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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (50 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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"Los Hombres de Gondor son valientes y nunca se someterán; pero pueden ser derrotados. El valor necesita fuerza ante todo y luego un arma. Que el Anillo sea vuestra arma, si tiene tanto poder como pensáis. ¡Tomadlo y marchad a la victoria!

—Ay, no —dijo Elrond—. No podemos utilizar el Anillo Soberano. Esto lo sabemos ahora demasiado bien. Le pertenece a Sauron, pues él lo hizo solo y es completamente maléfico. La fuerza del Anillo, Boromir, es demasiado grande para que alguien lo maneje a voluntad, salvo aquellos que ya tienen un gran poder propio. Pero para ellos encierra un peligro todavía más mortal. Basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa. Piensa en Saruman. Si cualquiera de los Sabios derrocara con la ayuda del Anillo al Señor de Mordor, empleando las mismas artes que él, terminaría instalándose en el trono de Sauron y un nuevo Señor Oscuro aparecería en la tierra. Y esta es otra razón por la que el Anillo tiene que ser destruido; en tanto esté en el mundo será un peligro aun para los Sabios. Pues nada es malo en un principio. Ni siquiera Sauron lo era. Temo tocar el Anillo para esconderlo. No tomaré el Anillo para utilizarlo.

—Ni yo tampoco —dijo Gandalf.

Boromir los miró con aire de duda, pero asintió inclinando la cabeza.

—Que así sea entonces —dijo—. La gente de Gondor tendrá que confiar en las armas ya conocidas. Y al menos mientras los Sabios guarden el Anillo, seguiremos luchando. Quizá la Espada sea capaz aún de contener la marea, si la mano que la esgrime no sólo ha heredado un arma sino también el nervio de los Reyes de los Hombres.

—¿Quién puede decirlo? —dijo Aragorn—. La pondremos a prueba algún día.

—Que ese día no tarde —dijo Boromir—. Pues aunque no pido ayuda la necesitamos. Nos animaría saber que otros luchan también con todos los medios de que disponen.

—Anímate, entonces —dijo Elrond—. Pues hay otros poderes y reinos que no conoces, que están ocultos para ti. El caudal del Anduin el Grande baña muchas orillas antes de llegar a Argonath y a las Puertas de Gondor.

—Aun así podría convenir a todos —dijo Glóin el enano— que todas estas fuerzas se unieran y que los poderes de cada uno se utilizaran de común acuerdo. Puede haber otros anillos, menos traicioneros, a los que podríamos recurrir. Los Siete están perdidos para nosotros, si Balin no ha encontrado el anillo de Thrór, que era el último. Nada se ha sabido de él desde que Thrór pereció en Moria. En verdad, puedo revelar ahora que uno de los motivos del viaje de Balin era la esperanza de encontrar ese anillo.

—Balin no encontrará ningún anillo en Moria —dijo Gandalf—. Thrór se lo dio a su hijo Thráin, pero Thráin no se lo dio a Thorin. Se lo quitaron a Thráin torturándolo en los calabozos de Dol Guldur. Llegué demasiado tarde.

—¡Ah, ay! —gritó Glóin—. ¿Cuándo será el día de nuestra venganza? Pero todavía quedan los Tres. ¿Qué hay de los Tres Anillos de los Elfos? Anillos muy poderosos, dicen. ¿No los guardan consigo los Señores de los Elfos? Sin embargo ellos también fueron hechos por el Señor Oscuro tiempo atrás. ¿Están ociosos? Veo Señores de los Elfos aquí. ¿No dirán nada?

Los elfos no respondieron.

—¿No me has oído, Glóin? —dijo Elrond—. Los Tres no fueron hechos por Sauron, ni siquiera llegó a tocarlos alguna vez. Pero de ellos no es permitido hablar. Aunque algo diré, en esta hora de dudas. No están ociosos. Pero no fueron hechos como armas de guerra o conquista; no es ese el poder que tienen. Quienes los hicieron no deseaban ni fuerza ni dominio ni riquezas, sino el poder de comprender, crear y curar, para preservar todas las cosas en cierta medida, y con dolor. Pero todo lo que haya sido alcanzado por quienes se sirven de los Tres se volverá contra ellos, y Sauron leerá en las mentes y los corazones de todos, si recobra el Unico. Habría sido mejor que los Tres nunca hubieran existido. Esto es lo que Sauron pretende.

—¿Pero qué sucederá si el Anillo Soberano es destruido, como

aconsejas? —preguntó Glóin.

—No lo sabemos con seguridad —respondió Elrond tristemente—. Algunos esperan que los Tres Anillos, que Sauron nunca tocó, se liberen entonces y quienes gobiernen los Anillos podrían curar así las heridas que el Unico ha causado en el mundo. Pero es posible también que cuando el Unico desaparezca, los Tres se malogren y que junto con ellos se marchiten y olviden muchas cosas hermosas. Eso es lo que creo.

—Sin embargo todos los elfos están dispuestos a correr ese riesgo —dijo Glorfindel—, si pudiéramos destruir el poder de Sauron y librarnos para siempre del miedo a que domine el mundo.

—Así volvemos otra vez a la destrucción del Anillo —dijo Erestor y sin embargo no estamos más cerca. ¿De qué fuerza disponemos para encontrar el Fuego en que fue forjado? Es el camino de la desesperación. De la locura, podría decir, si la larga sabiduría de Elrond no me lo impidiese.

—¿Desesperación, o locura? —dijo Gandalf—. No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no. Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se atan a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo! Pues él es muy sagaz y mide todas las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia. Pero la única medida que conoce es el deseo, deseo de poder, y así juzga todos los corazones. No se le ocurrirá nunca que alguien pueda rehusar el poder, que teniendo el Anillo queramos destruirlo. Si nos ponemos en meta, confundiremos todas sus conjeturas.

—Al menos por un tiempo —dijo Elrond—. Hay que tomar ese camino, pero recorrerle será difícil. Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos. Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte.

—¡Muy bien, muy bien, señor Elrond! — dijo Bilbo de pronto —. ¡No digas más! El propósito de tu discurso es bastante claro. Bilbo el hobbit tonto comenzó este asunto y será mejor que Bilbo lo termine, o que termine él mismo. Yo estaba muy cómodo aquí, ocupado en mi obra. Si quieres saberlo, en estos días estoy escribiendo una conclusión. Había pensado poner:
y desde entonces vivió feliz hasta el fin de sus días.
Era un buen final, aunque se hubiera usado antes. Ahora tendré que alterarlo: no parece que vaya a ser verdad, y de todos modos es evidente que habrá que añadir otros varios capítulos, si vivo para escribirlos. Es muy fastidioso. ¿Cuándo he de ponerme en camino?

Boromir miró sorprendido a Bilbo, pero la risa se le apagó en los labios cuando vio que todos los otros miraban con grave respeto al viejo hobbit. Sólo Glóin sonreía, pero la sonrisa le venía de viejos recuerdos.

—Por supuesto, mi querido Bilbo —dijo Gandalf—. Si tú iniciaste realmente este asunto, tendrás que terminarlo. Pero sabes muy bien que
decir he iniciado
es de una pretensión excesiva para cualquiera, y que los héroes desempeñan siempre un pequeño papel en las grandes hazañas. No tienes por qué inclinarte. Sabemos que tus palabras fueron sinceras, y que bajo esa apariencia de broma nos hacías un ofrecimiento valeroso. Pero que supera tus fuerzas, Bilbo. No puedes empezar otra vez, el problema ha pasado a otras manos. Si aún tienes necesidad de mi consejo, te diría que tu parte ha concluido, excepto como cronista. ¡Termina el libro, y no cambies el final! Todavía hay esperanzas de que sea posible. Pero prepárate a escribir una continuación, cuando ellos vuelvan.

Bilbo rió.

—No recuerdo que me hayas dado antes un consejo agradable —dijo—. Como todos tus consejos desagradables han resultado buenos, me pregunto si éste no será malo. Sin embargo, no creo que me quede bastante fuerza o suerte como para tratar con el Anillo. Ha crecido y yo no. Pero dime, ¿a quién te refieres cuando dices
ellos?

—A los mensajeros que llevarán el Anillo.

—¡Exactamente! ¿Y quiénes serán? Eso es lo que el Concilio ha de decidir, me parece, y ninguna otra cosa. Los elfos se alimentan de palabras y los enanos soportan grandes fatigas; yo soy sólo un viejo hobbit y extraño el almuerzo. ¿Se te ocurren algunos nombres? ¿O lo dejamos para después de comer.

 

Nadie respondió. Sonó la campana del mediodía. Nadie habló tampoco ahora. Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos. Sintió que un gran temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír. Un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón. Al fin habló haciendo un esfuerzo y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita.

—Yo llevaré el Anillo —dijo—, aunque no sé cómo.

 

Elrond alzó los ojos y lo miró y Frodo sintió que aquella mirada penetrante le traspasaba el corazón.

—Si he entendido bien todo lo que he oído —dijo Elrond—, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo y, si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Esta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?

"Pero es una carga pesada. Tan pesada que nadie puede pasársela a otro. No la pongo en ti
.
Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos los poderosos amigos de los elfos de antes, Hador y Húrin y Túrin y Beren mismo aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.

—¿Pero seguramente usted no lo enviará solo, señor? —gritó Sam, que ya no pudo seguir conteniéndose y saltó desde el rincón donde había estado sentado en el suelo.

—¡No por cierto! —dijo Elrond volviéndose hacia él con una sonrisa—. Tú lo acompañarás al menos. No parece fácil separarte de Frodo, aunque él haya sido convocado a un Concilio secreto y tú no.

Sam se sentó, enrojeciendo y murmurando.

—¡En bonito enredo nos hemos metido, señor Frodo! —dijo moviendo la cabeza.

3

El anillo va hacia el sur

Más tarde ese día los hobbits tuvieron una reunión privada en el cuarto de Bilbo. Merry y Pippin se mostraron indignados cuando supieron que Sam se había metido de rondón en el Concilio y había sido elegido como compañero de Frodo.

—Es muy injusto —dijo Pippin—. En vez de expulsarlo y ponerlo en cadenas, ¡Elrond lo
recompensa
por su desfachatez!

—¡Recompensa! —dijo Frodo—. No podría imaginar un castigo más severo. No piensas en lo que dices: ¿condenado a hacer un viaje sin esperanza, una recompensa? Ayer soñé que mi tarea estaba cumplida y que podía descansar aquí un rato, quizá para siempre.

—No me sorprende —dijo Merry— y ojalá pudieras. Pero estábamos envidiando a Sam, no a ti. Si tú tienes que ir, sería un castigo para cualquiera de nosotros quedarnos atrás, aun en Rivendel. Hemos recorrido un largo camino juntos y hemos pasado momentos difíciles. Queremos continuar.

—Es lo que yo quería decir —continuó Pippin—. Nosotros los hobbits tenemos que mantenernos unidos y eso haremos. Partiré contigo, a menos que me encadenen. Tiene que haber alguien con inteligencia en el grupo.

—¡En ese caso no creo que te elijan, Peregrin Tuk! —dijo Gandalf asomando la cabeza por la ventana, que estaba cerca del suelo —. Pero no tenéis por qué estar preocupados. Nada se ha decidido aún.

—¡Nada se ha decidido! — exclamó Pippin —. ¿Entonces qué estuvisteis haciendo, encerrados durante horas?

—Hablando —dijo Bilbo—. Había mucho que hablar y todos escucharon algo que los dejó boquiabiertos. Hasta el viejo Gandalf. Creo que las breves noticias que dio Legolas sobre Gollum le cayeron como un balde de agua fría, aunque no hizo comentarios.

—Estás equivocado —dijo Gandalf —. No prestaste atención. Ya me lo había dicho Gwaihir. Quienes dejaron boquiabiertos a los otros, como tú dices, fueron tú y Frodo; yo fui el único que no se sorprendió.

—Bueno, de todos modos —dijo Bilbo—, nada se decidió aparte de la elección del pobre Frodo y Sam. Este final me lo temí siempre, si yo quedaba descartado. Pero pienso que Elrond enviará una partida numerosa, cuando tenga los primeros informes. ¿Han partido ya, Gandalf?

—Sí —dijo el mago—— Ya han salido algunos exploradores y mañana irán más. Elrond está enviando elfos y se pondrán en contacto con los montaraces y quizá con la gente de Thranduil en el Bosque Negro. Y Aragorn ha partido con los hijos de Elrond. Se hará una batida en varias leguas a la redonda antes de decidir la primera movida. ¡De modo que anímate, Frodo! Quizá te quedes aquí un tiempo largo.

—Ah —dijo Sam con aire sombrío—. Bastante largo como para que llegue el invierno.

—Eso es inevitable —dijo Bilbo— y en parte tu culpa, querido Frodo; insististe en esperar mi cumpleaños. Curiosa celebración diría yo. No es en verdad el día que yo hubiese elegido para que los S-B entraran en Bolsón Cerrado. Y esta es la situación ahora: no puedes esperar hasta la primavera y no puedes salir antes que lleguen los informes. Me temo que esa sea justamente tu suerte:

Cuando el viento comienza a morder

y las piedras crujen en la noche helada

de charcos negros y árboles desnudos,

no es bueno viajar por tierras ásperas.

—Yo también temo que esa sea la suerte de Frodo —dijo Gandalf No podemos partir hasta que sepamos algo de los Jinetes.

—Pensé que habían sido destruidos en la crecida.

—Los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad —dijo Gandalf —. Llevan en ellos el poder del amo y resisten o caen junto con él. Esperamos que hayan quedado todos a pie y sin disfraces, de modo que durante un tiempo serán menos peligrosos; pero no lo sabemos bien todavía. Entretanto, Frodo, trata de olvidar tus dificultades. No sé si puedo hacer algo que te sirva de ayuda; pero te soplaré un secreto: Alguien dijo que este grupo necesitaba una inteligencia. Tenía razón. Creo que iré contigo.

Tan grande fue la alegría de Frodo al oír este anuncio que Gandalf dejó el alféizar de la ventana, donde había estado sentado, y se sacó el sombrero haciendo una reverencia.

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