! Que tu sabiduría celestial que nos ofreciste por medio de las Combinaciones Matemáticas Celestiales, nos colmen a todos y nos inspiren para evitar las malas acciones que podrían provocar tu enojo».
Fue luego de este día memorable cuando comenzó la reconstrucción de un gran centro astronómico. Le pusieron el nombre de «Círculo de Oro» y contenía dos templos: «La doble casa de la vida» y «El templo de la dama del cielo: Isis». En él había dos escuelas diferentes, los que estudiaban el firmamento de noche y lo reproducían sobre la Tierra, y los que preferían un estudio más matemático, donde todo era teórico, sin observar el cielo. Con esto, ellos poseían una increíble cantidad de combinaciones factibles en relación con el Sol, los planetas y las estrellas del zodíaco. Dado que los egipcios dividieron cada una de las doce constelaciones del zodíaco en tres, esto nos da treinta y seis posibilidades. Al multiplicar los planetas por este número, el resultado que arroja es 7 x 36 = 252. Una vez más, multiplicado por doce da: 252 x 12 = 3024. ¡Por eso el edificio tenía tantas habitaciones!
La descripción de Heródoto
Como Heródoto vio una parte de ello y lo escribió en un libro, creí que para conocer algo más del tema, tenía que encontrar su descripción. Hice búsquedas en un buen número de bibliotecas, pero la tarea fue en vano. Hallé varias referencias, mas sin ninguna clave, y entonces decidí abandonar la tarea por un tiempo. Fue entonces cuando recibí por el correo electrónico, un catálogo de un club del libro holandés. Como de costumbre, repasé sus páginas con curiosidad y ¡allí estaba! El título me saltó con claridad:
Herodotus: The Report of my Research [Heródoto: Informe de mi investigación]
; resultó ser una traducción holandesa especial. Unos días más tarde, compré el libro de 700 páginas y comencé a leerlo de inmediato, ni bien llegué a mi hogar. Empezaba así: «Me llamo Heródoto, soy de Halicarnaso y ahora le quiero contar al mundo sobre la investigación que he realizado para mantener vivo el recuerdo del pasado e inmortalizar las grandes e imponentes obras de los griegos y otros pueblos».
Eso bien podía considerarse como las palabras de apertura. Yo estaba sumamente interesado y hubiera podido leer el libro de corrido, pero afortunadamente, mi sentido común me aconsejó que me detuviera, pues esa tarea me iba a llevar varios días y ahora no disponía de ese tiempo. Rápidamente repasé el índice y abrí el libro en la página sobre el laberinto. Allí decía:
Como muestra de su unanimidad, decidieron dejar un monumento conmemorativo y eso los impulsó a construir el laberinto, que se encuentra situado no lejos de la margen meridional del lago Moeris, en las cercanías de un lugar llamado Crocodilópolis. Yo estuve allí y el lugar está más allá de toda descripción. Si usted hiciera un estudio de todas las paredes de las ciudades y de los edificios públicos de Grecia, vería que todos juntos no hubieran requerido tanto esfuerzo ni tanto dinero como este laberinto; ¡y eso que los templos de Éfeso y Samos no son precisamente obras pequeñas! Es verdad, las pirámides dejan sin habla al observador y cada una de ellas es igual a muchos de nuestros edificios griegos, pero ninguna puede compararse con el laberinto.
Figura 19
. Visión del laberinto.
Quedé abrumado por estas palabras. Las pirámides de Giza están consideradas como los edificios más imponentes de la antigüedad y, sin embargo, según Heródoto —quien también ofreció una elaborada descripción de las pirámides—, el laberinto los sobrepasaba a todos. Al darme cuenta de esto, me sentí sumamente entusiasmado. Con avidez, seguí leyendo su informe:
Por empezar, tiene una docena de jardines interiores, de los cuales seis se hallan alineados en el lado norte y seis en el lado sur. Están construidos de modo tal que sus portales quedan enfrentados. Una pared exterior sin aberturas rodea todo el complejo. El edificio mismo consta de dos pisos y 3000 habitaciones, de las cuales la mitad está en el subsuelo y las restantes 1500, en la planta baja.
Una vez más, tuve que dejar de leer. ¡Tres mil recámaras con jardines interiores y una sola pared circular rodeando el edificio! Creo que una construcción más gigantesca que esta no hubiera sido posible. La mitad de las habitaciones estaban al ras del piso y las restantes en un nivel inferior. Si imaginamos habitaciones de sólo dos metros de largo, tendremos una longitud total de tres kilómetros. Eso me produjo vértigo; ¡este tendría que ser el edificio más grande que jamás se haya construido! Yo no albergaba ninguna duda al respecto. ¿Por qué no era más conocido? ¿Podría haberse esfumado tal vez de la faz de la Tierra? En 448 a.C. aún estaba allí. ¿Podría ser que lo hubieran destruido y que sus partes hubiesen sido utilizadas para construir otros edificios?
LLamé a Gino. «Gino, habla Patrick. Tengo algunas preguntas que hacerle. ¿Sabe usted si se construyó algún edificio importante y nuevo en Egipto después del año 450 a.C? Me refiero a algún período antes de la edad moderna».
«¿Por qué lo pregunta?».
«He leído la descripción del laberinto en las historias de Heródoto; ¡debe haber sido increíblemente grande! Algo semejante sólo puede llegar a desaparecer si lo derriban».
«Déjeme pensar. No, no sé nada de ningún gran monumento que se haya construido posteriormente a esa fecha; ya no se erigían pirámides y, en cuanto a los templos, principalmente eran mantenidos. En realidad, no había demasiada construcción».
«¿Ni siquiera por los romanos?».
«No, que yo sepa. Pero por cierto, pudieron haberlo usado para construir casas».
«¿Ha oído alguna vez hablar de ello?».
«No, nunca. Si en verdad es tan grande, entonces al menos algo debería haberse escrito sobre el tema».
Luego de este breve diálogo, estuve seguro: ¡el edificio más grande jamás construido, aún existía! Yacía oculto en alguna parte, bajo toneladas de arena del desierto. ¿Dónde me encontraba yo con mi texto? ¡Oh, sí, aquí! Intrigado, continué leyendo. Heródoto dijo:
Visité y vi personalmente las mil quinientas habitaciones de la planta baja, por lo tanto, estoy hablando desde mi experiencia personal, pero en cuanto a las habitaciones del subsuelo, debo confiar en la autoridad de los demás, porque los egipcios no me permitieron entrar. Allí, pueden hallarse las tumbas de los reyes que originalmente construyeron el laberinto y de los sagrados cocodrilos. Por lo tanto, nunca estuve en ese sitio y todo lo que sé, lo sé de oídas. Por cierto, me habían mostrado las habitaciones que se encontraban encima de estas; resultaba difícil creer que hubieran sido construidas por manos humanas. Los pasadizos que interconectaban las habitaciones y los senderos zigzagueantes que iban de una recámara a la otra, me dejaron sin aliento, por su colorida variedad, mientras caminaba en completa admiración desde el patio hacia las habitaciones, desde las habitaciones hacia los peristilos y de los peristilos nuevamente a las otras habitaciones, y desde allí hacia los otros patios. El cielo raso de todos estos lugares está hecho de piedra, al igual que las paredes cubiertas con figuras en relieve. Cada patio está rodeado por una hilera de columnas de mármol blanco sin juntas.
«Mi Dios», murmuré. ¡Qué lujo! Y en ninguna parte se menciona que hubiera sido saqueado o demolido, pero entonces, ¿dónde estaba este monumental laberinto, con las tumbas de los doce reyes? Sin lugar a dudas, allí deben encontrarse los tesoros más grandes que jamás hayan salido a la luz en Egipto. El tesoro de Tutankamón no es nada comparado con esto. De eso, pueden estar seguros. Me entusiasmé cada vez más. Si las habitaciones superiores habían desaparecido, entonces al menos las del subsuelo debían estar allí todavía; era cuestión de encontrar algún rastro de la gigantesca pared y de los cimientos de los peristilos. Una vez hallados, seria fácil dar con las 1500 habitaciones en las cuales se guardan mensajes de la antigüedad esperando ser descifrados. Esta posibilidad me fascinaba sobremanera. ¡Seria imposible hallar un descubrimiento más sensacional! El mundo entero iba a estar sumamente emocionado cuando esta maravilla aún desconocida fuese mostrada. Sí, para hallarla primero tenía que descubrir un vínculo con el sitio donde debía buscar. Con «la cabeza ardiente» seguí leyendo: «Justo en la esquina donde el laberinto termina, se levanta una pirámide de al menos setenta y cinco metros de alto, decorada con figuras en relieve de grandes animales. Se puede llegar a ella a través de un pasadizo subterráneo».
¡Aja! Esa sí que era una clave importante. ¡Una pirámide con figuras de animales! Volví a llamar a Gino: «Gino, ¿oyó hablar alguna vez de una pirámide con figuras de animales en ella?».
«¿A qué se refiere?».
«Según Heródoto, junto al laberinto tiene que haber una pirámide de 75 metros de altura, con grandes figuras de animales talladas en relieve».
Del otro lado de la línea hubo silencio durante unos instantes. Yo esperaba algún avance, pero las palabras de Gino fueron un golpe para mi irrefrenable entusiasmo: «Para ser honesto, nunca oí semejante cosa, pero eso no significa nada, porque las pirámides de Giza estaban cubiertas con piedra caliza blanca y luego de que El Cairo fue destruida por un terremoto, estas fueron desmontadas y la piedra caliza fue utilizada para reconstruir las ciudadelas y otras obras de arte. Aquellos bloques estaban cubiertos por innumerables dibujos y jeroglíficos, y ahora se han perdido todos. Lo mismo puede haber ocurrido con esta pirámide. En ese caso, lo único que queda es una pirámide con bloques construidos de rocas».
Me sentía muy desdichado; tenía deseos de maldecir. Cada pista parecía conducir a un callejón sin salida. Pero vamos, pongámonos nuevamente en movimiento. Tal vez pueda hallar alguna otra indicación en la obra de Heródoto. A veces no se necesita mucho; una pirámide o edificio de 75 metros de altura con figuras de animales en ella, es suficiente. Pero ¿dónde se encontraba? y más aún ¿existirá todavía? Sintiéndome infeliz, sacudí mi cabeza y seguí leyendo el informe escrito casi 2500 años atrás. Heródoto continuó:
Pero, aunque este laberinto sea muy espectacular, el lago Moeris justo a mi lado, hace que uno en verdad se quede sin aliento. Su perímetro es de 3600 estadios o sesenta
shoinoi
, o 666 kilómetros, tan largo como la costa egipcia entera. Este gran lago tiene una orientación Norte-Sur y su profundidad es superior a los noventa metros en la parte más honda. Probablemente, haya sido obra del hombre porque en el medio hay dos pirámides, cada una de las cuales llega a los noventa metros sobre el agua, mientras su base tiene una longitud similar debajo del agua.
Aquí tuve que abandonar. ¿Pirámides de una altura de 180 metros? Eso era algo difícil de creer. Probablemente Heródoto quiso decir edificios o colosos. Además, había una nota advirtiendo que Heródoto posiblemente se refería a los colosos de Biahmu; ninguna indicación más. Esto no facilitaba las cosas, era doloroso; suspiré y continué leyendo: