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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Islas en el cielo (17 page)

BOOK: Islas en el cielo
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Entre las sombras del cráter había otras luces dispuestas en diminutas figuras geométricas que señalaban la ubicación de una de las colonias lunares. Ocultas a mi vista a causa de la oscuridad, estaban las grandes fábricas de productos químicos, las bóvedas dotadas de atmósfera propia, los aeropuertos y las estaciones de fuerza motriz que daban potencia al riel lanzador. Dentro de pocas horas serían claramente visibles al elevarse el Sol por sobre las montañas; pero ya para entonces habríamos pasado detrás del satélite y la cara que daba a la Tierra estaría oculta a nuestra vista.

Vi entonces un delgado trazo luminoso que se extendía en línea recta a través del llano oscurecido. Lo producían los reflectores del riel lanzador que estaban dispuestos a manera de lámparas a lo largo de un camino. Con ayuda de su luz, los ingenieros vestidos con trajes espaciales estarían revisando los grandes electromagnetos y constatando el buen funcionamiento del carro sobre las guías. El tanque de combustible estaría esperando en el arranque del riel, ya cargado y listo para ser colocado sobre el carro en el momento preciso. De haber sido de día allá abajo, quizá hubiera visto la operación en el momento en que un puntito diminuto corría velozmente por el riel, acrecentando cada vez más su impulso a medida que los generadores infundían más potencia a los magnetos. El puntito partiría desde el extremo del lanzador a una velocidad de más de ocho mil kilómetros por minuto, liberándose así de la atracción de la Luna. Al viajar en línea casi horizontal, la superficie del satélite se curvaría debajo del tanque, alejándose del mismo, mientras que éste seguiría hacia el espacio para ir a nuestro encuentro al cabo de tres horas de viaje.

Creo que el momento más impresionante de todas mis aventuras llegó cuando pasamos al otro lado de la Luna y pude ver con mis propios ojos el terreno que estuviera oculto a los ojos humanos hasta la época del cohete. Es verdad que había visto muchas películas y fotografías de aquella región, y es verdad también que no se diferenciaba casi en nada de la otra cara. Sin embarco me resultó emocionante. Pensé en todos los astrónomos que pasaran sus vidas trazando mapas del satélite sin haber visto jamás esa parte por la que estaba pasando yo ahora, ¡Qué no hubieran dado a cambio de la oportunidad que se me presentaba ahora por pura coincidencia!

Había olvidado casi la Tierra cuando Tim me llamó la atención hacia ella. La vi hundirse con rapidez hacia el horizonte lunar; la Luna se elevaba para eclipsarla al describir nosotros una amplia curva. Un arco cegador, azul-verdoso, el casquete del Polo Sur brillando en el cielo, el reflejo del Sol que formaba un laso de fuego en el Océano Pacífico, tal era mi hogar, situado ahora a cuatrocientos mil kilómetros de distancia. Lo vi descender tras los hostiles picos lunares hasta que sólo quedó visible un borde brumoso que desapareció a poco. El Sol seguía con nosotros, pero la Tierra habíase desvanecido. Hasta ese momento estuvo siempre en el cielo, formando parte integrante de nuestro mundo. Ahora no nos quedaban más que el Sol, la Luna y las estrellas.

El recipiente de combustible marchaba ya a nuestro encuentro. Habíanlo lanzado una hora antes, avisándonos por radio que seguía la órbita calculada. El campo gravitacional de la Luna curvaría su rumbo, haciéndolo pasar a pocos centenares de kilómetros del nuestro. Así, pues, no nos quedaba otro trabajo que hacer concordar nuestra velocidad con la del tanque por medio de algunos disparos de cohetes, y una vez que hubiéramos establecido contacto, conectarlo y succionar su contenido. Después podríamos volvernos a casa, mientras que el recipiente vacío seguiría vagando por el espacio con el resto de la basura que circula actualmente por el sistema solar.

—¿Pero y si llegara a tocarnos directamente? —pregunté ansiosamente a Norman—. Al fin y al cabo, esto es lo mismo que disparar un cañón contra un blanco…, y el blanco somos nosotros.

Mi amigo rompió a reír.

—Se estará moviendo muy lentamente cuando llegue hasta nosotros, y lo ubicaremos con el radar cuando esté aún muy lejos, de modo que no hay peligro de chocar. Para el momento en que esté realmente cerca, ya habremos hecho concordar las dos velocidades, y si nos tocamos, será un choque tan leve como el de dos copos de nieve que se encuentran.

Esto me resultó tranquilizador, aunque en realidad no me agradaba la idea de que el proyectil proveniente de la Luna se acercara hacia nosotros por el espacio…

Vimos las señales del tanque cuando se hallaba éste a mil quinientos kilómetros de distancia, y no lo ubicamos por medio del radar, sino gracias al aparato radial que llevan todos esos proyectiles para que se los pueda descubrir a tiempo. Luego de esto me mantuve apartado mientras el comandante y el piloto se ocupaban de efectuar la maniobra necesaria. Fué una operación delicada esto de guiar la nave hasta que concordara su curso con el del proyectil todavía invisible. Nuestra reserva de combustible era demasiado escasa para permitir más errores, y todos lanzamos un suspiro de alivio cuando el reluciente cilindro quedó pegado a nuestro casco.

El trabajo de cargar el combustible insumió unos diez minutos, y cuando se hubieron detenido nuestras bombas ya había reaparecido la Tierra de detrás del satélite, lo cual nos pareció una señal de buen augurio. Una vez más éramos dueños de la situación y de nuevo teníamos nuestro hogar a la vista.

Cuando se pusieron en marcha los motores me puse yo a observar la pantalla del radar. El recipiente vacío, ya había sido desconectado, parecía caer con lentitud hacia popa. En realidad éramos nosotros los que caíamos, conteniendo nuestra marcha para volver hacia tierra. El tanque seguiría viajando hacia el espacio ahora que había cumplido su función.

El alcance máximo de nuestro radar era de ochocientos kilómetros, y me puse a observar el puntito brillante que representaba el tanque vacío mientras se alejaba con lentitud hacia el borde de la pantalla. Era el único objeto lo bastante cercano como para producir un eco. Probablemente, el sector del espacio que recorrían las ondas del radar debía contener un número apreciable de meteoros, pero éstos eran demasiado pequeños para provocar una señal visible. Sin embargo resultaba fascinador observar aquella pantalla casi vacía, y al mirarla parecíame ver el globo de mil quinientos kilómetros de diámetro en cuyo centro nos hallábamos viajando. Nada voluminoso podía entrar en aquel sector sin que nuestras ondas invisibles lo descubriesen y dieran la alarma.

Ya estábamos de nuevo en ruta y no nos alejábamos hacia el espacio. El comandante Doyle había decidido no regresar directamente a la Estación Interior, pues nuestra reserva de oxígeno estaba menguando constantemente. En cambio, haríamos alto en una de las tres Estaciones Electrónicas situadas a tres mil quinientos kilómetros de altura sobre la Tierra. Allí reaprovisionaríamos el ferry antes de cubrir la última etapa del viaje.

Estaba por desconectar el radar cuando vi una chispa débil en su alcance máximo. Desapareció un segundo más tarde al moverse la onda a otro sector del espacio, y esperé hasta que la misma hubo dado una vuelta completa, preguntándome mientras tanto si me habría equivocado. ¿Habría otras naves siderales por los alrededores? Naturalmente, esto era muy posible.

Lo comprobé casi en seguida, pues la chispa apareció en la misma posición. Ya sabía cómo se manejaba el buscador y detuve la onda a fin de fijarla en el eco distante. El objeto se hallaba casi a ochocientos kilómetros de distancia, avanzando muy lentamente en relación con nosotros. Lo estuve observando unos segundos y llamé luego a Tim. Probablemente no era nada lo bastante importante como para molestar al comandante. Empero, existía la posibilidad de que se tratara de un meteoro realmente grande, en cuyo caso valdría la pena investigar. Uno que produjera un eco tan prominente debía ser demasiado voluminoso para llevar a la estación, pero quizá podríamos romperle algunos pedazos para llevárnoslos como recuerdo…, siempre que hiciéramos concordar nuestra velocidad con la del vagabundo del espacio.

Tim se hizo cargo del aparato inmediatamente. Creyó que había ubicado de nuevo al tanque de combustible vacío, lo cual me fastidió no poco, ya que con ello demostraba tener muy poca fe en mi sentido común. Pero se convenció muy pronto de que el objeto se hallaba en otra parte del espacio y en seguida desvanecióse su escepticismo.

—Debe ser una nave sideral, aunque el eco no es lo bastante visible —musitó—. Pronto lo sabremos. Si es una nave, irá emitiendo una cadencia radial.

Sintonizó el receptor sin resultado alguno. Había algunos navíos en otras partes del espacio, pero ninguno tan próximo como para hallarse al alcance de nuestro radar.

Norman habíase unido a nosotros y estaba mirando por sobre el hombro de Tim.

—Si es un meteoro, esperemos que tenga platino u otro metal valioso —dijo—. En tal caso podríamos vivir de renta.

—¡Ba! —protesté—. ¡Fui yo el que lo encontró!

—Eso no cuenta. No perteneces a la tripulación y no deberías estar aquí.

—No te aflijas —me dijo Tim—, nadie ha hallado otra cosa que hierro en los meteoros. Lo más que se puede esperar es un pedazo de níquel demasiado duro para romperlo.

Ya habíamos calculado el rumbo del objeto y descubierto que pasaría a unos veinticinco kilómetros del nuestro. Si deseábamos tomar contacto, tendríamos que cambiar nuestra velocidad en unos trescientos kilómetros de hora, lo cual no era mucho, aunque consumiría una parte importante del combustible tan duramente ganado, cosa que no permitiría el comandante sólo para satisfacer nuestra curiosidad.

—¿De qué tamaño tendría que ser para producir un eco tan brillante? —pregunté.

—No se sabe —repuso Tim—. Depende de las materias que lo compongan y del punto hacia el que mira. Hasta un navío sideral podría producir un eco así si estuviera de proa o de popa hacia nosotros.

—Me parece que lo veo —declaró Norman de pronto—. Y no es un meteoro. Miren ustedes.

Había estado observando con el telescopio del ferry, y de inmediato fui yo a mirar, adelantándome a Tim. Contra el fondo de las estrellas veíase girar con lentitud en el espacio a un objeto cilíndrico brillantemente iluminado por el sol. Aun a primera vista noté que era artificial. Cuando lo hube observado dar una vuelta completa, noté que tenía líneas aerodinámicas y una proa puntiaguda. Parecíase mucho más a las antiguas balas de cañones que a un cohete moderno. Su construcción aerodinámica indicaba que no podía ser un tanque vacío proveniente del lanzador de Hiparco, ya que los recipientes que partían de allí eran cilindros gruesos y cortos que no debían vencer la resistencia de ninguna atmósfera.

El comandante Doyle se quedó mirando largo rato por el telescopio después que lo hubimos llamado. Finalmente declaró:

—Sea lo que fuere, conviene que le echemos un vistazo y demos el informe. Tenemos combustible suficiente para desviarnos unos minutos.

El ferry giró en el espacio cuando comenzamos a corregir la dirección. Los cohetes dispararon unos segundos, se constató el nuevo rumbo y de nuevo hubo otros disparos. Luego de varios impulsos más breves, llegamos a menos de un kilómetro y medio del misterioso objeto y empezamos a acercarnos a él bajo el impulso de los cohetes direccionales. Durante todas aquellas maniobras fué imposible usar el telescopio, de modo que cuando volví a ver a aquel vagabundo del espacio, noté que se hallaba apenas a cien metros a estribor de nuestra nave y se aproximaba con gran lentitud.

En seguida descubrí que era un cohete de especie desconocida para mí. Ignorábamos qué hacía tan cerca de la Luna, pero se ofrecieron varias teorías. Como no medía más de tres metros de largo, bien podía ser uno de los proyectiles automáticos de reconocimiento que se lanzaron al espacio en la primera época de los viajes siderales. El comandante no creyó probable esto, pues estaba seguro de que se habían recogido todos. Además, no parecía llevar los aparatos de radio y televisión que eran parte integrante de aquellos proyectiles.

Estaba pintado de rojo vivo, color muy raro para algo que viaje por el espacio. Vi algunas letras a un costado, aunque no me fué posible interpretar las palabras que formaban. Al rotar lentamente el proyectil apareció a la vista un dibujo negro sobre un fondo blanco, pero desapareció antes de que me fuera posible estudiarlo bien. Aguardé hasta que volviera a aparecer, y ya para entonces se había acercado más el cohete y se hallaba apenas a cincuenta metros de distancia.

—No me gusta su aspecto —masculló Tim Benton, casi para sí—. El color rojo es señal de peligro.

—No seas miedoso —gruñó Norman—. Si fuera una bomba o algo por el estilo, no tendría señales que lo indicaran.

Entonces volvió a aparecer el dibujo que atisbara poco antes. Aun a primera vista habíale notado algo familiar y ahora ya no me cupo duda de lo que era.

Claramente pintado sobre el casco del proyectil veíase el símbolo de la muerte representado por la clásica calavera y los huesos cruzados.

10. La Estación Electrónica

El comandante debió haber visto el ominoso aviso tan rápidamente como nosotros, pues un instante más tarde rugieron los cohetes de manera fugaz. El proyectil rojo viró con lentitud hacia un costado y empezó a alejarse del ferry. En el momento en que llegó a estar más próximo pude leer las palabras trazadas debajo de la calavera con los huesos cruzados y comprendí la razón de la brusca maniobra. El aviso decía:

¡CUIDADO!

¡DESECHOS RADIACTIVOS!

COMISIÓN DE LA ENERGÍA ATÓMICA

—Ojalá tuviéramos a bordo un contador Geiger —murmuró el comandante en tono reflexivo—. Sin embargo, después de tanto tiempo no puede ser muy peligroso y no creo que hayamos recibido una dosis seria.

Así y todo, pediremos un recuento de glóbulos rojos no bien regresemos a la base.

—¿Cuánto tiempo le parece que ha andado por aquí? —preguntó Norman.

—Veamos; creo que empezaron a librarse de los desechos peligrosos de esta manera en 1970. No lo hicieron mucho tiempo, pues las corporaciones espaciales se ocuparon de ponerle punto final al sistema. Naturalmente, en la actualidad sabemos cómo deshacernos de los subproductos de las pilas atómicas; pero en aquella época había muchos isótopos con los que no sabían qué hacer. ¡Vaya una manera drástica de librarse de ellos!

—Ya había oído hablar de estos recipientes de desechos —comentó Tim—, pero creía que los habían recogido todos y enterrado en alguna parte de la Luna.

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